18. Un propósito
—¿Estás bien? Te ves algo cansada —me preguntó Ulina, preocupada. Yo le respondí tratando de componer el semblante más saludable posible luego de unas pocas horas de sueño.
Ese día en la oficina fue uno marcado por la frustración. Estaba siguiendo de forma mecánica a mis compañeros y obedeciendo ciegamente a mis tareas correspondientes que para mi consternación, era reiniciar nuevamente con los aburridos inventarios descriptivos. Ninguno de los miembros de mi división, con excepción de Leo, conocía la verdadera razón de mi somnolencia. Según él, mientras menos personas conocieran sobre aquella situación, tanto mejor. Y en realidad, coincidía con él, pero la idea de tener un secreto más me estaba mareando.
El objetivo de dormir poco era reducir el espacio de tiempo en que Bloom podría interactuar conmigo, pero al parecer estaba resultando en un sacrificio infructuoso porque ni siquiera se había aparecido esa noche. Así que estuve resintiendo todas esas horas que pude haber destinado para dormir y no dejé de refunfuñar para mis adentros.
—Ah, pero si es el macaco del lameculos —escuché de pronto una voz asquerosamente familiar mientras trataba de alcanzar a Ulina, Sétian y Aluz a través de los relucientes pasillos de la empresa mientras cargaba una sarta de fólderes.
—Oh, pero si es el hobbit de Orbe —respondí a su vez ni bien me volví para encarar a Ditro. Noté que aquel encuentro llamó la atención de mis demás compañeros, quienes se apresuraron en volver en sus pasos y alcanzarnos.
Ditro compuso una cara de confusión ante mi referencia pero pareció haber entendido que me estaba burlando de él y se veía algo sorprendido de recibir una réplica.
—Si quieres ahorrarte problemas, macaco, te convendría conocer tu lugar.
—Espero que ese lugar esté cerca de ti, Ditro —repuse y esperé que mis ojeras me hicieran lucir más incisiva—, porque a menos que uses plataformas, me harás ver más alta.
Sétian prorrumpió en una carcajada fuerte y Ulina y Aluz se cubrieron ligeramente la boca para reprimir una risa, aunque sin mucho éxito. Un momento después, Ditro se alejaba de nosotros por el pasillo, echando humo. Un séquito de varias caras largas que nos lanzaron miradas ceñudas lo siguió, mientras mis amigos me felicitaban por mi mordacidad.
Un pequeño detalle que estaba comenzando a notar era que estaba experimentando las consecuencias de la falta de descanso. Me encontraba algo irritable. Ese humor me acompañó en lo que restaba del día hasta la noche.
—Hola, Bloom—saludé sin mucha sorpresa cuando el antiguo apareció nuevamente en mis sueños. Nos encontrábamos otra vez bajo el cielo de la Noche Eterna, como si fuera una atmósfera de ensueño; pero esta vez, no estábamos en el centro de un jardín sino en lo que parecía ser el claro de un bosque. Di un vistazo general con un suspiro y me pregunté si es que era Bloom quien elegía los escenarios. Era bastante probable que fuera así.
Me había determinado en sobrellevar de forma casual todas aquellas excentricidades que no podían perjudicarme. Esa actitud resultaba muy útil puesto que era un hecho que vivía rodeada de un contexto sobrenatural. No podía darme el lujo de estar exaltándote con cada cosa. Además, no estaba de humor para hacerlo.
Bloom trató de disimular su expresión de fastidio ante mi reacción poco dramática y supuse que tampoco le estaba agradando que lo estuviera llamando así.
—Aún no me has dicho tu nombre —dijo él sin ocultar la impaciencia en su voz.
—Te lo diré si me dices el tuyo, sino llámame foerim, como antes —le solté y eso tampoco parecieron ser las palabras que deseaba escuchar—. Bueno, yendo al grano, tu propuesta me parece atractiva pero no me fío de ti. Así que gracias, pero no, gracias.
Para ser sincera conmigo, me había sorprendido que mi encuentro con Bloom fuera tan... civilizado. No había esperado eso, realmente no había esperado conocerlo en líneas generales. Pero podía decir que había sido bastante menos chocante que mi primera interacción con Leo.
Sin embargo, no confiaba en Bloom. Esa era la realidad, él no tenía ninguna razón para confiarme la verdad, y era evidente que no le había agradado que le robaran algo. Claro. Además, su proposición era demasiado buena para ser cierta.
Por otro lado, Leo me había advertido estrictamente que no le revelara nada. También debía considerar que Leo estaba directamente comprometido en este problema. Si esto llegaba a salir a la luz por alguna razón, su posición en Orbe podría volverse complicada, en el mejor de los casos. Así que ante todo, prefería a Leo. Aunque aún me fastidiaba que yo tuviera que obedecerle ciegamente mientras él se cargaba todos sus secretos sin soltar prenda.
Bloom me observó por un tiempo que yo consideré largo, tenía una expresión que no le había visto antes. Parecía pasmado, como si estuviera en proceso de comprender algo desagradable.
—Veo que me he equivocado contigo —opinó él, clavando sus ojos bosque en mí, con un evidente recelo y de pronto, su postura ya no era tan abierta como lo había sido en nuestro anterior encuentro—. Debió ser una visión errada, tú estás comprometida con esa empresa perversa.
Su rostro se arrugó y me observó con repulsión como si acabara de percatarse que estaba embutida de suciedad. No entendí parte de lo que dijo, pero comprendí de inmediato que la manera cómo él se había presentado anteriormente había sido para tantearme, tampoco pude dejar de lado la irritación palpable al escuchar su acusación.
La brisa que circundaba calmosamente por el entorno de pronto empezó a fluir de manera más rápida, ondulante y crispada, como si el ambiente que nos rodeaba respondiera al estado anímico de Bloom. A pesar de que me había granjeado la predisposición de evitar impresionarme, no pude dejar de alarmarme ante aquel despliegue anormal de energía. De repente me sorprendí intentando crear algo para defenderme, pero las creaciones no se materializaban.
«Por supuesto que no puedo crear nada, ¡esto es un sueño!». Me dije a mí misma.
Volví mis ojos hacia Bloom, con cierto sobresalto, su mirada me estaba incriminando y noté una frialdad que antes no había estado allí.
—¡No estoy comprometida con nada! —espeté, en mi mente no dejé de repetirme una y otra vez que se trataba de un sueño para poder tranquilizarme.
Él no dejó de contemplarme con su faz endurecida. Entonces lancé un exhalo lento y me erguí, a pesar de que estaba segura de que sus amenazas eran puro teatro inútil, sentí la necesidad apremiante de explicarme.
—Si hay algo que quisiera más que nada es romper mi contrato con Orbe —declaré con voz firme e imperturbable, incluso más de lo que había querido—. Yo no debería estar aquí, toda esta estupidez de Orbe y la Noche Eterna nunca debió sucederme. Sólo soy un error estadístico, una falla porcentual.
El muchacho entornó sus ojos como si evaluara la verdad en lo que decía, por un instante, pareció calmarse, o al menos, eso hizo el escenario en donde nos encontrábamos. El viento se despejó y las hojas de los árboles que se circunscribían a nosotros dejaron de hacer bullicio.
—Nadie pisa el suelo de la Noche Eterna sin un propósito —sentenció Bloom con una seguridad que me sorprendió al punto de perturbarme y guardó un largo silencio que me extrañó, pero luego entendí que estaba buscando las palabras que necesitaba en su diccionario mental. Finalmente dijo:
—Tu presencia aquí no ha sido una casualidad. Las casualidades en nuestro mundo no existen.
Fue entonces mi turno de quedarme sin palabras, no supe determinar si lo estaba por lo que había dicho o la contundencia con lo que lo había hecho. Bloom volvió a entornar una mirada desconfiada, como si tratara de decidir si es que estaba en frente de una ilusión o algo real.
No estuve segura si sucedieron segundos o minutos donde nos miramos en silencio. Más que nada, él me observaba y yo sólo me rebullía en mi lugar. Pero él finalmente esbozó una sonrisa altanera y escéptica al mismo tiempo. Una un tanto desagradable.
—La próxima vez que nos veamos, me dirás tu nombre —dictaminó con un tono inflexible.
Entonces una fuerte ráfaga arreció en el claro. Fue tan intempestivo y fortuito que tuve que cubrirme el rostro con ambas manos para evitar que una horda de hojas me golpeara directo en la cara.
Abrí los ojos con violencia y me incorporé en mi cama por inercia. Me sorprendió darme cuenta de que me encontraba en la oscuridad y quietud de mi habitación y que estaba sola. Luego de unos segundos, mi respiración se normalizó y recuperé el sosiego.
No podía negar que aquello me había atemorizado, a pesar de que era tan solo un sueño.
Sólo un sueño.
Mi mente se quedó en blanco y mis ojos se ensancharon al ver que en mi regazo, unas hojas oscuras caían dibujando una parábola ondulante hacia mis sábanas.
—¡¿Cómo es posible?! —Ni siquiera saludé a Leo luego de atravesar el portal y arribar a su amplia y esclarecida sala al día siguiente.
Las horas en la escuela habían transcurrido como música de fondo, ni siquiera retuve alguna de las palabras dichas por mis profesores o mis amigos. Y después, de regreso en mi casa, esperé sentada a que el portal apareciera en medio de mi habitación para, prácticamente, tirarme hacía él. Definitivamente, había aguardado todo ese tiempo para poder liberar mi verdadera reacción en el momento más conveniente. En la cara de Leo.
Invadí el vestíbulo donde él se encontraba, hundido en su acostumbrado sofá, y blandí a centímetros de su cara las hojas verdes como si se tratara de una prueba fehaciente de algún hecho escandaloso.
Leo pareció sobresaltarse un poco como si le hubiera gritado en el oído, tal vez nunca nadie había agitado nada en frente de él, como si fuera a golpearlo.
—Dijiste que no podría hacerme nada, ¡pero mira esto! ¿Cómo explicas esto?
Era posible que estuviese algo alterada, debía admitirlo. Pero en mi defensa podía alegar que esa situación lo ameritaba.
Leo ladeó su cabeza y en ese momento me percaté que acababa de despertar a pesar de que ya era más de medio día. Tenía el semblante de quien no había dormido nada y unas ojeras habían comenzando a formarse en su rostro. Sólo le faltaba ser obeso para parecer un panda porque ya vestía de negro, pero su contextura delgada arruinaba la imagen.
—Hojas... —emitió aún con un evidente rastro de somnolencia y las tomó de mis manos con un aire de concentración—. Son de la Noche Eterna.
—¡Eres un genio! —exclamé, impaciente—. ¿Cómo pudo materializarlas aquí? Todo este tiempo como estúpida pensando que Bloom era inofensivo...
—¿Bloom? —Me quedé con la boca abierta al darme cuenta de lo que había dicho.
—Así lo llamo —respondí con simpleza reduciendo mi voz a un murmullo.
A pesar de que parecía aún estar sometido a la pesadumbre de los que abandonan abruptamente el sueño, Leo incrustó sus ojos grises en mí con una traslúcida reprimenda. Sin embargo, no había enojo en él, más bien algo que me ofendió más: falta de sorpresa.
—¿Por qué...? —dijo bajando la mirada para que sus manos pudieran masajear sus sienes como quien es aquejado por una súbita jaqueca— ¿por qué no obedeces a mis instrucciones?
Pareció querer agregar algo más pero sólo soltó un suspiro como si acabara de terciar consigo mismo que ya no tenía sentido discutir sobre un caso perdido. Yo me limité a empequeñecerme en el entorno de su sala y a morderme el labio en medio de una oleada de culpa y de consternación por haber sido descubierta. Y eso último era lo que más me abatía, debía admitir.
—De acuerdo —dijo por fin luego de abandonar ese aire fatigado y quejumbroso—. Vas a decirme todo lo que te dijo. Todo. Y no omitas detalles.
No me gustó su tono autoritario y nuevamente, volvió a burbujear en mí el hastío de tener que soltar todas mis verdades mientras él aún guardaba muchos misterios. No era algo justo. Sin embargo, me tragué mis disgustos y le narré todo lo que no le había dicho antes.
A medida que relataba, el talante de Leo se tornó más lúcido y atento, y pude decir que al menos algunas de las cosas que Bloom había mencionado le habían llamado la atención de una manera particular pero no tenía idea de porqué.
Al cabo de un rato después de que terminé, Leo bajó la mirada y contempló distraídamente las hojas mientras las hacía girar en sus dedos, como si estuviera decidiendo algo.
—Hiciste bien en no decirle tu nombre —murmuró—. Para un conector es más sencillo establecer contacto mientras más conozca a la persona. El rostro y el nombre es algo necesario. —Estuve a punto de comentar que hubiera sido lindo que me lo hubiera dicho antes pero él frunció el ceño como si meditara en algo importante. —Pero este sujeto... parece algo especial.
No supe qué quiso decir con eso, y en realidad, me estaba hartando de vivir en un permanente estado de ignorancia y confusión, como un lerdo turista perdido en un lugar ancestral lleno de reliquias.
Que alguien como Bloom se reservara sus secretos era algo comprensible, es decir, él era mi enemigo después de todo. Pero que Leo lo hiciera a cada momento me estaba martirizando y ya estaba cruzando mi línea de tolerancia.
—Sabes... —musité, aún con esa desagradable sensación aleteando en mi cabeza—. ¿Acaso...? ¿Hay algo que no me estás diciendo? ¿Algo que deba saber?
—Sí —dijo él sin despegar su vista de esas ridículas hojas—. Lo que hiciste fue estúpido. Debes obedecerme en todo lo que te diga. Ten en cuenta eso.
Ni siquiera se había detenido a considerar mi pregunta. Fue entonces cuando comprendí que lo que me mortificaba no era que Leo fuera misterioso, sino que no confiara en mí.
Lo miré de reojo, haciendo una mueca involuntaria pero él continuaba sumergido en su mundo interno.
—Bien, es hora—declaró y de repente se desemperezó como si yo no estuviera allí y se incorporó de su asiento—. Ya podemos comenzar.
—¿Qué cosa? —inquirí y sin querer mis palabras salieron con cierta aspereza.
—Solucionar tu problema con Bloom, por supuesto —musitó con su usual tono neutral.
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