Capítulo 9
Jin asomó su cabeza por el costado del árbol. Con ojos de alcón examinó la figura de Wakasa, sentado sobre la fuente, con una mirada seria. El nerviosismo le entró cuando lo vio observar su reloj de mano, impaciente. Entonces, la chica chocó su espalda contra la madera y se llevó ambas manos a la cabeza.
—No puedo hacerlo —murmuró, con un ataque de pánico azotándola. Repasó en su mente su plan y se preguntó una y otra vez qué la había hecho pensar que podía proponerle matrimonio a su novio.
—Claro que puedes —rebatió Uta, colocándole una mano en el hombro. Quería sonar comprensiva, pero llevaban ahí más de veinte minutos y Jin todavía no se armaba de valor para ir donde Wakasa.
El semestre había terminado, para bien. Ambas habían obtenido buenas calificaciones y habían sido de las mejores de la clase. Aquello significaban unas gratificantes vacaciones que se habían convertido en el tiempo para trazar el plan de guerra de Jin.
La albina había estado organizando durante toda la semana su propuesta. Horarios, palabras, lugar. Todo. En el proceso había arrastrado a Uta para que la ayudara. Después de varios días de planificación, este era el resultado. Pero ahora que era la hora de la verdad, ella no podía moverse.
—¿Y si dice que no?
—No va a decir que no. Wakasa está muy enamorado de tí, y lo sabes —siseó Uta, sonriéndole a Jin.
—Ya lo sé. Pero, ¿y si no quiere compromisos? —cuestionó, ideando en su cabeza todos los posibles escenarios en los que el chico le fuera a decir que no y ella quedara en ridículo.
—Jin, esto no es típico de tí —comentó Uta, frunciendo el ceño. Ella conocía a la Jin valiente y sincera, a la Jin que iba por lo que quería sin dudarlo. Le era extraño ver esa faceta en ella.
Ante las palabras de su amiga, la albina se encogió de hombros y esbozó una sonrisa nostálgica. De alguna manera le habían recordado a cuando conoció a Wakasa. En aquel entonces ella estaba llena de inseguridades y dejaba que otros manipularan su vida, pero todo cambió cuando ese día el lente de su cámara captó a la persona que cambiaría su mundo.
Algún día tendría que hablarle de su historia a Uta, porque era demasiado hermosa como para no ser contada.
—¿Qué sucede? —inquirió la protagonista, pestañeando consecutivas veces.
—No es nada —contestó Jin, negando con su cabeza—. Simplemente me hiciste recordar algo importante.
—¿Ah sí?
Jin asintió.
—Bueno, luego me hablarás de ello —dijo Uta, cruzándose de brazos—. Tu novio lleva esperándote media hora, debes hacer algo.
Jin se encogió de hombros y volvió a asomarse. Wakasa seguía ahí, esperando, no tan paciente porque movía su pie de arriba hacia abajo rápidamente, pero lo importante es que estaba ahí.
—Es el hombre de mi vida. Quiero pedirle matrimonio... —soltó al aire, embobada con la escena mientras los recuerdos de aquel lugar la envolvían de la forma más cálida posible.
—Entonces hazlo —dijo Uta, dándole un empujón a Jin.
La chica salió de su escondite por el impulso, y el sonido de la hierva llamó la atención de Wakasa, provocando que su presencia ya no fuera un secreto. Jin miró a su novio y, cuando se incorporó, fijó su vista en Uta, quien le estaba sonriendo de par en par.
Entonces ella recordó el pequeño impulso que le dio a Uta para que hablara con Shinichiro hacía un tiempo, el empujón de Uta había sido igual.
A Jin no le quedó más remedio que comenzar a caminar rumbo a Wakasa. Iba apretando el bolso en su hombro con fuerza, repitiéndose internamente las palabras que tanto había ensallado. Reuniendo valor para pedirle que pasaran el resto de sus vidas juntos.
—Llegas tarde —reprendió Wakasa, al verla detenerse frente a él. Esperó pacientemente a que Jin se abalanza sobre él de forma cariñosa, cómo siempre solía hacer, pero al contemplar que ese no era el caso hoy, alzó una ceja.
Solo en ese momento, se dignó a examinarla con más profundidad. Lo sorprendió encontrarla inquieta, tímida y temblorosa. La chica se aferraba a su bolso, miraba al suelo y jugaba con la punta de sus pies, cómo si fuera una niña.
Había algo raro.
—Wa-Waka, yo... Hay algo que tengo que decirte... —comenzó, con la voz temblorosa, apretó aún más su agarre sobre el bolso e intentó armarse de valor—. Desde que te conocí, mi vida ha cambiado de tantas maneras que no...
La voz de Jin comenzó baja, pero a medida que iba diciendo palabras, iba perdiendo aún más fuerza, hasta hacerse nula. Se le había olvidado su discurso, recordó que no tenía un anillo y ni siquiera estaba encendida la fuente.
En ese lugar, hacía mucho tiempo, ella y Wakasa se habían conocido. Había sido una tarde, justo cuando el sol se estaba ocultando. A Jin le encantaba ir a ese rincón apartado de uno de los parques porque, pese a ser un poco vieja, la fuente de los deseos era una hermosa atracción para las fotos. Un día, tras condiciones adversas con su familia, fui ahí buscando el consuelo de aquel hermoso lugar, para tirar una foto y pedir un deseo, y tal pareció que el destino sabía lo que ella pediría, porque sentado en uno de los bordes de la inmensa fuente, con las pequeñas gotas de agua rociándolo y la luz del ocaso pintándolo de hermosos colores naranjas, justo ahí se encontraba lo que ella más necesitaba.
—Jin —llamó Wakasa, todavía sin creerse aquello. Cuando no obtuvo respuesta por parte de ella, solo pudo soltar una pequeña carcajada, cosa que sí había llamado la atención de su novia—. Hacía mucho que no te veía así.
Jin abrió sus ojos de par en par al contemplar la hermosa sonrisa que le estaba regalando Wakasa. Entonces el tiempo se detuvo, la fuente se prendió y la magia absorbió ese momento cuando, en medio de la danza de gotas de agua, Wakasa se incó en el suelo y, de su bolsillo, sacó una pequeña cajita.
—Siempre vas tarde —comentó él, abriendo la caja. En ella había un hermoso y simple anillo—. Inclusive para esto.
Jin sintió que los ojos se le cristalizaban y no supo muy bien qué hacer. Estiró su mano hasta rozar el metal del anillo, incapaz de creerse aquello.
—Jin, ¿podrías llenar todos mis días de problemas como sólo tú sabes hacer? —cuestionó Wakasa, rompiendo el silencio que le permitía escuchar los sollozos de la mujer que amaba—. ¿Te quieres casar conmigo?
Jin asintió mil veces consecutivas, todas sonriendo como tonta, con las lágrimas bañando sus mejillas y la brisa meciendo sus cabellos.
Uta, que observaba todo desde la distancia, solo pudo sonreír. Wakasa ya se había puesto en pie y le estaba colocando el anillo a Jin. Estaban enamorados, juntos, y comprometidos a pasar todo su tiempo juntos.
Wakasa se le había adelantado a Jin, pero era bonito ver que ambos tenían el mismo objetivo en mente. Significaba que tendrían un gran futuro juntos.
Entonces Uta sintió la necesidad de ver a Shinichiro.
No iba a reprimirse, porque ya estaba cansada de eso. Así que, después de echarle un ojo una última vez a la pareja de enamorados, ella emprendió su caminata hasta la casa Sano, no sin antes pasar por un lugar.
No estaba lejos ni cerca, en realidad eran alrededor de veinticinco minutos a pie, pero ella los haría porque: primero, tenía tiempo gracias a que las clases terminaron, y segundo, porque quería decirle algo importante.
Así fue como, tras un rato, ella se encontraba tocando el timbre del lugar. La primera en salir fue la niña de cabellos rosas que ellos habían acogido. Uta le sonrió y se acuclilló para estar a su altura.
—Hola... —dijo dulce.
—¿Eres la novia de Shinichiro? —cuestionó cortante Celeste.
—Sí —respondió Uta, sin comprender muy bien por qué la niña seguía siendo tan arisca. Pero ahora que estaba en una relación con Shinichiro, quería hacer todo lo posible por llevarse bien con su familia, y el chico le había dicho que tanto Celeste como Yuuki eran sus hermanos—. Pero me llamo Uta.
La pelirrosa no contestó. Le dio la espalda como desden a Uta y comenzó a caminar hacia el interior. Por su lado pasó Shinichiro, que había sentido el timbre, pero llegó un poco más tarde que ella.
—¿Celeste? —preguntó el azabache, al verla pasar por su lado ignorándolo.
—Es tu novia —dijo la aludida, entrando nuevamente.
Shinichiro dejó escapar un suspiro y siguió caminando con dirección a Uta. Se detuvo frente a ella y se revolvió el cabello.
—Lo siento, es muy rebelde. Ya le he dicho en varias ocasiones que sonría, pero...
—Shinichiro... —cortó Uta, negando con una sonrisa. Se puso en pie para estar a su altura—. Está bien. Estoy segura de que ha tenido que pasar por mucho. Algo la hará abrir los ojos y ver que ya no tiene que estar a la defensiva.
—Eres muy comprensiva, Uta —comentó él, sonriéndole de vuelta—. Serás una madre extraordinaria.
Uta sintió sus mejillas arder ante aquello. Las líneas de Shinichiro la habían tomado por sorpresa y la habían avergonzado, pero a pesar de eso, no se iba a detener. Metió la mano en su bolso y sacó de ahí una rosa blanca que había comprado en el camino, exclusivamente para entregársela.
—Yo, como supuse, todavía no puedo confiar en mí misma -confesó, justo cuando el sostuvo la flor en su mano y la miró incrédulo—. Pero precisamente por eso te necesito, para que tú confíes en mí todo lo que yo no puedo hacerlo. Quédate a mi lado hasta ese día, incluso si nunca llega, incluso si llega sigue estando conmigo.
Shinichiro esbozó una sonrisa y colocó la rosa blanca detrás en el cabello de Uta, de tal forma que se viera el pendiente de Jin que había comenzado a usar siempre. Entonces la envolvió entre sus grandes brazos y la atrajo hasta sí mismo.
—Está bien, Uta. Yo confiaré en tí todo lo que tú no puedes hacerlo, y creeré en tí cuando tú no puedas hacerlo.
Uta se apoyó en el pecho de Shinichiro con ambas manos y, todavía con el rostro rojo, alzó el mentón para poder mirarlo a los ojos. Él tenía una sonrisa radiante, al igual que las mejillas ligeramente sonrojadas. Los labios le temblaron y sintió su corazón acelerarse, cómo la primera vez que se enamoró de alguien, cuando todavía creía en el amor.
Entonces entendió las palabras de Tsukasa y todo tuvo sentido de una vez y por todas.
Confiar en alguien es darle el poder para destruirte, pero precisamente confiar es saber que no va a destruirte. E incluso si llega el día en que la persona en la que más confiaste te hace daño, eso está bien, porque los recuerdos felices y los momentos juntos no se van con la confianza, se quedan ahí.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía confiar en alguien y en las palabras que le profesaba.
Porque si Shinichiro la destruía al final de todo, ella estaba bien con eso.
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