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[03]

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Cuando descubrió sus propios poderes se encontraba practicando karate en el jardín de su casa mientras su abuela preparaba la cena.

Siempre se había preguntado cuál era la manera en que los  super los adquirían, a pesar de que aún consiguiendo los suyos propios no comprendía de qué manera lo logró hacerlo. Nada de esto disminuyó su alegría en el momento en que sintió cada partícula en el aire y sin pensarlo mucho creó un pequeño remolino derribando una de las macetas de su abuela.

Luego de varías semanas de intentar controlar y entender lo que podía y no podía hacer, fue cuando comprendió lo poco que se sabía de los superhéroes en verdad. Sin importar todos los años transcurridos desde que apareció el primero de ellos, ninguno nunca había revelado el cómo o el porqué fueron ellos los elegidos entre millones de personas normales para hacer cosas tan magníficas como controlar los elementos.

En su adolescencia, Mara Li tenía la teoría de que los superhéroes no revelaban la forma de convertirse en uno de ellos simplemente porque no deseaban que los malos tuvieran acceso a aquella valiosa información.

Cuando ella misma se sorprendió rompiendo aquella maceta de su abuela gracias a la utilización de sus poderes, tomó todas sus teorías y las tiró a la basura. Seguramente ellos se encontraban igual de perdidos que ella con respecto a los porqués y los cómos.

Había buscado en la red las ventajas y desventajas del elemento del aire, buscó todo lo que pudo sobre los súper con las mismas habilidades que ella e intentó aprender de ellos para algún día poder ponerse a prueba y salir victoriosa de cualquier dificultad.

Tuvo algunos altercados con ladrones y algunos delitos menores en los meses pasados, se sentía preparada para dejar las rueditas de ayuda y saltar a la acción, pero esto nunca llegaba...hasta ahora.

Y de la misma manera en que le sudaban las manos y se paraliza en un día de examen en la secundaria; cuando llegó el momento de realmente hacer algo no supo qué hacer más que quedarse mirando al hombre sin vida en el suelo del vagón.

—¡Que alguien haga algo!

La exclamación llegó de uno de los albañiles que corrió hacia el hombre en el suelo y comenzó a revisar su pulso para seguidamente realizar las maniobras de RCP.

La mujer rubia tomó de la mano a Mia y la llevó más atrás junto a los adolescentes que se abrazaban mirando la escena.
Jonh se arrodilló junto al cuerpo de Ernesto sin saber muy bien qué hacer.

Luego de varios intentos fallidos, el albañil negó con la cabeza y cerró los ojos del hombre.
Ernesto había muerto.

¿Qué había ocurrido?

Sin darse cuenta se había sujetado al brazo de Percy quien se encontraba en un estado de shock igual que el suyo propio.

—¿Qué está ocurriendo en este maldito tren? —gruñó otro de los albañiles acercándose al cuerpo —. ¿Sabes por qué murió, Tony?

—A simple vista parece un paro cardíaco.

—Se encontraba bien hace unos minutos —la rubia acotó —. Simplemente se cayó del asiento.

—Puede que el estrés haya sido mucho para él, es un hombre mayor. Era un hombre mayor, Carl —Tony se corrigió rápidamente.

—Yo lo ví, él se tocó la garganta como si le faltara el aire— la dulce voz de la adolescente logró llamar la atención sobre ella.

—¿Estás segura, Candy? —Ella asintió a su novio.

—Si fuera un paro cardíaco ¿No debería tomar su pecho en vez de faltarle el aire?

Mara dejó de escuchar lo que decían. Los veía mover sus labios, pero un subido tapó cualquier palabra que dijeron a continuación. Solo una frase se repetía en su cabeza una y otra vez : faltarle el aire, faltarle el aire, faltarle el aire.

Negó con la cabeza en un intento absurdo por borrar el horrible pensamiento que se formó en su mente. Pero ya no era posible cuando un sentimiento de culpa la envolvió y la posibilidad de que ella pudo haber acabado con la vida del pobre Ernesto caló hondo dentro de ella.

Necesitó sentarse y pensar con calma.

Mara estaba controlando su poder en el aire cuando el tren se sacudió. ¿Existía la posibilidad de que accidentalmente le hubiera quitado el aire a Ernesto?
Un repaso mental sobre las habilidades que había investigado de los superhéroes conocidos que controlan el aire le confirmó que era posible aunque muy poco probable que se realice ya que se necesita mucha práctica y concentración.

—¿Estás bien?

La voz de Percy la devolvió a la realidad. Lo encontró agachado en cuclillas junto a ella, desde esa posición quedaron frente a frente.

—Si, estoy bien —mintió —. Solo algo conmocionada.

El asintió y tomó su mano entre las suyas más grandes dejando la pequeña pelotita oscura con la cual lo había visto jugar antes.

—Toma, jugar con algo en las manos puede relajarte un poco. Funciona conmigo.

Asintió. No era estrictamente redonda y se sentía suave al tacto.

—¿Qué es?

—Es la semilla de una planta que crece en el jardín de mi casa. Siempre llevo algunas conmigo.

Ella volvió a ver la semilla y la movió de una mano a la otra concentrándose simplemente en ello, borrando de su mente la mera posibilidad de haber matado a un hombre.

La puerta que unía los vagones se abrió e ingresó Walter quien se detuvo de golpe al ver la escena que presentaban todos los pasajeros.

—¿Qué ha pasado, Tony?

—El hombre simplemente se cayó del asiento y murió, jefe.

—Mierda —murmuró antes de dar media vuelta y gritar a través de la puerta abierta: — ¡Gómez! Lo necesito aquí ahora.

Enseguida el hombre de la cicatriz cruzó la puerta mostrando un ceño fruncido.

—Ya le he dicho que no puedo dejar mucho tiempo el otro vagón ¿Qué sucede?

—Eso sucede— gruñó Walter apuntando al cuerpo de Ernesto aún en el suelo.

Gómez entrecerró los ojos observando toda la escena y a cada uno de los pasajeros, antes de preguntar qué había sucedido. Tony volvió a repetir lo ocurrido mientras él se acercó al cuerpo y comenzó a revisarlo al igual que investigar en sus bolsillos.

—¡Hey! ¿Qué está haciendo? —preguntó Jonh indignado al verlo sacar el contenido de los bolsillos de la chaqueta de Ernesto.

—Intento saber qué mierda ocurrió.

—¿Necesita revisar sus cosas para hacerlo? Ya le hemos contado lo ocurrido. Tuvo un paro cardíaco. Usted no es nadie así que déjelo en paz.

—Soy el Oficial Gómez de la comisaría sexta y esto claramente no fue un paro cardíaco. Aquí ocurrió algo más, señor.

—¿Usted quiere decir que alguien lo... Mató? —La pregunta Mabel fue apenas un murmullo vacilante.

—Si.

Mara se tensó como todos los demás pasajeros ante aquella simple palabra. Se dijo a sí misma que nadie sabía de sus poderes por lo tanto nadie podía sospechar de ella. Jugó con la semilla en su mano.
Debía encontrar una solución, una respuesta a todo lo que estaba ocurriendo. Se suponía que era una superhéroe y hasta el momento no había realizado nada más que lo que el resto había hecho.

Tomando la decisión de salvarlos a todos y llegar al fondo de esto, se centró en el cuerpo de Ernesto. Era como ver a una persona dormir, con la diferencia de que ella sabía que no era así. Se concentró en el rostro pálido del hombre  inclinado hacia un lado. El Oficial Gómez sacó un pañuelo descartable de su bolsillo y utilizando este para cubrir su mano tomó la mano derecha que Ernesto tenía cerrada en un puño y despacio fue arriendo dedo a dedo para revelar lo que había dentro. Un envoltorio de caramelo.

—¿Puede que se haya ahogado con el caramelo?— preguntó el adolescente —. Por ello Candy lo vio tomarse la garganta.

Gómez no levantó la vista de su trabajo cuando le respondió.

—Si fuese así, lo habrían notado. Según lo que me acaban de contar eso sucedió rápido ¿El cuerpo estaba sin vida cuando cayó al suelo?

—Si —respondió Tony—. Intenté el RCP, pero era tarde.

El Oficial asintió y llevó el envoltorio del dulce a la nariz frunciendo el ceño.

—Esto tiene V-46.

—¿Qué es eso?

Walter formuló la pregunta que todos se hacían.

—Veneno. Este hombre murió envenenado.

El tiempo pareció detenerse y todos y cada uno de ellos se miraron entre sí sospechando de los otros.

El tren volvió a sacudirse y Mara observó por la ventana. Faltaba poco para llegar a la siguiente estación y ahora además de no poder frenar el transporte, se sumaba un posible asesinato a aquella mañana.

—¿Me permite ver lo que lleva en esa caja, señor?

Preguntó el oficial señalando la caja donde Jonh almacenaba los dulces que vendía diariamente. Este aún se encontraba arrodillado junto a Ernesto muy conmocionado por lo ocurrido, así que simplemente asintió a la petición de Gómez quien se puso de pie y se acercó a la caja abandonada unos asientos más atrás.

—¿Crees que él lo hizo? —susurró Cece— ¿Me pasará lo mismo a mi? ¡Dios, Mabel! Me he comido el chocolate que le compraste.

—Tranquilas, señoras —les murmuró Carl dándoles una sonrisa tensa —. No les ocurrirá nada.

Gómez se puso de pie al lado de Jonh y lo tomó del hombro.

—Hay más V-46 en algunos de los dulces de la caja. Está usted bajo arresto por homicidio, señor.

—¡Joder! — Exclamó Tony alejándose unos pasos del vendedor.

—¿Qué? —exclamó aturdido— Imposible, eso es una mentira. Mis dulces no contienen veneno.

—No se resista, señor.

Gómez esposó a Jonh mientras éste aún protestaba y juraba que sus dulces no contenían veneno.

—Le digo que yo no he sido, oficial —lloró —. Le doy a mi hijo estos mismos dulces ¿Usted cree que lo haría si tuviera veneno? Conocía a Ernesto desde hace años ¿Porqué lo querría matar?

—Para quedarte con la pulsera electrónica — murmuró la rubia —. Tu mismo dijiste que eran muy caras y todos sabemos que tú hijo la necesita para sus estudios. Ernesto le estaba llevando una nueva a su nieta como regalo de cumpleaños.

—Nunca mataría por una estúpida pulsera —gruñó indignado —. Tengo mi orgullo, señora. Trabajo en el tren para no salir a robar y a matar.

Mara sintió las manos de Percy tomando las suyas mientras observaba la discusión. Jonh se encontraba parado con las manos esposadas en la espalda y con lágrimas bañando sus mejillas rojas por la indignación. Ella recordó la primera impresión que tuvo del hombre y como dudo de su historia sobre su hijo. Las calles se encontraban repletas de estafadores y charlatanes que te endulzan el oído con historias conmovedoras para luego engañarte y quedarse con tu dinero.
Pero al ver el rostro de Jonh, Mara creyó en sus palabras. Sabía que el hombre decía la verdad, él no había sido el asesino.

La cuestión era ¿Quién fue realmente?

El tren se sacudió mandando al piso a Jonh y al oficial Gómez que lo sujetaba del brazo. Por la ventana se vio pasar la estación de Islas.

—¡Mierda! —exclamó Gómez levantándose del suelo y dando vuelta a Jonh que había caído de cara al suelo.

Cuando se quedó recostado de espaldas, su pecho no se movía y los ojos quedaron abiertos sin pestañear.
Gómez revisó su pulso negando con la cabeza antes de levantar la vista encontrándose con la de Walter.

—Está muerto.

—¿Cómo es eso posible? —murmuró Carl —. Si él fue el que le dió el veneno al señor.

—Se encontraba bien —dijo Candy a su novio.

—Esto se está saliendo de control — susurró Percy sin apartar la vista de los cuerpos en el suelo.

—No sé lo que está ocurriendo aquí, pero nadie se moverá de este vagón hasta que lo averigüe — ordenó el oficial Gómez poniéndose de pie y acercándose a Walter —. Tengo que ir al vigilar adelante. Qué nadie se mueva de sus asientos.

Walter asintió serio y les hizo una seña a los que se encontraban parados para que se sienten en algún lugar.

Mara se movió a un lado permitiendo que Percy tome su asiento y ella se pasó al de junto a la ventana.
Cuando todos estaban en sus lugares, Gómez salió del vagón y cerró la puerta detrás de él.

—Tengo miedo, Simón — escuchó que Candy murmuró.

—Todo saldrá bien— la tranquilizó su novio —. Verás que un superhéroe vendrá y nos ayudará a todos.

Mara giró la mirada hacia afuera sintiéndose un fracaso como superhéroe. Un tren sin control y un doble asesinato frente a sus narices sin poder hacer nada para evitarlo.

Percy tomó su mano dejando la semilla entre ambas y entrelazó sus dedos.

—No tengas miedo— susurró —. Todo saldrá bien.

Ella quería creerle. Ella deseaba que fuera cierto. No, lo que en verdad deseaba era haber perdido este maldito tren. Si tan solo se hubiera retrasado como siempre lo hacía, nada de esto estaría ocurriendo y su única preocupación sería ser despedida por Leticia.

—No sabes cuánto lamento haber llegado a tiempo para este tren— susurró.

—¿Dónde ibas?

—Al trabajo, si no llego a tiempo, me despedirán —sonrió sin humor—. Es una estupidez pensar en ello cuando murieron dos personas aquí.

Mara cayó en la cuenta de que eran personas con familias a quienes querían y eran queridos. Por lo poco que escuchó de la conversación que había mantenido, ese día era la fiesta de cumpleaños de la nieta de Ernesto. Una fiesta a la cual no asistirá. La imagen de una niña esperando a su abuela nubló su mente.
Y Jonh tenía un hijo el cual no volverá a ver a su padre. Un niño al cual su padre le pagaba los estudios con lo poco que ganaba levantándose temprano y vendiendo dulces todo el día en los trenes.
Sentía un nudo de angustia apretando su pecho. Todo era muy injusto. La vida era muy injusta.
Lo más grave de todo era que el asesino era uno de ellos. Se encontraba allí mismo y ella no sabía qué hacer para encontrarlo. De la misma manera en que no sabía cómo detener el tren.

Un grito de mujer se escuchó desde el primer vagón, seguido de un inquietante silencio. La puerta que los unía se abrió dando pasó nuevamente al oficial Gómez.

—Tenemos un problema —se dirigió a Walter—. Una mujer fue asesinada en el primer vagón.

—¿Cómo?

—Cayó de la misma manera que los dos de aquí.

—¿Comió algún dulce?

—No estoy seguro, no había envoltorios a su alrededor y nadie la vió comer nada. Aún así estoy seguro de que fue por el V-46.

—Esto es una mierda.

—Coincido —la mirada del oficial recorrió todo el vagón —. Nada de esto es una coincidencia, ni el tren sin control, ni los asesinatos.

—¿Crees que al maquinista le ocurrió lo mismo?

—Eso me temo.

Si realmente el conductor estaba muerto, debían ingresar a aquella cabina antes de la última parada o todos acabarían muertos cuando el tren choque con la última estación.



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