22. Algo insultante
Aquella noche fue el segundo asueto que tuve del trabajo de Orbe y no me quejaba. Llegó un correo dirigido para toda la división de parte de Leo. Y algo me decía que quien había escrito eso había sido Aluz, en realidad.
Fue un tiempo providencial que aproveché para meditar en todo lo que había visto y oído, y cotejarlo mentalmente.
Siempre había tenido la impresión de que Aluz era, de alguna manera, más cercano a Leo que Ulina y Sétian. O al menos, no compartía el mismo temor distante que ellos le tenían. Aunque siempre lo había notado accesible, Aluz era también resguardado y medido.
Antiguos en Orbe. ¿Cómo habían llegado? ¿Por qué trabajaban allí?
¿Y encima en Orbe pensaban que Leo era un adulador?
¡Claro que lo era! Claro, necesitaba serlo. Ellos estaban allí por una razón, nadie hace nada gratuitamente.
Las misiones exitosas, el anhelo de trabajos más complejos, el deseo desmedido de Leo de ascender en Orbe. Y también, aunque era un fragmento que no correspondía al rompecabezas, el que todos los que se involucran con la Noche Eterna tenían una razón de ser.
Le di vueltas, muchas vueltas, a todo lo que había ocurrido toda la noche, hasta que algo cobró cierta forma en mi cabeza. Una forma indefinida pues más eran las piezas que me faltaban que las que tenía. Y seguí pensando en eso hasta quedarme dormida.
—Distraída también hoy, para variar —me reprochó Sara en el refrigerio—. ¿Pensando en tu amigo de negro?
—Podría decirse —respondí con sinceridad y me arrepentí de haber sonado algo críptica, así que procuré rectificarme—. Es que me acabo de enterar que viene de una tierra lejana... y que le agrada mi sazón.
Lo último lo agregué porque ella estuvo a punto de preguntarme de dónde provenía él, y por el contrato de Orbe, no hubiera podido responder a aquella pregunta. De manera literal, no hubiera podido.
—¡¿Cocinaste para él?! —vociferó emocionada y se fundió en sus propios chillidos. Tal vez hubiera chillado menos de saber que aquella experiencia tuvo más de comedia que de romance.
Al caer la tarde, mientras esperaba la llegada del portal para las usuales clases de creación, en mi mente no dejaba de rondar la idea de que tal vez, ya que la leche ya se había derramado, Leo y Aluz accederían a contarme todo y darme respuestas. Después de todo, no les iría mal tener una ayuda adicional de cuando en cuando, tomando en cuenta que en mi currículum podía jactarme de que era una creadora.
No era una decisión esculpida al detalle, era tan sólo una idea. Lo que yo no sabía, era que distaba mucho con los planes de ellos.
Se me había ocurrido prestarle especial atención al semblante de Leo cuando me viera, pues sería el primer encuentro luego de aquel espectáculo que había hecho. Precisamente pensaba en eso al atravesar el portal de luz; y al arribar a la sala del departamento, la sorpresa que hallé me hizo componer un leve espasmo.
—Pequeña Dala —me saludó cordialmente Aluz con un leve movimiento de la cabeza.
Él estaba sentado en el sillón de la sala y me descompaginó tanto verlo allí que por un momento casi olvidé devolverle el saludo. Ya no lo envolvía ese halo de desconfianza que había manifestado el día anterior, sino que se mostraba como siempre lo había hecho ante mí, amigable y apacible.
Cuando él me hizo el ademán de que me sentara en frente de él, lancé un recorrido visual por toda la sala y el vestíbulo sin pensarlo.
—Leo no está en este momento —me informó adivinando que lo buscaba—. Vendrá en unos minutos.
—Oh, ya veo —atiné a decir—. Y... ¿ya se ha... recuperado?
Hubiera preferido llenar ese silencio con más silencio porque de repente esa pregunta se me antojó ridícula. Sin embargo, Aluz asintió con normalidad, como si todos los días tuviéramos una conversación sobre personas drogadas.
—Leo ha insistido en traer... algo y quería aprovechar ese tiempo en tener una conversación contigo —dijo y no pude evitar percibir su postura como la que adoptaría un hermano mayor.
Aluz no pasaría de los veinticinco años, pero en ocasiones su semblante de una calmada seriedad le hacía ver mucho mayor y al mismo tiempo, inspiraba cierta confianza. Sin embargo, en ese momento, esas palabras me hicieron dar un leve respingo. Uno que supuse que sería como el que tenían los enamorados cuando sus novias les decían el famoso "Tenemos que hablar".
Asentí casi ceremonialmente y él me contempló de forma accesible antes de continuar.
—Voy a hablarte directamente, Dala —inició y su postura de pronto se volvió formal—. Lo que sabes de nosotros es peligroso, te sugiero que lo olvides y que no indagues en eso. —Estuve a punto de replicar pero él continuó. —Ya debes haber deducido que los dos no pertenecemos a este mundo y que buscamos algo en Orbe. Pues sí, así es. Llevamos mucho tiempo en esto, llevamos años, Leo más que yo, pero todo nuestro esfuerzo podría venirse abajo...
—Yo no diré nada —interrumpí, sentí que debía dejarlo en claro—. En serio, lo prometo. No diré nada.
Tenía que reconocer que las palabras de Aluz eran calculadas, no estaba revelando nada más allá de lo que yo podría saber. Pero me estaba hablando con la verdad, y tenía que devolverle la consideración.
—La verdad es que no tengo idea de qué es lo que buscan, pero estoy segura de que es para los mejores intereses de su mundo. No tengo ninguna intención de perjudicarlos —pronuncié casi atropelladamente.
—Y lo sabemos, pequeña Dala —cotejó Aluz con serenidad—. Lo que trato de decirte es que ya no te involucres más de lo que ya estás. Sigue colaborando en la división, sigue reforzando tus habilidades de creadora. Sólo sigue la corriente y pronto podrás terminar tu contrato con Orbe. Te ayudaremos, por supuesto, nosotros también nos estamos beneficiando de tu participación. Pero olvida todo lo que sabes, no indagues más. No indagues más. Lo digo también por tu propio bien.
Guardé silencio y volví mi vista a mi regazo. Era un consejo bastante sensato, pero era precisamente lo opuesto de lo que yo quería hacer. No sabía exactamente porqué pero lo único de lo que estaba segura era que quería saber más.
—¿Incluso cuando tal vez... pueda ayudarlos? —me atreví a preguntar, ante lo cual Aluz soltó un involuntario sobresalto, pero se recompuso de inmediato.
—No, eso no —sentenció, acompañando esas palabras con un suave ademán—. Leo y yo coincidimos en que no te queremos involucrada en esto.
Los ojos claros de Aluz reflejaron firmeza y ni siquiera terminó de decir las últimas palabras para que supiera que lo que pedía me sería imposible de hacer. Tal vez era una tontería o una ridícula corazonada. Pero las palabras de Lax y la pregunta que Leo no llegó a responder... Tal vez todo era el resultado de una horrible casualidad, de una desastrosa alineación de planetas. Pero ¿y qué tal si no lo era?
Aluz me miró de reojo mientras asentía lentamente y en su rostro afable no pude leer incertidumbre o duda. Era más sencillo que hablar con Leo, muchísimo más sencillo.
En el momento en que Aluz estuvo a punto de decir algo más, un portal de luz apareció en medio de la sala y de pronto Leo estaba en frente de nosotros, con sus usuales atuendos negros y un folder bajo el brazo. Posó sus ojos grises brevemente en mí, de hecho, fue demasiado breve, pareció ávido por ver cualquier otra cosa. Aparte de ese desacostumbrado gesto, su estoicismo había vuelto a ser el de siempre y nos dedicó un saludo formal con la cabeza.
—Entonces... —le dijo Aluz a Leo mientras se levantaba y tomaba la tablet—, ya no hay más por hacer. Está en tus manos.
Intercambiaron una mirada que podía significar muchas cosas pero ninguna de ellas era un pensamiento feliz. Luego, otro portal se materializó en medio de la sala y Aluz se despidió con una sonrisa amable antes de fundirse en él.
Cuando Leo tomó el asiento que había dejado libre Aluz, lo noté bastante más descansado que en los últimos días y sin mediar palabra comenzó a buscar un documento en el folder que había traído consigo. No me sorprendía especialmente que él hiciera como si nada hubiera sucedido, sin embargo, había algo inusual en él. Seguía igual de impasible pero había algo diferente.
Entonces, cuando reparé en sus movimientos rígidos y que evadía mi mirada a propósito, caí en cuenta de que se encontraba abochornado... o algo parecido a eso. El sólo comprender eso me hizo soltar una suave risita involuntaria. Esta vez, Leo me lanzó una mirada indescifrable pero que tendía a la irritación.
—No te preocupes —me apresuré a decir, agitando la mano en el aire—. No le diré a nadie que no te gusta la comida chatarra.
Él parpadeó y en realidad, no pareció afectado en ningún sentido más allá de eso, pero podría jurar que los cabellos de su nuca se erizaron.
—Lo que pasó ayer no importa, sólo olvídalo —dijo como si fuera algo irrelevante y volvió a rebuscar en su folder—. Sólo olvídalo.
Me estaba preguntando si acaso era posible que él pudiera ruborizarse cuando extrajo una hoja de papel, la colocó sobre la mesa de vidrio en frente de mí y, a continuación, materializó un bolígrafo. De repente mi sonrisa se borró.
—Quiero que firmes esto.
Contemplé la hoja unos segundos en silencio antes de tomarla. A pesar de que mi mente estaba en blanco, un susurro sordo me hablaba. Sospechaba qué era.
"Yo, Dala Mayo, por medio del presente documento me comprometo a..."
Ni siquiera llegué a las tres primeras líneas para comprobar de qué se trataba, pero aún así terminé de leer hasta el punto final, casi como si esperara que dijera que se trataba de una broma.
Era un contrato, del mismo tipo de acuerdo como el que había firmado con Orbe, pero éste me obligaba a no revelar lo que había descubierto sobre Leo y Aluz. Obviamente, era un acuerdo clandestino para Orbe y había sido redactado por Leo y Aluz.
No. Aluz lo había mencionado antes. Había sido idea de Leo.
—¿Tú quieres que firme esto? —Me sorprendió escuchar mi voz como un hilo de incredulidad. —¿Mi palabra no cuenta?
—Es necesario —dijo él—. Éste es un medio más seguro.
—¿Y por qué mejor no me cortan la lengua? ¿Qué hay más seguro que eso?
Casi escupí esas palabras, no había sido mi intención pero sucedió así. Leo arqueó una ceja, como si no hubiese esperado esa reacción. No tenía idea de qué era lo que esperaba, pero si era que lo admirara por ser el paradigma de la precaución, iba a tener que esperar mucho tiempo.
Entonces tomé el bolígrafo de la mesa y garabateé mi firma con tanta furia que casi rompí el papel, seguidamente arrugué el contrato hasta hacerlo una bola y se la lancé directamente en su cara. Leo se movió con prontitud por inercia, pero el papel rebotó en su hombro.
—Ahí tienes tu cochino contrato —espeté y sólo entonces me percaté de que estaba explotando de cólera.
Leo arrugó el entrecejo y me miró con cautela pero no dijo nada. No me había dado cuenta que me había puesto de pie, mis puños presionados con fuerza y mis brazos tiesos y estirados.
—¿Acaso crees que iré corriendo a decirles a todos en Orbe que ustedes son antiguos? —continué ante su silencio; él no hizo ningún intento de responder, sólo me observó, estoico—. ¿Por quién rayos me has tomado? ¡No soy una soplona!
Él parpadeó un par de veces pero no varió su semblante. Era tan perturbador que él fuera así. Exasperante. Ahora sabía que cada parpadeo, cada mirada, cada mueca era un mundo de significados. ¿Y cómo podría yo interpretarlos todos?
—Tranquili...
—¡No! —atajé sin reparo—. Está bien que desconfíes de mí, pero esto es insultante. Pensé que éramos amigos.
Entonces él entornó casi imperceptiblemente los ojos.
—De acuerdo, en ese punto estás siendo injusta —declaró con una enfática contundencia—. El que seamos amigos o no, no implica que yo deba dejar desprotegidos a mis secretos. Es algo que debo hacer, hay algo más importante implicado en esto que una simple amistad.
No me sorprendía que él hablara con un frío realismo, pero sí reparé en que lo hacía con sinceridad. Aunque eran palabras rigurosas, no hicieron más que intrigarme. ¿Qué era lo que estaba en juego? ¿Qué era lo que estaban haciendo él y Aluz? Y, por sobre todo eso...
—"Amistad", dices —acoté sin pensar—. ¿Entonces sí somos amigos?
Luego de mi anterior arrebato, preguntar eso me hizo sentir avergonzada e impropia. Extrañamente, Leo no parecía fastidiado como era usual en él cuando alguien le recriminaba algo... o le tiraba cosas.
—Somos amigos, por supuesto —respondió y luego se reservó unos segundos antes de continuar—. Creo que puedo decir que te considero una amiga.
Aunque no se le notó mucho, pareció algo incómodo al decir eso, como si prefiriera pasar ese momento lo más rápido posible.
—Pero aún así, tenías que asegurarte —repliqué, pero a decir verdad, el momento de la ofuscación había pasado.
—Sabes que provengo de la Noche Eterna, y en realidad, eso ya es demasiado —explicó él—. Es una información peligrosa y ya se ha arriesgado y perdido mucho en esto. Tengo que tomar medidas, y si las consideras insultantes, está bien. Pero igual debo hacerlo.
Esbocé una mueca y me miré las zapatillas como si hubiese algo interesante en ellas. Ya sabía que él era un antiguo, pero escuchárselo de él era un tanto extraño. Extraño y a la vez, hiriente, porque en otras palabras, me estaba diciendo abiertamente que no pensaba compartir nada de lo que él era.
Hay un suceso peculiar cuando uno se da cuenta que tiene un amigo; hay un momento en el que quieres saber más de él y quieres que él confíe más en ti, que se revele solo. Me pregunté entonces ¿en qué momento habíamos llegado a eso? O, mejor aún ¿Por qué creí yo que habíamos llegado a eso?
Qué tonta. Realmente, no debí haberme hecho un castillo en el aire. Tampoco debía de tomarme aquel entendimiento tan a pecho. Debí haberlo visto venir.
De nuevo, qué tonta. Pero ¿qué amigo es ese que no puede fiarse de ti?
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