🌹- | Rose Émira III - 1 |
—¿Y bien, Rose? ¿Cómo va tu entrenamiento?
—... Rosaline, yo... creo que no me estoy superando como debería.
Rose hizo girar torpemente una vara, mientras observaba el "poder" de sus poderes flaquear de manera vergonzosa en el aire. La vara caída de un árbol se dejaba arrastrar por el viento cuando la joven rosa se distraía de más. Ella atrajo la vara hacía sí y la atrapó en sus brazos, encerrándola con el temor de guardar un secreto que resultaba humillante.
Rose Émira, no era buena con la magia divina que, gracias a los beneficios de su sangre ajena, propia de la nobleza, se le había sido otorgada para fines de prestigio y de grandeza.
Adoptar a una planta como un miembro más en una familia era algo muy mal visto para toda persona que no fuera de sangre u origen noble. Aquellas, que eran de la única parte de la sociedad merecedora de algo tan digno, algo tan puro como la belleza de una rosa de pétalos rojos bien formados, más fina como ninguna. Rose era una de estas rosas.
Hija del Virrey, y dueño de la gran Las Espinas, un estado lleno de las conocidas nativas del Nuevo Continente. Rose Émira III.
Plantas de belleza tan singular, que solo podrían encontrarse en lugares de igual calibre de divina majestuosidad. Señoritas de pureza. Hijas de la madre naturaleza. Como ellas mismas, Reinas de Hojas y de Pétalos.
Rose era una de ellas, y le toco a ella pertenecerle a uno de los hombres más poderosos de toda tierra americana, en un papel, como una más de sus hijos. Su segunda princesa. Su primera y última Princesa de Pétalos Indios.
A su lado, Rosaline agitaba su espada de madera, actuando de manera despreocupada y juguetona. Las Reinas de Hojas y Pétalos Amerindias no tenían el mismo trato que los humanos del mismo lugar de origen. Por suerte, para su linaje español, así como muchos otras creencias de origen europeo, habían aceptado a las Hojas y Pétalos Amerindias como seres de divinidad, traídas de Jehová y ocultos en las tierras perdidas. Ahora, habían sido encontradas.
Y mientras, los Aborígenes Amerindios servían como mano de obra de los cimientos de estos nuevos reinos, la joven Rose tenía la vista fija en la nada, pensando en la suerte que ella había tenido de nacer con pétalos y espinas en lugar de piel de maíz.
Rosaline molestaba a la Princesa del Virrey toqueteándola con la rama de árbol, tratando de llamar la atención de su mejor amiga y a la vez, fingiendo no tratar de no pensar tanto en la situación como en realidad lo estaba haciendo.
Rose tomó la vara de una de las criadas de su padre, Rosaline, y se la arrebató de las manos apropiándose de ella, dejando la suya propia en el suelo, dejando abandonando el resguardo de sus secretos.
—¡Ey! ¡Mi vara!
Rose no acató, y sin embargo, ignorando la voz de su mejor amiga, se levantó de su descanso, y se propuso a poner pie en marcha.
"¿Hacía dónde?" era la pregunta, y ciertamente, Rose no sabía cómo responderla.
—Necesito ser una mejor Privilegiada. Necesito mejorar mi bendición.
—¿Qué? Rose, ¿A qué te refieres? ¿A dónde piensas ir?
—Necesito hablar con vuestro Señor...
—¡¿Por qué?! Rose, ¿qué es lo que te pasa? Detente, ¡Oye! ¡Dame mi vara! ¡Dame mi...!
Antes de que la intrépida Rosaline se lanzara al cuello de la hija del representante del Rey, fueron ambas interrumpidas por una inesperada aparición que dejó atónitas a las dos. Rose detuvo su paso en seco, y se congeló en el sitio con la mirada desconcertada.
Era ella. La tan reconocible, vestida de ropajes morados y oscuros, elegantes y sobre todo extravagantes. De mal gusto, al fin y al cabo. Había usado su magia para aparecer frente a ellas.
¿Ahora con qué deseaba fastidiar?
—¡¿Señorita Morticia?! —Exclamó Rosaline, con una sorpresa aún más grande.
—Rose... querida... aquí estás...
...
—Te estuve buscando por todas partes. Escucha... Rose, tenemos que hablar...
¿Hablar?
¿Qué clase de cosas podría hablarle la primera hija, acaso?
—...
—¿Rosaline? ¿Eres tú?, por favor regresa, hay mucho trabajo que hacer en nuestra morada.
—Emmh, claro Señorita Morticia. Enseguida la acom-
—Rosaline, te quedas aquí.
—¿E-eh? ¿R-rose?
Rosaline retrocedió unos pasos, nerviosa y en un conflicto de ordenes.
—Hermanastra, querida Rosaline, por favor les ruego que me acompañen.
—¿Para qué es lo que deseas mi tiempo, Morticia?
—Rose... ellos encontraron más...
La expresión de Rose cambió en una sorpresa inesperada. Ya no pensamientos por la humana, sino que en ella y en una exclamación había saltado un verdadero sentimiento de preocupación por aquellas palabras.
Se quedó inmóvil en el sitio, y sus manos comenzaron a temblar, hasta que la vara que tenía en sus manos, sin precedentes, comenzó a levitar.
Rose observó con unos ojos de desconfianza a su hermana, pero también, con sus ojos pegados a los de ella, pensando en que, quizás su declaración había sido el producto de su primera mentira en años.
—¿Rose?
...
No, Morticia no mentía.
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Pusiste un límite que no pueden cruzar, para que no vuelvan a cubrir la tierra.
Él hace brotar manantiales en los valles, corren entre los montes;
dan de beber a todas las bestias del campo, los asnos monteses mitigan su sed.
Junto a ellos habitan las aves de los cielos, elevan sus trinos entre las ramas.
Él riega los montes desde sus aposentos, del fruto de sus obras se sacia la tierra.
...
Tierras de Espinas...
Tierras que él vio crecer.
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