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¿𝓠𝓾é 𝓱𝓲𝓬𝓲𝓼𝓽𝓮?














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Ayer nos prometimos conquistar el mundo entero.
Ayer tú me juraste que este amor sería eterno.








Ahora tengo dos cajas de recuerdos. Uno de mis padres, y otro del gringo. En la caja de Edward he guardado la ropa que dejó en mi departamento. Sus camisas, sus jeans y sus pijamas. Diego me aconsejó de quemar su ropa para olvidar al gringo, pero se que quemar su ropa no significaba nada. Lo seguiría amando de la misma forma amaba con algo de odio mezclado. Pero al no saber de su estado no me permití odiarlo con libertad. Rece por él, y por su familia. Y en aquel rezo preferí alejarme de la familia de Edward. Solo por un tiempo para curar, y amar lo que Edward había dejado.

El olor del gringo me invade al momento que abrí la caja. Olor a sándalo, a bosque. Y las imágenes del pasado vuelven a mi mente con rapidez. Recordando los momentos felices que viví con Edward. Aunque fueron pocos meses, la intensidad del sentimiento era compatible con mi relación con mi ex prometido.

Deseo saber de él. De su vida, o de su final pero esta incertidumbre no me está siendo bien. No puedo enfocarme, ni siquiera en este niño que está creciendo en mi vientre. Y en mi locura de buscar respuesta, empecé a revisar los contactos, me detuve en el nombre gringo apuesto. Dios, que era apuesto. Su cabello, su sonrisa, su cuello largo y sus manos blancas recorriendo mi cuerpo. Dios, debía saber si estaba vivo. Imaginarme con un muerto, me daba escalofríos.

Y marque el celular el nombre de Rosalie Hale.

—Katherine. —La perfecta voz de Rosalie atendiendo el teléfono logra que crea una sonrisa en mi rostro.

—Rubia —musite su nombre con cariño—. Quería disculparme, debí contestar tu llamada, te prometí que seguiriamos siendo amigas, pero tuve que desconectarme. Olvidar... —Mis disculpas salen con rapidez de mi boca. 

—Ey, latina, tranquila —añade la rubia—. Tu no debes pedir disculpa, soy yo la que te debe una disculpa por parte del idiota de mi hermano.

—Rosalie. —Y no pude evitar reír. Su palabras aliviaron mi preocupación ante su posible enojo—. ¿Cómo estás?

—Casada nuevamente —confiesa la gringa—. Nos casamos nuevamente con Emmett. —Y en mi mente soy capaz de ver la sonrisa amplia en el rostro perfecto de Rosalie. 

—Para ustedes es como una renovación de votos —le aclaré causando su risa—. Me alegro mucho escuchar aquello.

—¿Tú como estas? 

—Bien, mejor ahora —conteste con sinceridad a la rubia—. Quiero escuchar que Edward haya cambiado de decisión...

—Lo hizo, está vivo —me interrumpe la rubia con rapidez. Y suspire de alivio al instante al saber del bienestar del gringo. El maldito vive. No sabía si reír o llorar.

—Me alegro, por él, por tus padres —admití con cariño al recordar la dulzura de Esme y la seguridad que transmitía Carlisle. Esa seguridad que solo un padre era capaz de dar.

—Bella también está viva, fue una confusión —añade la rubia con lamento. Por un momento pensé que Rosalie quería  muerta a Bella, pero quite ese pensamiento con rapidez—. Él quiere hablar contigo.

—Oh, ¿está ahí?  —pregunte sorprendida al saber que quizás me está escuchando.

—Si, estamos en Forks solucionando un problema. —Forks es sinónimo de Bella. Edward está con ella—. De verdad quiere hablar contigo...—Y los siguientes segundos se presentan unos sonidos extraños.

—Katherine. —La voz del gringo se presenta congelando mi cuerpo ante la impresión de escuchar su dulce y sensual voz—. Necesito hablar contigo... —Y corte. Como si aquel celular tuviera algún virus que pudiera propagarse.

Apague el celular por miedo de que Edward me llamara nuevamente. Y estuve tentada de botarlo, o tirarlo por mi ventana. Pero mi celular, aquel aparato me acompaña desde hace años, como un fiel perro que está a mi lado en las buenas y en las malas. Pero lo que impide que bote mi celular es la foto de mis padres en el fondo de pantalla. Este celular fue un regalo por parte de ellos, y bueno no soy Edward Cullen que tiene miles de celulares a su disposición.











¿Qué hiciste?

Hoy destruiste con tu orgullo la esperanza

Hoy empañaste con tu furia mi mirada

Borraste toda nuestra historia con tu rabia.








—Te tengo dos noticias importantes —comente al momento que nos sentamos con Diego en la cafetería de siempre al frente del lago de Villarrica.

—Uy, chisme...—desperté el interés de Diego al instante de pronunciar aquellas palabras. 

—Edward está vivo, y estoy embarazada —añadí con rapidez las dos noticias que están en mi mente. Pero la primera noticia no la he compartido con nadie.

—¡QUE! —grita Diego sorprendido, aunque no se por cual de las noticias—¿Estás embarazada? —Es la segunda noticia.   

—Si, tengo cuatro semanas —le informe encogiendo mis hombros—. Me tome algunas pastillas atrasadas...

—¿Y el papá es Tomás?   —me interrumpe sin interesarle mi irresponsabilidad.   

—Por supuesto  —conteste con rapidez frunciendo mi ceño—. Estamos en una relación hace unos meses —explique extrañada por su pregunta. 

—Ay querida, estoy muy feliz por ese niño que está en tu vientre. —La mano de Diego busca la mía para entrelazarla arriba de la mesa—. Ese niño o niña tendrá a la mejor madre.

—¿Pero? —El tono de voz de Diego es claro que quiere añadir algo más.

—No amas al padre. —Saque con rapidez mi mano de su agarre—. Sé que es un buen hombre, un buen amigo y será un buen padre...pero hermosa, no lo amas. Nunca lo has amado.

—Puedo intentarlo. —No quiero luchar con aquella verdad, al menos no al frente de Diego. El que conoce a la perfección mis sentimientos amorosos.   

—Tal vez, antes de saber que Edward está vivo—. añade soltando un largo suspiro para dictar lo siguiente—. Pero ahora es distinto. Lo odias, si, con todo tu corazón pero con esa misma intensidad lo amas.

—Pero él no me ama a mi.      

—Tal vez, pero aquello no disminuye el amor que le profesas.

—No profeso nada —aclaré con rapidez frunciendo mi ceño.

—Lo haces al guardar sus cosas, al llamar a su hermana para saber de su bienestar —apunta Diego sin dejar de analizar mis miradas y palabras.

—Necesitaba saber, no podía vivir en esta incertidumbre —le expliqué con sinceridad—. No podía enfocarme en mi, en mi relación, ni en este niño que crece ante mi. ¿Puedes creer que ni siquiera he podido asimilar que seré madre?  —Y la voz pierde fuerza al realizar la pregunta. Unas lágrimas caen a mis ojos con rapidez al finalizar.  

—Hermosa...—Diego se levanta con rapidez para rodear la mesa y abrazarme con fuerza—. Serás la mejor madre del mundo.  Ahora que sabes del gringo podrás enfocar toda la increíble fuerza que tienes en este niño que cambiará tu vida—añade Diego bajando su mano para dejarla en mi vientre—, y tu cuerpo. Dile adiós a este cuerpo de infarto—. No pude evitar reír por sus últimas palabras.

—Hay hombres que se excitan con mujeres embarazadas  —le indique limpiando mis lágrimas con la servilleta de la cafetería—. Para algunos aún será un cuerpo de infarto. 

—Seguirás siendo hermosa.

—Te parece, ¿si no hablamos más del gringo?  —le pregunté al momento que vuelve a su asiento. 

—Me parece. —Diego extiende su mano—. Debes estrecharla para que se cumpla.   

—Que se pudra en el loco mundo de los gringos —añadí estrechando su mano con fuerza.  

—Y que jamás vuelva a tocar estas tierras, ni a esta mujer.

—¡Salud! —Levanté mi mano como si tuviera una copa en mi mano, Diego imitó mi acción.  

Tan equivocados estábamos.











Y confundiste tanto amor que te entregaba

Con un permiso para así romperme el alma.





Detuve mi auto afuera de la mansión, y sacó la tijera de mi bolso para cortar la ropa del gringo que está en el baúl del auto pero algo me detiene. Algo no me permite bajar de este auto y borrar todos sus recuerdos.  Quiero olvidarlo, pero a la vez quiero retenerlo. Quiero verlo nuevamente. ver su sonrisa, sus ojos y sentir sus labios nuevamente en mi.

Aun tengo sus llaves, podría entrar a ese lugar y robar todos los muebles y la ropa de la pequeña y de la alta hermanas de Edward. Pero no podía dar un paso. Viví momentos hermosos, pero el recuerdo que siempre llega a mi mente es el término. Es su voz, su semblante al saber que Bella supuestamente había muerto. En que ella era y es más importante que yo. ¿Qué tendrá ella que no tenga yo? ¿Se lo chupara mejor?

Ella era el amor de su vida. Me los imagino felices y comiendo perdices en el bosque frío de Forks. Porque si, a pesar de nunca haber escuchado ese nombre lo busqué en internet, y puedo decirlo que aquel lugar no es atractivo para nadie. ¿En un lugar tan frío se podría encontrar el amor? Dudo de aquello. Pero de qué importa mis pensamientos, mis análisis si al final Edward está en los brazos de la gringa.

Debería entrar a la casa, al final el gringo mencionó que su casa estaría a mi nombre. ¿Será verdad? A pesar de mi respuesta negativa, quizás lo haya cumplido.  Aunque viendo la majestuosidad de la casa y con un niño en el vientre quizás debí haber aceptado aquel justo trato. El corazón roto por una inmensa casa.

El sonido de mi celular interrumpió mis pensamientos.

—Amor —musite el apodo de Tomás al contestar la llamada.

—Mi amor, ¿Dónde estás? —me pregunta el padre de mi hijo. El que había aumentado su preocupación en mi a niveles extraordinario.   

Manejando, llegaré unos segundos a casa.

—Me avisas cuando llegues, te veré en la noche preciosa —apunta Tomás con voz cariñosa.

—Si, no te preocupes. Adiós amor —me despedí al momento que metía nuevamente las llaves al auto.

—Adiós mi amor.

Corte la llamada con la intención de marcar otro número. Y quizás despedirme o de decirle algún que otro garabato. Gringo el nombre del contacto. No, no lo hagas. Me reprende mi mente, déjalo para las borracheras del futuro.

—Adiós gringo...—me despedí observando la casa por última vez para darle el contacto la llave al auto y partir de aquel lugar para dirigirme a mi casa. A mi hogar.








Mañana que amanezca un día nuevo en mi universo

Mañana no veré tu nombre escrito entre mis versos

No escucharé palabras de arrepentimiento

Ignoraré sin pena tu remordimiento.





Y yo no se que busco, pero te estoy buscando —canto sin restricción un día domingo en la mañana barriendo mi habitación—. Santo, sálvame que tu me tienes perreando, ven, prueba, muérdeme. Que yo te digo hasta cuando.

Dios, muérdeme, vampiro, gringo, Edward. Maldición, mi despedida fuera de su casa no sirve de nada si mi mente relaciona cada cosa con el gringo. Bote la escoba con rabia dispuesta a lanzarme por la ventana pero antes de dar un paso, mi estómago se revuelve, y las náuseas matutinas aparecen con rapidez.

Jamás imaginé estar abrazada al inodoro sobria. Escuche el sonido del celular, pero las náuseas impiden que me levante. El sonido de mi celular se termina para empezar nuevamente, intuyo que es Tomás. Al terminar de vomitar me levanto para recoger el celular y el nombre de las llamadas perdidas me asombran.

—¿Rosalie? —Dude en devolver el llamado. Tengo miedo que al otro lado de la línea sea Edward, y no la rubia. No alcance a marcar nuevamente porque el celular empieza a sonar. Conteste dudosa—.¿Rosalie?

—Katherine. —La voz de la rubia resuelve mi duda y tranquiliza mi miedo—.¿Estás bien? No te escuchas muy bien.

—Estoy bien, una mañana un poco difícil —comente sentándome en la cama—. Tuve miedo de contestar...no quiero hablar con él.   

—Lo siento, suponía que no querías hablar con él, pero mi hermano insistió. Él quería decirte...

—No quiero saber de él Rosalie —añadí con rapidez interrumpiendo antes de que saliera una información del gringo. 

—Pero él quiere saber de ti. —Y contuve mi respiración al escuchar sus palabras.   

—Dile...que estoy bien. Que tengo una relación estable, que trabajo como siempre en el colegio con mis niños y... que me teñí el cabello. Ahora soy rubia. -- Iba añadir que estoy embrazada para indicarle que Tomás me había dado lo que el no era capaz, pero me detuve. Se que con esas palabras no solo le haría daño a Edward, (Quizás) pero le haría daño a Rosalie. Ser mamá es su mayor anhelo.

—¿Qué?¿Estas rubia?  —Lo único que retuvo la mente de Rosalie es mi cambio de look. La voz de sorpresa de Rosalie causa mi risa. —¿Qué tan rubia?

—Igual a ti.   

—Mándame una foto. —La urgencia de su voz provoca que no rechace su petición. Sin arreglarme, con la cara transpirada por el aseo y por los vómitos, mande una foto de mi rostro con mi cabellera rubia—. Oh, te ves hermosa. Y créeme que aquello no se lo digo a todos.

—Muchas gracias, ahora me dicen a mi gringa —le comunique con diversión en mi voz. 

—Entonces deberías venir aquí. A nuestra casa en Forks —sus palabras me sorprenden—. Carlisle y Esme estarán emocionados de recibirte. 

—No puedo Rubia, trabajo —me excuse con rapidez con voz de lamento. Aunque la realidad es otra. Por ninguna circunstancia volvería a comprar un pasaje a Estados Unidos.  

—Pero en vacaciones.

—Si, tal vez..

—¿Es un no?¿Cierto?     

—Gringa, no es fácil estar en los mismos lugares que Edward —confesé—. No lo odio, pero de verdad no lo quiero volver a ver en mi vida.

—¿Me recibirías si yo fuera a Chile?  —me pregunta la rubia con una voz suave.

—Por supuesto rubia. Eres mi amiga. —Silencio. Nada sale de la boca de Rosalie—.¿Gringa?

—Eso es lindo...amiga —añade con una voz dulce—. Viajaremos con Emmett a Chile para verte.

—A Emmett no lo recibo.

—!Ey! —escuche el grito del esposo de la rubia al otro lado del celular         

—Emmett, basta, es broma lo que dice —le explica la rubia como si fuera su madre—. Dios, tiene una leve competición conmigo por tu atención.  

—Dile que soy lesbiana.

—Querida, eso no te lo cree nadie —musita la rubia con diversión—. Después de escucharte a ti y a mi hermano....

—Rubia...—advertí con mi voz de que no quería hablar de él.

—Lo siento.      

—Ven cuando quieras rubia, las puertas de mi casa están abiertas para ti.














Se te olvidó que era el amor lo que importaba

Y con tus manos derrumbaste nuestra casa.



















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Canción: Jennifer Lopez - ¿Qué hiciste?

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