28. Necedad
No reconocí el techo de la enfermería de Orbe y permanecí tiesa, algo desorbitada cerca de un minuto. Entonces, de manera inevitable acudieron a mí una sucesión de hechos como si fuera una proyección de diapositivas. Una catedral, derrumbe, creadores enmascarados, explosiones, más explosiones, Lax, Ovack, y...
—¡Oh, Dala! —chilló Ulina y su rostro se materializó a mi costado, luego se le sumaron el de Aluz y Sétian. Todos aún con el atuendo negro y un marco de preocupación en sus expresiones.
Intenté incorporarme por inercia, pero la secuela del golpe directo que había recibido en el costado me hizo aovillarme. Noté que tenía vendajes y gasas en mis brazos como si alguien me hubiera atendido. Ulina se prestó para ayudarme a sentarme en la camilla.
—¿Estás bien? ¿Qué fue lo que pasó?
Eso era lo que yo quería saber. Estaba bastante más descansada que cuando me había abandonado a la inconsciencia, pero aún seguía algo aturdida. Ni siquiera supe en qué momento había atravesado el portal, lo último que podía recordar era haberme estrellado con Ovack, que él me sostenía para que no cayera y...
Entonces levanté mi mirada de forma súbita. Mis compañeros que me observaban como si esperaran respuestas, respingaron al unísono ante mi reacción.
—Am... ¿Dónde está... Leo? —balbuceé recorriendo la resplandeciente y blanca sala con los ojos.
—Está informando los pormenores de la misión a los socios... —respondió Sétian—. Tú sabes, como eso es lo más importante de todo.
Lo último lo agregó con un evidente doble sentido. Las miradas ceñudas de Aluz y Ulina no se hicieron esperar.
—No seas mezquino —replicó ella—. Él se quedó para esperar a Dala aunque ya estaba por vencerse el tiempo.
—Ulina no seas tonta. No me digas que crees que lo hizo por la bondad que hay en su corazón. Es obvio que fue porque no quería perder a una creadora en el equipo.
—Si eso fuera así, entonces no nos hubiera ordenado que regresáramos, sino que...
—¡Sólo somos lectores! ¿Qué rayos podíamos hacer? ¡Nada!
—¡Él estaba arriesgándose! Y creo que lo hubiera hecho por cualquiera de nosotros.
—¿En serio? ¿Entonces por qué no vamos todos juntos al Vaticano para canonizar...?
—Ya basta —lo interrumpió Aluz, y aunque no hubo alteración en su voz, la firmeza bastó para que Sétian se desanimara a continuar.
Yo sólo había estado alternando mi atención a cada uno de ellos, recogiendo los pedazos de información que pudieran rellenar el agujero que tenía sobre la situación. Luego de que los humos se hubieran calmado un poco, me pusieron al tanto de la versión que ellos manejaban de los hechos.
Aparentemente, aún con los reveses e imprevistos, la misión había sido exitosa, lo cual significaba una disminución considerable en mi deuda. Era bueno saberlo.
Después de haber provocado aquella explosión, Aluz y los demás no encontraron difícil mantenerse escondidos hasta el momento en que en teoría debieron reunirse conmigo y Ovack. Sin embargo, sólo encontraron a Ovack y el portal se abrió en medio de una debacle de ataques de creadores antiguos.
Aunque Ulina y Sétian estaban ávidos por saber qué había sido de mí en ese lapsus de tiempo, no pude hacer más que soltar respuestas vagas, alegando sufrir aún estragos de la conmoción. Y me sentí tremendamente aliviada y a la vez, atolondrada, cuando noté la hora y tuve que regresar a mi hogar mediante un portal.
Aquel subterfugio providencial también era una preocupación real, pues al arribar a mi cuarto, mi mamá había estado golpeando mi puerta cerca de cinco minutos y estaba considerando buscar la llave para abrirla. Apenas tuve tiempo para deshacerme de mi uniforme negro y montar una escena creíble.
Y esa situación pintoresca fue preámbulo de todo un día precipitado. De repente, estaba siendo bombardeada por el desayuno de mamá, las preocupaciones de mis compañeros de clases antes de los exámenes, las disertaciones matutinas de los profesores y lidiar con disimular el dolor en todo el cuerpo, como si acabara de salir del gimnasio.
Aquel entorno se me antojó trivial, es decir, acababa de salir una experiencia intensa donde estuve a punto de decirle adiós a mi hogar y a todo lo que conocía, y de pronto me veía sumergida en un día común y corriente. A pesar de que generalmente ansiaba días como esos, no pude dejar de encontrarlo extraño. Como si yo no perteneciera allí de pronto.
Y también, aunque no quise, aunque intenté dejar ese tema en lo más recóndito de mi mente, pensé en el beso que le había dado a Ovack. ¿Qué rayos había pasado por mi cabeza? ¿Por qué hice algo tan demencial? ¿Qué le iba a decir la próxima vez que lo viera? ¿Qué se me antojó y nada más? Tal vez podría alegar locura temporal, tal vez podría hacerme la amnésica, tal vez me creería. Sin embargo, una gruesa parte de mí quería saber qué le había parecido a él. Porque, la verdad fuera dicha, no podía decir que me había disgustado. ¿Desde qué momento había empezado yo a sembrar ese tipo de pensamientos respecto a él?
Qué horror.
Así desperdicié el resto de mi día, en medio de cavilaciones que no me llevaban a ningún lado y que sólo me hicieron lucir algo abstraída para los demás. A eso tuve después que agregarle que me había estado mortificando sin sentido, pues Ovack envió un correo general anunciando un día libre para descansar de la reciente misión, e intuí que no lo vería sino hasta el día siguiente en que reanudáramos las clases de creación. Claro, si es que no las suspendía.
Con todo lo que me estaba traumando sobre el asunto, el silencio de Ovack al respecto estaba siendo muy elocuente.
—Veo que no te falta ningún miembro. Mis felicitaciones —opinó Lax a modo de saludo.
Esta vez, el sueño había iniciado en una especie de sala iluminada por unos faroles en forma de espiral. Asumía que era otro ambiente de su casa... o mejor dicho, mansión. Dejé de prestarle importancia y tomé asiento en uno de los muebles angulosos de aquella estancia.
—Gracias de nuevo —dije con sinceridad, Lax asintió con una complacencia evidente—. Fuiste realmente oportuno.
—¿Oportuno? —Soltó una sonrisa breve. —Estaba al tanto de lo que sucedería allí.
Lax enarcó sus cejas, como si me invitara a analizar lo que acababa de decir, y eso hice. Arrugué mi entrecejo de manera involuntaria.
Qué tonta, claro que no había sido una casualidad.
—Has estado conversando con Ovack también —señalé, un tanto sorprendida de lo que estaba diciendo. Lax asintió con una sonrisa. —¿Por qué no me lo dijiste?
—Era un secreto, no puedo faltar a mi palabra.
—¿Le has dicho que mantenemos comunicación? —inquirí casi de inmediato. Su sonrisa parpadeó y de repente pareció algo incómodo.
—No —respondió finalmente y antes de que le preguntara, añadió: —Sé que si es que se lo digo, me ordenará dejar de hacerlo y no le podría desobedecer.
Me quedaba bastante claro donde se encontraban las lealtades de Lax. No podía negar que era un antiguo fiel a su mundo y a la realeza de su reino, pero aun así, la fe ciega que le tenía a Ovack me pareció exagerada. Como si las palabras de éste fueran ley.
Tal vez yo aún no podía comprender en su totalidad la figura del idzen.
Aún asimilaba el hecho de que ellos hubieran estado planeando cosas sin que yo lo supiera. Me fastidiaba el que eso enfatizara la nula importancia que yo tenía en todo ese asunto. Ovack jamás me lo contaría. Pero entendiendo el férreo respeto que Lax le tenía a su idzen, había algo que no podía comprender.
—¿Y por qué quieres seguir manteniendo comunicación conmigo? ¿Tan buena es mi conversación? —pregunté, disimulando mi curiosidad, o haciendo el intento. Lax frunció los labios.
—Para idzen Ovack es inconcebible, pero yo estoy seguro —dijo y de pronto, adoptó una postura seria—. Creo que tú juegas un papel en este conflicto. Realmente lo creo. Quisiera demostrarle que tengo razón, por eso quiero conocerte más y confirmarlo por mí mismo.
Cuando Lax bajó la mirada a su regazo, pensativo, caí en cuenta que nos habíamos quedado en silencio por un buen rato. Debía reconocer que era confortante que por fin alguien me hablara con la verdad; de alguna manera, lo había estado pidiendo a gritos.
Deduje que esa era la verdadera razón por la que él había iniciado esa sesión continua de charlas. No obstante, aún no entendía la raíz de su seguridad en aquella aseveración. Tal vez él estaba en lo correcto. Al menos yo lo estaba comenzando a creer.
—Si es que yo jugara un papel... cualquier papel en este problema entre tu mundo y Orbe, lamento decirte que no sé cuál es —manifesté con un resoplido—. Y... a decir verdad, dudo que pueda hacer algo siquiera. Tal vez deberías pedir ayuda a la gente de tu reino. ¿Tienen policía? Yo los llamaría.
—No puedo. No sé en quién confiar —confesó—. La existencia de Orbe ni siquiera está confirmada en Dafez. Muchos sospechan pero no están seguros, pero otros saben lo que está sucediendo y no hacen nada. En la plebe, en la nobleza e incluso en la realeza. Es todo un juego de intereses, es peligroso confiar en cualquiera... De hecho... Idzen Ovack dudó en confiar en mí en un principio.
—¿Y por qué lo hace?
—Porque soy lo que ustedes llaman, un conector. Si fuera partidario de Orbe, no hubiera intentado convencerte de que me dieras información —dijo con una sonrisa de satisfacción—. Además soy alguien con muchas cualidades. ¿Sabes que los conectores son más escasos incluso que los creadores? Pero yo soy ambos —apuntó con un talante complacido.
Siempre me había parecido que Lax era un tanto consentido. En un sentido positivo. No pude evitar que me diera algo de gracia verlo regodeándose de sus capacidades.
—No sé por qué estás orgulloso. Luego drogaste a tu adorado idzen.
—Es que también tenía que estar seguro de que él era quien decía ser —refutó él al instante en tono defensivo.
—Está bien, está bien. Al final todo ha sido para bien —tercié con cierta mofa pero él dibujó una mueca ligera.
—¿Qué harías si es que se extingue tu contrato con esa empresa? —inquirió de pronto. Estaba siguiendo con nuestra dinámica de pregunta y respuesta de siempre. Medité por unos segundos, sintiendo los ojos color bosque de Lax en mí.
—Volvería a mi vida normal... supongo. Dejaría de ser una creadora porque me quitarían esa habilidad y regresaría a lo que se supone que debo hacer. Terminar la escuela, ir a la universidad, trabajar...
De alguna manera, enumerar ese proyecto de vida sonó en ese momento muy lejano.
—¿Aún sabiendo que hay una razón desconocida para haber llegado a mi mundo?
Le devolví la mirada a Lax. Por un instante, mientras nuestros ojos estuvieron conectados en ese silencio expectante, me pareció percibir que esa respuesta era importante para él en alguna medida que yo no podía comprender.
—Pero... no estoy segura de que en verdad haya...
—Imagina que sí. Por un momento dalo por hecho. ¿Qué harías?
—Yo... —No pude evitar mirar a mi regazo. —Creo que... la averiguaría primero. Y luego regresaría a mi mundo... No podría ser indiferente.
Lax apoyó su mentón en su mano y se quedó contemplándome con un semblante analítico. Como si quisiera desentrañar las premisas detrás de esa respuesta. Era mi turno para preguntar, y se me ocurrían muchas preguntas. Pero había una que se elevaba por sobre todas las demás.
—Esa puerta dorada... —dije de repente cortando aquel silencio meditabundo—. ¿Qué hay ahí? Yo... —En ese instante dudé, en mi cabeza esas palabras sonaban provenientes de una loca. —Yo escuché que algo... alguien me llamaba.
Por un momento, él pareció suspendido en el tiempo y pensé que tal vez no había sido una buena idea habérselo revelado.
—¿Es eso cierto? —musitó, ligeramente boquiabierto.
Vacilé pero ya no podía retractarme, así que asentí. Entonces, él se incorporó de un salto tan de repente que me estrellé con el respaldo de mi asiento.
—¡Eso es! —exclamó enarbolando una expresión de triunfo—. ¡Eso lo demuestra!
—¿Qué demuestra?
—Que tengo razón. —Y me apuntó con su índice. —Con esto, idzen sólo tendrá que reconocerlo. ¡Esto lo cambia todo!
Realmente no podía entender la exaltación eufórica de Lax, pero el sueño estaba ya desvaneciéndose y yo sólo tenía más cuestionamientos que cuando había iniciado.
—Tienes que decírselo al idzen —apuntó él, apremiante—. Recuerda que soy tu amigo, puedes contar conmigo para lo que sea.
Aunque apresuradas, aquellas palabras las sentí honestas. Ni siquiera pude despedirme adecuadamente. Hubiera deseado hacerlo pues en ese momento reparé que en verdad, él era más que un aliado, era un amigo.
De haber sabido que ese iba a ser el último sueño que compartiría con Lax, le hubiera dedicado un apropiado "hasta luego", pero no lo hice.
Sus palabras me dieron cierto ánimo y a la vez, intriga. Tal vez era posible que hubiera algo escrito para mí en el otro mundo; tal vez, de verdad, había un sentido en toda la letanía de suplicios a los que había estado expuesta después de que me había topado con ese portal aquella noche. Tal vez había una razón y yo tenía que saber cuál era.
Y si eso era cierto, tenía que llegar al fondo de todo.
Cierta aprehensión se arremolinó en mi pecho, pues eso no era lo único que quería conversar con Ovack. Fue algo gracioso en cierto sentido cómo me asaltó un sentimiento vacío al día siguiente, antes de cruzar el portal para verlo. Me percaté de que realmente no tenía ni idea de cómo abordar ninguna plática con él.
Con todo lo que me había azotado al pensar y repensar, no había decidido al final qué hacer. Y una suerte de ataque de pánico se hizo presente, similar al temor que me había abordado cuando recién lo conocía y tenía que hablar forzosamente con él.
Así que no se me ocurrió mejor forma de reaccionar que paralizarme cuando al atravesar el portal, me encontré con que Ovack estaba inusualmente sentado en el sillón de la sala, con los brazos cruzados, esperando.
De pronto mi mente se empecinó en funcionar con una extrema lentitud. Definitivamente, mi predisposición para ese momento no me estaba ayudando; pero había un factor que no me esperaba. Era él.
Ovack clavó sus ojos grises en mí, con un aire juicioso, reservado y algo receloso. Hacía tiempo que no le veía con esa compostura. Antes de que formulara un saludo, él empezó a hablar.
—Fue Lax quien te ayudó ¿cierto?
Su tono era el que utilizaba siempre pero cortó el aire como una navaja. Ni siquiera me había esperado aquella pregunta y antes de que me lo propusiera, ya estaba asintiendo. Entonces su semblante se tornó grave y exasperado; de repente, toda la sala adquirió el ambiente de un interrogatorio policial.
—Has frecuentado a ese conector por sueños. —La voz de Ovack era más suave de lo usual y sin embargo, embadurnada de irritación. Y aún así, lucía controlado. —Si fue tan sencillo para él encontrarte durante la misión, debes de haberle dicho tu nombre.
No supe si debía asentir otra vez, pues lo que decía ni siquiera eran preguntas, sino afirmaciones.
—Lo que...
—Siéntate.
Tal vez fueron un par de segundos o tal vez medio minuto. No tuve una cierta noción del tiempo en ese momento. Contemplé a Ovack, con ese aire sulfurado y sus ojos chispeantes y recriminadores; y algo debió suceder en mi cabeza. Algo no muy bueno.
Era posible que hubiera estado esperando tener una conversación larga y tendida, repleta de sinceridad, ponis y arco iris. Y era claro que no la iba a encontrar ahí.
Permanecí parada en el mismo lugar donde había aterrizado y sin ser consciente, cerré mis puños con fuerza.
—No sé si te has dado cuenta pero si es que Lax no me hubiera ayudado, no lo hubiera logrado —espeté, imitando el tono que él había aplicado.
—No, si hubieras seguido mis indicaciones, no hubieras corrido peligro —replicó Ovack, impávido pero sus cortos cabellos negros parecieron erizarse—. Te dije que no hicieras nada. ¿Por qué es que siempre haces lo opuesto a lo que te digo? ¿Tanto te gusta contradecirme? ¿Acaso tengo que hablarte al revés?
—¿Se supone que no debía cubrirte? ¡Te estaba ayudando! Me parece que lo que deberías estar diciendo es "gracias." Y por cierto, en ningún momento dijiste que no contactara con Lax.
—Te dije que no indagaras y no necesito que me cubras, puedo apañármelas solo. Siempre he podido.
—¿Es eso lo que creen los príncipes de tu mundo? —Ante la mención de esa palabra, los ojos de Ovack se dilataron de manera evidente. —Pues eres un príncipe estúpido, todos necesitan ayuda siempre.
Él me observó brevemente, inmóvil, sus ojos parecían dos pozos oscuros y profundos. Era difícil creer que hacía pocas horas, esos mismos ojos me habían contemplado con una vívida preocupación, muy de cerca.
Se incorporó con lentitud, pausado y prudente.
—¿Qué más te ha dicho ese idiota?
Sabía que Ovack era extremadamente diligente con sus secretos, lo sabía. Pero eso no llegaba a explicarme la forma cómo estaba reaccionando, me atreví a pensar que había una razón más, aún escondida.
—Sé que tu reino se llama Dafez... o algo así —solté fríamente—. Sé que tu familia tiene una leyenda. Sé que buscas ganarte la confianza de Orbe para descubrir cómo pueden generar portales a tu mundo. Ese poder le pertenece a tu familia, por eso estás aquí.
Él parpadeó y en sus ojos se asomó un brillo punzante. Alrededor de nosotros se había levantado una hirviente nube de tensión, casi palpable. El silencio que sobrevino pareció ficticio, como si detrás se ocultara una resonancia aparatosa.
—Y creo... sé que puedo ayudarte a...
—¡No necesito tu ayuda! —atajó él, de repente exasperado, como si hubiera dicho las exactas palabras que no quería escuchar—. No necesito la ayuda de nadie. No quiero que nadie se entrometa más. Éste es mi deber, es mi misión y de nadie más.
—Ovack...
—No necesito que nadie más aparezca para morir por mi causa. Estuviste a punto de ser capturada, ¿acaso sabes qué te hubieran hecho? Sólo busco ayudarte para que vuelvas a tener la vida que tuviste antes. ¿Por qué no colaboras también?
De pronto, no supe qué responder. Él aspiró profundamente, como reponiéndose de aquel exabrupto y retomando su usual postura impertérrita. La sala pareció también lanzar un suspiro.
—Dala, no quiero que te entrometas en mis planes. Ésta será la última vez que hablaremos de esto. —De repente, su postura se tornó más calmada, pero aún así, mantuvo cierta rigidez. —No vas a volver a hablar con ese conector, me encargaré de eso. Te seguiré instruyendo, te ayudaré a cumplir con tu contrato, y nunca más nos volveremos a ver. Esto es lo mejor para ti, créeme.
Aquellas palabras me atravesaron como un bólido. Sobre todo porque las había pronunciado con su acostumbrada quietud. Pero ésta daba una falsa apariencia de serenidad.
—Pensé que éramos amigos —repliqué, ya sin argumentos.
—Y no estoy haciendo nada para perjudicarte. Todo lo contrario —repuso él. Aunque aún había resquicios de su reciente cólera, sabía que hablaba con sinceridad. —Te he ayudado muchas veces y lo sigo y seguiré haciendo. Eres mi amiga, pero ésta es mi misión.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro