28 || Cincuenta minutos
Seren despertó sin saber en dónde estaba, qué hora era, o con quién estaba. La oscuridad de la habitación no le permitía ver mucho más que el pequeño haz de luz que se colaba por su ventana, sin embargo, la esencia de Asher la devolvió al lugar en donde se quedó dormida: junto a él.
Un pequeño suspiro calmado de su novio elevó un poco su cabeza. Estaba recostada sobre su pecho, abrazándolo. Eso la hizo sonreír un poco.
—¿Estás despierto? —susurró ella, recibiendo de forma automática un beso en su cabeza.
—Todavía puedes dormir unos minutos más —le avisó. Seren asintió de forma automática mientras bostezaba,
—Dormí lo suficiente, pero sí quiero estar aquí un rato contigo.
Asher sonrió de lado y la abrazó más fuerte, no dejándole otro motivo que volver a dormirse. Pero veinte minutos después, se despertó cuando su alarma sonó. Se levantó en automático y revisó que todo estuviera listo para salir.
—Seren...
—Ya estaría todo listo —anunció, metiendo su cargador y audífonos en el bolso de mano que llevaría junto a ella en el avión. Estaba dando un par de vueltas por la habitación, hasta que unas manos sobre sus hombros la detuvieron.
—No quisiera que pases por esto sola, si necesitas que te acompañe, solo dímelo y tomaré el vuelo más cercano. —Ella sonrió.
—No te enojes, pero preferiría que no. Tenemos que solucionar esto... Y tampoco estaré sola, voy con Santiago y Polo, no te preocupes por eso. —Sus manos recorrieron su cintura, sus costillas y terminaron en su espalda, abrazándolo un poco más a ella.
—No, claro que no me enojo. Pero sí me deja más tranquilo saber que vas con tu familia. —Si necesitas hablar, solo llama. No importa la hora, ¿está bien?
La realidad, es que todo lo que pasaba por la cabeza de Seren era: «No quiero que veas el desastre que es mi familia».
—Sí. Está bien.
Un ruido detrás de su puerta sonó, seguido de alguien entrando.
—¿Estás lista? —preguntó Lana, asustándose un poco al entrar. Había olvidado que Asher estaba ahí. —Escúchame —llamó su atención, Seren soltó a su novio para mirar a su mejor amiga. —Hermana, puedes con esto —afirmó. Luego corrió lo poco que quedaba para alcanzarla y la abrazó con fuerza. —Solo llama si necesitas hablar, a cualquier hora. Le voy a quitar el silencio a mi celular solo por ti.
Aquello hizo reír a la muchacha, pero giró a ver a Asher y sonrió. Ambos le habían dicho exactamente lo mismo y no podía agradecer más por la gente que la rodeaba.
—Lo sé, y gracias a ambos.
Así que Asher se acercó para abrazarlas también.
—Creo que eso es todo —anunció Vad luego de cerrar el maletero del auto de Seren. Luego dio la vuelta para subirse al auto, asegurándose que todos habían subido también. —¿Estamos listos?
A su lado como copiloto, se encontraba Santiago, quien tenía detrás a su abuelo, justo al lado de la ventana. Seren a su izquierda, luego Asher, y Lana al otro extremo.
—¿Todos ustedes son estremiers también? —cuestionó Polo, que no podía estar callado ni un segundo. Era esa persona que no permitía que hubiera un momento de silencio.
—Sí, Polo. Todos trabajamos de lo mismo —contestó Lana, regalándole una de sus más bonitas sonrisas. La rubia siempre sentía mucha ternura cuando hablaba con él.
—¿Y lavan dinero?
—Ojalá —dijo Vad, sacándole una carcajada al abuelo.
Seren sonrió y apoyó su cabeza en su hombro.
—La princesa está triste... —susurró Polo, ella asintió de inmediato, no dejándole terminar su típica frase.
—Me parece tan extraño tener que volver a Galí, y mucho más para su velorio.
El abuelo suspiró y ladeó un poco la cabeza.
—No sé qué decirte, mi niña, no se supone que un padre deba enterrar a su hijo. No es lo común. A mí también me resulta extraño, pero también me reconforta estar con ustedes. —Polo colocó su mano sobre la de Seren, y la otra sobre el hombro de Santiago, quien puso la suya sobre la de su abuelo. Todos se quedaron en silencio después de eso. Pero como se mencionó antes, Polo no podía consigo mismo. —¿Saben qué? Esto nos deja una lección muy importante. Una vez leí, y si no me equivoco, fue Mark Twain... Que la mejor forma de animarte, es intentando animar a los otros, y eso es lo que voy a hacer. Creo que tengo bastantes años encima para poder decirles un secreto... —Polo volvió a recostarse sobre el respaldar de la silla y Seren alzó la cabeza para mirarlo, al igual que los demás. —Vivan todo lo que puedan. Y sí, ya sé que es repetitivo, pero creo que si lo dicen es porque es verdad, ¿no? Lo único que puede detenerlo es la muerte, niños. Y es irónico decirlo hoy, pero creo que al mismo tiempo es importante hacerlo. Yo extraño a mi Mina todos los días de mi vida, y me arrepentí mucho de no haber logrado todos esos planes que teníamos. Queríamos viajar, pero decíamos que mejor después. Siempre quisimos extender la parte trasera de la casa, así nuestros nietos tendrían un lugar más grande para jugar...
—Eso da igual, Polo. Tú y Mina nos dieron los momentos más felices que yo puedo recordar.
El abuelo giró a verla y sonrió, limpiándose una lágrima que recorría su rostro. Luego la señaló.
—Ese sí fue un plan bien ejecutado.
Seren sonrió, empujándolo un poco con su hombro.
—Siempre tienes las palabras correctas.
—He vivido, he escuchado, he aprendido, y también he sentido mucho. Ustedes deberían hacer lo mismo, porque hay una frase en el libro de «El coronel no tiene quién le escriba», que dice: no hay lugar más triste que una cama vacía. Y si me levanto todos los días con media cama vacía, estoy medio triste cada día. Yo no quiero eso para ustedes. Yo deseo que vivan intensamente, y cuando sea hora de descansar, solo piensen: Valió la pena cada segundo de esta larga vida.
Seren sonrió y giró a observar a Asher, él le sonrió también y entrelazaron sus dedos.
—Es usted un hombre muy sabio, señor Altamirano —dijo Vad, sin quitarle la vista al camino.
—Llámame Polo, por favor. Cuando me dicen señor, me acuerdo de todos los años que llevo encima.
—Pero también todos los libros que llevas encima —añadió Seren alzando un dedo. Aquello hizo feliz a su abuelo.
—Tienes razón. Me refugié en mis libros cuando más lo necesitaba, es por eso que tengo tantas frases y referencias. Me gusta leer porque mi vida está hecha de todos los libros que tocaron mis manos. Y expresarse es uno de los poderes más grandes del ser humano. ¡Y qué mejor que hacerlo mediante el arte! Ustedes que tienen una voz, utilícenla. Sean fieles a ustedes mismos y amen con todo el corazón. Es el mayor consejo que puede darles este viejo que poco a poco se va despidiendo de la vida.
Seren le dio un beso en la mejilla y soltó la mano de Asher para darle un fuerte abrazo. —Eres el mejor abuelo del mundo. Lo sabes, ¿no?
Polo estiró el labio y movió un poco la cabeza.
—No tienes más abuelos. Sin embargo; agradezco la preferencia, mi niña linda —dijo entre risas.
Seren pensó que querría recordar siempre aquella vibración que lograba la risa en el pecho de su abuelo sobre su oído.
—Aunque los tuviéramos, Polo. Tú y Mina son lo mejor que tenemos —añadió Santiago. —Valió cada segundo tenerlos a nuestro lado. Incluso cuando algunos fuimos egoístas en algún momento.
Una sonrisa incompleta se dirigió hasta Santiago, y le dio unas palmaditas en el hombro.
—Lo volveríamos a hacer, hijo.
—Lo sé, Polo. Lo sé.
Santiago colocó su mano sobre la de su abuelo, recordando lo mal que se portó con ellos en el pasado. Repasando sus acciones, arrepintiéndose de sus malos tratos.
Poco después de ello, sus pensamientos se interrumpieron por la repentina llegada al aeropuerto. Vad tomó algunos atajos que había aprendido con el tiempo, recortando con diferencia el tiempo que les tomaba llegar.
La despedida de todos fue rápida, tampoco se iban para toda la vida, solo algunos días para resolver lo necesario. Lana y Asher le repitieron a Seren lo mucho que podía llamar a cualquier hora, considerando el que el huso horario era bastante diferente allá. Siete horas, para ser exactos.
Los tres integrantes de la familia Altamirano se dirigieron hacia su puerta de embarque, y luego de un corto registro, entraron por el pasillo para buscar su sala de embarque. Les quedaba una hora extra para hacer lo que quisieran, aunque irónico o no, lo único que un par de ellos quería, era terminar con eso de inmediato.
Cuando llegaron a su lugar, solo les quedaba esperar. Y aunque se veían igual de tranquilos, cada uno tenía sus propios pensamientos y dudas. Al igual que nervios, imaginando cómo sería el siguiente encuentro.
—¡Oh! ¡Esos somos nosotros! —La voz de Seren alertó a los otros dos, mientras alguien anunciaba que su vuelo empezaría con el grupo uno.
—¡Grupo uno! ¡En mi vida he viajado con esas comodidades! En mis tiempos se viajaba en aviones de madera en donde los alerones dependían del talento de quien las fabricó, pero sobre todo un poco de esperanza.
Seren se rio rodando los ojos.
—Acepta las comodidades que ahora puedo pagarte y súbete a ese avión, viejo.
—Bueno, si me lo vas a pedir con ese amor, por supuesto que voy. ¿Tendrán cognac?
—Podemos preguntar —comentó ella, caminando con su mano sobre el hombro de su abuelo mientras se acercaban a la fila. —Ni siquiera te gusta el alcohol.
—No, pero me gustan las cosas gratis —respondió Polo, sacándole otra risa. Santiago los observaba desde atrás, con una sonrisa de lado.
Pensó que eran pocos los momentos en los que podía ver una escena así, y esperaba poder vivir muchas más.
El vuelo pareció más corto de lo que fue, Seren aprovechó las horas para leer, tomar una siesta, revisar correos pendientes, jugar un poco y anotar algunas ideas para directos y colaboraciones futuras; Santiago y Polo durmieron.
Al llegar, justo antes de cruzar la puerta que los separaba del mundo real, el abuelo tomó a sus nietos de las manos, convirtiendo aquello en un muro tan fuerte que ningún ser podría derribar.
—No va a ser fácil, pero estamos juntos en esto, ¿oyeron? Nadie puede herirlos sin su consentimiento. Ni siquiera su madre.
Santiago asintió primero, eso le dio más seguridad a su hermana, así que en el momento que ambos giraron a verla, ella tenía su respuesta lista.
—Sí.
—Correcto y bien contestado. Es hora de salir —anunció Polo. Luego se dio la vuelta junto a su maleta para dirigirse a la puerta.
Santiago abrió la boca para preguntar algo.
—Polo... ¿De quién es es...?
—Eleanor Roosevelt.
Pero Polo ya tenía la respuesta.
—Yo ya lo sabía. Lo dicen en el diario de la princesa, inculto —comentó Seren, siguiendo a su abuelo.
El auto que Seren alquiló, la esperaba justo en el estacionamiento del aeropuerto, así que no tuvieron que esperar mucho para llevar las maletas y emprender su viaje al lugar que, al menos dos de ellos no querían visitar.
En cuestión de varios y largos minutos, porque Seren no recordaba lo terrible que era el tráfico en Galí, llegaron a su hotel.
No les tomó mucho instalarse, así que quedaron en encontrarse en el vestíbulo cuando estuvieran listos.
Polo fue el primero en bajar, luego Seren, y al cabo de unos minutos, Santiago bajó.
—¿Por qué te demoraste tanto, Tutu? Creo que a Polo le salió otra cana.
—Mentira, esa ya la tenía. Pero creo que me ha crecido el bigote, ¿no creen?
Seren sonrió de lado y pasó su brazo por el hombro de su abuelo.
—Es hora de enfrentar eso.
—¿Qué? ¿Mi bigote?
Ella lo miró y alzó una ceja. Polo sabía perfectamente a qué se refería, pero no podía evitar hacer algún chiste.
—Es hora.
Y volvieron al auto para emprender otro viaje hacia su antigua casa.
Lo que debió ser un viaje de veinte minutos, resultó ser de cuarenta. Cuarenta y cinco si se incluía la pequeña parada de Polo para ir al baño en una gasolinera.
El clima seguía igual de soleado, pero por alguna razón, Seren tenía frío, y mientras más se acercaba al lugar, más temblaba.
Cuarenta y siete contando los minutos que Seren se tomó para respirar antes de entrar a la casa.
Cuarenta y ocho contando el minuto de coraje que le tomó tocar el timbre.
Cuarenta y nueve contando el minuto que su mamá demoró en abrir.
Y cincuenta contando el minuto extra que se tomó para saltar sobre los brazos de sus hijos para llorar desconsoladamente.
Un abrazo que duró más que uno común, porque ninguno parecía estar listo para ese momento; sin embargo su madre lo había esperado por mucho.
—¿Cómo están? Dios santo, han crecido tanto —exclamó tomando la mejilla de sus dos hijos. Las lágrimas caían por su rostro sin parar.
—Bien —respondió Seren. Sin más. ¿Qué más podía decir? Considerando la salida que tuvo la última vez que estuvo ahí.
—Estás tan linda...
—¿Qué pasó, mamá? —cuestionó Santiago, llevándose la atención de su progenitora.
La mujer bajó la mirada y trató de respirar un poco, pero miró antes al señor mayor que estaba detrás de sus hijos.
—Hola, Polo...
—Hola, Elisa.
—Él estaba muy deprimido, pero no lo quería aceptar. Lo escuché muchas veces arrepentirse de cómo los trató... Comía menos de lo normal, por lo tanto tenía las defensas bajas. Y como saben, jamás dejó de fumar. Hace un tiempo el cáncer volvió. Esta vez de pulmón, y me prohibió contarles. Yo no sabía qué hacer, pero él se mostraba bien. No decidió seguir ningún tratamiento. Él decía que no lo merecía.
—Debiste contarnos de todos modos —dijo Santiago, pero su madre negó.
—Ustedes saben cómo era. No merecían pasar por esto. No de nuevo.
—Pero eso no era decisión de ustedes...
Polo suspiró, colocando su mano sobre el hombro de su nieto.
—¿Necesitas ayuda?
—No, el velorio está listo. Empezará en tres horas y seguirá toda la noche. Mañana será el entierro. Estaba pensando que pueden quedarse en sus habitaciones, Polo, puedo acomodar...
—Nos estamos alojando en un hotel cerca de aquí —interrumpió Seren. Estaba seria. Su madre giró a verla, y poco a poco el entrecejo se frunció.
—¿Por qué gastar en un hotel? Si aquí tienes tu casa.
—No quiero ser grosera, por favor, no sigas. Hemos venido a ver cómo estás, a acompañar a Polo para tener una despedida digna con su hijo. También ver si podemos ayudar con algo. Nada más.
—¿A qué te refieres, Serena? Soy tu madre, por si no lo recuerdas, no puedes hablarme así. Solo pregunté por qué no se quedan en su casa. ¡Es su casa! Esta es su familia, y este es su hogar.
—Mamá, me fui de aquí casi huyendo. ¿De qué hogar estás hablando? Porque jamás se sintió así.
Santiago rodeó el hombro de su hermana cuando empezó a respirar más rápido de lo normal.
—Perdóname, hija. Ya sé, ya sé. No es justo para ti —habló, colocándose las manos sobre el rostro. —Estoy muy afectada con todo esto. No sé qué voy a hacer ahora... no quisiera dejar Galí, pero...
¿Dejar el país?
Seren miró a su madre, luego a su abuelo. Polo estiró un poco los labios y alzó las cejas.
PRONTO EL ÚLTIMO CAPÍTULO
BUENAS TARDES
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro