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✷ Juego de Roles || Tanukichi x Ayame ✷

            —¿Por qué te escondes, querido ladrón? —inquirió Ayame, con voz cantarina, revisando el perímetro lo más cuidadosa, y minuciosamente, posible. Ataviada con ese ajustado disfraz de policía, buscaba la manera de atrapar a su fugitivo favorito a como dé lugar.

            Tanukichi, que traía puesto un curioso, y pasado de modas, overol de rallas negras y blancas, se deslizó por detrás de un árbol cercano, haciendo la menor cantidad de ruido posible. Sólo quedaban unos veinte minutos para que se acabara aquello y proclamarse como el ganador de ese tonto juego.

            —Vamos, Tanu⁓ —insistió Ayame—. No hagas esto más difícil. Si te dejas vencer, prometo no ser tan mala contigo⁓

            Una vez al mes ellos jugaban su propia versión del juego de las atrapadas. Por medio de un sorteo que se limitaba a algo tan sencillo como echar papelitos en una caja, moverla un poco y luego sacar uno cada uno, determinaban los roles debían cumplir cada uno por sesión.

            Ayame caminó en dirección a unos árboles y revisó por allí sin encontrar nada. El chico respiró con calma y miró el reloj que estaba instalado en uno de los árboles, se sorprendió al ver que sólo habían transcurrido unos cuatro minutos.

             ‘«Ni siquiera cinco minutos…’», pensó el chico. No entendía como es que siempre la suerte de ser el fugitivo solía tocarle a él.

            La idea de hacer el sorteo fue de Tanukichi y Ayame —que fue a quien se le ocurrió el juego en primer lugar—, se encargó de poner el resto de la normativa. El chico intervino en una que otra regla, pero casi todo fue idea de ella.

            Los roles debían interpretarse con el mayor realismo posible, meterse en el papel todo lo que pudieran lo hacía más divertido. Cada sesión duraría entre media hora, hasta máximo unos cuarenta y cinco minutos.

            El problema con todo esto no radicaba en la duración, la interpretación de los roles o incluso en el tema del sorteo. El verdadero problema radicaba en la parte de lo que le tocaba al ganador y lo que sufría el perdedor.

            —Muy bien, Tanukichi. —espetó Ayame, mirando a su alrededor, sin éxito alguno. Estaba molesta—. No quería llegar a esto, pero ya que no quieres salir y se nos acaba el tiempo…

            Se llevó una mano a el cinturón y sacó lo que parecía ser una pequeña esfera. Sin dudarlo ni un momento, se giró en su dirección —sorprendiéndolo. Él no esperaba que ella pudiera determinar su ubicación—, y le lanzó el objeto. Tanukichi se quitó, a tiempo, para ver como la mini esfera, que había ido a parar a un metro de la que era su posición actual, detonaba con violencia, dejando ver una potente luz que lo hizo gritar, dejándolo aturdido, y sin visión, por unos minutos.

            —Te tengo⁓ —escuchó decir a la chica, aunque su voz le parecía venir desde muy lejos.

            Ella corrió hacia él y, sin perder tiempo, lo arrastró en dirección a la cabaña en donde se estaban quedando.

            Cuando uno de los dos, el que tenía el rol de ser perseguido —que, en la mayoría de los casos, le tocaba a Tanukichi—, era capturado por su perseguidor, debía cumplir con una sola cosa. Un acuerdo al que habían llegado y que debía cumplirse a cabalidad.

            El perdedor haría todo lo que el ganador quisiera. Y cuando decían todo, se referían a todo.

            En su momento, Tanukichi tuvo una buena discusión con ella respecto a ese premio, pues debían atenerse a hacer todo lo que el otro dijera, pero sin salir de los límites de esa cabaña, que era propiedad de la familia de Ayame. Es decir, lo que sea que el perdedor le ordenara al ganador, no podía hacerse público, no debía salir de esos terrenos y sólo sería por una noche.

            Y Tanukichi, que podía contar con los dedos de una mano las victorias que había tenido sobre su novia, no poseía una imaginación, ni malicia lo suficientemente retorcidas, como para ordenarle a la chica que hiciera algo tan descabellado durante alguna de sus victorias.

            Sin embargo, este no era el caso de la chica, quien solía tener las más variadas, además de raras, retorcidas, y pintorescas, penitencias para su querido novio. De hecho, mientras el chico recuperaba la conciencia, recordó que, si bien había pasado un mes, no acababa de recuperarse de la que había tenido que sufrir el mes pasado.

            —Tranquilo, Tanu⁓ —canturreó Ayame una vez que estuvieron en el lugar y lo hubo dejado en el piso de la sala como si fuera un costal de papas—. No seré tan mala esta vez, recuerda que te lo prometí hace rato y la verdad es que no se me hizo tan difícil atraparte⁓

            Tanukichi, que acababa de despertar y aún veía una que otra mancha rojiza debido a la fuerte luz a la que estuvo expuesto en el bosque, tenía pensado decir algo, pero decidió callar y se relajó en el suelo. Lo cierto es que no tenía muy claro lo que debía decir, más bien preferiría no tener que decir nada.

            Ayame estaba disfrazada de policía y eso era malo, porque ellos seguían la regla de hacer lo más realista posible la interpretación del personaje en el cual se convirtieran para llevar a cabo el juego. Por lo tanto, todo lo que se le ocurriera decir, sería usado en su contra.

            Y entonces vio como Ayame se acercaba a él, con una sonrisa gatuna y cínica, llevando aquellas esposas de plástico sin dudar ni un minuto de lo que pensaba hacer. En ese momento Tanukichi se preguntó qué clase de cosas se habría fumado el día en que aceptó que llevaran a cabo ese peligroso y, en ocasiones, muy doloroso juego de roles.

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