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Capítulo 10

Este capítulo estará dedicado a PaolaArita3 por ser lectora destacada. ¡Disfrútalo, linda!

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Sin más, comenzamos.

CAPÍTULO 10.

El variado volumen de sirenas de autos de la policía que llegaban a la estación hacía eco en el lugar. Una señora de lentes llamada Verónica Monserrat esta parada frente al mostrador dando una denuncia por desaparición de su sobrina Cristal Monserrat.

—¿Cómo que la detective de casos de desaparecidos no está? ¡No ve que mi sobrina está desaparecida desde hace 24 horas!

—Cálmese, señora —dijo el delegado—. ¿No ve que la detective de desaparecidos salió a comer unos minutos?

—¡Esperar una mierda! —exclama con enojo al delegado, y es interrumpida por la detective.

—¿Señora Verónica Monserrat? ¿Qué es lo que pasa aquí? —Se volteó inmediatamente quedando cara a cara con la mujer recién llegada.

—El problema es que esta señora dice que su sobrina tiene 24 horas de desaparecida, pero tenemos que esperar a las 48 horas para darla de desaparecida total —explicó el delegado tratando de aclarar la situación.

—¡En 48 horas mi sobrina podría aparecer lastimada, o puede pasar algo peor! Mi hermano me va a matar, por Dios. —Las manos sujetaban su cabello frontal de una forma desesperada mientras caminaba de un lado a otro. En otras palabras, no podía estarse quieta.

—Señora... ¡Señora! —le decía la detective—. Señora cálmese, por favor. Así no podremos resolver nada. ¿Por qué no se calma?

—¿Calmarme? ¿Calmarme? —gritó—. ¡¿Cómo quiere que me calme en una situación así?! ¡Por Dios, tenga un poco de sensibilidad!

—Verónica... ¡Verónica! —La tía miró con ojos abiertos, casi inmóviles, a ambos ojos de la detective—. Acompáñeme a mi oficina, por favor. —La detective le cedió el paso a la cuarentona para que pasara a su oficina—, Siéntese, por favor —y señaló una de las sillas para luego sentarse al otro lado.

Verónica suspiró.

—¿Nombre de la desaparecida?

—Cristal Monserrat. —El bolígrafo bailaba en el informe de la detective.

—¿Me puede contar cómo sucedieron los hechos?

—Claro que sí. Todo comenzó la noche del viernes…

***

Empezaba a amanecer cuando en los almacenes de Los Demonios se escuchaban los gritos:

—¡Vamos levántense! ¡Arriba todo el mundo, vamos!

Cristal se encontraba murmurando en uno de los colchones:

—Ugh. ¿Qué hora es?

—Cristal, vamos. —Isabela le da dos palmadas en el hombro—. Levántate ya.

—Uy, cinco minutos más. —La chica remoloneaba en la cama ¿Qué digo cama? ¡Colchón mugriento y desaliñado!

—Vamos, Cristal que no estás en tu casa. ¡Levántate! —Movió su hombro y consiguió que esta abriera los ojos.

En minutos salieron de su bodegón y formaron filas con las demás.

—¿Qué es lo que está pasando? ¿Por qué hay que levantarse tan temprano? El Sol todavía no sale.

—Creo que nos tocó día de revisión.

—¡¿Qué?! —reaccionó—. ¡¿Qué, qué?!

—Días de revisión —explicó ella—. Es que nos desnuden y nos toqueteen todo el cuerpo, básicamente.

—Espera... ¿Qué? ¿Isabela, cómo sabes de todo esto?

—Adáptate. —Dio dos palmadas—. ¿Tú no veías series de Netflix o qué?

—Bueno… es que…

—Más vale que no te niegues, podemos terminar atravesadas por algún disparo.

—¡Por Dios, qué miedo! —Cristal se tocaba el corazón—. Mi corazón está al punto de colapso. —Respiraba pesadamente.

Un hombre grita, interrumpiéndolas.

—¡Vamos! Hagan filas, que serán revisadas una a una. Luego pasará el jefe para ver a las nuevas mercancías.  

La pobre Cristal no dejaba de temblar y pequeñas lágrimas de miedo empezaron a rodar de sus mejillas.

—Tranquila linda, sé fuerte. —Fueron las palabras de la morena  para luego ver a su compañera entrar a la sala de revisión.

***

En el otro lugar del mundo todo, en cambio, estaba tranquilo. España brindaba paz a toda persona que viviera en sus áreas verdes, respirando el área de campo y la sombra de los árboles. Una casa, sumergida entre montañas era el hogar de una señora, cuarentona, de cabello lacio y corto color café y ojos carmelita claro, al igual que su cuñada usaba lentes, lo que, a diferencia de ella los usaba para ensartar el hilo en la aguja.

—Sólo un intento más y... —fue interrumpida por una voz escandalizada

—¡Miranda! ¡Miranda, tienes que ver esto! —gritaba una mujer de treinta años que venía corriendo con su móvil de la mano derecha, mientras que con la izquierda aguantaba un largo vestido campestre que, al parecer, usaban las campesinas.

—¿Qué sucede, Celeste? —Dejó los útiles en el sillón—. Por los gritos que das pareciera que vinieron los extraterrestres.

—No son extraterrestres pero, no lo vas a creer.

—¡Suéltalo ya, mujer! —Se acercó a Celeste y a su celular.

—Esta tarde estaba viendo las noticias de América, sabes, en las páginas y...

—¿Y qué?

—Encontré esto. —Le muestra una publicación de esta mañana y Miranda lee la noticia con ayuda de sus lentes.

—Joven desaparecida de 17 años, vive en la ciudad de Miami, cabello largo, piel blanca, ojos claros... ¿Qué es lo bueno de aquí?

—¡Sigue leyendo!

—Desaparecida desde el día viernes a las 8:30 de la noche.

—¡No estás viendo nada, mujer! Mira la foto. ¿No te parece conocida?

Miranda mira la foto de la muchacha y se queda perpleja.

—Su nombre Cristal... —El tono de voz le disminuye con el paso de las letras—, Monserrat... —Sus ojos observan el sol que se esconde —, mi hija

Es estado de shock mirando una y otra vez la foto, Esteban, su marido, llegaba de trabajar.

—Buenas noches, señora Celeste. Hola, mi amor. ¿Cómo has estado? —Una vez allí, sin recibir respuesta se inclinó para posar un beso en los labios de su esposa, pero algo mayor que una palabra interrumpió el momento.

—Mira, Esteban.

El celular pasa a manos de Esteban, quien se fija primero en la foto que la decoraba.

—¡Esta es Cristal! —exclamó extrañado.

—Lee las palabras siguientes, amor.

Con el ceño fruncido su dedo se desliza en el celular, y sus ojos se abrían cada vez que su dedo subía.

—Mi hija... ¿Mi hija está?

—Desaparecida —concluye Miranda mordiéndose las uñas y temblando—. Mi niña, Esteban. ¡Está desaparecida!

Silencio...

—¿Qué - carajos - acaba - de pasar?

—Voy pidiendo el vuelo más rápido hacia Miami —dijo Esteban corriendo hacia su laptop.

Oh, oh. Aquí va a ver fuego.

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