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Capítulo 14

¡Aquí de nuevo! Doble actualización, se lo merecen. ¡Disfrútenlo!

No todos contamos con el mismo reloj de arena.

CAPÍTULO 14.

En la casa Monserrat se estaban comiendo a Verónica viva, por así decirlo. Después de que terminara la pelea por la foto semidesnuda de Cristal, había que enfrentar un problema mayor. ¿Pero cuál?

—Ya no sé qué más hacer… —Verónica musitaba, estresada—. Ya acudí a la policía e hice la denuncia, solo hace falta que me llamen o avisen, hasta por señales de humo. ¡Dios santo!

—Todavía no me puedo creer que Cristal, mi Cristal, haya hecho una locura así —dijo Miranda pensativa y confusa.

—Ni yo tampoco —Verónica mencionó—. Tanto trabajo educándola con las mejores normas para nada, santo cielo, y yo que...

El típico discurso de Verónica se interrumpió por el sonido del teléfono, dejando a todos inmóviles en la sala: la tía con la mano en la frente, Miranda en modo de sentadilla, ya que se iba a sentar en el mueble, y Esteban con un paso en la cocina. Dos segundos después todos se miraron.

¿Será?

Los ojos de Verónica saltaban de Miranda a Esteban y de Esteban a Miranda. Fue entonces cuando, al tercer repique, reaccionaron.

—¡Yo contesto! —A coro los tres dijeron, corriendo hacia el teléfono y tomándolo por la fuerza.

¿Ahora, quién tomará el teléfono?

—No, señores: soy su madre. Si es algo de mi hija es mi responsabilidad. —Jalaba el teléfono hacia ella, alejándolo de Esteban, quien con mayor fuerza lo atrajo hacia si.

Esto es una comedia.

—Ella también es mi hija, Miranda. Lo debo tomar yo, pues quizás son secuestradores y necesitan sentir la voz fuerte de un hombre —aclaró a punto de descolgar el teléfono, antes de que Verónica se entrometiera.

—No, no, no. Qué va, soy su tía y la he educado por todo este tiempo, así que debo contestar yo. —Lo jaló hacia ella, firme como su carácter.

—Pero…

¡Contesten ya, carajo!

—Oh, sí, sí, vale. —Verónica se dirigió al teléfono y lo descolgó llevándoselo a su oreja—. ¿Diga? —Con todo el miedo del mundo, puso cara de esperar un grito, hasta que escuchó la voz que menos se esperaba.

—¡Hola Verónica, le habla el padre de la iglesia de la ciudad!

¿Pero qué?

Falsa alarma.

***

En la casa de nuestra familia Verdecia, dos jóvenes estaban en un cuarto; la una debería estar ahí por obligación, el otro, simplemente no debería estar en ese lugar.

—¿Y qué? ¿Te vas a quedar con esa cara el resto del día? —decía James un tanto nervioso y desilusionado, o tal vez no; quizás estaba ansioso.

—Es que… no me lo esperaba, de verdad. —Karen lo observaba, comprensiva de su mirada de rechazado.

—En serio, me gustas mucho, ya te lo tenía que decir. —Miró hacia otro lado. Sus ojos en el suelo, manos rendidas moviéndolas nerviosamente.

¿Será que es una forma de darse un impulso?

—No sé. No sé, la verdad.

—Quisiera salir contigo.

¡Sí! ¡Ánimo, James! ¡No te rindas! Juro que si Karen te dice que no me desmayo. No puedo esperar más. Debe darle remordimiento el hecho de que subiste a través de su ventana.

—Salir… ¿conmigo?

—Sí, vaya, no es… nada que no hayas visto pero… En serio, necesito que me digas.

—Es que, no sé… —Esta es una de las técnicas de Karen: hacerse la difícil en estas circunstancias. Pero la pregunta es: ¿Le gustará James o no?

—Me pones nervioso, Karen. No me hagas esto.

—Te mando un mensaje con la respuesta. Tengo que pensarlo.

—Vale, me voy.

—Vale.

James se dio la vuelta e iba a salir por la ventana, cuando de pronto…

—Espera, eso no era lo que yo venía a hacer.

—¿Que estás…?

Las palabras no duraron lo suficiente como para que Karen reaccionara a tiempo. James ha implantado sus labios contra los de ella, dejando a Karen totalmente petrificada. Después de cinco segundos de placer, separó sus labios de los de la chica.

—Ahora sí, listo. Ten una linda noche, Karen. —Y bajó esta vez por la ventana, mientras la chica quedó totalmente inmóvil en el centro de la habitación, con una mano sobre los labios y, sin querer, sonriendo.

Vamos, Karen, creo que tu fama de nena piedra se ha ido al suelo esta noche.

***

—Déjala —le dijo el muchacho a su padre, mirándolo fijamente a los ojos—. No te permitiré que le hagas daño.

—Pero, ¿te volviste loco, Hansel?

<<Hansel…>>

Cristal, ahora no.

<<Oh, sí, perdón.>>

—Yo fui el que no quiso, yo la dejé ir. —El chico miró rápidamente a Cristal—. Ella no hizo nada malo.

—Oye, tú —llamó la atención de la muchacha—. Ve a tu lugar, ¡ya!

—Sí, señor. —Bajó la cabeza a modo de respeto y caminó a su lugar, ese horroroso donde estaba anteriormente.

Y dicho esto, Cristal desapareció.

—Hansel —El chico lo miró a los ojos—, que sea la última vez que me contradices, sabes las cosas que soy capaz de hacer.

Él lo observó, algo enojado. Su ceño fruncido clamando por rabia. ¿Se llevarán bien en realidad? Hay relaciones entre padres e hijos que no se tornan muy pacíficas.

—¡No puedes tratarla así sin saber el porqué! —gritóle.

—No querrás que te haga lo mismo que Sasha. —El chico bajó la mirada—. ¿La recuerdas? Oh, sí, la recuerdas… Pues mide tus actos, Hansel Méndez. Sería muy capaz de hacerte lo mismo. —Y con esto se dio la vuelta para marcharse.

¿Qué fue lo que hizo Eduard que cambió a un Hansel revelador a un cachorrito en apuros? Y también: ¿Quién es Sasha? ¿Una persona? ¿Qué le hizo Eduard? Algo debe ser, y aseguro no es bueno.

—Te aseguro, no lo es…

La chica llegó corriendo a su contenedor, al encuentro de Isabela, quien al verla así tan asustada se preocupó. Se levantó de su posición y fue a su encuentro, a la luz de la luna sobre el pavimento.

—Cristal… ¿todo bien?

—No te imaginas lo que acaba de pasar. —Se sentó en el suelo abrazando sus rodillas y su mentón sobre estas.

—¿Por qué estás tan…? —Se fijó en sus ojos rojos—. ¿Cristal, estabas llorando? —Fueron las palabras necesarias para que la muchacha emprendiera a llorar—. ¡Ay, no, no! Ven aquí. —Apoyó Cristal su cabeza en el regazo de su compañera—. ¿Te asustaste? ¿Qué te hizo el sinvergüenza de Hansel?

—¿Lo conoces? —preguntó Cristal algo calmada, pero sin dejar de sollozar.

—Claro que sí, es el hijo del señor Eduard. Siempre anda merodeando por aquí. ¿Te lastimó? Es un imbé—

—Isabela, no —Con esto paró de llorar y llamó la atención de la chica
—. Él… todo lo contrario, me defendió.

—¿Te defendió?

—Sí, me defendió de su padre. Él me quería llevar a azotar.

Los puños de Isabela se hicieron piedras, y soltó una respiración profunda. —¡Ratero!

—¿Qué?

—Es un ratero, Cristal. El señor Eduard. Atemoriza a todos aquí, tiene armado su propio clan, es el director de esta orquesta diabólica… —dijo con algo de rabia y rencor en sus ojos.

—¿Es tan malo así? —preguntó, ingenua.

Cristal, por favor. ¡Despierta! Estás en sus garras, en sus manos. Puede hacer contigo lo que quiera. Estamos en un estado de ansiedad sabiendo que te puede hacer algo. Ayer lo intentó.

—Cristal, ese hombre es el diablo en persona…

—Creo que su hijo es diferente.

Oh no, Cristal. ¿Qué estás diciendo?

—¿Cómo?

—Él es… respetuoso, amable, es… —Suspira un poco—.Diferente.

—¡Oh, no, no, no! —Le toma la cara entre sus manos—. Te lo advierto, no te enamores de Hansel. Te romperá el corazón.

—No me enamoro —dijo, restándole importancia.

Cristal, en cosas del amor no se afirma, no se sabe nada. No estés tan segura.

—Pero te gusta. —Al ver que ella no responde, prosiguió—: Cristal, te llevará al cielo y luego te dejará caer en el suelo de espinas… Y nada es peor que un corazón roto, lo sé.

¿Y ahora qué? ¿Qué harás, Cristal?

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