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Capítulo 8

Uta dio un sorbo rápido a su refresco energizante. Mientras pasaba la hoja de su libro y sus ojos devoraban con intensidad las palabras, colocó la lata sobre la mesa.

Se encontraba en el mismo café que había descubierto con Jin, el que frecuentaban juntas desde entonces. Estaba estudiando para su último parcial del semestre, si todo salía bien al fin obtendría unas merecidas vacaciones. Debía dar todo de sí misma para lograr una buena calificación.

Pero cuando más enfocada estaba en repasar las notas de clase, una mano le cerró el libro sobre la mesa. Un poco desconcertada, Uta alzó la vista solo para descubrir a Jin sentándose frente a ella, y más que sentándose fue dejándose caer sobre la silla.

La albina tenía una expresión de desesperación. Dejó escapar un suspiro y le quitó el libro a su amiga de al frente.

—Necesito tu ayuda —confesó, dándose pequeños golpes con el libro en la frente. Acomodó los codos sobre la mesa y enterró su cara en el cuero de la carátula.

—¿Qué sucede? —inquirió Uta, abriendo ligeramente su boca por el comportamiento tan extraño de la chica. Empujó con los dedos dulcemente el refresco, hasta colocarlo frente a Jin.

La de orbes dorados apartó el libro de al frente y recibió el regalo de Uta con alegría. Le dio un sorbo nerviosa a la soda y, cuando la tuvo entre sus manos, comenzó a darle vueltas.

—Quiero proponerle matrimonio a Wakasa —soltó sin tantos rodeos, con las mejillas ligeramente sonrojadas.

Uta sintió que se atragantaba con su saliva y no pudo evitar tocer debido a esto. La había sorprendido aquella línea. Sabía que Jin no mentía porque, a pesar de conocerse hace relativamente poco, habían pasado bastante tiempo juntas, y jamás en todo ese tiempo, Jin se había mostrado avergonzada.

—¿Estás bien? —preguntó preocupada la albina.

—Sí, es que fue una gran sorpresa —sinceró Uta, irguiéndose sobre la silla—. Ya sabes, el hecho de que tú le vayas a proponer matrimonio.

—El hecho de que la gente piense que tiene que ser el hombre el que lo proponga me parece anticuado —refunfuñó Jin, colocando su barbilla sobre la palma de su mano, con un puchero hecho.

—No lo digo por... —Uta calló en seco durante un segundo, luego negó con su cabeza. Esbozó una sonrisa y comenzó a jugar con la falda que traía puesta—. ¿Para qué necesitas mi ayuda?

—Es que no sé cómo hacerlo —dijo, lanzando sus brazos sobre la mesa y dejándose caer ella sobre estos—. Quiero que sea romántico y único, perfecto, pero no tengo ni la menor idea de qué hacer para que sea así. Ayúdame por favor.

—Bueno eso es algo en lo que no puedo ayudarte. Todas las personas son distintas y tienen diferentes conceptos del romanticismo.

—Uta, por favor deja de lado tu parte "rata de laboratorio" y ayúdame en esto —añadió de repente Jin, frunciendo el ceño. Se levantó, le dio otro sorbo al refresco y volvió a dejarse caer—. Ayer me pasé toda la noche pensando pero no se me ocurrió nada. Wakasa es demasiado importante para mí, quiero hacer algo especial.

Uta se llevó una mano al mentón, pensativa. Inconscientemente se puso en sintonía con Jin y, para estar en su lugar, se imaginó que ella era la que quería pedirle matrimonio a Shinichiro. ¿Cómo lo haría?

—Tal vez puedas hacerlo en un lugar importante para ustedes —dijo la rubia, de repente. Esbozó una sonrisa sincera mientras pensaba en su respuesta. Si ella tuviera que pedirle matrimonio a Shinichiro definitivamente lo haría en ese parque. Entonces se percató de la potente mirada de Jin sobre ella y retornó su semblante común, serio y tímido—. Al menos eso pienso yo. Para mí eso es romántico, pero como ya dije todos tenemos nuestra propia visión de lo romántico. Solo te estaba dando una idea, no tienes que tomarla si no quie-

—¡Uta! —exclamó Jin, con las comisuras de sus labios elevadas a su máximo explendor. Cuando tuvo los orbes de su amiga sobre ella, Jin asintió dulcemente—. Eso es perfecto.

Uta se encogió  de hombros, pero terminó por sonreír igual, complacida por haber sido de utilidad.

—Te escribiré en la noche dándote los detalles, ahora me tengo que ir.

—Perfecto.

Jin se puso en pie, tomó el bolso que había acomodado en el espaldar de la silla y se lo colocó en el hombro. En ese momento recordó algo importante y rebuscó en el interior.

—Casi lo olvidaba... —murmuró, sacando una cajita de regalo. La colocó sobre la mesa, justo frente a Uta. Entonces retomó su sonrisa—. Feliz cumpleaños, Uta.

La aludida abrió sus ojos de par en par. Era cierto, hoy era su cumpleaños. Lo había olvidado con el lío de la escuela y Shinichiro. Lo que más la impresioba era que Jin lo supiera.

—No tenías que-

—Por supuesto que sí —refutó rápidamente Jin, cruzándose de brazos. No iba a permitirle a Uta negar su regalo—. Ábrelo, no puedo irme hasta que lo hagas.

Uta miró a Jin, luego a la caja. Sus mejillas se tornaron ligeramente rojas y, al final, alzó sus manos para deshacerse del lazo azul que envolvía el regalo. Un poco nerviosa le quitó la tapa, solo para describir uno de los aretes que Jin solía usar todo el tiempo.

Un poco curiosa, Uta alzó la vista nuevamente, encontrando a Jin con una gran sonrisa mientras sugetaba el otro arete con dos de sus dedos. En ese momento Uta se percató de que durante todo el tiempo que estuvieron ahí, Jin solo había usado uno de sus pendientes

—Son mis favoritos. Vi que tienes los huecos, pero nunca usas aretes, así que pensé en compartirlos —explicó la albina.

—Pero, Jin...

—Nada de peros. A partir de ahora cada una tendrá un pendiente. Así no podrás escapar de tener que ser mi amiga —canturreó victoriosa Jin, soltando el arete. Se acomodó nuevamente el bolso en el hombro y le sonrió a Uta.

—Gracias... —La joven protagonista se colocó el pendiente en la oreja y le devolvió la sonrisa a Jin—. De ahora en adelante, seamos siempre amigas.

Jin abrió ligeramente su boca, sorprendida por la reacción de Uta. Durante mucho tiempo la rubia había evitado tener relaciones con nadie más, incluso, pese a sus esfuerzos, a pesar de ser siempre amable, se había mostrado distante. Pero por primera vez, Jin sintió que Uta quería darle una oportunidad. La sinceridad en sus palabras la impregnó con un dulce sentimiento de alegría.

—Nos vemos mañana —concluyó Jin, haciendo un gesto de despedida con su mano. Se dio media vuelta, pero antes de comenzar a caminar, miró una última vez a Uta por encima del hombro, con una sonrisa traviesa—. No regreses tarde a casa. Las calles son muy peligrosas en la noche.

Uta asintió, extendiendo su mano para alcanzar el libro que se había quedado en el lado de la mesa de Jin. La observó desaparecer del local y luego continúo sus estudios de forma silenciosa, tocando con sus dedos el pendiente que le había regalado la albina.

Haciendo caso a las advertencias de Jin, Uta decidió culminar su rutina de estudio en aquella cafetería cuando comenzó a ver qué el sol se estaba ocultando. Recogió todas sus cosas, pagó su cuenta y emprendió su camino de regreso a casa.

En el trascurso repasaba sus notas mentales. No quería olvidar nada y tenerlo todo bien almacenado. Realmente necesitaba esas vacaciones libres para poder tomarse un descanso, había sido un semestre extenuante.

Cuando llegó a su departamento, sacó la llave y la introdujo en la puerta. Al abrirla, casi deja caer su bolso al piso por la impresión. Abrió sus ojos como platos, al igual que sus labios. Se mantuvo estática en el lugar, tratando de averiguar si aquello era una broma pesada que le está a jugando su cerebro, pero al parecer no lo era.

Shinichiro se encontraba parado frente a ella. Vestía de forma elegante, con unos pantalones, una corbata y un saco negro, además tenía una camisa blanca. Al parecer se había puesto lo mejor que tenía en su armario. Tenía las manos en sus bolsillos y una inmensa sonrisa.

En la mesa baja que quedaba en el medio del pequeño departamento había un pastel de cumpleaños, con velas y todo. Además de eso, el chico había traído un mp3, con el cual reproducía en volúmen casi bajo los mejores temas del año. La escena era tan romántica como inesperada.

—¿Shinichiro, qué haces aquí? —inquirió Uta, al fin recuperando el control de su cuerpo. Cerró la puerta a sus espaldas, colocó su bolso sobre el pincho que tenía en la entrada para colgar la ropa, se quitó los zapatos y comenzó a caminar hasta colocarse frente al chico.

—Sorpresa —respondió él, sin inmutarse mucho. Inclinó la cabeza solo para verla un poco mejor. Todavía tenía dibujada una sonrisa ligera, pero hermosa.

—¿Cómo entraste?

—Es una larga historia.

Uta se cruzo de brazos y alzó una ceja—. Tengo tiempo.

Shinichiro dejó escapar una pequeña risa—. Le dije a tu vecina que había dejado mi llave en el interior del departamento, que por favor me dejara usar su balcón para brincar y poder entrar en casa. Es una persona muy amable, y como nunca en la vida te había visto, me creyó. Me colé en tu departamento, abrí la puerta y lo preparé todo...

Uta alzó aún más su ceja, cosa que provocó que el semblante tranquilo de Shinichiro se convirtiera en un suspiro.

—Admito que se escuchaba más romántico en mi mente —confesó, esbozando una sonrisa ladina.

Uta se llevó una mano a la boca, solo para comenzar a reír por lo bajo.

—¿Cómo sabías que era mi cumple -

Uta detuvo en seco su pregunta, recordando algo importante.

—No regreses tarde a casa.

Entonces todo cobró sentido.

—Jin...

—Sí, Jin me lo contó y me ayudó a organizarlo todo —sinceró Shinichiro, sacando por primera vez una mano de sus bolsillos. Dejó caer frente a los ojos de Uta el collar que había comprado para regalárselo.

La chica lo examinó. Era dorado, relucía tanto que ella no dudaba que fuera de oro. Los aros eran más bien pequeños, haciéndolo poco llamativo. Al final tenía un dije con forma de "S". Entonces elevó sus orbes, buscando los de su compañero.

—¿S de Shinichiro? —cuestionó, más bien en tono de broma.

—S de Sano, porque algún día tú también serás una Sano —respondió él, sonriéndole.

Uta sintió sus mejillas arder y, todo el valor que había reunido para mirarlo a los ojos se esfumó. Tuvo que agachar la mirada y llevarse ambas manos a la cara, a ver sí así dejaba de arderle tanto la piel.

¿Qué era aquello?

Una promesa de boda.

¿Qué demonios tenía todo el mundo ese día con casarse?

Shinichiro, por otro lado, ensanchó aún más su sonrisa al contemplar esa reacción, porque más que de rechazo, era de vergüenza. Entonces, sin preguntarle, se inclinó ligeramente, hasta quedar a su misma altura, sacó la otra mano de su bolsillo y le rodeó el cuello con aquella prenda, buscando ponérsela.

Cuando Uta alzó nuevamente la vista para descubrir que estaba pasando, encontró el rostro de Shinichiro a escasos centímetros del suyo. Entonces se sonrojó aún más. Intentó no moverse y tratar de calmar sus acelerados latidos para que él no pudiera escucharlos, para ello apretó con fuerza los extremos de su falda y clavó sus ojos en el piso, de vez en cuando lo miraba.

Una vez el trabajo estuvo hecho y en el cuello de Uta colgaba el collar, Shinichiro no se levantó. Se quedó ahí, mirándola. Alzó el mentón de la chica con un dedo y le sonrió cuando sus orbes chocaron.

—Felíz cumpleaños, Uta. El primero de muchos que espero que pasemos juntos.

Uta esbozó una sonrisa sincera, dejándose llevar.

—Ni siquiera me has pedido que salga contigo —siseó.

—Oh, es cierto. —Shinichiro abrió sus ojos y dejó de lado su sonrisa al percatarse de que ella tenía razón. Se colocó recto nuevamente y se cruzó de brazos. Miró al techo de la habitación, pensativo—. ¿Debería hacerlo ahora?

Uta negó con su cabeza, llamando la atención del azabache. Entonces, escondió ambas manos en su espalda y elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor. Sus orbes esmeraldas brillaron como dos luceros, como dos gemas, recobrando toda la vida que alguna vez habían perdido.

—Es anticuado pensar que debe ser el hombre el que lo haga, así que lo haré yo —dijo, rápidamente, tomando por sorpresa a su receptor—. Shinichiro, ¿me permitirías ser tu novia?

El mencionado se llevó una mano a la boca, tratando de controlar su respiración acelerada. Sabía que tenía la cara ligeramente roja y los ojos inquietos, pero no podía evitarlo cuando ella lucía tan hermosa.

Ahora, a diferencia de todas las demás veces, él recibía una confesión y ella se declaraba. Tal vez eso era lo que se necesitaba para romper el ciclo de las veinte desgracias, un ligero cambio en el patrón.

Quizás y solo quizás, esta vez ellos podrían hacerlo bien.

—¿Dónde estabas tú en la otra línea? —Se preguntó a sí mismo Shinichiro. Cuando la vio hacer el ademán de preguntar, él simplemente la rodeó de la cintura y estampó sus labios contra los de ella, disfrutando de ese segundo beso—. Por supuesto que puedes.

La primera declaración de Uta.

La primera vez que Shinichiro contestaba una confesión.


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