19. Universo personal
—Cuando dos personas comparten el mismo sueño, se crea un vínculo entre ellos y a medida que pasa el tiempo, ese vínculo se fortalece —explicó Leo, había cruzado los dedos de sus manos para apoyar su mentón en ellos y observó con el entrecejo levemente arrugado los objetos que yacían sobre la superficie helada de la mesa de vidrio—. Lo que vamos a hacer ahora es obstaculizar ese vínculo que está en tu mente. Tenemos que hacerlo rápido; ese sujeto parece tener una habilidad muy avanzada y nosotros estaremos indefensos porque no se puede crear nada en los sueños.
—No me digas —comenté sardónicamente ante lo último pero entonces reparé en un detalle de lo que había dicho—. Espera, ¿"Estaremos indefensos"? ¿Cómo es eso? ¿Vas a estar dentro del sueño también?
Leo alzó elegantemente una ceja ante mi actitud pero no le dio importancia.
—Voy a ir contigo, por supuesto —dijo resueltamente—. Tú no tienes ni idea de cómo funciona esto.
Arrugué mi frente, perpleja, ante una lista de preguntas que se agolpaban para ser respondidas.
—¿Acaso eres un conector? —inquirí, mirándolo de reojo.
—No —aclaró él con simpleza, luego tomó la soguilla blanca que había colocado en el centro de la mesa. Parecía que eran retazos de cuero trenzados artesanalmente, pero al contacto con la luz lanzaba un sutil brillo tornasolado.
Aquel era uno de los dos extraños objetos que había traído envueltos en una franela, los había colocado sobre la mesa, en frente de mí como para exhibirlos pero sin explicarme nada.
Él levantó ligeramente su índice para materializar una tijera, cortó aquella tira blanca en dos mitades, rodeó su muñeca con una de ellas y se hizo un nudo a manera de pulsera; y me entregó la otra a mí sin mucha ceremonia. Había una suerte de armonía en la forma como Leo hacia las cosas, si debería ser más específica, diría que era una armonía robótica pero al mismo tiempo interesante. Como me quedé mirando aquella trenza blanca como tonta, me hizo una seña para que hiciera lo mismo que él había hecho.
—En la Noche Eterna los antiguos que no son conectores, que son la mayoría, usan esto para compartir sus sueños —me indicó mientras estaba intentando atarme el nudo. Se me ocurrió preguntarle qué clase de enfermos acuerdan encontrarse en sueños pero como mi nudo no era suficientemente fuerte tuve que hacerlo con los dientes—. Mientras tengamos esto, nuestros sueños estarán sincronizados. Nunca va a ser lo mismo de lo que puede hacer un conector, pero va a bastar.
—Ya veo... —comenté mientras admiraba mi nuevo accesorio. En verdad se veía bonito, y no pude evitar pensar que era algo raro que Leo y yo estuviéramos compartiendo un mismo ítem. —Espera... —dije de pronto, cayendo en cuenta de algo—. Esto... ¿lo robaste de Orbe?
Con la salvedad de un parpadeo, el rostro de Leo permaneció impertérrito. Entonces supe que yo estaba en lo correcto.
—Pero... ¡¿en serio lo robaste de Orbe?! ¡¿Qué va a pasar si te descubren?! ¡¿Qué...?! —Ni siquiera supe qué más imprecarle, me quedé boquiabierta observándolo y agitando mis manos. Leo compuso un semblante de circunstancia que se acentuó más con sus inminentes ojeras.
—Jamás se darán cuenta —dijo por fin, y atisbé una leve nota de jactancia en él—. Obré muy fino, y además, un ladrón que es robado no puede quejarse.
Me quedé estática, mirándolo. Algo en la forma en la que dijo lo que dijo me hizo darme cuenta de que ésta no era la primera vez que atentaba de esa forma contra la empresa; y eso vino acompañado de otra certeza: su lealtad hacia Orbe no era más grande que un dedal. Aquello vino como un fugaz flash de luz, recapitulé velozmente otros hechos. No había dudado en alterar el informe, de alguna manera misteriosa tuvo en su poder un contrato en blanco, y ahora le robaba a Orbe.
—En Orbe dicen... —balbuceé antes de que me detuviera a considerar mis palabras—. Dicen que apuñalaste por la espalda a Ditro cuando estabas en su división.
—¿A qué viene eso?
Si es que mi comentario lo sorprendió, lo disimuló muy bien. Ni siquiera se mostró ofendido ni con intención de negarlo. De hecho, esa reacción casi confirmaba que él estaba al tanto de todo lo que se decía sobre él.
—Sólo me preguntaba si es que tenías alguna estima por el concepto de lealtad.
Entonces me observó por un enigmático instante, sus ojos grises parecieron analizarme, medirme. Como si considerara la idea de responder a esa pregunta o no, pero finalmente dijo:
—No puede decirse que se traiciona a alguien cuando nunca hubo una lealtad declarada de por medio. Nunca me agradaron ni él ni sus métodos y eso era vox populi. Debió verlo venir, ese fue su error. Pero si queremos ser melodramáticos, podría decirse que lo traicioné.
Una respuesta muy pragmática y también algo cínica, me asombró por unos segundos que hubiera tenido la apertura de confesarme al menos eso. Y claro, él no tenía ninguna estima por la empresa. ¿Por qué se empecinaba en fingir ante los demás una inquebrantable fidelidad?
—¿Es lo mismo con Orbe? —inquirí.
—No tenemos todo el día para charlar —atajó él con parquedad—. Puedes dormir en el sofá o en donde quieras.
Sus palabras me trajeron de vuelta a la realidad de mi situación. Él se limitó a tomar el segundo objeto de la mesa y guardárselo en el bolsillo, era una suerte de moneda cuadrada con algunos grabados incomprensibles.
—¿Quieres que duerma ahora? —cuestioné, un tanto enredada—. ¿Aquí?
—Sí —respondió sin aspavientos; parecía que el recato no representaba ningún problema para él—. ¿Quieres una manta y una almohada? —Lo último fue una pregunta retórica salpicada de sarcasmo para dar énfasis a su orden y eso me fastidió.
—Sí, eso quiero.
Él enarcó una ceja ante mi respuesta pero al instante siguiente tronó sus dedos y ambas cosas cayeron sobre mi cabeza sin ninguna cortesía.
Para ser sincera, estaba muerta de cansancio, estaba segura de que si me daban unos cinco minutos de silencio y un lugar cómodo y cálido, iba a caer en los brazos de Morfeo sin mucho esfuerzo. Pero debía confesar que, aun así, un leve cosquilleo de nerviosismo me circundó. Nunca había hecho una pijamada en casa de un chico, y puede que sonara estúpido pero eso era lo que me estaba contrariando.
Agradecí infinitamente que Leo se retirara a su vestíbulo a no sé qué hacer, entonces aproveché para envolverme en la manta como un gusano de seda y confinarme en una esquina del largo sofá de la sala. No tuve que acomodarme demasiado para sentir la fuerza del cansancio arremetiendo contra mí, como detectando aquel momento de confort. Mis párpados se cayeron solos y lo último que escuché antes de que todo se volviera negro fueron unas palabras que Leo decía a lo lejos pero no pude llegar a entender qué era.
Oh, rayos. No he estudiado para este estúpido examen. Pensé mientras la profesora nos repartía las hojas y para mi total conmoción y consternación, era un manojo de al menos veinte páginas todas con letras pequeñas. Ni siquiera podía entender la primera pregunta, ni la segunda, ni la tercera, pero podía escuchar que a mi alrededor todos escribían rápidamente como si garabatearan en el papel y pude notar por el rabillo del ojo que Sara y Melissa Marcan también estaban dando el examen.
—No perdamos tiempo —escuché de repente la voz de Leo detrás de mí, que rompía con el silencio aplastante del salón. Cuando me volví, él se estaba levantando de un asiento que estaba entre los últimos de una fila.
Todos los ojos del salón se posaron en él y la profesora empezó a pronunciar algo; pero él verlo ahí, como una pieza incoherente y fuera de lugar rompió la conformidad de aquel entramado.
Ah, claro. Esto es un sueño. Recordé de pronto y como si eso rompiera el hechizo, la atmósfera de nuestro alrededor se tornó menos mecánica y fría; fue como si asumiera un aire más familiar, como si me diera la bienvenida a mí misma. La profesora calló y me percaté que una puerta había aparecido detrás de ella, le lancé una mirada de aviso a Leo y ambos nos encaminamos hacia la salida, en medio de murmullos ininteligibles. Noté que incluso la Sara de mi sueño se había quedado embobada mirando a Leo.
—Este sueño es tuyo, tu universo onírico personal —señaló él luego de atravesar la puerta. Sin embargo, no nos encontramos con el pasillo de mi escuela sino con un paraje bastante similar al del interior de la Estrella de la Muerte de Star Wars. —Los sueños son subjetivos y muy sensibles, responden a intereses tuyos, anhelos, deseos o temores.
Recordé que hacía poco había vuelto a ver un pedazo de esa película, este escenario estaba muy fresco en mi memoria; a nuestro costado estaba una amplia ventana desde donde se podía apreciar el espacio y el camino blanco que teníamos en frente estaba desierto.
—Mientras siga siendo tu sueño, estaremos bien. Si el conector establece el vínculo otra vez, lo sabremos y estaremos en problemas —continuó mientras seguíamos el pasillo.
—¿Qué tenemos que buscar?
—Una puerta... debe ser una puerta —dijo como si no tuviera total certeza—, en realidad, puede ser cualquier cosa. Buscamos la conexión entre el antiguo y tú. Tu subconsciente ya lo sabe, así que debe estar guiándonos hacia allá.
—¿Y cómo estás tan seguro?
—Porque la mente es infalible. —Esta vez había una nota de contundencia en sus palabras, y también de una disimulada admiración; parecía que él mismo no se percataba que estaba demostrando inadvertidamente que aquel tema le apasionaba. —Tu mente es despierta y ágil, así que podemos contar con ella.
—Y eso ¿cómo lo sabes?
—Por la forma cómo creas.
—Oh...
No me sorprendía que él fuera un tipo observador, es decir, si estaba mucho tiempo callado, tenía que haber actividad en su cabeza en ese lapso de tiempo. Y eso era muuucho tiempo. También debía anotar algo que ya sospechaba, y era que aunque no lo viera saltando de emoción, a él le gustaba ser un creador, y me parecía que también le entretenía enseñarme. Me pregunté si es que siendo meticuloso como él era, también estaba coleccionando una serie de conclusiones sobre mí al estar dentro de un sueño mío.
Conforme avanzábamos por el pasillo de una sola dirección de la Estrella de la muerte, nos topamos con algunas pantallas incrustadas en la pared que reproducían repetidamente algunos recuerdos míos recientes con audio incluido. Me pareció una pincelada cómica e interesante, Leo les lanzó un vistazo sin darle mayor importancia, pero yo me entretuve subrepticiamente repasando algunos comentarios de Sara, bromas de Sétian, escenas donde hacía mi tarea escolar, donde creaba objetos nuevos, entre otras cosas. Era extraño ver intercalados recuerdos de mi vida normal y mi vida en Orbe. Mis dos vidas.
—Leo... —comencé casi sin proponérmelo—. ¿Es eso cierto? Que todos los que llegan a la Noche Eterna tienen un propósito.
Él ralentizó su marcha, lo cual era algo raro en él pues pocas cosas le hacían variar sus acciones mecánicas, pero luego retomó de nuevo su paso y me miró de soslayo con un aire extraño.
—Eso es algo en lo que creen los antiguos, sobre todo los que pertenecen a la nobleza y realeza —explicó, su voz neutral y sosegada—. Que todo tiene una razón de ser, que no existen las equivocaciones sin sentido, que todo guarda relación y que cada uno tiene una misión que debe cumplir en su vida.
—¿Y no es así? —En realidad, aquella pregunta iba mucho más allá de la certeza que quería tener. Por unos breves segundos, él pareció contrariado y sólo se escuchó el eco de los audios de mis recuerdos.
—¿Lo crees tú? —preguntó él a su vez, lo cual consideré algo truculento pues yo quería saber su opinión. Estuve a punto de replicarle cuando el sonido de mi propia voz nos distrajo.
"Se llama Leo..." dijo el reconocible timbre de mi voz. Me quedé helada cuando ubiqué la fuente del sonido; provenía de una de las pantallas de la pared donde se reproducía una conversación que estaba teniendo por celular con Sara.
"Y sospecho que tendríamos la posibilidad de...".
Y felizmente, no se completó la oración. Aunque la razón fue porque me lancé como una ardilla rabiosa hacia el monitor y le asesté una patada como si fuera un genuino movimiento karateca, la superficie de la pantalla se rajó haciendo un crack horrible. Leo compuso una expresión de circunstancia y ligero desconcierto ante mi reacción pero no dijo nada; luego sólo continuamos el resto del camino sin mencionar aquel altercado incomprensible y carente de sentido.
No tuvimos que andar mucho. El ambiente se transformó de manera paulatina en un entorno más blanquecino, como indicando con mayor énfasis que el recorrido estaba terminando. Y para confirmar las suposiciones de Leo, al final había una puerta sencilla de madera blanca que ostentaba una inscripción.
—¿Puerta de Bloom? —leí con ironía y escuché que Leo lanzaba un resoplido de gracia—. Parece que mi subconsciente quiere dejarme las cosas fáciles. ¿Y ahora qué?
Entonces fue cuando él extrajo de su bolsillo la moneda que me había mostrado antes. Me di cuenta de que el que ese objeto pudiera ser algo material en la realidad y los sueños era parte de su especialidad.
—Esto va a tomar la forma que tú necesites para que trunques este vínculo —dijo extendiendo su mano para entregármela—. Luego, habremos acabado aquí.
—¿Así de simple?
Al momento en que la moneda tocó mi mano, se materializó como una llave negra. Leo asintió con su usual calma y yo me arrimé hacia la cerradura de aquel blanco umbral. Una llave negra para una cerradura negra. Era satírico como algo tan sencillo podía eliminar un problema tan aparatoso, supuse que algunas cosas en la vida eran así. O así lo hubiera deseado.
En el preciso instante en que la llave tocó los contornos metálicos de la cerradura, todo aquel ambiente iluminado se apagó, como si alguien simplemente hubiera presionado un interruptor. La puerta comenzó a derretirse a tal velocidad que ya no tenía una forma definida. Retrocedí unos pasos aún sosteniendo la llave y todo nuestro alrededor empezó a mutar como si nos hubiéramos sumergido en una nebulosa indefinida de formas flexibles y humo.
—¿Qué? —musitó Leo detrás de mí, su tono era a la vez de sorpresa y amenaza, apenas un hilo audible—. Él lo sabe ¿cómo es posible?
Me replegué a su costado, sin perder vista de lo que estaba ocurriendo alrededor. De pronto vimos emerger un cielo cubierto de incontables estrellas y una hermosa luna como el centro de todo ese manto infinito. Las formas indefinidas tomaron apariencia de árboles y arbustos, asumiendo un panorama que yo ya conocía. Era como si ante nosotros se estuviera montando un escenario a una velocidad vertiginosa.
—Dala, debes despertar —dijo Leo con apremio—. Despierta.
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