𝓓𝓲𝓼𝓹𝓪𝓻𝓪 𝓵𝓮𝓷𝓽𝓪𝓶𝓮𝓷𝓽𝓮
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Y yo que soy el culpable de todos tus miedos
Y a la vez quien te llena de sueños.
La mirada de Edward Cullen se pierde en el cuerpo de su esposa. Su bella y amada esposa caminaba por la casa con tranquilidad hablando con los vampiros del clan Rumano. Ellos, que tienen un aspecto tenebroso para los demás, para ella era fascinante. Katherine amaba escuchar la historia de aquellos dos vampiros.
Y aquellos dos vampiros sonreían cada vez que la mujer de Edward Cullen se acercaba a ellos.
Edward no podía evitar sentir celos. No dudaba del amor de su mujer, pero desconfiaba de los demás. Su mujer era hermosa, atrayente y sensual. Y desde su conversión aquellos tres aspectos relucían aún más.
La guerra se acercaba. Cada día que pasaba significaba que la llegada de los Vulturis era inminente. En las visiones de Alice nada cambiaba. Pero aquella incertidumbre no significaba que no podrían disfrutar la primera navidad de Katherine en Estados Unidos. Su primera navidad como vampira, y esposa.
—Mi amor. —La voz de su esposa llama su atención.
Edward Cullen enfoca su mirada en el cuerpo perfecto de ella.
—¿Qué piensas? —le preguntó Katherine al momento que ella realizaba una caminata perfecta a su dirección. El bello vestido negro de su mujer ayudaba a resaltar cada parte de su figura. Sus senos, su cintura y sus largas piernas quedaban expuestas en aquel sensual vestido.
Alice no tenía límite en las prendas que compraba para su esposa, era el pensamiento que cruzaba en Edward Cullen.
—¿No te ha gustado celebrar la navidad al estilo latinoamericano? —La inocente pregunta de su esposa contradice con aquel aspecto sensual que irradiaba.
Edward no pudo evitar sonreír ante su inocencia.
—Me ha encantado —contestó el gringo posicionando sus manos en la cintura de su esposa para atraer el cuerpo de ella hacia él—. ¿Te sientes un poco más cerca de casa?
—Si... —susurro Katherine apoyando su cabeza en el torso de su esposo. Es extraño para mí celebrar en la mañana con aquellos abrigos ridículos. ¿No crees que es mejor así? La pregunta mental de su esposa era divertida. Claro que era mejor celebrar a su modo. No imaginaba perder el paisaje del cuerpo de su esposa en aquel vestido.
—Totalmente —coincidió Edward Cullen las palabras de su esposa—. Vamos a la habitación —solicitó el hijo de Carlisle ante la urgencia que crecía en su pantalón.
En la mente de Edward solo se cruzaba la idea de sacar aquel vestido del cuerpo de su mujer.
—¿La habitación? —pregunto extraña su esposa ante su petición.
Y claro que lo era. Ellos no habían pisado aquella habitación desde que los amigos de Carlisle Cullen pisaron la mansión Cullen. No existía intimidad con tantos vampiros rondando por el lugar.
Edward no necesito contestar, porque la mirada del gringo transmitía sus intenciones con la petición.
—No —dictó Katherine con seguridad separando su cabeza del torso de su esposo para observarlo—. No es mi fantasía hacerlo con público.
—¿Y cuál es su fantasía? —preguntó Edward Cullen bajando sus manos de la cintura de su esposa.
Un trío.
La respuesta de su esposa provocó que la risa de Edward saliera con rapidez. Una risa tras otra. Logrando llamar la atención de los presentes. Todos observaban con diversión la imagen del hijo de Carlisle Cullen riendo a carcajadas.
No es un chiste. Escucho el gringo en la mente de su esposa, la cual tenía sus manos apoyada en su cintura molesta ante la actitud de él.
—No pasará —aclaró el gringo soltando carcajadas por su boca—. Ni ahora, ni en mil años más.
No dirás lo mismo cuando pasen miles de años. Tendremos que mantener la llama viva.
—No pasará —repitió las palabras Edward Cullen negando con su cabeza.
Podemos incluir a otra mujer, no me niego a nada.
—No pasará —repitió nuevamente Edward soltando la última risa ante la idea descabellada de su esposa.
Le había costado tanto encontrar a la mujer que estaba al frente de él. Tantos años solo vagando por el mundo sin objetivo y propósito. Sin nadie por quien luchar, ni amar. Encontrar a su esposa le había costado tanto que no estaba dispuesto a compartirla con nadie.
—Vamos a la habitación —pidió nuevamente el gringo a su bella esposa.
—No pasará —expresó Katherine. No me siento cómoda con los vampiros escuchando. No entiendo como a ti no te incomoda.
Edward Cullen se encogió de hombros. Su necesidad de estar dentro de su esposa era mucho más urgente e importante que la incomodidad de ser escuchados por los demás vampiros.
—Pronto cambiarás de decisión —susurró Edward Cullen en el oído de su esposa. Y no pudo evitar pensar que si hubiera sido humana, ella se habría estremecido.
Extrañaba la humanidad de su mujer.
A veces, tan solo algunas veces se preguntaba si se había tomado la decisión correcta.
—¿De qué hablas? —preguntó Katherine intrigada.
La mirada de Edward Cullen se posó en su pequeña hermana, la cual entregaba una gran sonrisa hacia ellos. Está todo listo. Leyó el vampiro la mente de Alice Cullen.
—¿De qué hablas? —preguntó nuevamente su esposa ansiosa por las palabras de él.
—Mi regalo de navidad hacia ti.
Y la boca de su esposa se abrió con el gesto de la sorpresa.
—¿Qué regalo?
—El regalo que necesitamos.
Dispara cuando quieras, corazón
Tus palabras de siempre
No queda nada oculto que no conozcas de mí.
Edward Cullen escuchaba atentamente los pensamientos de su esposa en el recorrido de la pequeña casa que sus hermanos habían construido para ellos. Una casa para ellos, para su intimidad.
—¿Es de nosotros? —preguntó Katherine al momento que llegaba a la cocina.
—Lo es.
Es hermosa. Fue el pensamientos de Katherine al momento que las yemas de sus dedos tocaban el mármol blanco de los muebles de la cocina. Me regalas una casa en nuestra primera navidad de casados, ¿Qué será después? ¿Un castillo?
—Te mereces un castillo y más. —Fue la respuesta que le dio Edward a su esposa.
Ella simplemente sonrió.
—Y yo que te compre una camiseta sin manga por Aliexpress para navidad —murmuró Katherine cuando pasaba por el pasillo observando que estaban sus fotos de matrimonio enmarcadas en las paredes.
—Es una bonita camiseta —señaló el gringo caminando detrás de su esposa.
¿Está es la habitación de...? Katherine no pudo pronunciar el nombre de su hijo. No era capaz. La pena de estar lejos de su bebé la invadiría al punto de llorar sin lágrimas. No quería estar un día más alejado de su hijo, pero era consciente que su seguridad era lo primordial. Y la mansión, rodeada de vampiros, no era el lugar adecuado para Alexander.
—Si, de nuestro hijo —señaló el gringo dando los pasos que le faltaba para abrir la puerta—. Es pequeña.
—Pero hermosa.
Edward Cullen observó como su esposa entraba a la habitación con paso lento. Ella observaba con atención cada detalle.
—¿Esme decoro? —preguntó Katherine observando la fotografía de los tres en uno de los muebles de la habitación.
—Si.
—Falta una foto con sus abuelos —murmuró Katherine sosteniendo la fotografía que estaban ellos tres. El pequeño Alexander estaba en los brazos de Edward—. ¿Lo criaremos aqui? ¿En Forks? —preguntó Katherine intrigada.
Edward escuchó, aunque no fuese necesario, que su mujer estaba molesta. No le agradaba Forks, la casa sí, pero el pueblo era otra historia.
—Tomás vivara aquí. Se que no quieres alejarlo de él.
—No quiere decir que quiera vivir aquí.
El cuerpo de Katherine giró para conectar su mirada con la de él.
—No me gusta Forks. Aquí me siento... como una intrusa —reprochó su esposa con tono firme—. Este pueblo tiene tu nombre y el de Bella.
—Eres mi esposa en este pueblo, y en todos los lugares del mundo —aclaró Edward dando los pasos que necesitaba para llegar al cuerpo de su mujer—. No eres una intrusa.
—No me gusta aquí...—Quisiera volver a Chile.
—Algún día volveremos. Siempre lo hacemos.
Katherine apoyó su cabeza en el torso duro de su esposo inhalando su fragancia. Una mezcla entre bosque y talco de bebé. Edward Cullen era un padre presente, en todos los ámbitos.
El tiempo transcurrió en aquella posición. Ninguno de los dos necesita moverse. Para Edward no había nada mejor que rodear a su esposa con sus brazos, y para ella no existía un lugar mejor que estar en los brazos de él.
—¿Quieres conocer nuestra habitación?
Katherine no contestó. Simplemente asintió con su cabeza ante la respuesta.
La habitación era pequeña, como todo de la casa. Pero era perfecta. Una pequeña luz resaltaba en el rincón del dormitorio, dándole el aspecto cálido. Katherine no pudo evitar soltar un suspiro. Forks no era su ciudad, pero aquella casa era suya. No necesitaba más.
Las yemas de los dedos de Katherine bajo la manta que estaba a los pies de la cama. Era cómoda, y estaba perfectamente adornada con almohadas, pero no lograba entender tanta perfección ante un mueble que no sería ocupado.
—¿Una cama? —preguntó intrigada Katherine. Ellos no necesitaban una. Y Alexander tenía su propia cuna—. No dormimos.
—No es para dormir.
Katherine entendió.
—No durará —murmuró Katherine imaginando que la fuerza de sus movimiento lograría romper la cama.
—Cuento con aquello.
Y tú que tienes la llama prendida en mi pecho.
El cuerpo de los esposos se frotaban con intensidad. Los gemidos se lograban escuchar por quienes estuvieran cerca del hogar. Nada lograba apagar la llama que se había prendido en su intimidad.
Sus cuerpos ya no se sentían helados, eran fuego. Tan potente y peligroso como el fuego griego. El que solo lograba encenderse más y más.
Katherine estaba arriba de su esposo moviendo su cintura lentamente en círculos, llevando el ritmo de la unión. Nada importaba más, que la virilidad de Edward Cullen penetrando su intimidad.
Era el cielo, paraíso, Valhalla, y el jardín del edén. El sexo con Edward Cullen era todo lo bueno del mundo y de todos los universos que existían en esta galaxia y en las demás.
Los lentos movimientos de Katherine estaban torturando a su esposo. Edward necesitaba más.
Edward Cullen, aquel tímido vampiro en temas sexuales movió a su esposa con un rápido movimiento. La posición boca abajo, y con fuerte movimiento la embistió. La penetró una y otra vez logrando que su mujer gritara de placer debajo de su cuerpo.
Agarro el largo cabello de Katherine con dureza para tirar la cabeza de ella hacia atrás. Y al momento que el cuello de ella quedó al descubierto, la mordió. Con tanta dureza que su mujer gritó de dolor, y placer a la vez. Tal como a ella le gustaba.
La tomó en la cama, en la pared, en el baño y en los pasillos de la casa. La penetro boca abajo, boca arriba, y de cuatro. La tomó en todas las posiciones y de todas las formas.
—Más, más, más —susurraba Katherine debajo de sus brazos gimiendo sin parar aquella palabra.
Y Edward le daba más.
Posiciono las largas piernas de su mujer en sus hombros. Y aquella pose la embistió con dureza una y otra vez. Pero no era suficiente. Los dedos del gringo se dirigieron al punto de placer de su mujer. Froto al compás de sus movimientos durante horas.
No podría cansarse nunca de darle placer a su esposa. Era el mejor regalo que le podría dar el universo. Solo se detuvo cuando el sol entró por unas de las ventanas al cuerpo de Katherine. Con esa luz llegó el brillo, y el grito del orgasmo de su mujer.
El 25 de diciembre había llegado a sus puertas.
Y yo que soy el culpable de todos tus miedos
Y a la vez quien te llena de sueños.
—Aún te ama —murmuró el gringo mientras conducía lentamente por la carretera de Forks. Tan lento que Katherine sospechaba que era una forma de mantenerla más tiempo a su lado antes de que pasara su cuerpo el límite del tratado.
—¿De qué hablas? —le pregunto ella confundida ante aquel comentario.
—Tomás.
—¿Acaso no está imprimado?
—Es Leah la que está imprimada de él, pero a Tomás le sucede algo muy distinto. Leah es la loba. Ella es la que siente el "amor a primera vista".
—¿Y qué siente Tomás? —preguntó intrigada la esposa de Edward Cullen por los sentimientos del padre de mi hijo. El cual cada día rechaza aún más la condición actual de la vampira.
—Se siente cómodo al lado de Leah, pero el amor que siente por ti, por su hijo es más fuerte que la comodidad que logra sentir con la compañía de Leah. Te amo por mucho tiempo, aquel amor no se puede borrar de un día para otro. No es él quien se imprimió... —El gringo no pudo continuar porque su esposa interrumpió su oración.
—Pero... me odia —señaló confundida—. No tolera mi presencia. ¿Cómo puede seguir amándome, si odia en quien me he convertido?
—No te odia a ti, odia a la guerra que ha traído el error de tu conversión —corrigió el gringo sus palabras—. No debí convertirte...
—Gringo, estamos casados. No puedes arrepentirte ahora, de todo lo que hemos pasado.
—No me arrepiento de nosotros, solo que... —El gringo detiene las siguientes palabras. Su mirada en la carretera, y su ceño fruncido le indica a Katherine que pensamientos oscuros pasan por su cabeza.
—Mi amor, ¿qué sucede? —pregunto llevando una de sus manos al muslo derecho de su esposo.
—Nada de esto pasaría si hubiera tenido la fuerza de mantenerme alejado de ti —confesó el gringo—. Te he arrastrado a una guerra. Te he puesto en peligro, a ti y a nuestro hijo. Si algo les sucede, no lo podría soportar. No me lo perdonaría jamás.
—Todo lo que está sucediendo vale la pena. Este amor, y tu, vale la pena. Volvería a elegirte mil veces más. No me importa que tipo de destino tendremos, solo me interesa vivirla al lado tuyo.
Katherine observó cómo el rostro del gringo se alivia al escuchar sus palabras. Su ceño desaparece, y una pequeña sonrisa se posa en su rostro.
—¿Desde cuándo eres tan romántica? —preguntó Edward Cullen a su esposa.
—Desde que soy una mujer casada.
La risa del gringo llena los rincones del automóvil. Su risa se fue apagando al momento de que el auto llega al límite del tratado. Los lobos los esperaban. Sam, es el único que está en su versión de humano.
El gringo detiene el auto.
—Ten cuidado. —La mano del gringo se posa en la pierna izquierda de su esposa antes que su cuerpo saliera del automóvil—. Alice, no puede ver lo sucederá.
—Estaré bien —manifestó ella tratando de tranquilizar al gringo—. Estaré con mi hijo, me despediré de él, y volveré a ti.
—Siempre.
—Siempre —repitió ella al momento que se besan. Los labios de los esposos se mueven convirtiendo el beso, en algo suave y tierno—. Adiós, mi amor.
Edward Cullen no se despidió. No le gustaba aquella palabra en su boca dirigida a su esposa. Le daba un sabor amargo.
Las horas transcurrieron lentamente en el automóvil de Edward. La mirada de él estaba fija en el lugar donde su esposa desapareció. Su pierna se movía, se agitaba ante el nerviosismo.
Era una tortura.
No confiaba en los lobos. En realidad sí, pero no confiaba en el control de su esposa. Cuando Katherine se enojaba, era una tempestad. La sensualidad, y la belleza no era lo único que se intensificó cuando la convirtió.
Cuando apareció su esposa había pasado exactamente cuatro horas, con treinta minutos y 15 segundos. Pero ella no apareció sola. Tomás la acompañaba.
Edward decidió esperar en el automóvil.
—Se que me odias, y se que odias la guerra que he traído, pero... —Katherine se quedó quieta como una estatua observando los ojos oscuros de Tomás—. Pero si muero, háblale de mi.
—No morirás... —susurró Tomás bajando la mirada por la intensidad de los ojos verdes de la madre de su hija—. Y no te odio. Te amo, y una parte de mi siempre lo hará.
—Sé que cometí errores. Y espero que algún día logres perdonarme de todas mis fallas. —Edward observó como la mano de su esposa se dirigió a la barbilla de Tomás para levantar el rostro de él—. Cambiaría muchas cosas de mi vida, pero jamás al padre de mi hijo. Gracias por el bebé que me has dado.
Tomás sonrió.
—Quizás en otra vida habrían terminado juntos —murmuró Tomás anhelado que sus labios tocaran los de la vampira una vez más.
—Estoy segura que si
Edward frunció el ceño molesto, pero aquel gesto duro hasta que escuchó la mente de su esposa. No quería mentir, pero estaba segura que mi destino se uniría miles de veces más con el de Edward. El gringo era el amor de mi vida en todas mis versiones.
—Adiós, Tomás.
El padre biológico de Alexander no se despidió porque un nudo se posó en su garganta impidiendo hablar.
Esperaba con todas sus fuerzas verla una vez más.
—Mira... —Katherine sacó el celular de sus bolsillos al momento que se sentaba en el asiento de copiloto del automóvil. En la pantalla aparecieron varias fotos del pequeño Alexander.
Edward sonrió.
Aquellas imágenes le dieron la fuerza que necesitaba para luchar al día siguiente.
Nota de la autora:
Lo siento sé que he tardado en actualizar y en publicar el capítulo de la batalla, pero no estoy lista para despedirme del exquisito Edward Cullen.
El capítulo siguiente se denomina La despedida, se subirá antes de navidad. Está listo solo falta unos minutos en el horno 🙊
¡Gracias por todo su apoyo!
¿Qué creen que sucederá en la batalla?
Y aclaró que no es una visión de Alice. 🙈
Los leo 👇❤️
Canción: Dispara lentamente - Manuel Carrasco & Mon Laferte.
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