
━ 𝐗𝐕𝐈: Recuerda esto en el infierno (parte II)
MIENTRAS EXPLORABA, Lev no pudo evitar fruncir el entrecejo al preguntarse por qué Sissel estaría allí a esas horas. De repente, un ruido proveniente de la parte trasera del lugar llamó su atención. Con el arma lista, se dirigió hacia el sonido, cada paso más decidido que el anterior.
Al acercarse a la esquina, vio una figura familiar: era Sissel, agachada entre botellas y copas, revisando algo en el cuaderno sobre su regazo.
—Sissel —pronunció en voz baja pero firme, sintiendo cómo la tensión se aliviaba al reconocerla. Miró a su alrededor asegurándose de que no hubiera más sorpresas escondidas entre las sombras del almacén.
Ella levantó la vista, su rostro palideció al mismo tiempo en que se incorporaba con una rapidez que la hizo trastabillar en su lugar. Acto seguido, un grito desgarró su garganta.
El terror en su voz solo llevó a que él volteara a verla y la apuntara con más firmeza. Fue un reflejo instintivo, estaba acostumbrado a situaciones peligrosas, pero nunca había imaginado que su propia presencia podría provocar tanto miedo en alguien a quien conocía.
Cuando Sissel le lanzó una copa, Lev se movió con rapidez, esquivando el proyectil que pasó zumbando cerca de su cabeza, el cual se hizo añicos en el suelo, y los fragmentos brillaron como pequeños cuchillos en la superficie de hormigón.
—¡Tranquila! ¡Tranquila! —repitió mientras retrocedía un paso. Sabía que su presencia era la causa del pánico de la muchacha, tan solo al ver cómo ella se apegaba a la pared, como si pudiera fundirse con ella.
El terror en el rostro de Sissel era palpable. Su pecho subía y bajaba con desesperación y el miedo en sus orbes verdes era abrumador. Parecía que su mente luchaba entre reconocerlo y el peligro inminente que representaba. Lev se dio cuenta entonces de que ni siquiera lo estaba viendo a él, si no la amenaza que representaba su arma aún apuntandola sin ser consciente.
Con movimientos lentos y deliberados, dejó caer la pistola al suelo, asegurándose de que ella lo viera, para luego patearla lejos, provocando un leve chirrido del metal al deslizarse sobre el cemento.
—Tranquila —dijo con voz suave mientras levantaba las palmas, intentando mostrarle que no era una amenaza—. Fui militar. Esa es mi arma reglamentaria. Estaba trabajando en mi oficina y escuché ruidos raros... vine a ver qué pasaba.
Mientras hablaba, notó un leve temblor en las manos de Sissel. Su pequeño cuerpo estaba tenso como una roca, preparado para cualquier reacción inesperada. Ella lo miró fijamente, pero no parecía convencida.
Él notó como los ojos de la pelirroja se fijaron en el lugar donde había dejado caer el arma, como si temiera que pudiera volver a levantarla en cualquier momento. Entonces sintió un escozor en su ceja y al tocarse se dio cuenta de que tenía sangre, el líquido tibio había comenzado a gotear sobre su mejilla y cayó al suelo.
La imagen de su propia herida lo golpeó con fuerza; sabía que eso solo aumentaría el miedo de ella y le provocaría aún más pánico.
—Ese maldito idiota —gruñó para sí mismo mientras sus dedos se manchaban más—. Lo siento... no quería asustarte —intentó explicar mientras se limpiaba la sangre con la otra mano—. No estoy aquí para hacerte daño.
Lev dio un paso atrás nuevamente, tratando de crear un espacio entre ellos, en muestra de que no había intención hostil. Pero Sissel seguía inmóvil, con una mezcla de confusión y terror reflejada en su rostro.
—Por favor —continuó, intentando romper la barrera del miedo que los separaba— ¿Puedes hablarme? Necesito saber si estás bien. Sé que esto es confuso y aterrador. Pero necesito que confíes en mí por un momento.
Finalmente, después de un momento que pareció eterno, ella dejó escapar un suspiro tembloroso y asintió lentamente, aunque aún dudosa.
—¿Tú... tú estás herido? —preguntó casi en un susurro.
—-Solo un corte —respondió él tratando de sonar más seguro mientras tocaba suavemente su herida—. No es nada, debo haberme golpeado con... ¿pero qué estás haciendo aquí? Tu turno terminó hace una hora —su voz se volvió más abrupta e intentó luchar consigo mismo para no preguntarselo con la cólera que comenzaba a dominarlo. Su entrecejo se frunció lo suficiente como para provocar que la sangre en su ceja brotara con más fuerza.
La mirada fija de Sissel seguía en él, pero su menudo cuerpo parecía comenzar a relajarse poco a poco y la desesperación en su rostro comenzaba a suavizarse ligeramente. Ella se llevó una mano a la cabeza como si intentara despejar sus pensamientos.
—Yo.. yo... bueno. Estoy clasificando copas —su voz salió temblorosa, mientras extraía de su bolsillo un pequeño objeto metálico y se lo enseñaba.
Shest entrecerró sus ojos y dió un paso adelante con cautela, al ver que Sissel no se encogió a su cercanía, se aproximó un poco más. Lo suficiente para saber que se trataba de un calibre.
—¿Clasificando copas? —preguntó incrédulo.
Ella tragó saliva y asintió lentamente.
—Sí. Se clasifican según el tamaño de labios de los clientes para tener en cuenta cómo varían sus preferencias según sus características faciales. Primero, se mide cada copa usando esto —elevó nuevamente el calibrador en sus manos—. Y luego hago una tabla con las medidas, y anoto los nombres de los clientes que más utilizan cada copa.
Se agachó y tomó el cuaderno que permanecía en el suelo y cuando se lo entregó, Lev lo tomó entre sus manos, pero su mirada no se desvió hacia las páginas. En cambio, se quedó mirándola fijamente, como si intentara ver a través de ella. Su incredulidad crecía a medida que ella esperaba una respuesta.
—¿Quién te dijo que debías hacer esto? —le preguntó finalmente, su voz cargada de desconcierto y un deje de ira burbujeando bajo la superficie.
La interrogación salió casi impulsivamente, como si necesitara saber quién había sido el responsable de esa situación absurda. Su mirada azul relampagueaba con intensidad.
Sissel parpadeó, sorprendida por la pregunta. En ese instante, se dio cuenta de que él no tenía idea de lo que había estado sucediendo en su jornada laboral desde el primer día que había puesto un pie dentro del Nordic Nights.
Entrelazó sus manos y mantuvo la mirada fija en el suelo. Era difícil para ella enfrentar la realidad de que esa persona era Zina. La memoria de aquel día en que había sido encerrada en el depósito la asaltó de inmediato. También recordó la imagen de Zina luchando contra un hombre, exhibiendo una fuerza sobrehumana.
Sissel sabía que aquella mujer no era solo una persona mal llevada; era alguien capaz de hacer daño si se lo proponía.
El temor a las represalias la mantenía en silencio. Si le decía a Shest quién estaba detrás de todo esto, temía que Zina lo supiera y que eso tuviera consecuencias graves para ella.
Lev, al ver la expresión en el rostro de Sissel y su silencio sepulcral, comenzó a unir las piezas del rompecabezas rápidamente. La forma en que había sido manipulada, las ingeniosas indicaciones... todo apuntaba a una sola persona.
—¿Fue Zina quien te dijo que hicieras esto? —preguntó, su voz cargada de una mezcla de indignación y preocupación. La sola idea de imaginar a la pelinegra manipulando a la joven frente a él lo enfureció.
Sissel sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la mención del nombre. Las palabras se quedaron atoradas en su garganta; no podía responder. En lugar de eso, continuó mirando hacia abajo, dejando que el silencio hablara por ella. Su mutismo fue suficiente para confirmarle al menor de los Zhadanov lo que ya sospechaba.
—Lo sabía —dijo él, su voz ahora más grave—. Lo supe desde el momento en que me contaste esa absurda metodología—. La decepción y la rabia se mezclaban en sus ojos con una ferocidad salvaje mientras miraba a Sissel— ¿Desde cuándo? —. Su voz era más suave ahora, pero había un trasfondo de incredulidad aún presente.
Ella levantó la vista por un instante para encontrarse con sus ojos; solo podía pensar en las consecuencias: Zina no era alguien a quien se pudiera desafiar sin pagar un precio.
—Desde hace un mes —respondió en un murmullo con un hilo de voz emergiendo entre el miedo.
Lev cerró los ojos con fuerza y elevó su cabeza al cielo, un profundo suspiro brotó de su pecho, como si intentara liberar toda la frustración y la impotencia que lo consumían. Podía sentir cómo la ira se acumulaba en su interior.
La idea de que Zina había estado manipulando a Sissel durante tanto tiempo le hacía hervir la sangre. Cada hora extra que la más joven había trabajado representaba un abuso de poder que no podía tolerar. Su corazón latía con fuerza mientras imaginaba a Sissel agotada, luchando por cumplir con las exigencias de Zina sin poder defenderse.
Respiró hondo, tratando de calmarse. Al abrir los ojos nuevamente, Shest miró a Sissel con determinación y se acercó un poco más, manteniendo una distancia segura para no asustarla nuevamente.
—Te serán remuneradas todas estas horas que has hecho —dictamnó—. Puedes irte, Ignaty te llevará.
Ella cerró los ojos por un fugaz instante. Todo en el muchacho frente a él le indicaba que no estaba dispuesto a recibir una negación, y menos aún un suplicio de que no le dijera nada a su compañera. Los hombros de la pelirroja se relajaron en rendición y asintió con su cabeza en un movimiento apenas perceptible, aún bajo la mirada intensa de Lev.
Le costó ordenarle a sus temblorosas piernas que comenzaran a marchar hacia la salida, pero en cuanto pasó por el lado del muchacho, un suave agarre en su brazo la hizo detenerse en su lugar.
—No existe tal clasificación de copas. Te sugiero revisar un poco más tu sentido común —pronunció con su vista fija en las paredes blanquecinas frente a él.
Sissel solo pudo contemplar el perfil de su rostro cuando elevó su mirada, y lo observó por unos instantes. Sus rasgos desde esa perspectiva eran aún más armoniosos, sin ángulos pronunciados. La punta de su nariz era sutilmente redondeada, añadiendo una suavidad facial que contrastaba con la mandíbula bien definida que se fundía en una transición suave con sus mejillas.
La muchacha fijó su vista en una de las cejas oscuras y delgadas de él, dónde la sangre comenzaba a secarse y había tomado un color más oscuro en una línea irregular que chorreaba hasta el cuello.
—Ven conmigo, te limpiaré eso —sus palabras salieron firmes incluso para sorpresa de ella misma.
Él giró su rostro hacia ella, encontrándose con aquel par de ojos verdes que le insistían sin apartarse. Titubeó en aceptar la oferta y arriesgarse a lucir vulnerable, pero finalmente suspiró con indignación y ella comenzó a caminar hacia la salida del almacén.
Lev la observó mientras se agachaba a recoger su pistola y guardarla nuevamente en la parte baja de su espalda, el frío metálico del arma mordió su piel en cuanto el agarre de su pantalón la aferró a su torso. Con pasos también decididos, siguió a la muchacha.
La atmósfera del bar era tranquila en contraste con la tensión que había precedido a su llegada. Las luces colgantes emitían un resplandor cálido que iluminaba la barra de mármol pulido, donde las botellas de licor brillaban como joyas en el silencio. El lugar estaba vacío y sumido en un silencio sepulcral, como si el mundo exterior hubiera desaparecido.
Sissel se movió en el espacio con determinación, pero había una ligera inquietud en sus gestos. Sus manos temblaban ligeramente cuando sacó el botiquín de primeros auxilios de un cajón oculto al público debajo de la barra.
Shest la observaba desde una distancia prudente, la idea de que ella quisiera ayudarlo le resultaba extraña; había estado tan concentrado en protegerla que no había considerado que podía ser ella quien lo cuidara a él.
Cuando Sissel le indicó que se sentara en uno de los taburetes altos, él dudó por un instante. Sin embargo, la mirada insistente de la joven lo empujó a ceder. Se acomodó en el asiento, manteniendo una postura erguida, pero con los músculos tensos, como si estuviera listo para levantarse en cualquier momento.
Mientras ella abría el botiquín, una sonrisa ponzoñosa culebreó en el rostro teñido de carmesí del pelinegro.
—Supongo que Lysander pensó en ti y tus torpes accidentes al poner esto aquí. Pero mira, aquí estoy siendo el primero en hacerle honor a su inversión —. Su tono era sarcástico y desafiante, como si intentara aliviar la tensión con humor.
Sin embargo, esa chispa no encontró eco en Sissel; ella solo esbozó una sonrisa desganada que no llegaba a mostrar sus dientes, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación y concentración mientras con un ademán con sus manos le pedía que se inclinara un poco hacia adelante para facilitarle la tarea. Lev hizo caso y al aproximarse podía sentir el calor de su cuerpo mientras ella se concentraba en limpiar su herida.
Al ver el pequeño corte en su piel, Sissel se detuvo un instante, sorprendida por la cantidad de sangre que brotaba del leve rasguño, ésta tenía un color opaco contra la palidez de su piel, y eso la inquietó más de lo que quería admitir.
A pesar de que estaba sentado, la diferencia de altura entre él y Sissel continuaba siendo desproporcionada. Su figura alta e imponente se mantenía evidente, incluso en esa posición. Para que Sissel pudiera alcanzar su rostro y limpiar la herida con comodidad, tenía que elevar su cabeza y estirar los brazos. Sus débiles músculos se tensaban ligeramente mientras trataba de llegar a él.
Lev notó el esfuerzo que ella estaba haciendo. La forma en que su cuello se arqueaba hacia arriba y sus brazos se extendían para alcanzar su rostro le hizo sonreír de costado y con una suave inclinación de su cuerpo, ajustó su postura aún más hasta que sus rostros quedaron a la misma altura, creando un momento de cercanía inesperada.
Esa simple acción no solo hizo que Sissel pudiera trabajar con mayor facilidad, sino que también provocó que su corazón se acelerara de forma violenta contra sus costillas. Mientras deslizaba el algodón con cuidado por el borde de la herida, sintiendo la textura suave de la piel de él bajo sus dedos, su mente divagaba entre pensamientos contradictorios. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Era solo Shest.
Pero había algo en ese par de zafiros glaciares que la desarmaba; algo que la hacía sentir vulnerable y expuesta. Ella evitaba sostener su mirada directamente por mucho tiempo; cada vez que sus ojos se encontraban, una chispa pasaba entre ellos.
Lev, por su parte, permanecía en silencio, observándola con atención. Sus ojos recorrían cada rasgo de su rostro.
Las cejas de un naranja intenso, se fruncían ligeramente cuando concentraba toda su energía en algo tan simple como limpiar una herida, y se complementaban con el tono de su cabello, provocando un contraste con las largas pestañas marrones que enmarcaban sus ojos verdes. Como dos esmeraldas brillando en medio de un paisaje de fuego.
Su piel clara estaba salpicada de pecas delicadas que parecían contar historias del sol y la risa. A él le fascinaban; eran como pequeños puntos de luz que le adornaban el rostro. Cada vez que ella sonreía, esa constelación de pecas parecía bailar.
En los rasgos suaves y aniñados de Sissel se hallaba una inocencia que desentonaba con la oscuridad del mundo de él.
Con un gesto suave, ella tomó el algodón empapado en desinfectante y ejerció presión con cautela el centro de la herida abierta, como si estuviera tratando con algo frágil. Al tocar su piel, el frío del líquido tomó a Shest un poco por sorpresa. No era el dolor lo que lo sorprendía, sino la sensación helada que contrastaba con el calor de su cercanía. Embobado, había estado observando sus expresiones concentradas, y al sentir ese toque repentino, un ligero sobresalto recorrió su cuerpo.
Sissel notó su reacción y bajó la vista hacia él, con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—¿Te duele? — preguntó, su voz suave pero atenta.
Lev se tomó un instante para recuperar la compostura.
—No tanto como que no hayas intentado sacarme de mis casillas hoy —respondió sin poder reprimir la media sonrisa que asomó en sus labios, al recordar la reacción de Sissel cuando la encontró utilizando el celular en su turno. Solo se lo había entregado sin hacerle frente y sin chistar, ignorándolo.
—Te arrojé una copa —puntualizó ella sin mirarlo directamente, sus manos aún ocupadas limpiando el rastro de sangre que se adhería a su mejilla.
Los hombros de Sissel se sacudieron ligeramente cuando emitió una risa suave y breve, para luego volver a una seriedad que no parecía ser usual en ella. Lev no pudo evitar que su mirada se deslice hacia sus labios. Sonrosados y llenos de vida, parecían invitarlo a acercarse aún más. Sin embargo, rápidamente se dió cuenta de cómo aquel impulso había brotado sin previo aviso, creando nueva tensión que no pudo ignorar.
—No estoy aquí para sacar lo peor de ti —dijo ella, casi en un susurro—. Solo intento avanzar en mi vida sin ser el obstáculo de nadie. Y si de alguna forma crees que lo soy para ti, con todo respeto, es asunto más tuyo que mío. Solo hago mi trabajo lo mejor que puedo.
Sissel terminó de quitar el último rastro de sangre que quedaba adherida a la piel de Lev, observando las líneas negras de los tatuajes que le serpenteaban por el cuello. Se alejó un poco para evaluar su trabajo, dándose cuenta de que él se encontraba observándola con su seriedad inmutable.
Sintiendo el peso de aquellos ojos azules, Sissel tomó un apósito limpio, notando cómo sus dedos se movían automáticamente, como si el acto de cuidar fuera más fácil que enfrentar la intensidad de la mirada de Shest. Se acercó nuevamente a él, sintiendo el calor que emanaba de su cuerpo.
Mientras colocaba el apósito sobre la herida, su pulso se aceleró. Podía sentir cómo cada movimiento era observado con atención casi hipnótica. Su mente divagó por un instante; se preguntó si alguna vez podría entender al hombre frente a ella o si siempre sería un misterio envuelto en sombras.
Finalmente, terminó de asegurar el apósito y se apartó un poco, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo. Él seguía mirándola con esa intensidad que parecía quemar, haciendo que su corazón latiera desbocado.
Sissel respiró hondo, buscando valor para hablar.
—Hoy... hace un mes —comenzó, su voz apenas un susurro. La vulnerabilidad en sus palabras era evidente, y ella luchaba contra las lágrimas que amenazaban con brotar. Se mordió el labio, buscando la fuerza para continuar—. Recibí la noticia de que mi madre se había arrojado desde el último piso de la clínica donde estaba recibiendo tratamiento.
Las palabras parecían salir de su interior como un torrente, cada una cargada de dolor y confusión.
—Siempre creí que volvería a estar bien —continuó, sintiendo la presión en su pecho aumentar, mientras agrupaba en una pequeña bolsa de residuos los algodones impregnados de sangre, con el suficiente cuidado como para no mancharse los dedos—. Pero... no lo logró. A veces me siento tan perdida, como si una parte de mí se hubiera ido con ella. Y hoy... hoy simplemente me sentí rara, como si todo me aplastara.
Lev la escuchaba atentamente. Sissel sintió cómo su corazón latía con fuerza; era como si al verbalizar su dolor pudiera empezar a deshacer el nudo que había estado atado en su interior.
—La gente no habla mucho de esto —dijo Sissel, una lágrima solitaria rodando por su mejilla—. Nadie sabe cómo reaccionar frente al suicidio. Y yo... yo no sé cómo lidiar con esto. Hay días en los que me siento culpable porque no pude ayudarla, y otros en los que simplemente estoy furiosa porque no pudo quedarse.
Su voz se quebró al pronunciar esas palabras; la tristeza y la rabia se entrelazaban en su pecho como dos fuerzas opuestas y desgastantes. Lev se inclinó hacia adelante, mostrando una empatía silenciosa que le hizo sentir menos sola en ese momento.
—No sé si alguna vez podré entenderlo del todo —admitió Sissel, alzando su cabeza al cielo en un intento por detener sus lágrimas, las cuales secó con el puño de su abrigo—, pero tenía que decírselo a alguien. Todo este tiempo he estado guardando este dolor para mí misma y ha sido agotador.
Shest asintió lentamente, comprendiendo la magnitud del sufrimiento que Sissel compartía con él. Ella tomó un respiro profundo, sintiendo la vulnerabilidad de su confesión.
—No te estoy contando esto para que sientas lástima por mí o para que intentes entender todo lo que he pasado —dijo con sinceridad, fijando sus orbes verdes en los azules de él—. Solo sé más amable.
Lev mantuvo su silencio absoluto mientras la observaba. No era que la revelación le sorprendiera; en su interior, ya había anticipado ese momento desde que Lysander había deslizado el expediente biográfico de Sissel sobre la mesa del bar aquel primer día, cuando sus hermanos incluso habían desafiado sus órdenes directas para otorgarle el empleo.
De otro modo, jamás le hubiese permitido la entrada a su territorio a una completa desconocida sin saber cada aspecto de su pasado. Así que no, sabía que su madre había tomado esa trágica decisión, pero aquello no le impactaba en lo más mínimo.
Fue la elección de Sissel al abrirse a él, a alguien que podría ser un completo extraño, lo que en verdad lo había tomado con la guardia baja. Uno que lo más seguro era que ella detestaba, con justos motivos.
¿Por qué a él? Su mente giraba en torno a esa pregunta mientras sus ojos añiles seguían fijos en ella. Imaginó que quizás con sus hermanos habría encontrado un espacio más seguro para hablar sobre su dolor, especialmente con Lysander, a quién parecía que Sissel le tenía más confianza.
Desde su llegada al Nordic Nights, la mujer con cabello de fuego frente a él no había compartido con ninguno de ellos los detalles de su vida personal. Desde su inesperada llegada a la casa de la doctora Berntsen, había mantenido una muralla impenetrable alrededor de su vida anterior.
Sissel no había compartido detalles sobre cómo había llegado allí ni por qué había decidido quedarse; era curioso cómo en ocasiones el acento portugués se filtraba en su noruego, como un susurro lejano de otra vida. Ella no parecía notarlo, pero aquel sutil detalle no se le pasaba por alto al líder del Jamstvo.
Pero allí estaba ella, con su vulnerabilidad expuesta ante alguien que era más un demonio personificado que un amigo.
Shest sintió como si estuviera atrapado entre el deseo de acercarse a ella y el instinto de preservar su propio espacio emocional. No tenía respuestas para ofrecerle ni palabras mágicas para aliviar su carga; sólo podía estar allí, en silencio, siendo consciente de que las heridas ajenas podían arrastrarlo hacia lugares donde él prefería no aventurarse.
Buenas 😁 ¿Cómo están? Aprobé el examen de ayer, muchas gracias por sus buenas vibras, me ha ido increíble 💖
Aquí la segunda parte del capítulo, ¿y bien? ¿qué tal? ¿será verdad aquello de que Shest fue militar? Díganme que piensan, ya saben que me encanta interactuar con ustedes, sobre todo cuando se enganchan con la historia y me comentan todas sus teorías, que algunas son un poco más trilladas de lo que es la original 🤣🤣🤣
También acá finalmente conocen el por qué a Sissel le afecta tanto la muerte de su mamá, pues no se fue en tan en paz que digamos, ¿cómo les tomó eso? Hasta ahora ella no había revelado con nadie la causa de su muerte. Y sólo lo sabía Aundrey porque le dieron la parte médica (y los Zhadanov de forma ilegal je).
Nuestra dulce Sissy al parecer también tiene algunos secretos guardados 😶🌫️
Les dejo la traducción de la canción multimedia de este capítulo, como siempre les digo, si pueden escucharla y sobre todo leerla para conectar más con los personajes, estaría genial. En este caso no es necesario escucharla en algún punto específico del capítulo, pueden hacerlo ahora al final y no habrá problema 😁
https://youtu.be/tQcULCuRg0k
Fin del comunicado, nos vemos en el próximo capítulo, que espero que sea muy pronto. Gracias como siempre por su apoyo, se me cuidan mucho 🩷🩷🩷
Libby
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