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Capítulo 40

CAPÍTULO 40.

MESES DESPUÉS.

Ese triste y desgarrador momento donde pierdes una parte de ti, esa parte que te ofreció la vida en un instante. Te duele el alma y nada te puede quitar ese dolor. Pues así se sentía Esteban en estos momentos.

Justo ahora se visten de luto tantas personas, pero especialmente Esteban, quien ha perdido a su padre y camina entre las tumbas. A su lado estaba la chica con que ha estado saliendo, y vaya que el chico ni se esforzó en decir que era la madre de sus hijos, y no se tardó ni un mes en pedirle la primera cita.

Saliendo de aquel lugar espantoso que algunos llaman cementerio y dejando atrás el cuerpo de su padre bajo metros de tierra en un ataúd, recibe las condolencias de las personas mientras caminaba con las manos en los bolsillos.

—Cálmate, Eban. Todo va a estar bien —le decía Miranda mientras lo abrazaba del brazo. 

—¿Sabes? —pregunta Esteban dirigiendo su mirada hacia ella—. A veces pienso que mi hermana se escapó por su culpa. Si él no hubiese sido un maldito alcohólico, jugador y apostador, tal vez no estuviésemos pasando por este momento. Incluso podría haber vivido más.

—Todo pasa por algo en esta vida, amor —dijo la castaña intentando calmarlo.

Con eso salieron del cementerio, juntos de la mano.

*

—Te ves muy hermosa —dijo Eduard mientras levantaba una copa de vino. Estaban en un restaurante de esos que parecen castillos. 

—Gracias. —Se llevó una copa a sus labios tan rápido como pudo para ocultar su sonrojo. Cuando termina de darle unos sorbos a la copa lo mira sonriente—. Tú también estás muy guapo.

Eduard le dedicó una de esas miradas arrogantes con una sonrisa de lado y ceja enarcada, que le ponía tan nerviosa. —Me esmero en mi apariencia para momentos especiales.

Oh, oh. Eso sonó raro.

El rápido corazón de Verónica le hizo sudar sus manos y chocar los cables de su mente. Si antes estaba ropa ahora parecía un tomate con esos ojitos brillantes.

—Con permiso...

—Gracias. —Ambos vieron como el camarero se alejaba de la mesa después que dejó la orden pedida.

—Recuerdo todo como la primera vez... —Eduard comenzó llamando la atención de Verónica—. Te había encontrado en la calle esa noche lluviosa y te traje a un restaurante de este tipo.

Verónica saltó en su silla.

—¡Sí! —Carraspea—. O sea, te agradezco que me hayas salvado.

Eduard alzó la copa, tragando el pedazo de bocadillo. —A veces agradezco haber pasado por ahí esa noche.

Si fuera una película ahora mismo a nuestra chica le salieran corazoncitos flotantes mientras miraba embobada a Eduard. Okey, no.

Al terminar de cenar Eduard decidió que tenía algo importante que hacer.

—Ahora vengo. —Le guiña un ojo mientras se levantaba de la silla. Al sacar su billetera Verónica supo que iba a pagar la cuenta.

Por su mente pasaban un montón de pensamientos.

<<Estoy contenta.>>

<<Él me dedica una tarde en el restaurante.>>

<<Me hace sentir bien.>>

<<Estoy súper feliz cuando me hace estos detalles.>>

<<Él es muy lindo.>>

<<Pero también tengo un problema: Es un maldito mujeriego.>>

Enamorarse de un hombre mujeriego tiene más probabilidades de salir herida. Ellos tienen la habilidad de ser la debilidad de muchas mujeres, de engañarles porque conocen los trucos y han probado debajo de cada falda. Saben la forma de manipularles para que hagan lo que quieren, pero si la chica está enamorada no lo verá de esa forma.

Eso es lo que le sucede a Verónica: En su interior ella sabe que él le podría hacer daño, en lo más profundo del corazón sabe que podría ser un error, pero está demasiado feliz para echarse para atrás. ¡Tiene en sus manos a Eduard Méndez, por dios!

Ese muchacho es la competencia de todas, el crush de muchas y está bajo Verónica. ¿Algo más para que su orgullo crezca? No.

Ella es una persona muy orgullosa y el hecho de estar arriba de todas le hace feliz.

De repente un hombre se acerca a la mesa de Verónica e interrumpe el contacto visual que tenía con Eduard. —¿Si?

—Tengo un recado para el señor Eduard —dijo el muchacho.

—Pues él está allá pagando la cuenta. —Hizo una seña con su mentón—. Acaba de salir para allá.

Volvió la mirada hacia ella.

—Pues es de urgencia, y tengo que seguir trabajando. —Le echó un nuevo vistazo a Eduard, quien ni miraba hacia ellos—. Bueno, ¿lo puedo dejar con usted?

—Claro —dice Verónica.

Wao, este es otro paso.

Eso de que le confíe un recado es en serio mucho más íntimo y Verónica está encantada por formar parte de él.

El guardia le sonrió. —Su mujer aguarda por el señor para celebrar los seis meses de su hijo. Infórmele, por favor.

Verónica frunció el ceño, en sus ojos la confusión y en su corazón el dolor. —¿Su mujer?

Asintió el guardia mientras Eduard se daba la vuelta para caminar hacia ellos. —Sí, su mujer. Con permiso.

Y desapareció tan rápido como vino.

Decir que Verónica estaba en shock era poco. ¿Había otra? ¿Eduard tenía más relaciones?

A su mente vinieron todas esas imágenes cuando él le decía que era la única, que no había nadie más, que era ella sola. Ahora todo se cayó.

Era un maldito mentiroso.

Eduard juntó las cejas y caminó lentamente al ver la expresión de Verónica. Al llegar a la mesa, ella estaba totalmente inmóvil.

—¿Sucedió algo? —Verónica no respondió, solo se levantó de la silla y lo miró con una rabia muy, pero que muy grande—. ¡Verónica, ¿Qué pasa, por Dios?!

Se cruzó de brazos y lo observó con la frente en alto; seria, dolida por dentro.

—Felicidades papá, su mujer lo espera para celebrar el cumpleaños de su hijo —repitió con sarcasmo.

Y con eso se volteó, para caminar hacia afuera del restaurante. Eduard se tomó dos segundos en reaccionar cuando Verónica se encontraba casi corriendo hacia afuera.

—¡Verónica, espera!

Corrió lo más rápido que pudo siendo el centro de atención de todos.

¿Él había estado jugando con ella todo este tiempo, manipulándola, para acostarse con ella?

Oh, eso es mucho para un corazón, y en el de una mujer enamorada es demasiado.

—¡Verónica!

Ella salió del restaurante y caminó hacia el estacionamiento. Grave error.

Eduard estaba cerca y la tomó de la muñeca. —¡Te dije que te esperaras, déjame explicarme, por favor! No puedes correr y olvidar todo lo que hemos pasado. Escúchame, por favor.

—¿Qué más me quieres decir? ¿Que es mentira? ¿Qué siempre me quisiste? ¡Ay por favor, no me digas!

—¡Pero, escúchame, nada de lo que tienes en tu cabeza ahora es verdad, no pienses más sin saber la verdad!

—Eduard, ya basta. ¡Con eso es suficiente! Me estuviste engañando todo este tiempo y me dices que te deje explicar. Ay, por favor. No abuses.

Esta es la parte en donde el mal genio de Verónica tomó el control. Pero por dentro estaba anhelando una explicación. No quería terminar así. Detrás de su orgullo esperaba una respuesta convincente, que le dijera que todo era mentira.

—¿Y no me lo planeabas contar? Si ese hombre no me lo dice estoy segura que ni me entero.

—¡Te lo iba a decir este mismo día!

—¿Este día? ¿Y los otros qué? —Le dolía pero el orgullo no le permitía demostrarlo. —Me buscas, haces que todos piensen que soy la única, no te acuestas con ninguna, solo conmigo. Además de que eres un...

Pero él la interrumpe, diciendo lo más inesperado en la existencia de Eduard Méndez.

—¡Verónica, yo te amo!

Hola, hola, hola.

Disculpen la tardanza,
Ya estamos aquí,
No pierdan la esperanza.

¿Cómo les cae ahora
La tía Verónica?
¿Cuando no era volcánica,
Cuando no era una loca?

Si quieren una pista
De lo que sucederá,
Solo les diremos
Que los años pasarán,
Y todo cambiará.

Pero... ¿Qué será?
Si no quieren perderse
Nada, se los digo de corazón
Solamente esperen
¡A la próxima actualización!

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