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𝓐𝓶á𝓻𝓻𝓪𝓶𝓮






















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Ay, quiéreme de a poco

pero que no me de cuenta y que nadie sepa.








—Gringo, gringito...—susurre con tono de diversión en su auto. El gringo observa el parabrisas con una pequeña sonrisa. Habíamos salido de Temuco. Y la oscura carretera se presenta—. Al parecer me estabas rondando como un lobo— añadí divertida. Debió estar en la ciudad para llegar tan rápido por mi—. Auuuuuu...—aullé como loba.

—Estas borracha —comento lo obvio.

—Solo un poco —añadí encogiéndome de hombros—. No estoy acostumbrada a beber, y cuando lo hago me emborracho con facilidad.

—No deberías beber.

—¿No bebes? —le pregunté.

—Alcohol, no. —Y aquello no resuelve mi duda. Sus respuestas escasas, sus confesiones morbosas, y su mirada misteriosa.... son atrayentes. Maldición, el irresistible chico malo.

Ninguno de los dos habla por el momento. Me recosté en el asiento de cuero del volvo v40, sin dejar de observar el perfil perfecto del gringo. Su piel blanca, casi transparente combina a la perfección con los habitantes del campo, pero las venas inexistentes son un enigma. Es como si no corriera sangre por su sistema. Mi pensamiento se detiene al ver cómo su ojo derecho me mira de reojo.

—Edward...—susurre el nombre de gringo con voz suave. El gringo no me contesta. Sigue conduciendo con rapidez—. Este lugar ayuda a sanar. No se de que escapas, pero te aseguro que con el tiempo te sentirás mejor. — Y no sé de dónde salió aquello.

—No creo que me sienta mejor. —Su voz está apagada, sin vida. Pero confirma la teoría que me he presentado desde hace días. Su soledad, su rostro triste y su casa sucia es la prueba que está viviendo en depresión.

—Mi madre falleció, y mi padre se suicidó a los días. —Algo extraño me obliga a confesar mi verdad, quizás en un intento estúpido de ayudarlo—. Salí de mi ciudad con la intención de olvidar...

—¿Y has olvidado? —me pregunto aferrándose al volante del automóvil con fuerza.

—No —me sincere—, pero he sanado. — Y aquello es la verdad. Escape del dolor, de la verdad, pero en el intento de olvidar logre sanarme.

—Lamento lo que sucedió —se lamento cambiando la conversación. —Debió ser difícil. 

—Lo fue. —Apoye mi cabeza en el respaldo del asiento sin dejar de observar el perfil de Edward—. No se que te ha sucedido, pero estas heladas tierras ayudan a sanar, te lo puedo asegurar.

—Gracias —musito al girar su cabeza para darme una pequeña sonrisa. Una triste, por supuesto como todo lo que proyecta. 

Y cerré los ojos por un momento, no volviéndolo a abrir en todo el camino.





Ay, finge que no te gusto

dame una mirada y luego vuélvete lejana.

Y sin querer búscame y déjame,

Llámame pero no me hables,

bésame y ahógame.





Un movimiento en mi cuerpo me despierta de mi agradable sueño, me sobresalte con rapidez al no recordar el lugar que estoy. Al abrir los ojos e incorporarme en el asiento de un auto, la imagen de Edward sosteniéndose la cabeza me asusta.

—¿Estás bien? —grite preocupada. Quizás habíamos chocado, y no me había percatado. Duermo profundo.

—Si, un leve dolor de cabeza —añadió abriendo sus ojos para conectar su mirada con la mía. Levanté mi mano para tocar su frente para masajear. El masaje es un alivio para los dolores. El gringo se aleja un poco para no realizar el masaje, pero las yemas de mis dedos rozan su rostro. su nariz, su mejilla y sus labios. Duros, como una pared. Lo mire extrañada, pero fascinada—. Hemos llegado a su casa —anuncia. 

—Todo tu cuerpo es duro. —Y mi mente pervertida funciona con rapidez. El gringo no se mueve, ni responde mi comentario. Sus ojos dorados, que ahora lucen más oscuros de los normal, no pestañean.

—Hablas fuerte —añadió, logrando captar mi atención. Baje mi mano de su rostro, para observar con extrañeza—, de aquí. —Y su dedo se acerca a mi rostro para señalar mi cabeza.

—¿Acaso eres capaz de leer la mente? —le pregunté sin poder evitar soltar una risa por sus palabras.  

—La tuya la leo a kilómetros —confeso acariciando mi cabello con las yemas de sus dedos—. Gritas, chillas... Solo cuando duermes tu mente está en silencio. Como poner en silencio a una televisión..

—Creo que estoy muy borracha, y no entiendo lo que dices —puntualice cerrando los ojos por el tacto del gringo—. Te aprovechas de mi debilidad.

—Entiendes perfectamente lo que digo, simplemente no quieres entenderlo —admitio sacando su mano de mi cabello.

—Como si fuera fácil de comprender que alguien es capaz de leer mentes —murmuré acomodándome del asiento—. ¿Qué es lo que estoy pensando ahora? —Bésame, bésame, bésame.  

—¿Quieres que lo haga o que simplemente lo repita con palabras? —Está jugando conmigo.

—Hazlo. —Bésame, bésame, bésame. 

Y el maldito gringo se empieza acercar a mí con lentitud. No se que me sorprende más, que quizás lea mi mente o que llegue a besar mis labios. Sus labios a centímetros de chocar los míos, su nariz rozando la mía, y sus ojos conectados con los míos, logran estremecerme.

—Creo que deberías...— Y no lo deje terminar. Elimine los centímetros que faltan para que nuestros labios se toquen. No se si es el alcohol, o la falta de sueño, o de sexo. Pero moví mis labios con urgencia deseando prácticamente comerme al gringo. Edward, no se movió. A los segundos siguió el beso, pero no a la intensidad que deseo. Me aleje de sus labios avergonzada, y baje con rapidez del auto con la humillación persiguiéndome.





Dame la espalda, desenfócame

Tómame del pelo y repíteme mi nombre.

Y ámame, pero sin querer

Deja que te lleve que mañana

acaba todo.














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Canción: Mon Laferte - Amárrame

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