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Capítulo 21

Primero que todo perdón por la demora, estaba sin megas pero ya volví como si fuera el jueves.

Los extrañeeeeeé, ambas los extrañamos. Bueno, sin más pasemos a ver qué sucede con nuestra volcánica. Buajajajjaa.

CAPÍTULO 21.

Mientras tanto, el volcán cambiaba de aires. ¿Qué tramas, Veronica?

Sus piernas no pararon hasta llegar a ese lugar, donde por fin logró sentarse en uno de los muebles de la recepción.

Muchachos abrazados salían de las habitaciones, sonrientes y sudados.

Sabemos muy bien lo que hacían hace unos momentos, pero… ¿en dónde estás, Verónica?

Ella escucha algo y voltea la cabeza sobre su hombro. Un señor se detiene en la puerta de la posada, buscando con la mirada a alguien que todos sabemos.

Verónica se levanta del asiento y observa una maleta que trae el señor en su mano. ¿Qué será?

Este se acerca hasta llegar a los muebles y quedar frente por frente a la mujer, mirándose fijamente, ojos que carcomen el alma.

—¿Estás lista? —le preguntó.

—Vamos —asintió, gustosa.

—Te veo ansiosa, 11. ¿Extrañas los viejos tiempos?

Ella lo mira sonriente, como si eso fuera lo más obvio del mundo. —Claro que sí.

—Ven, por aquí.

Lo siguió hasta una puerta decorada con madera un tanto arañada y descuidada.

—¿Traes la llave? —preguntóle, seria.

—Cómo no. —El hombre sacó la llave de uno de los bolsillos y prosiguió a quitar el seguro, abriendo de esta manera la crujiente puerta—. Adelante

Verónica avanzó con gran naturalidad al interior del cuarto. Una cama no presenciable lo hacía ver menos espacioso, aunque no era habitación hotelera ni nada por el estilo.

—¿Por qué no me sorprende que no reacciones mal a esto?

—Sabes muy bien por qué no te sorprende.

¿Qué? ¿Qué es? Yo quiero saber. ¿Se conocen o qué? Estos personajes me van a aturdir.

—Bueno, a lo que vinimos.

***

Todo en la comisaría era un desastre, cada vez eran más los casos de desapariciones. La gente caminaba de un lado a otro con papeles, café, documentos y más papeles.

—Hey, Patricio —llamó la detective a uno de los oficiales mientras caminaba hacia él, el cual se encontraba en la máquina de golosinas.

—¿Si, detective?

—¿Nada aún del caso de la chica de 17 años?

—Sí, detective. Los agentes de investigación lograron localizar el dueño del anillo.

—¿Y a qué esperan para traerlo? — reclamó observando como el oficial lograba sacar la lata de refresco de la máquina.

—Necesitamos de alguien que se encargue de traerlo aquí sin levantar sospechas. —Abrió la lata y llevó un buche a la boca.

—Ash, ¡pero qué fastidio! Cualq… —es interrumpida por el sonido de voces murmurando, chiflidos y piropos—. ¿Pero qué carajos? —Se volteó hacia un lado pero no vio nada, así que volvió a mirar al oficial, quien escupió el refresco para no atragantarse. Volteó a mirar hacia atrás de ella.

Su piel tan suave como la seda, cabello negro y rizado recogido en un moño despeinado que iluminaba un rostro sacado de revista.

Ojos azules atractivos llamaron la atención de muchos hombres y algunos bajaron a las curvas de su cuerpo, cubierto por pantalones negros ajustados, una blusa blanca y una chaqueta de cuero que hacía juego con su cabello.

—Detective, creo que ya llegó —dijo el oficial limpiando su mentón con una servilleta.

—¿Crees? —Le da una mirada de cansancio mientras hace un señal hacia su atuendo, marcado por las gotas de refresco, escupido por Patricio.

—Perdona, en verdad perdona —dice desesperado, intentando arreglar el problema.

—¡Ya basta, solo lo empeoras! —Se aleja de él y camina hacia la mesa de escritorio, donde estaba parada aquella chica misteriosa que entró hace unos minutos.

Se acerca con precaución y la mira revolviendo concentrada su cubo de rubik.

—Hola, soy la detective Monsolini — dijo estirando su mano hacia la chica.

Esta le dio una mirada de reojo y una vez que logró resolver el cubo de Rubik lo dejó sobre la mesa para mirar bien a la que le hablaba.

—Hola, detective… Llámeme Pólvora.

—El gusto es mío —Monsolini sonrió de forma sincera y tomó la mano de Pólvora para estrecharla.

***

Posada Valeciano.

El hombre se quita el saco y se zafa la corbata. Verónica se mantiene inmóvil viendo cómo se la quita lentamente. —Te gusta provocarme.

Él se le acerca despacio y se quita el cinto.

—Sabes que sí. —La rodea por la cintura con este atrayéndola hacia sí—. Quítate los lentes.

—Quítamelos tú. —Ella muy decidida se lo permite.

—Todavía mantienes tu forma de mandarme. —Golpea con el cinto en el suelo.

—Sabes que me gusta mandar.

Si fuera una escena romántica diría que se fueron acercando poco a poco, pero no lo es, así que vamos en sí a lo que sucedió.

El narco se le acercó rápidamente y la besó con desesperación.

No puedo creer lo que estoy viendo: ¡La loca se está dejando!

Ella muerde su labio ferozmente y continúa con su ataque, devorando cada espacio de su lengua y de su boca.

¡Verónica Monserrat! La correcta, la mujer de sociedad, virgen, santa, que nunca ha sido tocada, se está dejando con mucha naturalidad ante un hombre desconocido.

Bueno, al menos para mí.

—Señor Z… —Ella tomó su cabello y lo despeinó ferozmente, él prosiguió a atacar su cuello—. ¿A dónde te fuiste todos estos años?

—Me fui a otra ciudad, ahí continué.

—¿Sigues trabajando para… ya sabes? —Mordió el lóbulo de su oreja

—Sí, sigo, sabes que eso es lo mío.

—Estás muy guapo con esa camisa. ¿Por qué la usas?

—Oh, es… el uniforme.

—¿Uniforme, eh? Pues te lo vas a tener que quitar.

Verónica le arranca y desabotona lo que le quedaba de camisa.

—Mi sobrina… Recuerda que yo… vine aquí a cambio de ella. Necesito recuperarla.

—Creo que esto te costará varias noches más. —En eso, Verónica captó.

¡Ay volcán, creo que te estoy entendiendo!

—Todo por sentir de nuevo tu piel… tu perfume… todo. —El hombre introdujo una mano en el vestuario de Verónica, pero justamente en este momento ella se separó—. Lástima que el tiempo no sea suficiente.

—No, 11, por favor. ¡No me puedes dejar así, mujer! —La miraba con sus ojos claros, mientras ella tomaba sus lentes y se vestía para partir.

—Nos veremos otra noche, señor Z…

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