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✷ La Trampa || Anna x Tanukichi ✷

            Tanukichi supo, desde el principio, que no debió haber salido ese día. Presentía que algo saldría mal. Pero, ¿cómo negarse a la petición de su amiga Ayame cuando estaba tan entusiasmada con esa idea?

            Para no pensar en eso, Tanukichi se convenció de que estaba actuando como un loco paranoico y que no debía preocuparse. Sin embargo, ahora que se había encontrado con la trampa, se reprochaba, una y otra vez, el haber ignorado su instinto. Si le hubiera prestado la debida atención, tal vez no se encontrarse ahora en esa situación.

            Estaba moviéndose por los alrededores de Tokioka, dejando revistas en los lugares estratégicos y estampas de morboso contenido en las adyacencias de la cerca metálica que protegía los terrenos del recinto, cuando pisó una parte del suelo que estaba sospechosamente blanda, como si estuviera húmeda. Todo lo demás ocurrió en segundos.

            Su pie se hundió en el suelo y entonces aparecieron las cuerdas; muchas de ellas, salieron de todas direcciones y se enroscaron en sus brazos, piernas y en su torso con la fuerza suficiente como para sostenerlo en el aire, pero sin cortarle la circulación por completo. ¿Cómo rayos era posible que semejante cosa existiera?

            La trampa estaba muy bien construida y tenía algo extraño en su funcionamiento. Era como si la persona responsable hubiera previsto la ruta de acción que tomaría para dejar esas revistas.

            Trató de moverse, sin éxito alguno. Intentó mantener la calma y pensar. Entonces cayó en cuenta de que estaba solo, no tenía su disfraz, sino el uniforme del instituto —y era fin de semana, cosa que lo hacía más sospechoso todavía—; además, llevaba un bolso repleto de revistas, dibujos hechos por Otome y estampas de dudoso contenido.

             ‹‹Mierda››, pensó, sintiendo como el pánico intentaba apoderarse de él. ‹‹Si alguien me encuentra aquí, aunque no sea algún agente, igual estaría en problemas››.

            Comprobó sus ataduras y notó que las cuerdas, firmes y resistentes, no envolvían sus brazos en su totalidad. Podía mover los antebrazos con algo de libertad. Eso era una buena noticia, no estaba inmovilizado por completo. Ahora que las miraba con detenimiento, sus ataduras, por algún motivo, se le hacían familiares; como si esas cuerdas, rígidas, marrones y rasposas, las hubiera visto en otra parte. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos que no le llevarían a ninguna parte. Debía pensar.

            Miró alrededor y notó que había un nido de buen tamaño en uno de los árboles de su derecha. Haciendo acopio de las habilidades obtenidas en su trayectoria como terrorista, se quitó el bolso caqui y, tras hacer algunos cálculos, de los cuales no estaba muy seguro, lanzó la bolsa en esa dirección con sólo la fuerza necesaria.

            En esa situación, a pesar de hallarse atrapado, el chico debía admitir que la suerte estaba de su lado. Aunque no le tuvo mucha fe a ese lanzamiento, al final, si consiguió su cometido y la bolsa ahora descansaba en ese nido de pájaros. Ya no tenía que preocuparse por verse como un terrorista. Ahora buscaría la manera de soltarse. Aunque tampoco se quejaría si apareciera alguien que lo ayudara a salir de esa incómoda trampa a base de cuerdas.

            Tras unos diez minutos intentando liberarse, Tamukichi decidió tomar un descanso. Una media hora después empezó a notar que la sensibilidad en sus brazos estaba desapareciendo, al mismo tiempo, un constante hormigueo se extendía por sus extremidades. No estaba seguro de cuánto tiempo había transcurrido desde el incidente. Estaba pensando en lo próximo que haría, cuando escuchó una voz a sus espaldas.

            —Vaya, pero si es Okuma-kun…

            El frío que le cruzó la espalda cuando reconoció aquella voz lo hizo temblar con violencia.

            Entonces llegaron a sus oídos una segunda y tercera voz. Anna no estaba sola, con ella estaban Oboro y Goriki. Pudo escuchar como la presidenta les daba instrucciones precisas para que buscaran en los alrededores. Nadie se molestó en preguntar por su estado o el por qué estaba ahí.

            Cuando los chicos se fueron —aunque no podía verlos por estar de espalda a ellos, Tanukichi escuchó claramente los pasos alejándose—, Anna lo rodeó hasta quedar frente a él. Pudo ver a la chica que siempre lo perseguía. Tenía una mirada preocupada y parecía inquieta por la forma en la que se encontraba el chico.

            —¿Estás bien, Okuma-kun? —quiso saber la chica mientras daba unos pasos adelante para poder verlo más de cerca.

            El chico asintió mientras intentaba deshacerse de las cuerdas que, curiosamente, a pesar de que tenía mucho rato forcejando con ellas, no se habían vuelto más ajustadas. Estaban igual que al principio. Anna suspiró con alivio al escuchar la respuesta de él. No parecía tener segundas intenciones, pero Tanukichi no estaba seguro. Con ella nunca se sabía, era uno de los tantos motivos por los cuales su presencia lo ponía nervioso.

            —Qué bueno, Okuma-kun —le dijo Anna y sonrió amablemente—. Por un momento creí que había exagerado con mi trampa⁓

            Al ver la expresión de sorpresa y aturdimiento en el rostro del cautivo, Anna sólo atinó a ensanchar su extraña sonrisa.

            —Así es, Okuma-kun⁓ —las mejillas de Anna se arrebolaron como si le apenara. Aunque Tanukichi podría asegurar que eso era lo último que ella estaba sintiendo ahora—. Yo puse la trampa. Pero no me malinterpretes, no era para ti. —sus ojos cambiaron y entonces pudo ver una gélida expresión; esa que mostraba la rabia que albergaba para aquellos que atentaban contra la moral pública—. ¡Era para atrapar a uno de esos sucios terroristas!

            Tal vez la situación no era la más favorable, pero, tras darle una mirada al nido en donde reposaba aquel cargamento de porno que llevaba un poco más temprano, Tanukichi agradeció que Anna no lo atrapara con las manos en la masa. Prefería ser acorralado por la Anna que aseguraba estar locamente enamorada de él, que caer en las garras de la Anna exterminadora de terroristas.

            Al notar la incomodidad del castaño, Anna se relajó y regresó a la expresión amable que tenía al principio.

            —Ejem, como dije, Okuma-kun, la trampa no era para ti; sino para los terroristas. —de repente parecía orgullosa y su pecho procedió a hincharse con orgullo—. Aprendí a armar esa, y muchas más, en estas últimas semanas. Tsukimigusa-kun fue muy amable en enseñarme⁓.

            Al escucharla, Tanukichi recordó que, en las últimas semanas, Anna pasaba mucho tiempo con el agente en el patio del instituto. De hecho, ahora que pensaba con más claridad, la chica siempre llevaba algunas de esas cuerdas en una bolsa cuando se la encontraba, de casualidad, en el bosque, detrás del patio.

            En ese momento, Tanukichi entendió por qué se le hacían tan familiares esas cuerdas. Si tan solo se hubiera dado cuenta antes, habría podido hacer algo o, incluso, haber prevenido toda esa situación. Ayame y él no le prestaron atención a lo que Anna hacía todos los días, tan concentrada en el patio; y ahora debía pagar las consecuencias.

            —Entonces, Okuma-kun… —canturreó la chica acercándose más—. Ya que no consigues moverte, eso me permite comprobar que la trampa funciona a la perfección —cerró los ojos, suspirando nuevamente y saboreando sus palabras—. Ahora que estamos solos, y tú estás inmóvil, ya no podrás escapar, ¿cierto?

            Y entonces Anna abrió los ojos. Tanukichi vio, con creciente horror, como aparecían, en su mirada azul cielo, el deseo y el ‹‹amor›› en forma de numerosos, y rosados, corazones. Con rápidos movimientos, Anna arrancó las cuerdas y envolvió al chico como si fuera una araña preparando a una pobre oruga que ha caído en su poderosa, y peligrosa, telaraña.

            —Mi madre siempre dice que no podemos desaprovechar las oportunidades que se nos presentan⁓ —comentó Anna de camino a su destino, cargaba al asustado chico en un hombro como si este no pesara nada—. Aunque ella se refiere más que todo a los terroristas, pero supongo que también aplica para esto, ¿no lo crees, Okuma-kun?

            Tanukichi no respondió, sino que se limitó a mentalizarse para lo que, muy seguramente, le ocurriría en un rato, cuando llegaran al sitio que Anna tenía en mente; lugar en el que ella podría darle rienda suelta a todo lo que tenía en mente hacerle al chico desde el primer momento en el que comenzó a perseguirlo con enfermiza insistencia.

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