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𝓣𝓲𝓷𝓽𝓪 𝔂 𝓽𝓲𝓮𝓶𝓹𝓸























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Pido lo que necesito, tinta y tiempo.



Correr, era una de las nuevas cosas que nacieron al momento de llegar a este lugar. Correr, caminar, trotar por el bosque, despejan los pensamientos de mi mente, logrando que disfrute el aire limpio que me entrega el sur de Chile. Aunque el frío, en muchas ocasiones impedía que saliera de mi casa, pero este día, nublado, sin lluvia logra el efecto deseado para correr sin peligros.

Un automóvil se interpone en mi camino de tierra en el cual corría. Mi corazón empieza a latir con rapidez al pensar en un secuestro, pero un cuerpo conocido se bajó del automóvil con el rostro severo.

—La asaltaron en menos de un mes, y ha salido a correr en solitario, ¿segura que no le pegaron en la cabeza? —A pesar de la dureza de su voz, una sonrisa se poso en mi rostro ante sus palabras.

—No vivo con miedo —admití sacando de mi mochila el agua que llevaba para todos lados—. Aunque me has dado un susto tremendo, pensé que me secuestrarias.

—No está en mis planes —confirmo contagiándose de mi sonrisa—. ¿Cómo está su muñeca? —El hombre americano rodeo su auto para acercarse a mi. De manera espontánea arreglé un poco mi cabello, el cual se había alborotado por el viento.

—Bien. No fue grave —comente—. Gracias a ti. Me salvaste.

—No fue nada —añadió realizando una pequeña reverencia con su cabeza.

Y nos quedamos unos segundos en silencio, observándonos mutuamente. Sus ojos son de color dorados, tan peculiares, que estuve a segundos de preguntar por su color, pero su voz resalta en primer lugar.

—¿Corres todos los días?

—Cada vez que el clima lo permite —le aclaré sin apartar la mirada—. Y mi tiempo libre. Trabajo de profesora, cerca del camino donde...me salvaste.

—¿Profesora? — Ladeo su cabeza confundida—. Te ves menor. —Rei por su comentario, y deje de observar sus peculiares ojos.

—Soy legal. —Maldición, ¿de donde vino aquello?

—Gracias, por aclararlo. —Y sentí como mis mejillas se sonrojan por sus palabras. Estúpida.

—Bueno...ha sido un placer verte. — Un deleite para mis ojos. —Seguiré con mi ejercicio —añadí con el deseo de salir corriendo de esta conversación. Su belleza me atontaba. Y eso me molestaba. Había dejado de ser adolescente con las hormonas alboradas hace bastante años atrás.

—Creo que no podrás seguir corriendo —su comentario me extrañó, deteniendo mi paso, pero a los segundos lo comprendí. Unas gotas empiezan a caer. Unas gotas que se transforman en una espesa lluvia en segundos.

—Mierda, mierda...—brame con frustración. Lo menos que quería es volver caminando, o pedirle otro favor al gringo.

—Ven, entra al auto. — El gringo me abrió la puerta de su auto, y sin dudarlo entré con rapidez. Su auto de cuero negro entrega un refugio reconfortarte. El auto de último modelo encendió la calefacción, tratando de abrigar mi cuerpo húmedo.

—Lo siento por mojar tu auto —me lamente. Observe como Edward se sentaba con elegancia al momento que niega con su cabeza.

—No te preocupes —añadió con tranquilidad. La lluvia golpea con fuerza el parabrisas del auto. En tan solo unos segundos la tranquilidad del sur, se transformó en un gran diluvio. —Podremos esperar en mi casa, hasta que la lluvia cese. —Gire mi cabeza en busca de algo sospechoso en sus ojos, en su rostro, pero el gringo no realizó movimiento alguno.

—Está bien. — No vivo con miedo. Es la frase que repite constantemente en mi cabeza al momento que el americano enciende el auto para dirigirse a su mansión.











Pero me cuesta esperar, y cuando toca decantar.
Lentamente lo que siento, yo me impaciento.





Había soñado miles de veces de que aquella casa era mía. Cada vez que pasaba en mi auto, o corriendo por el camino de tierra al lado de la carretera, imaginaba que vivía en ese campo, con una gran familia. Y perros por todos lados.

—Creo que reconozco tu apellido —comente al momento que el auto se movía de un lado a otro por el camino de tierra que atravesamos.

—Mi bisabuelo compró este terreno, y ayudó para la creación del hospital. —Y comprendí el porque su apellido se me hacía conocido.

—El colegio queda al lado del hospital, había leído el apellido en la historia de la fundación del... —Hospital no era. —Consultorio medico.

—Mi bisabuelo le tenía cariño a este lugar —contó al momento que mi mirada se posa en la gran casa—. Esta casa ha pasado por generaciones.

—Y ahora es tuya...—enfatice aún sin despegar mis ojos de la mansión. Podría casarme con aquel hombre por esta bella casa.

—De mis padres, y hermanos— indico con diversión en su voz. Y mis sueños se arruinan. Compartir la herencia con los hermanos, es lo peor.

—Pero ellos no están aquí.

—No, están en Estados Unidos.

Y mi boca se cerró al saber que estaba dentro de la casa. Edward abrió la cochera eléctrica para guardar el auto, y mi nerviosismo aumentó. Mi departamento es del tamaño de esta cochera, la cual no guardaba solo el auto de mi salvador. Dos autos más adornaban.

Edward me guio por la cochera para entrar a la casa. Una puerta blanca nos separaba de aquel lugar, la magnificencia de la mansión. Al prender las luces solté un silbido de impresión, sin poder evitarlo. La mansión es de espacio abierto, tan abierta que no encontraba casi paredes de separación.

—Es hermosa —comente con sinceridad. Su casa blanca por donde se mirara, tenía una estructura similar a las casa gringas que vi por televisión centenares de veces. Un sillón blanco adorna el living, al igual que una gran lámpara colgaba desde el techo llamando la atención de cualquiera—. En el lugar donde me iba a casar, tenían esas lámparas— puntualice acercándome para quedar debajo de la lámpara. Una lámpara colgante de cristal.

—¿Está casada? —pregunto confundido por mi declaración. Negué con mi cabeza.

—Estuve comprometida, pero... no se realizó —añadí levantando mi cabeza— ¿Casado? —le pregunté sin sacar mi mirada de la lámpara.

—No — aseguro con incomodidad en su voz.

—Podría vivir en este lugar —musite cerrando los ojos sin importarme su tono de voz. Podría vivir aquí eternamente sin salir de esta mansión—. Pero le falta limpieza —enfatice abriendo los ojos para observar a Edward—. Has llegado hace bastante tiempo, deberías sacar estas sábanas. Es triste, y lúgubre.

—Créeme que lo lúgubre de este lugar, soy yo —musito Edward. Aquello es deprimente.

—Si quieres te puedo ayudar...— indiqué sin responder su comentario, mientras caminaba alrededor del salón sacando el polvo de los muebles con mi dedo—. Soy buena limpiando. Sería una forma de agradecerte por lo que hiciste por mi.

—No necesitas agradecerme, cualquiera lo hubiera hecho.

—Cualquiera no —puntualice con seguridad esas palabras—. Solo una buena persona.

—Te equivocas rotundamente.

—¿Por qué? ¿Acaso me salvaste para matarme aquí? — pregunte con diversión en mi voz, pero al girar mi cuerpo para observar al americano mi diversión se apagó. Su rostro estaba severo, no le divertía mi pregunta. Es como si hubiera adivinado su pensamiento.

—Podría —musita dando un paso hacia a mi, lo cual provocó que diera un paso atrás instintivamente—. Confías mucho en un desconocido.

—¿Lo harías para enseñarme? —pregunte tratando de sonar segura—, pero debes dejarme viva para aprender.

—Tal vez...— susurro, pero antes de añadir algo una risa apagada se presentó. Y mi respiración contenida salió de mi boca aliviada por aquella broma—. Pero deberías aprender.

—La gente del sur es buena— repliqué con rapidez, aun con mi corazón latiendo con rapidez.

—No todos somos del sur.

—Lo sé.

—Pero creo que me agradaría su ayuda —expreso pasando su mano por su cabello perfectamente alborotado— ¿Te parece mañana?

—Perfecto —asentí con mi cabeza. Que gringo tan extraño.








Puede que nunca te calibre.

Corazón.

Siempre irás por libre.














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Canción: Jorge Drexler - Tinta y tiempo

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