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Capítulo 8

CAPÍTULO 8.

Mientras se frotaba la mejilla adormecida con su hombro, Cristal escuchó gritos de uno de los guardias.

—Vamos, todos. ¡De pie! ¡De pie!

Tuvo suerte cuando pudo pararse sin ayuda, ya que si no lo hacía, correría el riesgo de ser golpeada de nuevo.

—¡Anden! ¡Caminen!

Las puertas del camión en donde estaba ubicada se abrieron dejando ver la brillante luz del sol que la cegaba. Cuando pestañó tres veces o más, pudo distinguir la imagen de algo así como un almacén: hombres llevando a mujeres vestidas con trapos de un lado a otro, saliendo de cajones que transportaban los barcos; pero esta vez no estábamos en el mar.

—¡Vamos, camina!

Un hombre desagradable le ordenó a dar sus primeros pasos; sus piernas estaban adormecidas y le dolían las rodillas de tanto tiempo que las mantuvo en una mala posición. Una hilera de mujeres delante y detrás de ella era ordenada a caminar.

Entraron a uno de esos cajones, donde además de ser oscuros tenían un váter, dos colchones en el suelo, una cobija que no cubría nada de frío y ropa que de seguro era uniforme, con un top y un short de tela blanco; además tenían números.

<<¿Enumeran?>> pensó Cristal.

Enumeran a las secuestradas...

También había un tubo que supongo que es una ducha.

<<Por Dios, qué infierno.>>

Otra mujer entró a donde estaba, miró de la misma forma que Cristal los rasgos de lo que sería su ¿habitación?

<<No lo puedo creer. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?>>

***

Casa de Karen.

Todo estaba recogido, los chicos y chicas de la fiesta ya se habían ido a sus respectivos hogares. Su amiga Chantal, quien era la única autorizada para quedarse con ella se mantuvo a su lado para servirle de testigo. Sólo tenía un pequeño problema: Las cortinas del baño que había ordenado no acababan de llegar, y ya la bocina del coche de su papá estaba sonando en el garaje de la casa.

—¡Llegamos! —gritaba su mamá anunciando su llegada junto con su papá a la casa.

Chantal y Karen bajaron corriendo, ya duchadas y sin ninguna pisca de olor a alcohol; las ojeras tapadas por maquillaje experto y el dolor de cabeza por la jaqueca olvidado en el miedo de que les descubrieran la "pequeña" gran travesura de anoche.

—¡Mami! ¡Papi! —Abrazó a sus padres con esa sonrisa de "A mí no me miren que yo no hice nada"—. ¿Cómo les fue en su viaje?

—Fue agotador. ¿Puedes creer que nos quedamos sin gasolina a medio camino? —dijo su padre.

—Pero como veo, todo salió bien.

—Sí, por suerte tu padre pudo mover el carro una cuadra adelante. Míralo como viene, pobre...

Era cierto, Bernardo venía con una camiseta blanca que se le impregnaba en el cuerpo por las gotas de sudor.

—Ni me digas nada, es el peor viaje en auto que he hecho, mitad auto y mitad  "moviendo el auto". —Bernardo se iba a sentar en el sillón.

—No —dijo su madre con ojos grandes haciendo que su esposo quedara como una estatua.

—¿No, qué?

—No - te - atrevas, Bernardo.

—Oh. —Se puso de pie—. Vale. Vale.

—Ve al baño. —Le ordenó Carmen.

<<¿Qué, esperen, al baño?>> pensó la chica.

No, no, no, vamos Karen inventa una escusa. Diles sobre tu amiga Chantal.

<<Ah, ok, buena idea.>>

—¡Ma'!  ¡Pa'! No han saludado a Chantal. —En eso su amiga venía bajando las escaleras.

—¿Me llamaste, Karen? 

—Sí mira, ya llegaron.

—Oh, hola Chantal. —La saludó su madre—. ¿Cómo estás, cielo? ¿Cómo pasaron la noche?

Miró Karen con cautela su rostro para ver qué iba a decir.

—Muy bien, señora Verdecia. No tiene de qué preocuparse.

—Bueno, por lo que veo la casa está en perfecto estado. —Carmen se paseaba mirando todo: techo, paredes, suelo y muebles...—. No veo nada fuera de lugar, excepto la ropa que se acaba de quitar mi esposo fuera del baño.

<<Oh, no. ¡Me había olvidado de eso!>> pensó preocupada Karen.

<<Baño... cortinas... tienda... ¡Ay!>>

Esperemos que su padre no se de cuenta.

—¡Kareeeeen!

Al parecer sí se dio cuenta.

Karen suspiró mordiendo sus labios, nerviosa.

El grito de Bernardo se sintió desde el baño hasta la sala, su madre corrió hacia allá.

—¿Qué pasó? ¡Bernardo! ¿Estás bien?

Oh, por Dios, no creo lo que veo. Estás en problemas, Karen.

—Cállate, tú, quienquiera que seas. No me lo pongas peor, este es el final de Karen Verdecia.

Su papá salió del baño con uno de los vestidos que su madre dejó colgado: uno blanco de flores rosadas y un vuelito rosa alrededor del cuello.

Su mirada le buscaba, sabía que era a ella. Estaba en problemas...

—¿Pero, qué haces con mi vestido Bernardo? —la madre de Karen le reclamaba a su esposo, mientras su mejor amiga Chantal la miraba nerviosa, pero aseguro que más que Karen no lo estaba. Ahora se encontraba tratando de armar un plan, pero sus ideas no coordinaban.

—¿En – dónde – están – las – cortinas –, Karen? —Su padre la observó con las manos en las caderas, repitiendo las palabras lentamente, poniéndole aún más nerviosa.

—Ehh... —Su voz fue interrumpida por el timbre. ¡Salvada por la campana!

Esperen, ¿salvada? ¿Y si son las cortinas?

Su madre fue a abrir la puerta, mientras Bernardo apartó la mirada amenazantemente de su hija, para colocarla en una muchacha que le entregaba un paquete a su esposa en la puerta. 

—Aquí tiene sus cortinas. Que las disfrute y gracias por escogernos. —La muchacha salió y Karen se quedó petrificada.

—Karen Verdecia —La fulminó con la mirada su madre después de salir de su estado de sorpresa—, no sé cómo lo vas a hacer, pero quiero que me lo expliques todo, detalle a detalle...

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