Capítulo 7.- Aislamiento fallido.
Hacia menos calor del que recordaba en aquellas tierras, el clima del mediterráneo era suave pero siempre lo encontré demasiado húmedo a mi gusto.
Después de un largo suspiro me armé de valor para entrar de nuevo en esa casa, aquella de la que me había despedido apenas hacia una semana, prometiendo que no iba a volver, y sin embargo ahí estaba de nuevo, en la casa de mi infancia, donde había pasado grandes momentos, pero que, sin embargo, aguardaba horribles recuerdos.
La casa estaba en silencio, como el día en que la abandoné, esta vez con la diferencia de que nunca más iba a estar llena de vida.
Subí a la habitación donde tiempo atrás correspondía a mis padres, todo seguía en su sitio. La cama deshecha, la cruz con Jesús crucificado en él encima de ésta, armarios llenos de ropa y aún después de tanto tiempo el joyero de mi madre encima de su correspondiente mesita de noche. Con una fina capa de polvo cubriéndola.
Paseé por la habitación, mirando con curiosidad las fotos que hacía tanto que no veía y en especial una, que no pudo evitar llenarme de melancolía; salíamos yo y mis padres, la última foto que nos tomamos juntos antes de que mi madre cayera enferma y se marchitara cual flor al Sol sin agua a su alcance.
Y ahora había llegado la hora de mi padre.
Siempre había tenido claro que él no iba a llegar a la tercera edad debido a sus problemas con la bebida sin embargo había aguardado una secreta esperanza de que llegara a verme, al menos, en mi mayoría de edad.
Nunca había sido un mal padre, siempre se había preocupado por mí y había hecho todo lo posible para hacerme feliz. Simplemente cuando mi madre se fue, é cayó y nunca pudo recuperarse.
Desde que había empezado a beber su carácter había cambiado drásticamente pero aún conservaba su vieja humildad y su amor incondicional en sus escasos momentos de sobriedad.
No hay peor sentencia para alguien con alguna clase de adicción, que lo dejes solo, sin ninguno de sus seres queridos, porqué entonces, dime, ¿Qué razón tiene esa persona para seguir resistiéndose a la tentación?
Ese era el único argumento que tuve una vez delante del juez para que me dejara quedarme con él, para cuidarle, para poder salvarle. Aguantando cada mal momento, cada borrachera, paliza o tortura psicológica que él pudiera darme.
Sin embargo nada de eso logró persuadir al hombre de la toga y con su martillo de madera firmó la sentencia de muerte de mi padre. Nadie me creyó y ahora él estaba muerto.
Y yo estaba sola.
Mi vista se posó en dos pequeños aros dorados, que pese a la suciedad del lugar lograron brillar al reflejar la poca luz que se colaba por la ventana. Los cogí con una mano, quitándoles el polvo.
Eran los anillos de compromiso de mis padres, ahora sin portador al que hacer referencia.
Coloqué ambos anillos en una fina cadena plateada y me los colgué al cuello, para poder llevarlos, espiritualmente, siempre conmigo.
Llamaron al timbre de repente, provocando que diera un brusco salto y mi corazón fuera a pulso rápido por un buen rato; nadie, a parte de mis tíos sabía dónde estaba. Realmente no quería compañía, necesitaba, quería y anhelaba estar sola, perderme en la nada durante unos días, poder estar con la única compañía de mis pensamientos pero el destino tenía otros planes para mí...
- ¿Pero qué mierda haces aquí? — dije al abrir la puerta.
- Vaya. — contestó. — esperaba que te contentaras al verme. — sonrió.
- Pues te equivocaste. — dije cerrando la puerta.
Estaba mandando a la mierda al hombre de mi vida, soy idiota, lo sé.
James puso el pie frente la puerta, impidiendo que pudiera cerrarla del todo y con uno de sus fuertes brazos abrió la puerta de un empujón.
- Si me he ido sin decir nada a nadie es porque no quería que nadie viniera, ¿No crees?
- Creo que aislarte en estas situaciones es lo peor que puedes hacer Angie.
- No voy a volver y no puedes obligarme.
- No te voy a obligar a que vengas, entiendo que quieras estar aquí un tiempo. — sonrió de nuevo.
- ¿Entonces qué demonios haces aquí?
- Pasar contigo unos días. — respondió con voz seductora, acercándose a mí, demasiado.
- ¡Ni de broma! — dije sonrojada, empujándolo mientras andaba hacia atrás.
- O me quedo o te llevo a rastras de vuelta. — dijo acercándose de nuevo a mí, sonando amenazador.
Me agarró de la cintura, llevándome hacia él y con su mano tomó mi barbilla y la alzó para poder mirarme a los ojos.
- ¿Qué decides? — susurró, acortando cada vez más la distancia entre nuestros rostros.
- Bueno... - dije sonrojada, rodando los ojos para evitar mirarle a él.
Nuestros ojos se encontraron sin yo poder evitarlo y nos hundimos en un beso, no tan fogoso e intenso como los demás, sino más lento y apasionado, confirmando así que íbamos a vivir juntos durante una temporada.
Iba a vivir con James Hetfield. A solas.
Holy fuck.
- ¿Cuándo es el entierro? — dijo manteniendo el agarre.
Me separé de él y fui hacia la puerta para cerrarla.
- Mañana por la mañana.
Me giré dando la espalda a la puerta y apoyándome en ella, mirando a James a los ojos.
- Bien, lo que tienes que hacer ahora es distraerte para no pensar en ello. — sonrió mientras me rodeaba con sus fuertes brazos para regalarme uno de sus cálidos abrazos.
- Estoy bien, James. - susurré mientras me movía entre sus brazos para poder liberarme.
- Sé que no es verdad. - dijo mientras me miraba y mantenía sus brazos unidos con fuerza, aprisionandome.
- Mi forma de pensar sobre la muerte es bastante peculiar. No me afectan estas cosas.
James me miró, señalando que quería que siguiera hablando.
- Son cosas que pasan. - dije en un suspiro. - Cada día mueren millones de personas y es inevitable que algún día le toque a un familiar o conocido tuyo. Tengo asumido que la gente muere porque forma parte de la vida y los que nos quedamos aquí debemos aprender a afrontarlo porque vamos a sufrir viendo como todos mueren poco a poco sin poder hacer nada.
- no me jodas. - dijo él, riendo.
-¿Qué? - pregunté con un tono molesto.
- Nada...
James me abrazó de nuevo, esta vez con más intensidad.
- Me sorprende que seas tan fuerte siendo tan joven. - susurró a mi oído.
Correspondí a su abrazo, rodeando su cuello con mis brazos y oliendo el suave perfume que desprendía su ser.
- ¿Qué le has dicho a Francesca? - dije aún envueltos en ese abrazo.
- Que tenía que ir a arreglar unos papeles para el disco nuevo.
- Espero que salga temprano. - dije en tono de reproche mientras deshacía el abrazo y entraba en la casa.
- Ni que no fuera a estar para el 2015. - me contestó en una carcajada mientras me seguía.
Nos sentamos en el sofá de la sala de estar, James cambió su compostura a una más seria mientras seguía mirándome.
- ¿Cuándo era el funeral?
- Mañana por la mañana. — contesté.
- Bien... intentaré tener algo preparado para cuando vuelvas. — sonrió. - No quiero que cocines.
- ¿No vas a venir conmigo?
- ¿Quieres que venga? — preguntó sorprendido. - Nadie me conoce ahí, y no creo que sea buena idea que te vean con un hombre tan mayor.
- Pero... - dije acercándome a él. — Yo quiero que vengas... No quiero estar sola...
Me apoyé en su pecho, con los pies encima del sofá, él me rodeó el cuerpo con uno de sus brazos y me besó la frente, y sin casi poder evitarlo me dormí. Sabiendo a la perfección que al despertar él iba a estar ahí.
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