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14. Quién eres

Mi evocación resultó ser bastante apropiada. De repente tuve la impresión de haberme sumergido en un ambiente totalmente distinto. Totalmente azul.

El portal se había esfumado y, sin darme cuenta, los cinco ya no estábamos en medio del hall de Orbe y el silencio tenso de aquel gran salón de repente se vio reemplazado por el silencio apacible de la noche. El cantar tenue de un grillo hizo darme cuenta de que estábamos en medio de un patio. Pero ese grillo cantaba de forma extraña y ese patio era uno inmenso y totalmente inusual.

Se parecía a un jardín ateniense, si habría de compararlo con algo. Rodeado por columnas blancas que por la oscuridad de la noche daban la impresión de ser de un suave azul grisáceo. La luz de una luna enorme y magnífica y centenares de estrellas bañaban los árboles y arbustos de aquella extensión. En una segunda mirada, me percaté de que era el jardín interno de una mansión; era de hecho, el hogar de una familia de la nobleza de ese mundo.

Normalmente hubiera permanecido quieta, apreciando el escenario. De hecho, eso fue lo que hice cuando atravesé el portal por primera vez. Pero ya me había concientizado de cómo actuaría en esta ocasión. No había venido a hacer turismo, había venido a robar.

Me acoplé con mis compañeros en una suerte de fila india y me sorprendió el movimiento fluido con el que serpenteamos entre los pasillos, alejándonos del grandioso jardín azulado. No podía ver a Leo pero sabía que él iba a la cabeza, cada vez que avanzábamos de repente nos deteníamos y esperábamos a que él diera una señal. Repetimos ese ritual como si tuviéramos patas de gato, sin perpetrar ningún sonido. Esporádicamente, oíamos los pasos lejanos de alguien o su eco distante, pero el sonido que tenía más presente era el de los latidos de mi propio corazón y el ritmo acompasado de mi respiración.

Atravesamos pasillos desiertos e iluminados por extraños faroles, había un sinnúmero de puertas a las que simplemente ignoramos. Los techos de aquel lugar eran realmente altos, como los de un castillo y estaban unidos por arcos elegantes. En cierta forma, me hizo recordar a las oficinas de Orbe por lo blanquecino que era todo, pero a la vez era diferente. Parecía un lugar salido de un cuento místico antiguo de ensueño.

Ya había visto varias veces esos días la ruta que íbamos a tomar, fotos y mapas de aquel sitio, pero aún así no dejé de maravillarme al correr por esas losetas resplandecientes. Y, al mismo tiempo, no dejaba de estar atenta ante cualquier movimiento extraño. Era genial estar en un lugar casi mágico pero tenía que recordarme a mí misma porqué estaba ahí.

Nuestra carrera sinuosa y silente cesó de manera abrupta. Nos detuvimos en frente de una enorme puerta que tenía una serie de símbolos incomprensibles. Si hubiéramos estado en medio de una cueva de tesoros, cualquiera hubiera llegado a la conclusión de que detrás de esa puerta se encontraba el más importante de todos.

Leo se volvió ligeramente y me hizo un ademán con la cabeza, a lo que yo automáticamente obedecí. Habíamos ensayado eso también, hasta ahora, todo estaba aconteciendo tal y cómo lo habíamos establecido.

Había unas aberturas de formas arabescas a cada lado de la puerta, Leo y yo nos colocamos en frente de cada una y cuando él me hizo una seña afirmativa, nos dedicamos a crear un objeto que tuviera la forma adecuada que encajara en aquella hendidura como si fuera la pieza faltante de un rompecabezas. Tardamos casi el mismo tiempo.

La puerta resguardaba un almacén y estaba con cerrojo, un cerrojo que sólo podía ser abierto por creadores. Si Leo hubiera estado solo, también hubiera sido capaz de abrirla pero le hubiera tomado más tiempo. Así que mi presencia en aquella misión aceleraba las cosas. Lancé una sonrisa de satisfacción cuando terminé mi trabajo, pero la apagué al instante. Una sonrisa para esto era algo bastante inapropiado.

Fue como si aquel portón se hubiera quedado prendido de sus goznes. De pronto se abrió haciendo un sonoro chirrido que resonó por todos los pasillos con un eco retumbante. Todos nos miramos con cierta aprensión, todos menos Leo. Él ya había penetrado en la habitación como una sombra. Fue allí que me percaté de que, a pesar de que generalmente lo veía haciendo tareas de oficina, él era bastante ágil y presto.

Hice el ademán de seguirlo pero Aluz me retuvo y movió la cabeza negativamente. Un segundo después, Leo había emergido con un pequeño objeto circular que resplandecía por las joyas incrustadas que tenía encima.

Era lo que había visto en la presentación de diapositivas días antes, un espejo de bolsillo. Un simple espejo, pero sabía que era uno que tenía algo especial.

Sin mucha ceremonia, se lo entregó a Ulina y ella lo guardó en una suerte de mochila contenedor que cargaba. Leo parecía tomarse aquella misión con la misma seriedad que la labor de escritorio, no podía decir que algún sentimiento atravesara por él y menos se podía distinguir algo debajo de la visera.

Casi seis minutos. Ni siquiera nos detuvimos a mirarnos y emprendimos la marcha hacia nuestro punto de origen. Ya estábamos bastante cerca, casi podía vislumbrar el jardín. Entonces lancé un suspiro de alivio.

—Algo no está bien —susurró Sétian, cuando nos detuvimos en una esquina—. ¿Lo sienten?

Lo último se lo preguntó a Ulina y a Aluz.

—Cuando envían un portal, siempre se siente la energía que se acumula previamente —explicó con apremio, su voz apenas era un arrullo—. No están enviándonos nada.

Escuchamos en algún lugar perdido de la maraña de pasillos el grito de alarma de alguien. No pude descifrar exactamente qué dijo porque no era ningún idioma que yo conociera. A su grito le secundó una suerte de alarma, una sirena que aunque no era como las normales, era evidente que su motivación era poner a todos sobre aviso. Al segundo siguiente, se encendieron miles de faroles, tan potentes como las luces led alrededor del patio y de los pasillos aledaños.

—Nos están buscando. —La repentina voz de Leo pareció interrumpir todo ese efecto mágico en el que estábamos sumergidos—. ¿Dónde hay amagos de energía? —les preguntó a los tres.

—No están enviando...

—¿Dónde?

Sucedieron unos segundos y alrededor de nosotros, los gritos irreconocibles parecieron intensificarse.

—Arriba —dijo por fin Aluz, su voz sonaba tan calma como la de Leo. Ulina y Sétian fruncieron el entrecejo como si procuraran enfocarse y luego asintieron.

—El segundo piso.

Y en el instante en que Aluz terminó de decir eso, un bramido estridente de un hombre estalló detrás de nosotros.

Lo que pasó después fue todo un conjunto de sucesos que sólo logré entender luego de que habían acabado uno detrás de otro. Mi cabeza se convirtió en un remolino de confusión y apenas tuve oportunidad de responder.

Sólo supe que se escuchó una especie de detonación, como si un tren hubiera colisionado contra una pared o algo así. Luego observé caer piedras, desmonte, escombros. A continuación, Leo estaba zarandeándome del brazo, arrastrándome para que me moviera y lo siguiera a través de una escalera que antes no estaba allí.

Entonces lo procesé, y por mi lentitud, debo decir que mi capacidad deductiva no estaba en sus mejores momentos. Leo había creado una columna para perforar el techo y luego había materializado una escalera en el agujero que se había formado. Todo en un instante, sin parpadear.

¿Él era capaz de hacer eso? ¿Sería yo capaz de hacer eso también algún día?

Avanzamos dando trompicones por entre los restos de piedra y baldosas destrozadas, yo aún reponiéndome del estallido y la velocidad con lo que todo estaba ocurriendo.

—¡Allí! —señaló Ulina, y todos nos percatamos de un punto resplandeciente que estaba formando un círculo perfecto de luz en el aire al final de la sala donde habíamos arribado.

Fue como si hubiera dicho "A sus marcas ¡Listos!" pues todos arrancamos hacia el portal, sorteando muebles y decoraciones. En otro momento me hubiera detenido a observar aquellos objetos y tal vez hubiera soltado un "Pero mira, que postmodernista es esto", sin embargo, en ese momento estaba ocupada corriendo por mi vida.

El portal estaba a unos escasos metros, Ulina hubiera sido la primera en penetrarlo. Hubiera sido.

—¡Cuidado!

Una vez vi como una gota de sangre se disolvía en un vaso con agua. El rojo hizo unos surcos como garras en el líquido antes de disolverse, pero lo había hecho con una rapidez impresionante. Eso fue lo que me vino a la memoria cuando vi materializarse lo que parecía ser un árbol de cristal azulado. Se retorció en el aire de la nada, rápido e indetenible y arremetió contra Ulina. Ella pareció percatarse un segundo antes y frenó intempestivamente y justo a tiempo. Pero no fue lo suficiente. El contenedor de nuestro objetivo salió volando por los aires, dibujando un surco largo en la habitación.

Me pareció divisar una silueta de donde había provenido aquel árbol de cristal pero no pude distinguirlo. Era definitivamente, un creador, tenía que serlo. De repente, un muro de piedra se materializó entre dicha silueta y nosotros. Me di cuenta que había sido Leo nuevamente quien lo había creado. Aquello me hizo sentir algo atontada. Escaleras, árboles, muros... esos sujetos estaban en otra liga. Yo aún hacía cubos y esferas.

De pronto escuché unos golpes avasalladores detrás del muro recién formado, como si lo estrellaran contra una grúa de demolición. Leo tenía una mano extendida, como si con ella estuviera manteniendo su creación en pie. Su rostro impertérrito y calmado pero cuando habló, sonó impositivo.

—Váyanse ahora —nos dijo, y no tuvo que repetirlo. Aluz ayudó a Ulina a incorporarse y Sétian los siguió sin vacilar. Pero yo...

Está bien. Una voz en mi cabeza se dispuso a acatar lo que él había dicho, en eso habíamos quedado, que lo iba a obedecer si algo salía mal. Y algo estaba saliendo mal, era evidente. Hice el ademán de reanudar mi carrera hacia el portal, pero algo me retuvo.

Giré mi cabeza unos grados y lo vi, allí tirado. Era la razón por la que había venido a aquel lugar. Era el objetivo de nuestra misión. No podíamos irnos sin él, sino todo sería en balde.

Con eso podrás recuperar lo que has perdido. Me susurró la segunda voz en mi cabeza. Ve por él.

—Dala —escuché que murmuró Leo, pero yo ya estaba en plena corrida—. ¡Déjalo!

Supongo que debí agradecer a mi natural condición atlética y la buena dosis de adrenalina a la que estaba sometida, alcancé el contenedor en menos tiempo del que había imaginado. Había atravesado gran parte de la sala casi en un par de zancadas. Me lo eché en hombros en el preciso momento en que el muro de Leo se hizo añicos.

Me paralicé por un instante. Y esa fue una importante lección para mí, pues lo último que hace un creador es paralizarse, al menos ellos lo tenían bien claro.

Súbitamente, observé cómo en cámara lenta aquella construcción fibrosa de cristal que parecía ser un árbol se proyectaba hacía mí, como una serpiente que abre sus fauces para embestirme y tragarme entera. Y fue un acto reflejo, de esos que no se piensan y sólo suceden, levanté mi brazo para protegerme y cubo de rubik gigante apareció en frente de mí para recibir el golpe de lleno.

Una oleada de alivio me bañó y lo hizo demasiado pronto, porque la segunda embestida sí tuvo éxito.

Lo curioso fue que recién caí en cuenta de ello cuando ya estaba en el suelo. Mi casco voló por los aires y al caer hizo un sonido sordo. Por un instante vi todo desenfocado, viré mis ojos unos grados sólo para contemplar a lo lejos las siluetas de varios individuos que estaban tratando de demoler una pared que se estaba formando.

Pero ¿quién me ha atacado?

Ellos no habían sido. Me volví en un movimiento súbito y observé alguien parado a escasos metros de mí.

Él parecía tan sorprendido como yo, lo primero que me llamó la atención fueron esas túnicas que parecían sacadas de un tiempo lejano, eran brillantes y elegantes a su manera. Luego su rostro, era tan joven como yo y aquello no me lo esperaba. Tal vez por eso estaba vacilando, tenía su mano extendida en el aire como si estuviera a punto de crear algo, pero sus labios temblaron casi imperceptiblemente.

—¿Duls treim? —musitó el chico.

—¿Qué?

Él frunció el entrecejo y pareció dubitar.

—¿Quién... eres?

Pero no pude responder su pregunta. En realidad, aunque hubiera tenido el tiempo para hacerlo, no lo hubiera hecho. Un muro de cristal se levantó entre nosotros, separándonos, como si alguien simplemente hubiera puesto una lámina y antes de escuchar el primer golpe impactar contra éste, Leo asió mi brazo con fuerza y sin mediar palabra emprendimos la huida.

No me había percatado que el portal que seguía refulgiendo empezaba a titilar, como quien parpadea repetidas veces antes de ser vencido por el sueño. Y cuando lo atravesamos, dejamos atrás el eco de los golpes que proferían contra el muro, como violentas palpitaciones de un corazón.




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