Chapter two
La noche se había vuelto calurosa para Shuhua, y correr a casa fue como nadar a toda velocidad en sopa hirviendo. En la esquina de su bloque, se vió atrapada por un semáforo en rojo. Se removió emocionada arriba y abajo sobre las puntas de los pies, mientras el tráfico pasaba zumbando en una masa borrosa de faros. Notó que los labios le formaban una sonrisa amplia. Tenía las mejillas sonrosadas del frío; los labios rojos y los ojos brillantes. El viento del otoño le revolvía el cabello por el rostro.
Mientras trotaba calle arriba en dirección a su casa, vió que las ventanas del segundo piso estaban iluminadas, la acostumbrada señal de que su madre estaba en casa. En muy pocas ocasiones había visto las luces apagadas.
«Siempre esperándome —se dijo. Sus labios se curvaron en una adolorida sonrisa, mientras apretaba los puños —. Eres tan buena madre y yo tan pésima hija. No te merezco».
Shuhua soltó un suspiro antes de continuar.
Bañada en una agradable luz de las últimas horas de la tarde, la casa de piedra grisácea parecía resplandecer. Las abejas zumbaban perezosamente alrededor de los rosales bajo las ventanas de Madame Yontarak. Respiró hondo. Olió aire de otoño, mezclado con el olor de las hojas. Veía las copas de los árboles, oía el murmullo del tráfico.
Seúl era una ciudad siempre en movimiento.
Pero sintió un nudo en el estómago en cuanto pisó la entrada. La luz del techo se había fundido, y el vestíbulo estaba a oscuras. Las sombras parecían llenas de movimientos clandestinos. Con un estremecimiento, empezó a subir la escalera.
— Tengo que decirte algo, Shuhua —dijo una voz.
Shuhua se volvió.
— ¿Si...?
Se interrumpió. Sus ojos se estaban ajustando a la penumbra, y podía distinguir la forma de una mujer alta y esbelta, apoyada en el marco de la puerta de el apartamento. En la penumbra, Shuhua sólo distinguió un rostro sereno y la abertura de la boca cuando habló.
Sin duda alguna, esa era Madame Yontarak.
— Shuhua, ¿tú padre está en casa? —preguntó Madame Yontarak.
La muchacha se removió incómoda.
— No.
— Bueno, la luz de la escalera se ha fundido. Espero que te estés dando cuenta —dijo Yontarak en tono amonestador—. Cuando vuelva, pídele que cambie la bombilla, por favor. No soporto la oscuridad.
«Ah, ¿y tú crees que yo no? —masculló Shuhua para sí, exasperada.»
— Mi papá no...
Yontarak la interrumpió con brutal precisión.
— La claraboya también necesita que la laven. Está asquerosa. No me sorprende que esto esté casi tan oscuro como la boca del lobo.
«Papá NO volverá. Papá NO cambiará la bombilla. Papá NO es el casero», quiso decirle, pero no lo hizo. Aquello era típico de su mística vecina. Una vez que consiguiera que el señor Yeh pasara por allí y cambiara la bombilla, le pediría que hiciera un centenar de otras cosas: arreglar el jardín, sacarle la basura. En una ocasión le había hecho hacer pedazos un viejo sofá con una hacha para poderlo sacar del apartamento sin tener que desmontar la puerta.
— Se lo diré —dijo Shuhua, suspirando —, no se preocupe.
— Perfecto, muchas gracias —repuso Yontarak con una sonrisa encantadora.
La taiwanesa devolvió una sonrisa falsa. Se preguntó si se veía tan falsa como ella creía.
«Me veo cambiando la bombilla —se aseguró así misma con fastidio.»
Dejándo atrás a su vecina, alzó la mirada hacia la puerta de su apartamento. Otra vez, la sensación de culpabilidad le llenó el pecho, cuando llegó a la puerta del apartamento. La puerta estaba sin cerrar con llave, algo entreabierta, derramando un haz de luz en forma de cuña sobre el rellano.
Empujó la puerta para abrirla del todo.
Dentro del apartamento, las luces estaban prendidas: todas las lámparas refulgían encendidas en toda su luminosidad. El resplandor le hirió los ojos.
Las llaves y el bolso negro de su madre estaban sobre el pequeño estante de hierro forjado situado junto a la puerta, donde siempre los dejaba.
— ¿Mamá? —llamó —. Mamá, estoy de vuelta.
No hubo respuesta. Entró en la sala. Las dos ventanas estaban abiertas, con metros de diáfanas cortinas blancas ondulando en la brisa, igual que fantasmas inquietos. Únicamente cuando el viento amainó y las cortinas se quedaron quietas.
Cuando oyó el portazo del baño, a Shuhua comenzó a latirle el corazón con fuerza.
— ¿Mamá? —llamó otra vez. La voz de Shuhua sonó temblorosa.
Su madre apareció en la sala.
A tan poca distancia, Shuhua pudo ver el aspecto tan cansado que mostraba su madre. Había oscuras medias lunas bajo sus ojos, y los párpados aparecían nacarinos por falta de sueño.
— Llegaste, mi niña—su voz sonó débil, como si hubiera estado llorando.
«Mira lo que hiciste Yeh Shuhua» —apretó los dientes: sintió una oleada de rabia irracional hacia ella misma—. No te basta con todo lo que ha llorado por papá».
Y es que a los cuarenta y dos años que tenía la madre de Shuhua no podía sentirse más desgraciada. Viuda apenas un mes atrás, sin ingresos por trabajo alguno, su nivel de vida se había disparado por el lamentable hecho de la trágica muerte de su esposo. Un autobús lo atropelló en un paso de peatones... El juicio se realizó hace dos semanas, la indemnización y pensión de viudedad le van a permitir subsistir con un envidiable bienestar.
Aunque no lo pareciera, Shuhua estaba llevando lo del fallecimiento mucho peor que su madre. Cuando despierta por las mañanas: tiene los ojos pegajosos y sus pestañas están llenas de sal. Le duele tanto todos los bellos momentos que hicieron juntos. Al ponerse de pie, se tambalea un poco. Siente las piernas como si estuvieran hechas de cera medio derretidas. Abrocha los botones con los dedos entumecidos, reprimiendo el impulso de echarse a llorar. Después, sólo sonríe, con esa sonrisa que mantiene oculta toda la tristeza que hay en su corazón roto en mil pedazos.
Le duele tanto pero tiene que ser fuerte.
— Perdóname... —comenzó, pero no llegó más lejos, porque Shuhua se lanzó sobre ella para abrazarla con el corazón desbocado.
La muchacha cerró los ojos y hundió su rostro en el cuello de su madre. El cabello negro le cosquilleaba el rostro. Respiraba regularmente contra ella y notaba el ritmo de los latidos en armonía. Al abrazarla se sintió segura... para que sus lágrimas le corrían libres por las mejillas.
— Lo... lo siento, mami—siseó. Shuhua se sentía excesivamente débil —. No te merezco...
No había llamado mami a la señora Yeh desde que cumplió los diez años.
♡
«Seo Soojin, serás mía. Por fin tendré tú amor».
Se aseó en el cuarto de baño, usando una pastilla de duro jabón de lavanda. Secarse con una toalla blanca de mano le dejó húmedos cabellos dispersos alrededor del rostro en aromáticas marañas. Evitó mirarse en el espejo. No le gustaba ver lo pálida que estaba, las ojeras...
Tenía un plan en mente. Incluso si era una locura e implicaba magia blanca para conseguir enamorar a un Soojin. Y no le importa lo que le digan: porque ella está enamorada. Odiaba cuando tachaban su amor como un capricho u obsesión. ¿No notaban lo sincero y dedicado que era su amor?
Se marchó decidida a su habitación.
Al llegar a su habitación, encendió la luz situada junto a la cama y contempló a su padre abrazándola, con cinco años y una sonrisa desdentada enmarcada por unos cabellos oscuros. Un sollozo se alzó en el pecho de la taiwanesa.
«Papá —lloró interiormente—, te extraño.»
Shuhua desvió los ojos, pasándolos al otro extremo de la habitación. Cruzó los brazos en el pecho y miró fijamente por la ventana, con la mandíbula apretada mientras reprimía sus ganas de llorar.
De momento, Shuhua soltó un suspiro, la tensa expresión de dolor abandonando su rostro.
Tragando en seco, fue hacia su escritorio. Shuhua abrió el ordenador y lo encendió. Esperó unos pocos minutos a que el dispositivo se iniciara. Ya ahí, hizo un clic a la aplicación Google, la solución a todas sus dudas —y, tal vez, hasta problemas —.
Shuhua soltó un suspiro de alivio, cuando la aplicación cargó con rapidez. Hacía unos días que su servicio a Internet estaba horrible.
«Amarres de amor»—tecleó Shuhua en el buscador.
Mientras esperaba los resultados de la búsqueda; innecesariamente, recordó cuando tuvo por primera vez el período. Por vergüenza a preguntarle a su mamá, googleó los detalles.
Se sintió patética, pero, desde ese entonces ha googleado todo.
Google le presentó bastantes búsquedas, pero se fue por la primera que vió. Siempre hacía eso.
www.chomiyeonblogs.ko > amor
—"Algunos de los "Amarres de Amor" las usados, que harán que tu pareja este contigo para siempre"— leyó en voz alta — . El título promete, es lo que busco—dijo Shuhua satisfecha.
La llevó a un artículo. Lo primero que leyó fue el título de éste en letras gruesas y oscuras. Su fecha, era reciente: 15 de octubre. Y una imagen de una pareja abrazada, se veían muy enamorados.
—Así nos veremos Soojin y yo —comentó sonriendo un poco pícaron. Sus ojos centellaban, parecían el cielo nocturno lleno de estrellas.
Bajó un poco, se encontró con el contenido del artículo.
«¿Sabes que los amarres de amor pueden ayudarte?»
Asintió con un movimiento de su cabeza, retorciéndose de la emoción.
«Cuando estás en una relación amorosa y empiezas a notar que existen problemas, seguro que sientes la necesidad de solucionarlo. Una ruptura muy dolorosa, la falta de comunicación con la pareja, infidelidades o mentiras constantes y la falta de deseo o poco sexo son algunas de las razones para realizar un amarre de amor...»
—No hablan de mi situación, pero mi situación está entre las que no mencionaron —se dijo.
«Mantener la cercanía de tu ser amado y consolidar tu relación son prioridad en momentos donde algo falla.»
—Es que ella se hace la difícil y no me lo permite —lanzó un bufido burlón —. Pero, eso es parte de su encanto.
«Para resolver los problemas que aquejan tu vida amorosa, lo mejor es buscar la ayuda de un profesional. Las consultas esotéricas y con videntes expertos suelen ser excelentes, pues las medidas desesperadas conllevan a consecuencias negativas.
Si la relación ha fracasado en tus miles de intentos por hacer que el amor de tu vida permanezca junto a ti, puedes contratar los servicios de una vidente como Nicha Yontarak. El equipo es excelente en ejecutar amarres y hechizos de amor porque evalúa la situación y aplica la mejor solución...»
Parpadeó confundida y volvió a leer.
—Puedes contratar los servicios de una vidente como Nicha Yontarak...
Abrió los ojos de par en par. Los labios de Shuhua se separaron con expresión sorprendida: — Mi vecina.
«Tenía la solución de mis problemas conviviendo conmigo, prácticamente...»
— ¡Cómo he perdido el tiempo! —exclamó Shuhua con un deje resignado.
Espero que les haya gustado el segundo capítulo. Nos leemos.
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