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🌻 01. PLANTAS VS ZOMBIES 🌻

Koko suspiro fastidiado. El sol brillaba al otro lado de la ventana, un grupo de niños reían escandalosamente mientras jugaban por el vecindario, la limonada frente a él parecía burlarse de su deprimente existencia y el aire acondicionado apenas si lo reconfortaba.

El niño sentado al otro lado de la pequeña mesa tenía la cabeza perezosamente apoyada en los brazos cruzados sobre la madera, casi como si lo hubieran arrastrado fuera de la cama para tomar la asesoría que -seguramente- ninguno de los dos quería tener, aunque fuera medio día y el clima estuviera increíble allá afuera.

— Entonces... —empezó, ganándose apenas que el rubio busca problemas lo mirará solamente con el rabillo del ojo, antes de volver a ver a la nada— ¿En que necesitas ayuda?

— En todo, creo.

— Que específico... —murmuró con sarcasmo, mirando el libro de matemáticas que la señora Inui le había dado cuando llegó— ¿Qué es lo último que recuerdas?

— Mamá me enseñó esto la semana pasada —señaló, una serie de operaciones anotadas en la hoja del libro—, es lo último que recuerdo.

— ¿Tu mamá te ayuda con los temas?

— Ella me los enseña. No voy al colegio.

Eso, indudablemente, logró captar la atención del mayor.

Si no iba al colegio y tampoco tenía amigos en el vecindario ¿que carajos hacia en su tiempo libre?

¡Tenían diez años, por Dios, no podía actuar como un anciano aburrido y solitario!

Hasta su abuela tenía más vida social que ese mocoso.

— ¿Estudias en casa?

— Si, desde pequeño; pero mamá dijo que ya puedo asistir a una escuela normal como otros niños.

Ah, es esa clase de nerd, pensó.

— ¿Y qué haces en tu tiempo libre? —preguntó, con intención de confirmar sus teorías sobre la aburrida vida de Seishu Inui y volver a casa al menos un poco satisfecho de saber que su madre se equivocaba.

— No tengo mucho tiempo libre —admitió.

Y Koko lo odio.

Mentiroso, grito su mente, frunciendo el ceño y mirándolo de manera acusadora.

No tenía bicicleta, nadie lo invitaba a sus fiestas de cumpleaños, no tenía mascotas y tampoco amigos con los que salir.

¿Cómo no iba a tener tiempo libre?

Ni siquiera iba a la escuela, dudaba que tuviera una carga extraordinaria de tarea en su maldita y aburrida educación privada como para consumirlo por completo.

Mimado, engreído, suertudo y mentiroso. Ese era Seishu Inui en su cabeza.

— ¿En serio? —preguntó, más brusco de lo que esperaba pero sin intenciones de ocultar su molestia. Ese rubio hacía que todas sus emociones se sintieran al doble— No pareces estar muy ocupado.

— No lo estoy —confesó, tan sencillo y confuso como él mismo— solo estoy cansado.

Y la siguiente respuesta, le hizo percatarse por primera vez de la brecha que existía entre personas como Seishu Inui y los destinados al infierno como él.

— Las quimioterapias me cansan mucho.

Por supuesto que su madre se dio cuenta; ella era una maldita bruja que lo sabía todo y planeaba cosas cómo estás.

— ¿Entonces... como estuvo todo?

— Deja de hacer este tipo de cosas y mejor piensa en tu retiro, mujer.

— ¿Tan molestó por una simple clase de matemáticas?

— Molestó porque no me contaste de ese detalle.

— ¿De su linda hermana? —fingió confusión, aunque sus ojos delataban su diversión— Siendo honesta, no pensé que te llamara tanto la atención, siempre he pensado que te van más los niños.

— ¡Mamá!

— Está bien Hajime, sabes que respeto tu homosexualidad.

— ¡No sobre eso! —reclamó, con las mejillas rojas— Sobre su... ya sabes, su enfermedad, o lo que sea que tenga Inui.

— Ah, si, eso.

— ¡Debiste decirme antes de enviarme a convivir con el!

— No me corresponde a mi ir divulgando ese tipo de información; —confesó—además, ¿solo te comportas amable con las personas cuando están al borde de la muerte? ¿eso no es demasiado cruel, Hajime?

Y había una cosa en la forma en que su madre decía su nombre mientras lo miraba que le hacía creer que en verdad era una bruja que podía hurgar en lo más profundo de su alma.

Koko no era una buena persona, el mismo lo sabía y lo aceptaba, pero cada vez que su madre lo miraba de esa forma, podía sentir como los hombros le pesaban.

— Como sea —chasqueó la lengua— Enfermo o no, sigue siendo el mismo bicho raro, esto no cambia nada.  

— Eso es lo que esperaba.

Miró confundido a su madre, sin entender realmente a lo que se refería pero rindiéndose a no descubrirlo cuando la mujer se puso a buscar más recetas peligrosas e incomibles en páginas de dudosa procedencia. Subió a su habitación resignado, pensando en lo raro que había sido el día y como había terminado agotado.

Por la ventana abierta de su habitación, pudo ver nuevamente al mocoso rubio sentado como siempre afuera de su casa, otra vez con una consola entre las manos y ahora con su hermana vigilándolo.

Seishu Inui no parecía más interesante que antes. Seguía sin tener amigos, ni mascotas, ni historias geniales o cualidades especiales; su familia era tranquila, su casa bonita y él mismo lucia ahogado en la monotonía.

A decir verdad, le desesperaba.

Tenía la necesidad de tomarlo del brazo y aventarlo del puente como lo hacía con sus amigos en el verano. Adoptar un perro callejero y meterlo a su casa a escondidas de sus padres. Tener una carrera y empujarlo solo para que se hiciera un raspón en las rodillas. Escalar un árbol y saltar sin pensar en la caída. Hacer cualquier cosa que lo hiciera lucir como un ser humano.

Un humano de verdad, un niño de su edad, alguien de carne y hueso y sentimientos. No porcelana, no lo que sea que fuera ahora.

Le desesperaba la tranquilidad de Inui, como pasaba sus días ignorando a todos a su alrededor, perdido en una pantalla virtual dejando pasar los días por la ventana.

Le desesperaba como desperdiciaba su vida como si no la tuviera limitada.

— ¿A donde vas?

— Afuera.

— Las luces de la calle aún no se encienden, espera un par de minutos más, aún está oscuro.

— Ya lo se —contestó, saliendo de su casa y temblando por la brisa fría que lo golpeó apenas piso la acera.

Cruzó la calle decidido, con el ceño fruncido y un solo objetivo.

— ¡Oye, tu!

Inui lo miró, confundido y perezoso.

— No me importa si estás enfermo, sigues siendo un maldito niño, no un anciano amargado —se cruzó de brazos, serio como un adulto y decidido como un infante—¡Tengamos una carrera! Corramos hacia allá antes de que las luces se enciendan.

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