Capítulo 39
CAPÍTULO 39.
—¡Ya nació! ¡Ya nació!
El llanto de un niño al despertar de su inmenso sueño es lo más gratificante que puede sentir una madre. Saber que el bebé que tuvo en su vientre por nueve meses formando su corazón está ya, delante de sus ojos, causa la más bella de las sonrisas.
Una enfermera lo tomaba entre sus manos, para cortarle el cordón umbilical.
—Pero qué bello niño. ¡Y qué pulmones!
Era cierto, el bebé gritaba y se estremecía tanto como podía.
—Ya, ya. Shh. —La enfermera lo mecía poco a poco para limpiarlo y colocarlo en una pequeña pesa.
—Quiero ver a mi hijo —La mujer llamaba, ansiosa y a la vez, adolorida. En sus ojos reflejaba la más bella de las alegrías: la de ser madre.
La enfermera se acercó con el bebé entre unas suaves toallitas, sonriéndole a la madre ansiosa por cargarlo. En sus ojos había lágrimas mientras extendía las manos hacia él.
—¿Pue-puedo cargarlo?
La enfermera le sonreía mirando al bebé y poniéndolo entre sus brazos. —Felicidades, mamá. Tienes un niño muy bello con esos ojitos claros.
—Gracias. —Sonreía la madre para mirar a su bebé con un lazo azul en la muñeca—. Mi niño…
—¿Ya decidieron un nombre para el bebé?
Sonrió. —Sí. Se llamará Hansel… Mi pequeño Hansel Méndez.
***
En el centro de la ciudad, en las afueras de un edificio que se puede definir como una de las grandes empresas del lugar, aguardaba Esteban impaciente por el nuevo empleo de empresario. Frotaba nervioso sus sudorosas manos hasta topar con la presencia de un buen amigo.
—Hey, Esteban. —Un viejo amigo de la universidad se acercaba al banco donde estaba sentado Esteban.
—¡Hey, Max! ¿Qué tal todo? —preguntó levantándose y ofreciéndole la mano al hombre de cabellera rubia y traje elegante.
—Todo bien. ¿Estás ansioso por la entrevista?
—Si. Un poco. —Tragó saliva y lo miró—. ¿Todo bien con tu esposa?
—Más o menos. Nos estamos divorciando —vacila.
—Oh. Lo siento mucho. —Esteban le dio una mirada comprensiva.
Max negó con sus manos moviendo su cabeza a un lado a otro.
—Tranquilo, no te preocupes. ¿Y han sabido algo de tu hermana?
Hablaban los hombres de traje caminando por el pasillo, ya que aquel chico del encuentro debería entregar unos papeles en secretaría.
—No, nada aún. Ya la policía está considerando cerrar el caso porque lleva más de tres años desaparecida. Con este, dentro de unos meses darían el cuarto año.
—No sé por qué te atormentas con mis problemas cuando tienes peores —le dijo Max, comprensivo.
—Tranquilo, ya me estoy acostumbrando a la idea de no verla nunca, aunque también tengo mis esperanzas.
Llegaron a la parte de la secretaria y el rubio dejó unos papeles sobre la mesa.
—Miranda, necesito que estos papeles se los entregues al contador.
Una chica joven se voltea en una silla giratoria para topar con la mirada de Esteban, una sonrisa invadiendo sus labios.
—Con mucho gusto, señor Max.
Se volteó, rompiendo el contacto visual que tenía con Esteban.
Los chicos se voltearon y comenzaron a caminar de vuelta por el pasillo. Esteban tenía una sonrisa plasmada en la cara.
—¿Hermosa, verdad? —le dijo Max.
Lo miró. —Sí. ¿Qui-ién es?
—Su nombre es Miranda, acaba de ser contratada hace dos semanas por el jefe. Es la nueva secretaria.
—Vaya bombón. —Esteban se volteó a verla mientras la muchacha estaba organizando sus papeles en el buró—. Necesito y quiero que sea la madre de mis hijos.
—Wao, wao, wao, Romeo. Primero preocúpate por conseguir empleo.
Dijo el hombre antes de entrar al ascensor.
***
Por un pasillo con paredes grises se escuchaban las risitas traviesas de las chicas del prostíbulo, esperando detrás de una puerta que estaba ocupada por dos placenteros humanos.
—Espero que le haya gustado —dijo Verónica tras cerrar la puerta de la habitación a la izquierda del pasillo.
Un hombre abotonándose la camisa de mangas largas le sonrió pícaramente.
—Sabes que todo lo que venga de ti me gusta, bombón —respondió el hombre, con su sonrisa sexy, antes de sacar del bolsillo de atrás de su pantalón la billetera.
La ojeó y le ofreció un billete de grandes proporciones de ceros a la mujer que estaba frente a él, lo que hizo que Verónica se relamiera los labios.
Lo tomó y el hombre se despidió.
—Nos vemos luego, bombón. —A lo que ella simplemente le dio una sonrisa mirando cómo se iba en el pasillo.
Verónica se volteó y vio al grupo de chicas, esperando por ella con sus ojos sobre los billetes. Sacudió el billete entre sus manos chillando de la emoción mientras que las chicas fueron corriendo hacia ella.
—Me saqué la lotería… —canturreó, además de dar un pequeño baile de la victoria.
—Wao… Ojalá nosotras tuviéramos tanta suerte —dijo 10, mirando los billetes.
—¡Siii! —Sonrió emocionada Verónica.
Se escuchaban unas puertas abrirse y todas las miradas de las chicas pasaron hacia atrás de ella.
—Ahí viene tu sugar daddy —dijo Andrea, sonriente, apuntando hacia las espaldas de Verónica, quien se volteó para enfrentar a cara a su gran amor en secreto.
Damas y caballeros, Verónica está enamorada de Eduard.
Las miradas se conectaron y Eduard había establecido contacto visual con nuestra chica, con su mirada arrogante como siempre, hasta que se toparon frente a frente.
—¿Estás ocupada ahora? —me preguntó Eduard.
—Para usted nunca, señor. —Sonrió como una tonta enamorada, mirando esos ojos llenos de deseo.
Eduard la tomó de la cintura haciéndola caminar con él escaleras arriba. Una puerta se cerró y Verónica le quitó el saco desde atrás y lo colocó en una silla.
El señor Eduard caminó hasta su escritorio y se sentó en el gran sillón giratorio de piel. Este tomó una botella de whisky y se lo sirvió en un vaso para llevar un sorbo a su boca.
—¿Quería hablar conmigo, señor? —preguntó Verónica, dando unos leves pasos hacia él y con un ligero apoyo interesado de sus manos en el gran escritorio lleno de papeles.
Eduard levantó su mirada hacia Verónica para decirle con una voz suave...
—Sabes que cuando estemos tú y yo solos no debes llamarme señor.
—Cierto —afirmó nerviosa.
Eduard tomó otro trago de su bebida para dejarla sobre el escritorio.
Palmó en su muslo suavemente para darle entender a nuestra Monserrat que debía sentarse sobre sus piernas.
—Ven aquí. —Retomó su compostura y siguió las órdenes de su jefe para sentarse en sus piernas—. He tenido un día muy pesado, ¿sabes?
—Tal vez necesites un masaje —dijo Verónica, sonriendo.
Eduard tomó el cabello castaño de Verónica, más largo que antes, a la altura de los hombros, mirando el profundo mar de sus ojos oscuros.
—Tal vez te necesito a ti… —Y diciendo esto, nuestra querida Verónica se acaba de quedar sin aliento.
Las manos de Eduard fueron subiendo por las piernas desnudas de la chica hasta adentrarse por debajo de su falda. Verónica bajó su mirada y sus mejillas tomaron un ligero color carmesí.
—Quiero que trabajes para mí —dijo Eduard para alzar su mirada a los ojos de Verónica y tomarla del mentón para que ella hiciera lo mismo—. Te quiero solo para mí.
—Yo… —tartamudeó tratando de completar la frase. Se notaba puro nervio en su voz.
—No te estoy preguntando —dijo Eduard—, te estoy dando una afirmación. Vas a trabajar para mí.
La mirada de Verónica estaba confusa, pero se tragó todas las preguntas antes de dar su respuesta.
—Todo lo que usted diga, señor.
La mano de Eduard subió hacia la nuca de ella atrayéndola hacia sí para besarla.
El ambiente se empezó a tornar de una manera muy ardiente, en el momento en que Verónica soltó un pequeño gemido sobre los labios de Eduard y empezó a desabrocharle la camisa.
Dios sabe qué fue lo que pasó después, y el demonio los estaba ayudando.
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