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10. El macaco del lameculos

Sétian prorrumpió en una carcajada apabullante y se revolvió de la risa sobre el sofá blanco mientras Ulina trataba de ignorarlo.

—¿Así que fuiste tú quien llenó la oficina de bichos? —dijo entre risas—. ¿Y se los tiraste a Leo?

—¡No se los tiré! —espeté; incluso Ulina soltó una risa corta pero procuró disimularla—. Es que él estaba "crea algo, crea algo, ahora, ¡ahora!".

Aquel lunes no parecía que hubiera mucho trabajo esperándonos. Leo y Aluz no aparecían y yo, nuevamente, estaba realizando un tedioso inventario mientras Ulina y Sétian estaban sumidos en sus propias tareas, las cuales realmente no entendía y en las que no ahondé porque estaba ocupada anunciándoles que posiblemente iba a poder viajar con ellos como creadora al otro mundo.

—Qué buena noticia, eso te va a ayudar a disminuir tu deuda —opinó Ulina y me dedicó una sonrisa cálida.

—¿Leo será tu asesor? —inquirió Sétian con un aire que denotaba una lástima sincera por mí—. Si sobrevives a eso, supongo que serás un buen aditamento para esta división. ¡Oh! ¡Publicaron la lista!

Lo último lo dijo casi gritando mientras observaba algo en el monitor de su laptop. Ulina y él se miraron gravemente y salieron corriendo de la oficina como despavoridos. Ese día se estaba proyectando como uno en donde todo parecía acontecer rápido y sin explicación.

—¡Las misiones han sido publicadas! —barbotó Ulina cuando la alcancé y le pregunté qué sucedía. No dejé de notar que a mi costado, otros miembros de Orbe también estaban dirigiéndose hacia la misma dirección.

Anteriormente había atravesado el gran hall de Orbe, donde se hallaba la escultura central y las siglas de la empresa, pero en ese momento, parecía como si estuviera a punto de iniciar un gran concierto allí. El lugar estaba repleto de personas que observaban una gran pantalla que había sido instalada en el centro y casi no había espacio para caminar. Procuré seguir detrás de Ulina pero ante una leve distracción, de repente, ella ya no estaba.

Así que me quedé como tonta, rebotando entre todos esos agentes de Orbe que parloteaban todos al mismo tiempo, mientras yo sólo quería a algún miembro de mi división que me explicara qué demonios estaba sucediendo.

—Oh, disculpa —le dije a un sujeto de saco gris con el que prácticamente me di de bruces. Me froté la nariz mientras hablaba así que mi voz salió algo extraña.

—Descui...

El tipo estuvo a punto de dejarme pasar de largo, pero algo pareció llamarle la atención de mí. Entonces pude notarlo mejor, era un hombre joven pero algo bajito para la edad que le calculaba. Tenía una mata de pelo marrón pajoso y unos ojos verdes oscuros. Y los estaba entornando mientras me miraba como si me identificara mientras una sonrisa se asomaba en sus comisuras.

—Tú eres...

—¿Algún problema, Ditro? —intervino de repente Sétian, quien prácticamente se materializó a mi costado, sus usuales pelos puntiagudos parecieron erizarse más. El que se llamaba Ditro nos miró con un semblante burlón como si le pareciera que nuestra presencia fuera un chiste.

—El problema parece que lo tienen ustedes —dijo con una sonrisa chueca—. ¿Así que Leo está tan desesperado que ahora incluye niños en su división? —Y me lanzó una mirada despectiva.

—¿Niños? ¡Tengo dieciséis años!

De manera inconsciente me levanté en mis puntas. En serio, era la segunda vez que pensaban que era una niña. Debía ser porque siempre usaba sudaderas, y zapatillas.

—¿En serio, macaco?

¿Macaco? Me quedé sin palabras por un instante; nunca ningún desconocido me había insultado de esa manera. ¿Qué se traía ese tipo?

—Cuida tus palabras, Ditro —espetó Ulina, quien de pronto apareció a mi otro costado.

—¡Además ella es nuestro macaco! —puntualizó Sétian. No me pareció que fuera una buena defensa pero lo dejé ser. —¡Y ya quisieras tenerla en tu división porque es un macaco creador!

Tanto Sétian como Ulina lo miraron con una sonrisa de mofa y satisfacción, sólo les faltaba apuntarle con el dedo y reírse de él. Ditro por un instante no pudo disimular su sorpresa. Me lanzó una rápida mirada ceñuda como si estuviera verificando una moneda falsa. Realmente, no entendía la razón de esa actitud pero estuve feliz de que su reacción fuera esa.

—¿Envidioso, Ditro?

—Y tal vez también te interese saber que es Leo quien la está instruyendo.

—Oh, ya veo —farfulló Ditro y recuperó de pronto su postura altanera, aunque no consiguió disimular del todo que estaba aún afectado. Su expresión se volvió algo sardónica y se inclinó ligeramente hacia mí. —Así que eres aprendiz del lameculos.

Y nos dio la espalda como si aquella corta conversación nunca se hubiera dado.

No debieron de pasar muchos minutos para que nos retiráramos de esa algarabía y regresáramos a nuestra oficina. Tenía una serie de preguntas en mi cabeza, aún no entendía que significaba esa lista del uno al cien que había aparecido en la pantalla del gran hall o porqué aparentemente, todo Orbe estaba emocionado por eso. Pero lo primero que pregunté fue:

—¡¿Cuál era el problema de ese sujeto?!

—Oh, ese era Ditro —contestó Ulina como recordando el hecho de que yo era aún una novata en esa empresa—. Es el líder de otra división, la R3M09.

—Una división de imbéciles que siempre nos hace guerra cuando queremos elegir una misión —completó Sétian, acomodándose en el sillón blanco y colocando una laptop en sus rodillas—. Él y Leo serían los mejores amigos del mundo de no ser porque cada uno pondría veneno en el café del otro, si pudieran.

—Si la pelea es entre ellos, no debería tratarnos así a nosotros —me quejé aún ofendida.

—Puedes agradecerle eso a Leo —soltó Sétian con un bufido—. Él antes pertenecía a la división de Ditro.

—¿Qué?

—Todos en Orbe lo saben —agregó con un tono de confidencia, Ulina sólo bajó la mirada, lo cual me dio la total certeza de que Sétian decía la verdad—. No creíste que él siempre fue líder de división, ¿cierto? Tuvo que empezar en algún lado, y ese lugar fue la división de Ditro. Para desgracia de Ditro.

—¿Por qué?

—Porque lo apuñaló por la espalda.

—Eso no es muy exacto —atajó Ulina, a lo que él simplemente se encogió de hombros.

—Bueno, no lo sabemos, no estuvimos allí —replicó él—. Pero no me sorprendería. Sólo sé lo que los demás dicen.

—¿Y qué dicen? —insistí. Me estaba atolondrando de escuchar sólo atisbos de información sin nada definido y Sétian pareció complacido por esa carta blanca para el cotorreo.

—Dicen que Leo era uno de sus creadores, ni siquiera era el de más experiencia, así que Ditro lo mantenía en reserva. Pero en una misión a nuestro querido líder se le ocurrió lucirse. Y lucirse muy bien. Tanto que dejó en ridículo a Ditro y llamó la atención de los socios...

—¿Socios? ¿Qué socios?

—Los socios de Orbe —dijo Ulina—, ellos son los dueños.

—¿Orbe tiene dueños?

Ni bien salió de mi boca, de repente le encontré el sentido. Orbe era una empresa, después de todo. Una sobrenatural pero una empresa al fin.

—¿Por eso llaman a Leo un lameculos?

—Lo llaman lameculos porque es un lameculos —dijo Sétian antes de que Ulina respondiera.

—Digamos que Leo es algo popular por tratar de quedar bien siempre con los socios —agregó ella. Aquel popular sonó en realidad a impopular.

De alguna manera, esperaba que Ulina me diera la versión más suave de la verdad.

Sétian comenzó a teclear como enloquecido, era la primera vez que lo veía tan activo. De hecho las únicas veces en que mostraba algo de entusiasmo era cuando se trataba el tema de las misiones. Me coloqué al costado de Ulina. Ladeé mi cabeza, aún con una duda en mente.

—¿Y qué ha sido eso de la lista?

—Verás... —inició ella—. Cada mes Orbe publica una lista de misiones; en cada una se debe obtener algo diferente. Las divisiones nos disputamos las más complejas porque son las que son más costosas... y peligrosas. Luego Orbe decide qué asignar a cada división. Este mes han sido cien misiones.

Asentí lentamente con la cabeza. No terminaba de encajarme el hecho de que Leo pudiera ser considerado por los demás como un adulador. ¿Los aduladores no intentan caer bien? ¿Cómo podía ser él uno si era insoportable? La idea de Leo tratando de ser complaciente con alguien era como pensar en un político honesto. A pesar de que Leo me había salvado la vida (aunque sonara extraño ponerlo en esas palabras, era así), para mí era evidente que él no era ningún ángel enviado por Dios.

—¿Y por qué...?

Antes de que pudiera formular mi pregunta, Leo y Aluz entraron a la oficina, parecían estar terminando una conversación seria. Aunque perfectamente podía ser que no; pudieron haber estado hablando de peluches y nadie nunca lo sabría porque la impasibilidad de Leo dotaba de formalidad cualquier charla.

—Supongo que ya vieron la lista —dijo Leo sin preámbulos. Ulina y Sétian asintieron al tiempo que Aluz se unía a nosotros, encendía también su computadora portátil y devolvía su atención al tipo de negro.

Me di cuenta de que el ambiente se había cubierto de una naciente expectativa, realmente para todos eso de la lista de las misiones era un asunto importante. Estaba empezando a entenderlo y podía saber que aquello sería vital para que mi estancia en Orbe fuera más corta.

—¿Por cuál de todas vamos? —preguntó de repente Sétian—. ¿Una difícil, una peligrosa, una difícil y peligrosa?

Leo se acomodó en su escritorio y apoyó su mentón en el dorso de su mano. Los observó, sereno, por un breve momento, y luego para sorpresa de todos, esbozó una sonrisa.

Hay sonrisas que no causan ninguna empatía, como aquel enigmático gesto que estaba haciendo él. Era casi espeluznante. Y lo fue aún más cuando dirigió sus ojos grises hacia mí.

—Todo depende de Dala —dijo él.

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