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Advertencia; Capitulo con contenido sexual.













Me fui de la mano con el pecado a caminar.









La pieza es blanca, casi tan blanca como la habitación del hospital pero la gran cama, las suaves sábanas que rozan mi piel, una gran estufa para abrigar mi frío cuerpo y una gran televisión que está al frente de mi me indica que no estaba en el hospital, y en ningún establecimiento de salud. Además del modelo de pecho frío me acompaña atendiéndome y cuidándome en cada paso que doy.

—Sé bastante cosas de ti por mi poder, pero quisiera escucharte —me comenta a las horas de mi llega a su gran mansión. Coloca la caja que quise salvar en la cama. Una caja cuadrada blanca con flores alrededor.

—Ella me regaló todo. Y no hablo solamente de que me dio la vida —empecé a relatar con tranquilidad—. Sus ropas, sus joyas, su maquillaje y su casa, todo a mi nombre. Pero después del suicidio de mi padre, no logré encontrar la paz en mi casa, ni en la ciudad que vivía—. Me encogí de hombros. —Todo me recordaba a ellos y quise mudarme a otra ciudad con mi pareja en un modo de escapar. En la caja está mi anillo de compromiso.

El gringo espera mi aprobación que se la entrego con un asentimiento de la cabeza, y abre la caja con lentitud. Saca en primer lugar la foto donde mis padres salen como protagonistas.

—Te pareces a tu madre —indica. Pero refuto su palabras en mi mente "me parezco a mi padre" Él niega con la cabeza—. Tienes la mirada dulce de tu madre —apunta observando la foto.

Hubiera querido sacar su falta de vello corporal, pero supongo que con su sonrisa me conformo —añadí con diversión en su voz logrando contagiar a Edward que vuelve a guardar la foto para sacar una pequeña caja—. Los anillos de matrimonio de mis padres. Me lo entregó mi papá un día antes de su muerte.

—Entenderé si no quieres seguir hablando. 

Ya no duele, me gusta hablar de ellos —confesé para tranquilizar al gringo—. La muerte no es el final.

—¿Y lo de tu novio? —me pregunta Edward sacando el anillo de compromiso que guardo en la misma caja de los anillos de mis padres.  

—Él vive —le aclaré confundida que no leyera ese pensamiento. 

—Me refiero si aún te provoca algún daño hablar sobre él.

—No. Nada de lo que provenga de él me provoca daño —precise observando el anillo de plata en las manos de Edward, con un intento de diamante en el medio—. Él es bueno, y lo quiero. Le tengo aprecio.

—Pero no vino contigo —recalca dejando de observar el anillo para conectar nuestras miradas.

—Él tiene a su familia. Fui yo quien la perdí, no él —afirmé con seguridad.

—Aun lo quieres —comenta el gringo volviendo a guardar el anillo en su respectiva caja.

—El primer amor nunca se olvida, ¿no es así?    

El gringo no me responde, pero estoy segura que comparte mis palabras. A pesar de no poder leer su mente, sus ojos dorados demuestran más de los que él quiere

—¿No me preguntaras por mi primer amor?

—Sin preguntas, ¿No es acaso nuestro trato? —enfatizó encogiéndome de hombros. 

—Mientras me besas.   

No, no es necesario esa parte. No tienes más esa obligación, me equivoque al proponerlo —mi comentario provoca que frunza el ceño—. Me estas cuidando, limpias mi quemadura, cambias mis vendajes, y me atiendes mejor que cualquier enfermero. 

—Quiero besarte.

—Oh...—Su confesión provoca en un segundo que mi corazón se dispare, y que mi boca se seca ante el nerviosismo.

—No te lo esperabas —añade levantándose de la cama para rodearla y quedar al lado derecho donde está mi indefenso cuerpo—. He extrañado tus labios —susurra con una mirada de cazador. Entrecerrando sus ojos, realizando movimientos lentos para no asustar a la presa—. El sabor, la textura, el grosor, y la humedad de tu boca —susurra al momento que llega a mi lado para bajar su cabeza a mi altura—. No muevas tus manos —ordena antes de terminar de acercarse a mí para que sus labios toquen los míos.

Sus labios duros se estallan encima de los míos con suavidad encajando con mi boca. Después de tres meses de conocernos, el gringo ha aprendido mi preferencia de besar. Porque su lengua acaricia mis labios logrando que suelte un gemido en su boca. Y al momento de abrir mi boca para gemir su lengua recorre mi cavidad sin pudor.

—Oh Gringo...—gemí su apodo al momento que su boca suelta la mía para poder respirar—. Deberías vender tus besos como tratamiento alternativo para curar heridas.

Edward no contesta, o quizás sí, pero no con palabras. Sus labios vuelven a tocar los míos, logrando que esta vez gima su nombre.





Que bien duermen, los que muerden

Cuéntame todo lo que yo no se

Que lo que tiene de diablo tú

yo también.









Una semana desde el accidente. Hace una semana que el gringo me sacó de mi departamento en llamas. Y una semana que vivo con él en su mansión. Y debo confesar que es casi como un sueño, lo único que lo haría perfecto es volver a trabajar y ver nuevamente a mis niños. 

Mi celular suena todos los días. Mis amigos, especialmente Diego me llama para notificarle de mi salud, y de alguna confesión de la pajarilla del gringo. Y siempre río ante su pregunta, negándome al dar esa información. No quería mentir, pero si Diego supiera que Edward no me tocaba mas allá debajo de mi cuello, sabría que algo extraño existía en él.

—¿Por qué él sabría que soy distinto al saber que no te he tocado? —pregunta Edward confundido recostado en la cama al lado de mi. Ambos estamos observando la televisión.  

—Ningún hombre se negaría ante mi —admití sin dejar de mirar las noticias que transmite la televisión—. Y yo jamás estaría con un hombre que me niegue el sexo. 

—Pero aquí estás.

—Intentando.

—Si.

—¿Y qué estamos intentando? —le pregunté gritando mi cabeza para conectar mi mirada con la de él—. ¿Somos parejas, compañeros, amigos con derecho o una clase de relación de una sumisa con un amo?

—Todo lo anterior, menos lo último —aclara el gringo.  

—Lo último me interesaba más —admito realizando un mohín con mis labios.

—Si fuera amo, tú serías la que me atendería —enfatiza el gringo con diversión en su voz. Pero una diversión que no me transmite. De tan solo imaginar aquello mi entrepierna se humedece—. Tus pensamientos no son aptos para menores de dieciocho años...

—Ni para los de treinta —comente al momento que mi imaginación crea la escena de mi arrodillada realizando sexo oral al gringo.

—¿Te gustaría hacérmelo? 

—Gringo, Te hice hasta el aseo —conteste como si aquello fuera la respuesta correcta.

—Podría hacerte daño, si me descontrolo contigo...—no preguntes, no preguntes, no preguntes.

—No sucederá nada que no quieras. 

—Debería ser yo quien diga aquello.

—Son otros tiempos...¿Al final quien se mudo de un departamento del tamaño de una caja de fósforo a una gran mansión?  Piensa gringo, te he manipulado desde el principio para meterme a tu cama.

—Eres un peligro —añade acercando su rostro al mío—. Un exquisito peligro. —Su boca presiona la mía con fuerza, sin la suavidad y la delicadeza de sus anteriores besos.





Dime porque nos controlas el anonimato

tras una pantalla

Dime porque te prefiero

si tengo el cielo esperando en mi casa.






Bañarme no es una tarea que pueda realizar en soledad. Después de años de tener  tranquilidad debajo de la ducha, se transforma en un acto de peligro. Las manos de Edward suplantan la mía, provocando que mi débil corazón se acelere y que mi vagina se humedezca aún más.

—Debes lavarme todo —le indico cuando sus manos colocan jabón en mi vientre. Cerré los ojos ante el tacto, y los cierro para no ver el rostro del gringo.  

¿Te refieres aquí? —Su mano se posa en mi vagina sin vergüenza. Puedo sentir como una corriente atraviesa mi cuerpo. Puedo sentir la dureza de mis pezones ante ese tacto—. Contéstame. No soy un adivinador

—Solo un lector de mentes —murmuró abriendo mis piernas para acceder a su tacto—. Ahí debes refregar muy bien, por mi salud íntima.   

—¿Así? —Su mano se mueve lentamente acatando mi orden — ¿Lo hago bien?

—Más rápido —ordene entregándome al placer de su mano en mi vagina. Y nuevamente sorprendentemente el gringo me obedece. Su mano frota un poco más rápido mi intimidad. Un vaivén que logra que gima, y muerda mis labios para contenerme. 

—Al demonio —escuche la voz de Edward antes de que sus labios estallen sobre los míos para meter su lengua a mi boca con fuerza. Sin sacar su mano el gringo se mete a la ducha mojándose.

No le importo el agua mojando su ropa, no le importó que mis vendas se mojaran  y no le importo nada mas al momento que su dedo se introduce dentro de mi intimidad. Quise gemir, quise gritar, pero la lengua del gringo en mi boca impide que realice algún sonido. Es como si tuviera hambre, hambre de sexo, de poseer a una mujer.

Edward mete su segundo dedo dentro de mi al momento que se separa de mis labios para respirar, pero en vez de aquello, un gran gemido sale de mi boca.

—Podría escucharte gemir todo el día —murmura mientras su boca baja a mi cuello para besarlo lentamente, y lamerlo en su longitud—. Eres suave, y caliente —añade mordiendo suavemente mi cuello.

Su mano libre baja y se posiciona en mi seno izquierdo. Lo masajea como si fuera algo desconocido, pero a los segundos una familiaridad lo posee. Y no son sus manos quien están en mi pecho, su boca, y su lengua invade mi pezón sin dejar mover sus dedos dentro de mi. 

Y gemí. Tal alto, y fuerte como quise. La frialdad de su tacto, contradice mi cuerpo caliente, pero me daba el placer perfecto. Como el mejor lubricante de una tienda erótica.

Pero el gringo se detiene.

—¿Qué? ¡No! No te atrevas a....

—Shhh...—Edward saca los dedos dentro de mi para apoyarlo en mis labios para silenciarme.

—Ay que asco gringo —comente asqueada al oler mi fragancia íntima, pero Edward no me presta atención. Su mirada se pierde—. ¿Qué sucede? —pregunte ante su extraña postura.

—Alguien viene —apunta al gringo al momento que escuchó como una puerta se cierra fuertemente en la mansión.     

—Alguien llegó —aclare. 

—No escuche —explica Edward confundido. Sus ojos se conectan a los míos, y su confusión se esfuma, y una sonrisa de satisfacción se posa en su rostro—. Solo te escuche a ti.

—¿Debo enternecerme? —le pregunté frunciendo mi ceño. Estaba enojada.

—Debo bajar, te ayudare a secarte y cambiar las vendas —señala el gringo cerrando la llave del agua para buscar las toallas.

—¿Quién llegó? —le pregunté lista para asesinar a quien se haya atrevido a interrumpir mi orgasmo.

—Mis hermanos.








Que va después de hacer la maldad

Aun que se que Dios sabe más que él

Cuando lo fui a ver no le pregunté.





























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No pude esperar unos días para subirlo, quiero saber sus impresiones.

¿Les gusta el vampiro caballero, o vampiro cincuenta sombras de Cullen?

Los leo.


Viernes subo nuevo capitulo. Besos a tod@s





Canción: Cami Gallardo - La entrevista

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