13. El plan trazado
El salón de conferencias estaba sumergido en las penumbras, escasamente iluminado por la pantalla resplandeciente por la que atravesaban las diapositivas. Los rostros de Ulina, Aluz y Sétian estaban contorneados por el resplandor de la luz azulada, observaban con un aire grave aquella presentación, como si algo no encajara en lo que ellos esperaban. O tal vez no era así. En realidad no podía saberlo con seguridad porque era la primera vez que estaba presente en una exposición de plan para una misión. Así que sólo estaba allí, sentada, asintiendo a todo lo que Leo estaba diciendo como si tuviera mi cabeza pegada a un resorte. Hubo un silencio cargado de preguntas contenidas. Leo los observó con el usual rostro impertérrito.
—¿No es extraño? —inquirió Sétian de pronto, casi como si estuviera aliviado de liberarnos del silencio—. Es decir... el objetivo de esta misión... es la primera vez que nos piden algo así... ¿no es extraño?
—El objetivo lo determina Orbe, no nosotros —aclaró Leo, su voz suave y seria.
—Sí, pero...
—A lo que se refiere es que nunca le hemos robado a una familia de nobles —intervino Ulina, sonaba objetiva pero había una nota de intriga en su voz. Ella se volvió hacia Aluz y lo miró sugerentemente, como pidiendo apoyo.
—Bueno, sí —se apresuró Aluz en agregar, aunque parecía menos impresionado que ellos.
De los tres, Aluz era siempre el que más libertad tenía para refutarle cualquier cosa a Leo. Tal vez era la forma calmada y ordenada con la que exponía sus razones. Como sea, de alguna manera, ambos parecían poder diferir en sus pareceres y mantener una discusión recíproca. Como Sherlock Holmes y su querido Watson. Pero en ese momento, me dio la impresión de que no había nada que discutir.
—Pero es el objetivo de Orbe, no importa si es raro. Es lo que nos piden —terció Aluz y Leo asintió con parsimonia.
—Y esa es la razón por la que esta misión vale lo que vale —agregó Leo y aquello pareció distender el ambiente un poco.
Buena táctica, Leo. Pensé con pesadumbre. Recordarnos que lo que estamos ganando en esta misión es una fortuna que no podemos rechazar. Como decir "cállate y cuenta tus billetes".
Y para mi consternación, era una táctica que funcionaba incluso conmigo.
Luego de que a nuestra división se le asignara una misión en el otro mundo, los pocos días que faltaban para la luna llena parecieron pasar con la facilidad con la que uno desliza la mantequilla derretida sobre pan. Al menos para mí, sucedieron a una velocidad acelerada. Y para mi fastidio, empecé a familiarizarme con una constante opresión en el estómago como de esas cuando se va acercando un examen final.
Mis compañeros de división lucían más serios de lo normal y el ambiente en la oficina se enrareció un poco. No obstante, se tomaban el tiempo para hacerme comentarios que procuraban ser relajantes para mí, pero que no funcionaban muy bien. Entendía que tuvieran aquella actitud; según sabía, las misiones en el otro mundo eran de por sí, riesgosas, y aunque ellos estuvieran acostumbrados a ello, siempre existía la potencialidad del peligro.
En los días que restaron, Leo nos sometió a una serie de exposiciones donde repasábamos la táctica a seguir una y otra vez, sin que quedara ninguna duda y para que la pudiéramos memorizar.
Sólo sabía que, para ser un robo, parecía un procedimiento demasiado preciso. La misión iniciaba a una hora cierta, debíamos tener el rostro siempre cubierto por un casco, aquel requisito era indispensable. No iba a durar más de seis minutos, debíamos de proteger el objeto y traerlo intacto a este mundo. Y finalmente, debíamos regresar mediante otro portal que nos enviarían los de Orbe. Todo parecía ordenado y sencillo. El verdadero problema eran las variables que no podíamos manejar, es decir, las cosas que podrían salir mal.
Estuve tan ensimismada dándole vueltas continuamente a esto que casi no escuchaba lo que decían Sara ni mis demás compañeros de salón. Con la inminencia de esta misión, ya no podía eludir el tema de que (si es que todo salía bien) cuando regresara, ya no sería la misma. Para todos, yo seguiría siendo una chica de dieciséis años a la que no le aquejan mayores problemas que el tratar de tener las mejores calificaciones posibles, divertirse y vivir su juventud. Sin embargo, esa ya no era la verdad. Una vez que entrara a ese portal, yo ya no volvería a ser la misma y yo lo sabía.
Y lo más interesante de eso era que yo lo aceptaba. No era que me resignara a ello, pues podía simplemente decidir no viajar al otro mundo para robar. Esa era la principal mella en ese problema, que yo era la que estaba aceptando eso, decidiendo eso. Y aunque no me gustaba, no me estaba arrepintiendo.
Debía admitir que una de las mejores cosas que me estaba enseñando Leo, era tomar todas las cavilaciones que me amedrentaban y olvidarlas por un tiempo. Luego de varios días practicando la creación, no podía dejar de notar aquel efecto. Y era en realidad, algo necesario. Para poder controlar bien aquella habilidad, la mente del creador debía estar preferentemente despejada, caso contrario, debía al menos lidiar con sus dudas e inquietudes. Así que no había mejor solución que arrimar toda esa carga psicológica y depositarla de forma temporal en un lado oscuro de tu mente. Es decir, ser casi como los vulcanos de Star trek.
Me encontraba sentada en la alfombra, con las piernas cruzadas como si meditara. Una serie de objetos que había creado, esferas, cubos, llaves, naipes, entre otros, estaban flotando formando un círculo en medio del aire girando a una velocidad suave.
Estaba consciente de que en las próximas horas iba a exponer mi integridad física y a cometer un delito, pero aun así, podía ejecutar ese último ejercicio antes de la misión. Ese era el día.
Leo, que generalmente estaba aislado en su sofá, leyendo algún informe o tecleando en su laptop como un descocido, estaba inclinado en el umbral de la sala, observando silenciosamente mi desenvolvimiento. Me dio la impresión de que o estaba analizando los últimos detalles que podía reparar en mí antes de la misión o estaba a punto de decirme que ya no formaba parte de ella. Prefería inclinarme por lo primero, claro.
—Si sucediera algo imprevisto... —dije de repente sin distraerme de mi ejecución—, ¿cómo debería actuar?
—Digamos que serás mi asistente —respondió él con tranquilidad—, no será necesario que intervengas a menos que te lo indique.
—Es decir, tú serás Batman y yo seré Robin.
Leo enarcó una ceja y me miró de soslayo con un amago de extrañeza como siempre hacía cuando le soltaba algún comentario por el estilo.
Había una serie de probabilidades que habíamos observado durante las reuniones de división y que habíamos ensayado un par de veces. Pero todas pertenecían al mundo de lo circunstancial. ¿Qué sucedía si nos encontrábamos con algún antiguo? ¿Si el portal no aparecía en el lugar donde se suponía que debía aparecer? ¿Si no llegábamos a tiempo al portal?
Aún con las respuestas memorizadas, todo dependería del caso.
—¿Y algo puede salir mal? —inquirí con serenidad—. Como cuando apareció el portal de la nada frente a mí por primera vez. Ese fue un error, ¿no es así?
—Siempre hay una posibilidad de error.
Sin querer torcí los labios en una mueca. Reparé en que había esperado una respuesta más reconfortante. Pero claro, estaba buscando en el lugar equivocado.
—Normalmente la gente dice "claro que no pasará nada malo" —repliqué.
—Eso no estaría acorde a la realidad, no tenemos la certeza de que será así —repuso él a su vez con un tono de objetividad lógica.
—Y ¿qué debería hacer si algo sale mal?
—Si sucediera algo inusitado, obedece mis órdenes.
Asentí y los objetos flotantes dibujaron un círculo más estrecho, bailando a un compás más acelerado. Aún tenía mucho que aprender sobre esto, pero podía fiarme de lo que podía hacer, todo lo que creaba obedecía mis peticiones sin chistar. De lo que no podía fiarme era de lo que pudiera suceder detrás del portal.
—Si sucediera algo inusitado —repitió Leo, su voz neutral y sosegada—, no intentes nada arriesgado, sólo obedece mis órdenes.
Estuve a punto de decirle que ya lo había entendido cuando me lo dijo la primera vez, pero entonces me percaté de que esa era su forma de decirme "claro que no pasará nada malo".
Cuando emergí de los probadores, me quedé observando el reflejo transparente de mi apariencia en la puerta de vidrio. Estaba vestida toda de negro, me hacía recordar bastante a estas unidades de élite SWAT, tenía un equipo de protectores que daban la impresión de ser una preparación para un deporte de aventura. Bueno, en cierta forma, lo era.
Ulina emergió detrás de mí, su larga cabellera atada en una cola de caballo. Me miró de arriba abajo y me dedicó una sonrisa empática. Estaba vestida como la primera vez que la había visto. Claro, ellos acababan de regresar de una misión aquel día.
—¿No sientes nada de remordimiento? —le pregunté sin meditarlo mientras le echaba otro vistazo a mi reflejo—. Es decir, robo, invasión de propiedad ajena y esas cosas.
Ella posó una mano en mi hombro y liberó un suave suspiro. Entonces entendí que las mismas turbaciones que me afectaban también la aquejaban a ella.
La ansiedad de mi estómago decidió hacerse más presente cuando arribamos al gran hall de Orbe. Por lo menos había cien personas de negro arremolinados en el primer piso, frente al monumento de la empresa. Otros cientos más pero vestidos de manera casual nos observaban desde las otras galerías. Se oía un gran tumulto y algarabía, cuando entramos, los agentes de las divisiones se giraron para observarnos y se hicieron a un lado para dejarnos pasar con cierto recelo. Yo traté de fingir indiferencia, pero no dejaba de escuchar los cuchicheos que se sembraban a nuestras espaldas, algunos más desenfadados que otros. Sétian saludó con sorna a todos, Ulina y yo nos mantuvimos circunspectas y Leo y Aluz iban al frente, no pude vislumbrar sus expresiones, pero podía imaginar cuales eran.
A partir de ese momento, todo pareció estar cubierto de un velo de apremio y presión. Podía relacionarlo a estar sumergida bajo el agua en la piscina, escuchaba los sonidos lejanos y de alguna manera, parecía que el tiempo fluía de forma más lenta y armoniosa. Sospechaba que era un mecanismo de defensa de mi parte.
La sala se sumió en un repentino y expectante silencio cuando el reloj central marcó las once de la noche. Fue tan súbito que pareció que alguien hubiese bajado el volumen a todo ese auditorio. Y de repente, me percaté que muchos daban un vistazo que procuraba ser disimulado hacia un piso superior desde donde ningún agente tenía acceso. Eran tres figuras, tres siluetas apenas distinguibles en contraluz que nos observaban con un aire imponente y lejano. Noté que Leo no les quitaba la vista de encima y ni siquiera se molestaba en ocultarlo, entonces lo entendí.
—Son los socios ¿no es así? —musité para mí misma—. Los dueños de Orbe.
Pero aquel murmullo no fue escuchado por nadie. En medio de la sala apareció el primer portal, un haz de luz circular que no emitió ningún sonido al materializarse. Y casi al instante en que éste irrumpió en medio del hall, la primera división penetró en él y desaparecieron junto con el portal.
Lo mismo se repitió una segunda vez, en medio de un silencio cargado de tensión. Los demás agentes o, mejor dicho, todo Orbe parecía contener la respiración.
El tercer haz de luz circular era el nuestro.
Sólo serán seis minutos. Me dije a mí misma. Estaba evocando la misma sensación que tenía antes de lanzarme a una piscina. Serían seis minutos en los que me sumergiría al agua.
Sólo serán seis minutos y todo será distinto.
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