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𝓕𝓾𝓷𝓮𝓻𝓪𝓵


















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Que bonita estoy, sin necesidad de que me lo digas.





Al parecer si era una adolescente con hormonas alborotadas. Jamás imaginé estar limpiando la casa de un gringo, un día domingo. Al parecer lo tercermundista se lleva en los genes.

La latina limpiando la casa del americano apuesto, con acento extraño y un rostro tallado por ángeles deprimentes.

Un estornudo interrumpe los hilos de mis pensamientos. Dude si necesito mi pastilla antialérgica para seguir limpiando. Me la había tomado al momento de levantarme, no debería fallar.

—Eres alérgica — comento al momento que otro estornudo sale de mi boca.

—Si, pero está controlada —aclare para tranquilizarlo. Pero su rostro no se suaviza por mis palabras.

—No deberías limpiar si eres alérgica —añadió con una voz severa, que me obligó a colocar los ojos en blanco.

—La casa de mis sueños necesita que la limpien —admití barriendo el polvo del pasillo sin mirarlo—. Lo hago por la casa, no por ti gringo.

—¿Gringo? — Escuchar aquella palabra por su boca provoca mi risa espontánea.

—Es una manera de referirnos a los americanos —le expliqué aun riéndome.

—Te ríes fuerte —manifiesta con extrañeza. Apague mi risa con rapidez.

—No,no,no...—indico con rapidez dando un paso hacia a mi—. No lo digo como si fuera algo malo.

—No te preocupes —añadí incómoda por las palabras del gringo—, sigamos limpiando —ordene sin volver a mirar a Edward por varios minutos, hasta que el hombre decidió ir en busca de pizza. Dejándome sola en aquella mansión.





Dígame pa'que viene

Si nadie lo invitó.

Dígame a quien quiere salvar

Si nadie lo pidió.





Ropa, comida vencida desde hace veinte años. Al parecer nadie había pisado esta casa desde su bisabuelo. Mi ceño se posó en todo el recorrido de la mansión. No tenía sentido guardar cosas de tan buen estado en una casa sin habitantes, al menos que la familia del gringo sea multimillonario.

Baje con rapidez la escalera al escuchar el auto de Edward entrar a la cochera.

—Comí en el camino, pero te deje —indico con una voz suave, casi sensual. Abrió la tapa de la caja donde se resguarda la pizza para entregarme un pedazo de pizza.

—¿Quién te enseñó Español? Hablas mejor que yo —confesé al momento que me sentaba en el suelo para comer. Nunca me sentaría en el blanco sillón para comer pizza.

—Me gusta aprender idiomas —explico imitando el gesto de sentarme en el suelo.

—A mi se me da fatal el inglés —comente con sinceridad mordiendo la pizza con ansias—, lo he intentado, pero... es difícil.

—Deberías vivir en Estados Unidos, se le hará más fácil aprender.

—No —sentencie con rapidez—. No me iría de mi país, y menos a Estados Unidos. Los gringos son locos—. Edward ríe por mi chiste. Aunque en el fondo no lo decía como broma.

—En eso tienes razón —coincidió el gringo con mis palabras.

—¿Por qué estás aquí? —le pregunté con la pizza en mi boca. El gringo que está al frente de mi me observa con su ceño fruncido—. Al parecer es la primera vez que estás aquí. ¿Estas de turista?

—¿Por qué crees que es la primera vez que estoy aquí?

—Tienes cara "de no saber lo que estás haciendo" —le confesé mi observación—. Cara típica de turista, aunque a los turista normales se mezcla con la alegría de unas vacaciones, pero tu gringo...eres extraño. No se si eres turista, o si estás escapando de algo o de alguien.

—Soy malo —admitió luego que terminara de relatar mi observación. Mi corazón se detiene al escuchar aquellas palabras.

—Un malo no salva a una mujer en peligro —añadí temerosa del siguiente paso del gringo—. ¿O eres de esos que no matan ni a mujeres ni niños? —pregunte tratando de sonar divertida, pero la respuesta del gringo me quitó la diversión.

—Exacto. Solo mato a hombres malos, escorias de la humanidad. —¡POR LA MIERDA! Estaba admitiendo que es un asesino. Quizás escapaba del FBI o de la CIA.

—No se si creerte —puntualice, dejando la pizza en la caja. Mi hambre se esfumó en un segundo—. Pero no necesito que lo pruebes —le aclaré con rapidez.

—No lo haría —añadio con la voz apagada. Sus ojos me observaban detenidamente.

—Sea lo que hayas hecho Edward, ya limpiamos la casa. Si llega la televisión, no saldrá con el polvo desde hace veinte años.

—Eso es un alivio.

—Totalmente. —Y aquella extraña conversación finaliza con una tímida sonrisa por parte de ambos.

Por favor Dios, lo que haya salido de su boca sea parte del extraño humor de los gringos.






Dígame quien trae flores a su propia funeral

No ve que el amor está muerto.

Y lo vamos a enterrar.











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Canción: Cami Gallardo - Funeral

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