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27. La voz detrás del umbral

Apenas nos habían concedido un día para prepararnos para aquel trabajo. Era una misión especial, simple pero requería rapidez y agilidad. Necesitaban creadores certeros y prestos, por esa razón habían convocado a divisiones específicas.

Mis compañeros y yo vestíamos el clásico atuendo negro, sosteniendo nuestros cascos en nuestras manos, esperábamos. La ansiedad previa a una misión estaba presente, pero se respiraban otros aditamentos en el ambiente. Cierto resquemor y humor taciturno, como si los rezagos del amargor aún pudieran saborearse.

Ellos se habían dispuesto a no mencionar el incidente de mi desobediencia a una orden directa de una socia de Orbe y eso no hizo más que certificarme que lo que había hecho era algo más o menos grave.

—Todos en Orbe están hablando de lo que sucedió —dijo Ulina, refiriéndose a la contienda en sí misma.

—¿Ya ves por qué es que todos lo ven como un lameculos? Él hará todo lo que le ordenen los socios, sólo para quedar bien —intervino Sétian a lo que Aluz y Ulina respondieron con una mirada de recriminación.

Me percaté de que yo también me había unido a ellos en aquella reacción. Por primera vez quise decirle a Sétian que se callara, pues él no había visto la secuela de lo que había sucedido allí. Él no entendía por qué Ovack hacía lo que hacía, pero no dije nada. En realidad, yo tampoco tendría por qué saberlo.

—Lo bueno de esto es que ahora todas las divisiones nos temen —finalizó, sin darle importancia a nuestros gestos ceñudos.

—A nosotros no, a ellos —puntualizó Aluz, y me ofreció un breve vistazo—. Nuestra participación en esta convocatoria ha sido de mero trámite, Orbe da más peso a los creadores. Si hemos ganado esta misión ha sido por Leo y Dala.

—Así que no desperdiciemos esta oportunidad —dijo de repente una voz desde la puerta de vidrio.

No supimos el momento en que Ovack había arribado a la estancia ni desde hacía cuánto llevaba allí escuchando. Pero él no gastó ningún momento en recriminaciones; hizo un ademán general con la cabeza para que lo siguiéramos y supimos que ya era hora.

El portal se abrió en medio de un gran salón vacío, que daba la impresión de ser un auditorio desalojado. No había espectadores; la parafernalia que estuvo presente en la primera misión brillaba por su ausencia y eso revestía esta inminente aventura de un entorno de mayor tensión.

—Quince minutos —anunció una voz resonante desde algún parlante escondido. Estaba claro que estábamos siendo observados desde algún punto indistinguible.

Quince minutos para regresar. Ya estaba al tanto del tiempo que nos estaban concediendo, y me había sorprendido desde el principio que fuera demasiado. Miles de cosas podían suceder en quince minutos. Al momento, todos encendimos las pulseras de nuestras muñecas que iniciaron una cuenta regresiva del tiempo.

Atisbé la espalda de Ovack, que permanecía rígida en frente de mí. Él nos ofreció una última contemplación para darnos a entender que lo siguiéramos.

Y sin más preámbulo, penetramos en el portal hacia la Noche Eterna.

Aquella visión fue enormemente distinta a la que tuve la primera vez. No había cielo ni luna, de hecho, el lugar al que arribamos era oscuro y cerrado, casi claustrofóbico y estaba embargado por un silencio sepulcral. Un verdadero laberinto tenebroso.

Ovack hizo una señal leve con la mano, tras la cual todos nos dispusimos en una posición de fila de a uno de manera ensayada y emprendimos una marcha silenciosa en un recorrido sinuoso que apenas emitía el sonido de unos tenues roces.

El silencio parecía un suave silbido que presionaba mis oídos, mis sentidos estaban más alerta de lo normal y procuré mantener mi respiración acompasada. Si dijera que no estaba nerviosa, estaría mintiendo. Lo estaba, pero esa emoción no me invadía. De alguna manera, sentía que la mantenía controlada.

Luego de ascender por unas estrechísimas escaleras, de repente, Ovack se detuvo en súbito y me hizo frenar de la misma manera; hubo un sonido hueco y brusco, y de pronto emergimos hacia un espacio de luz.

Aquello era tal y cual nos lo habían mostrado en el mapa del lugar previamente. Habíamos emergido de una trampilla que encerraba unos laberintos oscuros para desembocar en una sala ovalada e iluminada por unos faroles azulados.

Aquella construcción era indescriptible. Era inmensa y majestuosa, por donde quiera que se viera se podía encontrar diseños intrincados con figuras delicadas y ondulantes, algunas de las cuales brillaban en dorado. El techo tenía forma de cúpula y parecía resplandecer como si contuviera las estrellas del cielo. No obstante, lo que más llamaba la atención de esa sala circular era un prominente portón dorado, como si se tratara del umbral hacia un palacio, y alrededor de ésta se hallaban un sinnúmero de entradas sin puertas.

—Aquí nos separamos —anunció Ovack en un murmullo siseante; Ulina, Sétian y Aluz asintieron silenciosamente—. Encárguense de la distracción.

Y no necesitaron más palabras, los tres tomaron una de las rutas de las tantas opciones que tenían y desaparecieron en su interior sin mostrar ninguna vacilación. No me sorprendía la seriedad con la que se lo estaban tomando, pues su parte en aquella operación era vital. Y no podían fallar.

Ovack y yo nos refugiamos en las sombras de una de las aberturas, a la espera de lo que sucedería.

Esa misión era diferente de las que Orbe normalmente designaba. No nos encontrábamos allí para realizar ningún robo, nuestra tarea era dejar un objeto. Y la peligrosidad radicaba en que aquél no era cualquier lugar. Era un templo. Ésta era, por así decirlo, una misión sacrílega.

—Dala. —De repente me habló Ovack, su voz era un susurro apenas audible pero aun así, era firme. —No te separes de  mí, haz todo lo que te ordene al pie de la letra.

Asentí lentamente, consciente de que él estaba teniendo en cuenta que ya repetidas veces había contravenido sus mandatos y sugerencias. No era que yo tuviera un ánimo rebelde o que no valorara su criterio, simplemente sucedía, pero en esta ocasión estaba dispuesta a hacer lo que él me indicara sin cuestionarlo. Sabía que él había demostrado varias veces que consideraba mi bienestar. Era mi amigo, podía confiar en él.

Observé brevemente el tiempo que corría en la pulsera y exhalé un suspiro para controlar mis emociones. Ovack permanecía tieso como una estatua a mi lado, cual ave rapaz que espera el momento indicado. Me pregunté si acaso este asalto que estábamos realizando no le suscitaba ningún conflicto interno. Éste era un templo de su mundo, y él era un príncipe.

También vinieron a mí otras preguntas; qué era lo que había detrás de esa puerta dorada tan ostentosa, qué era lo que planeaba Orbe con este intento, pero esa era la información que esa empresa se negaba a entregar. Sin embargo, intuía que Ovack lo sabía.

Estuve a punto de murmurarle mis dudas cuando un par de personas que vestían una suerte de corazas y túnicas celestes emergieron de diferentes aberturas; lucían definitivamente como antiguos, pero sus atuendos eran muy distintos a los de Lax. Eran guardias, y unos  peculiares, pues llevaban puestas unas máscaras blancas lisas y marmoleadas, como si fueran a una de estas fiestas en Venecia.

Ovack se replegó en las sombras e hizo una seña para que yo lo imitara. Era uno de los cambios de guardia de los cuáles estábamos advertidos que debíamos evadir. El tiempo seguía fluyendo y el momento se aproximaba.

De repente, el portón dorado, como si despertara de un profundo sueño, empezó a emitir un sonido metálico como el de un mecanismo de engranes de reloj. Supe que estaba por abrirse y que ese procedimiento sería muy lento. El ruido del dispositivo mecánico hacía que retumbara un eco inevitable en toda la sala.

Ovack y yo estábamos expectantes, el tiempo casi se cumplía. Treinta segundos, quince segundos... Exhalé nuevamente.

Entonces sucedió. Lo primero que percibí fue el temblor en el suelo, luego vino el retumbe de las paredes y finalmente el estruendo. Hubo un enorme BOOM en alguna parte perdida de aquel inmenso edificio magistral. Esa era la distracción, y nuestro momento.

Casi seguidamente se escucharon gritos de alarma, y una letanía consecutiva de pasos. Carreras apresuradas, una estrepitosa algarabía. Ante nosotros, la apacible estancia circular de pronto se vio abarrotada de guardias que emergían de todas partes hacia el sonido de la catástrofe. Luego de unos instantes de súbito ajetreo, la sala retomó su calma y el alboroto incesante se circunscribió hacia algún lugar distante de nosotros. La cadencia de la puerta dorada continuó sin prisa.

—Quédate aquí y no hagas nada —ordenó Ovack.

—¿Qué? Pero... —repliqué, aunque me había estado concientizando en no hacerlo.

—Quédate aquí.

Él me dedicó un último vistazo y pude ver la exigencia en sus ojos grises detrás de la lámina del casco, y sin mediar palabra, un disco de vidrio se materializó  bajo sus pies y se elevó hacia el lejano techo de esa bóveda a una rapidez vertiginosa.

Yo permanecí ceñuda, observándolo. La misión era peligrosa pero simple.

Sólo teníamos que enterrar un aparato cúbico que nos había encargado Orbe en el punto más alto de esa instalación. Literalmente hablando, "enterrar." Y fue eso lo que hizo Ovack; ni bien alcanzó la cúspide, materializó un tipo de taladro enorme, agujereó sin contemplación el techo y descargó el paquete que estaba contenido en un morral especial.

Yo no dejaba de lanzar vistazos de la pulsera hacia él y luego hacia los alrededores como un animal acorralado. Aunque lo estaba haciendo rápido, era muy ruidoso. Sólo esperaba que el bullicio que habían armado Aluz y los demás ocultara el que estaba haciendo Ovack.

Pero no fue así. Por el rabillo del ojo noté primero una silueta celeste y al momento siguiente ese guardia enmascarado estaba creando unas púas afiladas de un tamaño descomunal en dirección a Ovack. No tuve tiempo de cerciorarme si él se había percatado a tiempo o no. Casi como un acto reflejo extendí mi brazo para crear un muro de cristal que creció mágicamente desde el suelo hasta envolver la creación del guardia.

No sé si fue un error, ni siquiera lo había pensado, fue una reacción pura, pero lo que sí fue una equivocación fue creer que ese sería mi único rival.

De pronto la sala se cubrió de estallidos, objetos que se hacían trizas y añicos salpicando por todas partes. Los enmascarados parecieron emerger de las aberturas como si fueran abejas que salen de un panal y todo fue una confusión total. Supe que todo estaba cayendo hacia una vorágine de caos y que tenía que hacer algo.

—¡Ven aquí! —escuché la voz de Ovack por sobre todo el escándalo.

Claro, debía alcanzarlo. Casi no podía vislumbrarlo por las columnas de creaciones que habían brotado por todos lados. Si lo alcanzaba todo estaría bien.

No dudé, no podía. Un círculo de cristal apareció bajo mis pies y me proyecté hacia arriba justo a tiempo pues los muros que me protegían estaban por ceder. Apenas podía atisbar la silueta negra de Ovack. Entre las creaciones puntiagudas podía ver que él estaba también defendiéndose.

Dala.

De repente algo me frenó.

Dala. Dala. Ven aquí.

Aquella voz me inundó por completo, como una ventisca diferente. Un soplido sobrenatural. La puerta dorada estaba aún abriéndose y desde sus adentros parecía emanar un rumor distinto.

—¿Cómo sabes mi nombre?

No me había dado cuenta que me había quedado suspendida en el aire, observando totalmente prendada hacia el umbral dorado. Y fue un craso error.

Cuando volví en mí misma, ya no pude encontrar a Ovack, ya no pude encontrar nada porque de pronto todo ennegreció súbitamente al tiempo que percibí que algo me había alcanzado. 

Cuando abrí los ojos, inmediatamente me asedió un dolor punzante en el costado y me encogí de forma involuntaria.

Oh, rayos. Pensé de inmediato. El portal... el portal de regreso.

Me pregunté cuánto tiempo había sucedido, cuánto tiempo había permanecido inconsciente y el pánico total me empapó como si se tratara de un balde de agua fría. Varias figuras circundaban en torno a mí, sombras celestes que se definieron al poco tiempo. Eran los guardias enmascarados, eran al menos tres, y cuando intenté alejarme de ellos, me percaté de que llevaba unos extraños grilletes en las manos y los pies, mi casco estaba a unos metros de mí, hecho añicos.

¿Dónde está Ovack? ¿Dónde estoy yo?

Esto era malo. Muy malo.

Ellos murmuraban cosas incomprensibles, el idioma sibilante e enigmático de Ovack, mientras yo gimoteaba en el suelo, tratando de desasirme. Sospechaba que ellos me lanzaban miradas recelosas pero no podía estar segura del todo pues no podía verles el rostro. Sin embargo, caí en cuenta de algo, faltaban un par de minutos para que apareciera el portal, lo podía ver en la pulsera de tiempo. Tal vez aún podría lograrlo.

Aún podía.

La idea de esa posibilidad me dio el empuje que necesitaba para serenarme. Respiré hondo una vez y procuré crear algo que me ayudara a zafarme. Lo intenté una, dos, tres veces. Entonces algo comenzó a acalambrarme el cuerpo, como si me succionara la energía. Supe que algo no estaba bien, había algo que me impedía crear. Lo estaba haciendo bien, pero simplemente no obtenía resultado.

Tal vez por esa razón los guardias ni siquiera reparaban en mí como un peligro. ¿Qué me habían hecho? ¿Por qué no podía defenderme? La consciencia de mi situación real hizo que de repente mis manos empezaran a temblar de pavor.

De pronto uno de los enmascarados me sostuvo del brazo y me forzó a ponerme de pie. Emitió algún aviso a sus compañeros y ellos asintieron al instante, más apremiados por el alboroto de los continuos estallidos que seguían surgiendo de algún lugar desconocido. Entonces supe que realmente estaba en problemas, y ya no pude evitar que una ola de terror me embargara por completo.

Traté de desasirme pero sea lo que fuera que me habían hecho, cada vez me sentía más débil, y mis pobres intentos no hicieron ni siquiera tambalear a mi opresor. Pero lo intenté de nuevo, forcejeé, traté de tumbarlo, y sobre todo, traté de crear. Y cada vez que hacía esto último, sentía que algo drenaba mi energía vital. El guardia me asió de los hombros con una fuerza que superaba a la mía y me condujo sin mucho esfuerzo por pasillos a los que ya no prestaba atención. Languidecía y apenas me sostenía, mi respiración era agitada y sólo podía pensar en que no volvería a ver a mis padres y a mis amigos, que en cualquier momento Ovack y los demás tendrían que irse sin mí. Me pregunté si es que acaso volvería a ver a Ovack otra vez. Y me sorprendí a mí misma por tener aquel pensamiento, y mi sorpresa se acentuó cuando un par de lágrimas cayeron sin que me diera cuenta.

Ah, debe de dolerme demasiado. Pensé, y me mordí el labio como si intentara contenerlas, sin embargo, otras lágrimas cayeron, y otras más.

—Dala, Dala.

Levanté mi vista de inmediato. Esa voz familiar... No había sido consciente en qué momento había arribado a un rincón obscuro y alejado de todo el ajetreo. Observé al guardia con los ojos desencajados, totalmente atónita, mientras él se retiraba la máscara.

—¿Lax? —inquirí dejando caer mi mandíbula—. ¿Qué haces...?

—No hay tiempo para explicaciones. Tengo que sacarte de aquí —espetó él apresuradamente, haciendo que las palabras sonaran raras y por un instante, creí estar viendo alucinaciones—. Tienes que seguir de frente —me indicó señalándome un pasillo—, pero te perseguirán, debes huir. Idzen te está esperando.

—¿Qué? ¿Ovack? —emití sin contener una leve sonrisa de alivio, quise hacer más preguntas pero decidí dejarlo para después—. Está bien.

Lax miró a ambos lados y atravesamos uno de los pasillos principales a grandes zancadas. Luego, él materializó una llave extraña y extrajo de mis muñecas y mis pies los broches de hierro que me aprisionaban. De pronto sentí que se me retiraba un enorme peso de encima. Intuí que esos objetos eran más que simples esposas, y que eran los que habían causado ese efecto debilitador.

—Hasta aquí es donde puedo traerte sin levantar sospechas —finalizó Lax, mirando de nuevo a ambos lados, como si esperara que algo nos atacase de pronto—. Ve.

Una vez libre, me dispuse a emprender la carrera. Pero antes me volví para ofrecerle una breve sonrisa.

—Gracias.

Entonces un centelleo parpadeó en sus ojos verdes y esbozó una sonrisa ladeada, más propia de él.

—Claro —murmuró con un gesto de suficiencia—. Me debes una. Ve.

La dirección que él me había indicado desembocaba en un aluvión de traqueteos, como si estuviese desarrollándose la destrucción de un huracán. No tenía mucho tiempo, el portal ya debería estar allí y solo duraría unos segundos.

Me percaté que aún me acuciaba cierta debilidad y un cansancio paralizante cuando creé de nuevo el vidrio bajo mis pies. Pero tenía que ser, tenía que soportar hasta llegar. Me sentí como un carro con escasa gasolina que tenía que hacer un trayecto de mil kilómetros, así que bajo esa lógica, hice lo más sensato. Pisé el acelerador.

Cuando penetré como un bólido enloquecido en la turbulenta zona de fuego, me dio la impresión de que varios ojos se posaron sobre mí. Y así debió ser, porque de repente empezaron a volar a mi costado toda clase de proyectiles. Pero ya estaba más cerca, Ovack debía estar dentro de esa muralla en forma de iglú que los enmascarados estaban pretendiendo derribar.

Entonces algún desalmado acertó en la base sobre la que levitaba y caí de bruces en el suelo soltando un sonoro grito. No obstante, me levanté de inmediato, pero supe que ya no tendría fuerza para crear más cosas.

El domo de piedra estaba ya bastante cerca. Él me había dicho que si dudaba entonces debía rendirme. Y coincidía, ya no podía crear en el estado en el que estaba pero aún podía correr.

Una pequeña grieta circular se abrió en el fuerte de piedra y vislumbré su figura a lo lejos, su rostro, desprovisto de protección. A pesar de la distancia pude distinguir la alarma en sus ojos al reconocerme, sus pupilas dilatándose y que pronunciaba mi nombre. Entonces emprendí la carrera, corrí como nunca lo había hecho, sintiendo el aliento de mis perseguidores en la espalda. Me sentía tan ligera como una pluma, como si mis pies apenas rozaran el suelo y aun así mi impulso era tan enérgico como el de un resorte liberado, pero sabía que me quedaba poco tiempo. Era como el último fulgor de la llama de una vela antes de apagarse. El domo había abierto una abertura para mí y me estrellé en súbito con Ovack, el ímpetu de mi impulso lo hizo retroceder unos pasos, y me sostuvo por los hombros para que no cayera.

Escuché que el ruido de la persecución se perdía muy detrás de mí, como si se creara una muralla entre ellos y nosotros. Entonces supe que estaba a salvo. Sólo esa certeza hizo que toda mi energía, toda mi fuerza, me abandonara de inmediato, y la consciencia de mis alrededores empezó a temblequear. Pude sentir los efectos de la energía drenada de mi ser. La hirviente ofuscación que me había acompañado sin que me hubiera dado cuenta, se dispersó como una hoguera que se va apagando. Pero sabía que ya estaba a salvo. A salvo.

—¿Estás bien? —escuché que Ovack me preguntaba y me sorprendió encontrar una inflexión de vívida preocupación en su voz. Estaba hundida en su pecho y apenas podía sostenerme en pie, por un instante me sentí caer pero nuevamente, él me retuvo.

—¿Estás bien?

Luego dediqué horas en meditar porqué hice lo que hice, pero en ese momento me pareció algo inevitable, irresistible. Puede ser que no estuviera pensando con claridad. O puede ser que sí, tal vez cuando estamos más vulnerables, hacemos lo que no nos atrevemos hacer.

Cuando levanté la mirada, los ojos grises de Ovack me observaron con detenimiento, comprobando si yo seguía estando completa. Su faz, siempre seria, controlada, parecía en ese momento incapaz de ocultar su alteración. 

Me esforcé por incorporarme, aunque me sentía como una muñeca de trapo; no me separé de él, mi mente estaba exhausta y entumecida. Levanté mi rostro hasta llegar al suyo y sin mediar ningún pensamiento ni explicación, lo besé. Sentí la sorpresa en sus labios y eso fue lo último que sentí pues después todo se envolvió de un color turbio y acaeció un suave silencio.



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