Capítulo III: Sorpresa
Regalo. Esa palabra sonaba muy bien y ahora resonaba mejor, en cada rincón de sus oídos y perdiéndose hasta su mente. Donde su imaginación comenzaba a gobernarla y Mina sobre ella lo complementaban.
Esos eran los primeros minutos recién pero ya estaba incitándose, por costumbre como siempre pasaba con su esposa. Alzó apenas sus caderas y Mina se meció, de atrás hacia adelante y ella lanzó un suspiro.
— No puedes abrir los ojos o te los cubriré ¿entiendes? —asintió, asomando su lengua para humedecer los labios y evitando desobedecerle. Estaba comenzando a perder la cabeza pero así mismo maquinaba, pensaba que con una venda negra todo se vería mejor.
— ¿Mina?
— ¿Uhg?
— ¿Eso dolerá? —preguntó algo temerosa. No la veía pero oía como la rubia removía algo, lo que sostenía y luego su risa. Mina rió con burla, disfrutando tenerla bajo ella, a su merced. Dominada como una pequeña pieza en un rompecabezas gigante.
Se estiró hasta su oreja. La rubia atrapó su lóbulo y el sonido mientras lo chupaba le envío una sacudida a todo su cuerpo. Se estremeció contra el colchón, sobre la sábana y jadeó cuando lo mordió, cuando tiró de el antes de pegar sus labios. Una boca sobre la otra y la de ella presa, aguardando porque la de Mina se moviera y la besara. Pero no. La rubia permaneció inmóvil.
— No, Chaeyoung. No dolerá ―gimió. Su voz sonaba sexual, ronca y su nombre se pronunció tan lento y tan pausado que una palpitación creció en su pene. Mina volvió a rozar sus caderas, sintiendo ese dolor que sus entrepiernas comenzaban a generar.
— ¿De verdad?
— No miento por las noches, mi amor. Lo sabes —Sus uñas se clavaron en su pecho, a la altura de sus clavículas y ella echó la cabeza atrás. La rubia las arrastró hacia abajo, sin espera ni cuidado. Sintió un pequeño ardor, en ese camino y luego la curación: la boca de Mina se pegó a su abdomen y ascendió por esa línea, calmando el dolor momentáneo del rasguño.
Finalmente oyó la pregunta, si estaba lista y asintió. Y una gota caliente cayó en su ombligo.
— Mierda... Arde, Mina.
— ¿Tú? —se meneó, alejándose de la mira pero la rubia la aprisionó entre sus piernas, hundiendo las rodillas en el colchón a cada lado.
— De verdad, Mina. Está hirviendo —gimoteo forzando sus ojos a que no se abrieran. Aquella sorpresa de Sana iba a dejar su piel roja, estaba segura, porque no era más que un recipiente lleno de chocolate caliente, derretido y con una cuchara para volcarlo sobre ella —¿podrías soplarlo, por favor? Porque... ¡Dios, Mina! ¡Carajo! ¿no me estás oyendo? —Algo más que una gota había caído en su pelvis y chocaba ahora contra su bóxer, caliente como la cera de una vela y sin cuidado en su piel.
La rubia se mofó, inclinando su cabeza y el aire tibio de su aliento pegó directo a su miembro, en un apaciguador soplido y aplacando el ardor. Apretó los dientes cuando el recipiente descansó en su pecho, para que Mina terminara de desnudarla.
Su pene apuntó directo hacia si misma, excitado y duro esperando por los siguientes movimientos que podrían calmarlo.
— ¿Mejor? —Le preguntó y sin tiempo a responder, la lengua de Mina se arrastró a lo largo de su miembro. Empuñó las manos, encerradas y arqueó su espalda. Pero con una mano en el hueso de su cadera, Mina la regresó contra la cama— quédate quieta.
Bufó, molesta e intentó no alterarse cuando en los siguientes segundos no pasó nada.
Algo frío rozó su piel y oyó un sonido de sacudida. Ladeó la cabeza, agudizando su oído y cuando pretendió preguntar algo, el peculiar ruido de crema se disparó contra su cuello.
Frío. Ahora frío y antes caliente; y los dos la sorprendieron y ninguno se sentía a temperatura. Solo los labios de su esposa, cálidos y succionando la crema batida sy en su piel, sosegando su punto palpitante parecían calmarla.
Sonidos guturales salían de su garganta y se perdían entre ellas, entre la prisión del cuerpo de Mina y el sometimiento al que la exponía. Y de su boca entreabierta jadeos, que respondían a lo que pasaba en su cuello; con su esposa chupándolo para eliminar todo rastro de la crema.
Perdió la cuenta de cuánto minutos estuvo allí pero fue lo suficiente para que el calor se expandiera hasta la punta de sus dedos, en cada rincón de su interior. Cuando Mina descendió con un camino de mordidas, con sus dientes raspando su piel, una especie de animal deseoso surgió dentro de ella.
— Suéltame ya, Mina ―le rogó sacudiendo sus muñecas. Mina alzó la vista, justo sobre su pelvis y le cedió un momento abrir los ojos. La vió, con una sonrisa de medio lado, cínica y negó ligeramente por favor.
— Tú no harás nada hoy —La oyó y sus parpados volvieron a juntarse. Con su brazo alzado y el recipiente ladeado, una cantidad de chocolate comenzó a caer sobre su pene.
Le parecía ilógico, irracional y poco común. Sin embargo eran ellas. Y se distinguían de los demás porque la rutina no las mataría. Así que no le importaba que tanto dibujara la rubia con ese líquido dulce en su abdomen, en su miembro y sobre sus muslos. Iba a aguantarlo, soportar el tormento y mantener las ilusiones como el primer día. Como la primera vez que su orgasmo escurrió entre los dedos de Mina.
— Mina... ―gimió con la voz seca. La rubia sacudió su pene y su respiración se acercaba peligrosamente a el. Alzó las caderas, terminando de empujarlo completamente dentro de su garganta cuando la cavidad caliente lo rodeó.
Esta vez Mina no la detuvo y un suave bombeó comenzó de su parte. Su pene entraba y no terminaba de salir de la rubia, en unas constantes embestidas y luego arremetió con más insistencia, cuando la desesperación cosquilleó su estómago y los dedos de sus pies se doblaron. En su frente se acumuló sudor, en su pecho y en sus brazos, por el esfuerzo físico y la cercanía del clímax.
Se hundió una última vez en Mina y la oyó respirar con dificultad. Sin embargo la conocía y sabía que no tenía reflejos nauseosos. Por lo que finalmente su semen disparó en ella.
Se echó contra la cama, agotada por el momento y permaneció con los ojos cerrados.
— Incluso si te digo que no hagas nada, no puedes evitarlo y lo haces ¿cierto? ―le reclamó la rubia y ella sonrió con superioridad.
— Sabes cuánto me gusta eso.
— ¿Dominarme? —Abrió los ojos y la descubrió sobre ella. Sus entrepiernas rozándose pero sin movimientos y Mina quitándose el brassier. Se mordió el labio, anhelando poder estirarse y llevar la boca a sus pechos. Pero sucedió al revés y dos dedos atacaron su pezón derecho. Echó su cabeza atrás y la rubia lo jaló con brusquedad, en una nueva orden— no, ahora tienes que mirarme.
Lo hizo. Y no supo cómo pero sus ojos intentaron no despegarse de la otra mano de su esposa que, con total coqueteo y sensualidad, quitó los líquidos de su barbilla y luego bajó por su abdomen, perdiéndose dentro de su braga.
Apretó los dientes. Los dedos de Mina se movían en su seno pero no generaba lo mismo que estar tocándose a sí misma. La rubia aumentó el ritmo y los gemidos se escapaban de ella. Alzó su cadera y chocó contra ella, ayudándola en constantes fricciones para llegar a su orgasmo. Los ojos de Mina en blanco, los suyo sobre ella y su cuerpo sintiendo los espasmos de su mujer, sucedieron de un segundo a otro.
Cayó sobre su pecho y la oyó respirar agitada contra su oreja. Iba a decirle algo, recordarle cuán aminado había sido verla en ese estado cuando dos dedos invadieron su boca. Chupó los flujos de su esposa y tragó con gusto cumpliendo su orden.
Permanecieron de esa manera. Mina sobre ella y tratando de tranquilizar el vaivén de sus pechos. Respiraban contra el oído de la otra y la rubia la tenía sujetada por la cintura, como ella solía hacerlo generalmente.
— ¿Mina? —le preguntó abriendo los ojos y mirando el techo. Un leve murmuro de su esposa como respuesta a que continuara y sonrió— ¿a ti te gusta que hagamos esto?
— ¿De qué hablas?
— De esto, Mina. De que hagamos el amor a diario y de formas algo...distintas ¿no te molesta? No lo sé ¿no te gustaría que fuese romántica, también? —la rubia se irguió hacia ella y la miró, con el ceño fruncido y un gesto de confusión.
— ¿Hablas de hacerlo siempre en la misma posición? —rió, sin reparos y negando ligeramente— porque no te entiendo, Chaeyoung. A mi me gusta esto, lo disfruto y sé que tú también ¿o te gustaría que yo fuese la romántica?
— No. Es decir, me encanta que lo seas en tus momentos pero no sé...creí que a las mujeres le gustaba hacer el amor en todo ese sentido de la palabra.
— Tú eres mujer.
— Me refiero a las que no tienen pene...pero quiero que cuando este tipo de encuentros te molesten, me lo digas, Mina ¿lo harás? —la rubia sonrió, con ternura y su corazón dio un vuelco. No hacía falta que fuesen románticas en el acto sexual porque lo eran luego, en los minutos previos a dormir, agotadas por lo mismo.
— Lo haré... ¿te gustó mi regalo?
— Me fascinó —aseguró removiéndose bajo ella, intentando encontrar con su miembro la entrada de Mina— ¿por qué no me sueltas ya?
— Es temprano aún para que lo haga.
— Pero quiero abrazarte quería hacerlo, sí —Pero también quería voltearlas, tener a la rubia bajo ella y ser quien condujera los próximos minutos. O la siguiente hora. Como siempre, con Mina rodeando su cadera, sujetándola con sus piernas y ella penetrándola, mientras se miraban en un pequeño comunicado de cuánto se amaban.
— ¿De verdad? —Le preguntó con dulzura, ingenua mientras tomaba la llave que colgaba de su muñeca. Chaeyoung oyó el clic de liberación y sus brazos la atraparon al instante, rodando a ambas y dejándola indefensa bajo ella.
— En realidad —comenzó, tomando ambos lados de la braga y bajándola con lentitud— Soy un arma cargada cuando te entregas a mí. Deseosa de disparar y esperando el momento —agregó tomando su miembro con una mano y guiándolo al clítoris de su esposa, para juguetear allí un instante— Cuando me das el permiso...
— Como ahora.
— Como ahora...tengo como un ángel sobre mi hombro derecho diciéndome que lo haga con cuidado, con todo el amor que te tengo, Mina. Porque te amo, no te olvides de eso...y en mi otro lado tengo un pequeño demonio, rogándome porque me hunda en ti y te haga gritar desesperada todo el tiempo —Terminó embistiéndola de un solo golpe. Los pechos de Mina rebotaron violentamente una vez y su boca se abrió, liberando el gemido más alto de la noche— ¿a quién le obedezco? —le preguntó sobre su cuello, besándolo y bajando por sus hombros.
Mina enredó las manos entre su castaña cabellera y la jaló contra su boca.
— Quiero gritar, Chaeyoung —Le dijo con seguridad y ella sonrió. La besó, con fiereza y movió sus caderas, embistiéndola con ansias para obedecerle a su demonio interno, caliente y temperamental que solo Mina avivaba.
— ¡Mamá! ¡Mamá, abre la puerta!...¡Mamá! —Mina abrió sus ojos, adoloridos y pesados y quitó su cabeza de la almohada. Beom-gyu golpeaba del otro lado de su habitación y con gritos desesperados— ¡Mamá!
— ¿Durmiendo? ¡Es mediodía! —Exclamó Olivia. Mina abrió los ojos con violencia, temerosa al oírlo. Apretó el nudo de la bata y abrió. Olivia y Beom-gyu la vieron pasar a su lado, casi corriendo hacia la habitación de Heejin— ¡mamá, despierta! —continuó rodeando la cama para llegar a la ventana.
La abrió sin cuidado y las cortinas, oyendo las primeras quejas de Chaeyoung.
— No, no se la quites —le dijo a su hermano cuando intentó despojarla de la sábana— conociéndolas, han tenido sexo toda la noche y no queremos verla en ese estado... ¡Chaeyoung! Despierta, maldita holgazana.
— Mina, puedes quitarlos de...
— ¡Feliz cumpleaños, mamá! —se arrojó Beom-gyu a la cama, cortando su pedido a una rubia que no estaba y abrazándola fuertemente— ¡despierta, despierta! Tienes regalos por abrir —Chaeyoung se cubrió hasta la cabeza, ahogando un grito en su almohada y finalmente suspiró, cuando los gritos de sus hijos se acabaron y volvió a asomarse.
— No pueden despertar a una persona a los gritos ¿lo saben?
— Mira que graciosa ¿necesitas que te recuerde cuando eras nuestra jefa? — ironizó Olivia llegando a ella y arrojándole la bata. Ambos niños voltearon unos segundos y, tras el murmuro de la castaña, giraron nuevamente a verla— feliz cumpleaños...mamá —agregó estirándose a dejarle un beso en la mejilla.
Beom-gyu sonrió, recibiendo otro de Jihoon y las dos bolsas en su regazo.
— ¿Y Mina? —preguntó mirándolos cuando la rubia apareció, con una Heejin sonriente, divertida mientras sostenía otra pequeña caja envuelta. Sana se acomodó en la punta de la cama, dejando a la pequeña allí y observándola gatear hasta su castaña madre— buenos días, mi amor —murmuró tomándola entre sus brazos y dejándole un beso en la mejilla.
— Ella también tiene un regalo para ti —Dijo Beom-gyu apuntando lo que Heejin sostenía cerca de su boca.
Chaeyoung lo tomó y acomodó a su hija contra su pecho, entre sus piernas y desató el moño. Sonrió, quitando el obsequio del interior y descubriendo un perfume. Era una botella de peculiar forma y estéticamente llamativa. Roció apenas su cuello con la fragancia y observó a su esposa, que mordía su labio con ansias a olerla más de cerca.
— Gracias, cariño. Me encanta —murmuró dejándole un beso en la cabeza a la pequeña.
— Abre el mío ahora —la incitó Beom-gyu entregándole en sus manos su bolsa. Era la más grande de las tres y esta vez no había moños, solo debía abrirla. Hurgó en su interior y alzó las cejas, asombrada al descubrir una camisa rosada— ¿te gusta?
— Está preciosa, hijo. No deberías haber gastado de tus ahorros —él alzó los hombros, despreocupado y ella lo acarició un segundo te quiero.
— Ahora el mío pero nada de te quiero ni cursilerías. Solo ábrelo —dijo Olivia y ella lo hizo. Rompió el paquete, una caja algo más grande y todos pusieron sus ojos en el. Era un cuadro, una pintura que la hizo fruncir el ceño porque no entendía muy bien su forma es una obra conocida. El autor la pintó para su madre y representa lo que ha pasado con ella durante los únicos ocho años que la tuvo en su vida...y se llama T. Así de simple y bueno...creí que te gustaría.
Sus ojos se aguaron, emocionada y asintió lentamente porque su garganta se había secado para responder. Por supuesto que le gustó, quedó encantada en ese detalle de su hija al comprar el cuadro y contarle la breve historia.
Posiblemente iban a ser los regalos que más admiraría por un tiempo.
— No sabía que te gustaba el arte —le dijo y Olivia enrojeció.
— De vez en cuando leo algunas cosas y bueno...tengo mis contactos también y allí pude conseguirlo.
— ¿Tus contactos? —preguntó Mina confusa— creo que ya sabemos que te regalaremos en tu cumpleaños. Un celular nuevo —agregó junto con Chaeyoung.
— Ni lo intenten —Las amenazó la niña justo cuando la castaña tomó su brazo y la jaló para abrazarla.
— Gracias, Olivia. Me encantó —apenas tuvo tiempo de dejarle un beso en la frente cuando la niña se alejó y se limpió sin reparos— yo...siempre solo recibía regalos de Namjoon, de mi jefe. Patético y ahora que lo pienso, pocas veces los guardaba y los usaba. Y esta vez tengo muchos. Y los tengo a ustedes así que...es el primer cumpleaños que estoy disfrutando realmente —se sinceró, avergonzada y sintiendo la mano de su esposa en su rodilla, en un gesto comprensivo.
— ¿Y tú que vas a regalarle, mamá? — inquirió Beom-gyu a Mina. Ambas se miraron y se aclararon la garganta con rapidez; aún había rastros de chocolate en el piso y las sábanas.
— Compré el desayuno —murmuró la rubia. Y en parte era cierto, había encargado una canasta de desayuno y, a juzgar por la hora, ya deberían haberla dejado y seguramente descansaba a un lado de la puerta— vayan a lavarse los dientes, cambiarse y...
— Son ustedes la que deben hacer eso. Nosotros ya estamos listos para salir a almorzar...porque vamos a salir ¿cierto? Ya no es hora de desayunar —aseguró Olivia.
— Bien, sí, saldremos —Dijo Chaeyoung— ¿pueden llevar a Heejin abajo? Espérenos en el living mientras nos duchamos.
Mientras le entregaba la pequeña a Olivia, sin problemas y Sana abandonaba la cama, el timbre resonó sorprendiéndolos. Por mucho que era el cumpleaños de Chaeyoung, no esperaban a nadie.
— Ho iré —Intentó correr Beom-gyu pero la castaña lo sujeto de la camiseta.
— No abres la puerta sin saber de quién se trata. Yo iré —acomodó su cabello y dejó la cama, dirigiéndose a la puerta y finalmente llegó a las escaleras.
Atravesó el living con lentitud frente a otra insistencia del timbre y un golpe en la puerta. Abrió y alzó las cejas completamente atónita, incrédula por la imagen que veía. No pudo pensar en nada cuando alguien se estrelló contra ella y en un fuerte abrazo, dulce y cariñoso como siempre.
— ¡Feliz cumpleaños, Chaeng! —solo una pregunta atravesó su cabeza— ¿cómo llegaron Dahyun y Tzuyu allí, a su casa? No lo sabía pero tuvo que sujetar a su rubia amiga por la cintura para no caer ambas.
— A ver, Tzu, déjala respirar —Se quedó pasmada...o muerta— La mataste ¡Chaeyoung!
— Estoy oyéndote, Dahyun —murmuró alejando de un manotazo la mano de su amiga— por Dios, que sorpresa ¿qué hacen aquí?
— Oh, lo siento ¿estamos molestándote? —ironizó la chica de tez blanca. Chaeyoung apretó los labios y negó ligeramente, sacudiendo la cabeza con diversión que bueno, muero de sed— ¿La cocina donde siempre? —agregó pasando a su lado y queriendo pasar directo por alguna bebida. Pero se detuvo. En parte preocupada y en otra por el ladrido de Oliver a unos metros, en modo de protector y la castaña la vió regresar hacia ella no cierres. Alguien viene con nosotras sus cejas se entrecerraron, aún su corazón galopaba por la presencia de sus mejores amigas y no quería más emociones— ¿Quién podía llegar con ellas, además?
— ¿Quién es? —preguntó por lo bajo y Dahyun se aclaró la garganta, inclinándose más hacia ella.
— Averigualo por ti misma. Pero no te preocupes, ya le advertimos que no estás soltera y eres una mujer casada y con niños. Así que supongo que se comportará.
Finalmente Mina se alejó y Tzuyu a su lado le sonrió, incómoda y avergonzada por lo que podía llegar a pasar.
Chaeyoung dio dos pasos y tras pisar la vereda alguien se interpuso. No, no quería más emociones por ese día pero su cuerpo no lo pudo evitar. Un temblor la recorrió de arriba abajo y la sonrisa de la persona frente a ella lo aumentó.
Balbuceó, nerviosa, confundida y un brazo se estiró en su dirección.
— Feliz cumpleaños, Chaeyoung —su voz era casi igual a la de años atrás, solo que más pesada, más ronca. Pero igual de impotente.
Quería girar y entrar a su casa, refugiarse entre los brazos de su esposa y volver a la cama donde sus hijos continuaban demostrándole cariño en ese día especial. Pero ya no tenía 16 y debía mostrar maduración. Por lo que estrechó su mano y, en el contacto, algo subió por su garganta.
Sonrió, apenas y con esfuerzos. Y se aclaró la garganta.
— Gracias, papá.
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