Capítulo 6
Uta se encontraba charlando con Jin mientras caminaban por los exteriores de la universidad. Otro día había llegado a su fin, marcando que el final del semestre estaba cada vez más cerca. Las jóvenes hablaban tranquilamente de el examen que debieron afrontar esa mañana, en el cual, al parecer, les había ido muy bien.
Al llegar al gran portón de la universidad, a Jin se le escapó una risita. Contempló a su mejor amigo ahí, igual que siempre, sosteniéndole un regalo a Uta. Esta vez se trataban de unos bombones. Vislumbró a Uta encogerse de hombros, pero esta vez, a diferencia de las demás, un pequeño sonrojo asomaba en sus mejillas, marcando que algo había cambiado ligeramente. Entonces Jin comprendió que lo mejor que podía hacer era desaparecer.
La rubia miró a su lado para decirle algo a Jin, pero al descubrir que esta no se encontraba, solo pudo dejar escapar un suspiro. Se acomodó el bolso sobre el hombro y caminó hacia Shinichiro.
—Traje esto para festejar que aprobaste tu exámen —dijo rápidamente el azabache, extendiéndole los bombones con una inmensa sonrisa. Se encontraba recostado a un árbol, a escasos metros de su moto.
Uta pestañeó consecutivas veces, procesando la situación. Tomó los dulces entre sus manos, los miró, luego a Shinichiro.
—¿Cómo sabes que aprobé? —inquirió, doblando ligeramente su rostro—. Es más, ¿cómo sabes que tenía exámen?
Shinichiro ensanchó su sonrisa tras aquella pregunta. Se paró correctamente y estiró su mano con el objetivo de colocarla sobre el rostro de la rubia. Lo alegró en demasía que en respuesta, en vez de intentar detenerlo, Uta simplemente cerró sus ojos con fuerza y su sonrojo se intensificó. Pero antes de poder tocarla su teléfono comenzó a sonar.
Fue el turno de Shinichiro para pestañear consecutivas veces. Con un poco de intriga se metió la mano que estaba destinada a la mejilla de Uta en el bolsillo y sacó el aparato.
—¿Sí? —cuestionó, mirando fijamente a Uta. Cuando escuchó la voz de su hermana menor hablándole rápidamente para informarle la clase de problemas en los que estaba metido Manjirō, Shinichiro no pudo evitar poner los ojos en las hojas del árbol, apartando su mirada de la chica—. No te muevas. Voy para allá.
Al concluir la última línea, el joven colgó el teléfono y se lo guardó de nuevo en el bolsillo. Miró a Uta con una media sonrisa.
—¿Qué sucede? —preguntó preocupada Uta. Pudo sentir la agitada voz de una niña desde la otra línea.
—No es nada grave —contestó Shinichiro, negando con una de sus manos. Elevó las comisuras de sus labios a su máximo explendor—. Es solo que mi hermano menor ha llevado dos críos a casa y debo ir a hacerme cargo del asunto.
—Ya veo... —murmuró la de ojos esmeralda, abrazando la caja de bombones. A Uta le tomó unos segundos comprender esas palabras —. Espera, ¿qué?
El azabache dejó escapar una amplia carcajada tras ser testigo de como el semblante tranquilo de la chica cambiaba por uno bastante intrigado. Tenía sus grandes orbes abiertos de par en par, al igual que sus labios.
—Mikey es el nombre de mi hermano menor. Esta tarde ha llevado a dos mocosos más a casa y, aunque el abuelo le diga que ellos tienen hogar propio, Mikey se ha negado a sacarlos de casa. Emma me ha llamado para que arregle el asunto —resumió, guardando ambas manos en los bolsillos de su pantalón—. Lo siento, aunque me gustaría llevarte al parque hoy, debo encargarme de esto. Tengo el extraño presentimiento de que esos mocosos en realidad no tienen un hogar propio.
Uta transformó su expresión de intriga en una de nostalgia. Se encogió de hombros nuevamente, apretó el agarre sobre la caja de bombones tanto que la arrugó ligeramente. Agachó la cabeza y juntó sus labios con fuerza mientras contemplaba el verde cesped a medida que una serie de recuerdos la atacaban.
Shinichiro quiso preguntar que le sucedía, pero ella se incorporó más rápido.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó de repente, con una pequeña sonrisa, mirando a los ojos al varón—. ¿Puedo acompañarte?
—Pero... ¿Y tú trabajo?
—Hoy tengo día libre —simplificó, decidida.
Shinichiro dibujó una sonrisa. Estaba conociendo un lado completamente nuevo de Uta, uno que sinceramente le encantaba.
Después de veinte minutos en moto, se detuvieron frente a la casa Sano. Mientras él aparcaba la moto, Uta contempló hasta el más pequeño detalle de la residencia. Así que en ese lugar vivía Shinichiro.
La protagonista se sobresaltó ligeramente cuando sintió como una mano enjaulaba la suya. Miró a su lado solo para encontrar a Shinichiro sonriéndole. Por alguna razón se veía más apuesto que todos los otros días a pesar de estar igual que siempre.
Ambos comenzaron a caminar rumbo al interior. La puerta no estaba cerrada con llave y, desde el recibidor se podía sentir el agentreo de ahí adentro. Provenía de la sala, así que ahí se dirigieron.
Mikey se encontraba sentado en el piso, de manos y pues cruzados, con los ojos cerrados y una expresión sería y tranquila, mientras que Emma de pie lo reprendía por impulsivo. El abuelo se encontraba recostado a la pared, con una mano en su rostro mientras se preguntaba qué haría con esos muchachos. Por otra parte, en una esquina oscura había una hermosa chica de largos cabellos rosas, se abrazaba a sí misma, toda mojada, con la cabeza gacha mientras su flequillo tapaba sus ojos y las lágrimas silenciosas que descendían de ellos.
—¡Shinichiro! —exclamó sonriente el pequeño Manjirō, corriendo rápidamente hacia los pies de su hermano mayor. Ignoró por completo a Emma—. ¡Qué bueno que llegas!
—¿Ahora que hiciste, Mikey? —inquirió el azabache, agachándose para revolver el cabello del menor.
—Nada. Son el abuelo y Emma, que son unos exagerados —refutó el niño, corriendo los ojos hacia un lado, haciéndose el desinteresado—. Yo solo traje dos hermanos más a casa.¿Verdad que podemos quedárnoslos?
Shinichiro no borró su sonrisa, abrió la boca para responder, pero su pequeña hermana lo interrumpió.
—¡Mikey! —gritó frustrada Emma, roja de la furia—. ¡No podemos quedárnoslos porque no son juguetes, son personas, y eso sería secuestro!
—Emma es una aguafiestas, Shin —farfulló Manjirō, jalando las mangas del abrigo del aludido—. Cele-chi y Yuuki-chi no tienen lugar al que regresar, así que este será su lugar al que regresar de aquí en adelante.
Shinichiro alzó la vista con dirección al abuelo, quien lo estaba mirando igual. Le dedicó una última sonrisa a Mikey antes de ponerse en pie. Entonces comenzó a caminar rumbo al mayor.
—¿Y ella quién es? —inquirió Manjirō, apuntando con su mano a Uta, aún a sabiendas de que su hermano no lo estaba viendo.
—Mi futura novia.
Ante aquella simple frase Uta sintió su rostro arder con fuerza. Se tapó la cara con las manos y negó con la cabeza. ¿Cómo podía él alegar eso con tanta certeza si ella ya lo había rechazado de todas las maneras posibles?
—¿Qué pasó, abuelo? —cuestionó Shinichiro, cruzándose de brazos frente al mencionado. Sintió como en sus espaldas tanto Emma como Mikey se encontraban comiéndose a preguntas a Uta.
—Manjirō llegó hace unas horas con estos dos niños. Ambos estaban empapados por la lluvia. El menor estaba muy mal y ella... —Miró de reojo a la pequeña que se encontraba en la esquina, completamente estática. Dejó escapar un suspiro y se masajeó la cien—. Ella me rogó llorando que me encargara de él. Le quité las ropas, lo bañé y le di unas pastillas para la fiebre porque tenía demasiada. Ahora mismo se encuentra durmiendo en la habitación de Manjirō.
Shinichiro miró por encima del hombro a la tal Cele, ablandó su semblante al contemplarla ahí, sola contra el mundo, cargando con el terrible peso de tener que proteger a un hermano menor que la necesitaba. Entonces observó de reojo al sonriente Mikey jalando de la mano a Uta. Él comprendía la carga de Cele y la respetaba.
—Shinichiro, si me lo dices tú estoy dispuesto a cuidar a esos niños, pero no será fácil. Ten en cuenta de que existe un asunto legal. Ella se niega a acercarse a uno de nosotros. Ni siquiera quiso cambiarse de ropa, va a ser difícil tratarla. El otro está muy enfermo y no te aseguro que sobreviva mucho más, además...
El azabache dejó al abuelo con las palabras en la boca solo para caminar con dirección a la niña. Sabía que en esos momentos tenía todas las miradas sobre él, pero no le importaba. Se colocó frente a Cele, se agachó y esperó pacientemente a que la muchacha se dignara a mirarlo.
—¿Qué quieres? —espetó venenosa ella, alzando su mirada filosa y brillante.
—Así que te llamas Cele...
—Celeste —corrigió de igual modo—. Pero mi nombre no es asunto tuyo. Solo estoy esperando a que mi hermano despierte y me largaré de aquí con él.
Shinichiro suspiró y se guardó las manos dentro de sus bolsillos.
—¿Por qué no te has bañado y cambiado de ropa? No le harás ningún favor a tu hermano enfermando.
—No necesito tu compasión —escupió, abrazándose con más fuerza—. Lo único que quiero de tí es que no llames a la policía, de ser así me separarían de Yuuki, y eso no lo voy a permitir. Pronto me iré de aquí, no daré más problemas ni seré carga de nadie. Solo necesito a Yuuki bien.
—Quieres mucho a tu hermano.
—Eso no te importa.
Shinichiro tuvo que soltar una risa por lo bajo, impresionando a todos los de la sala, incluído la pequeña Celeste. Alzó con una mano el flequillo de la chica y con la otra jaló de su mejilla para forzar una media sonrisa.
—Eres una chiquilla muy hermosa, es un desperdicio que siempre estés tan furiosa —dijo, deshaciendo con sus dedos el ceño arrugado de la pelirrosa. Entonces esbozó la sonrisa más encantadora, sincera y gigante que Uta jamás contempló—. Sonríe, Celeste.
La niña sintió sus ojos cristalizarse nuevamente. Se separó bruscamente y se colocó de espaldas a Shinichiro, solo para comenzar a llorar en silencio otra vez... porque ella ya había olvidado como sonreír.
—Nos los quedamos —tajó el hermano mayor, poniéndose en pie nuevamente. Le dedicó una pequeña sonrisa a todos lo que lo estaban observando—. A los dos.
Uta colocó una mano sobre su pecho, más que impactada conmovida. Shinichiro parecía rudo y uno de esos tipos que sin dudas le patearían la vida a quienes se interpusieran en su camino, pero también podía ser del tipo que sentía empatía por los demás seres humanos con heridas. Era como una extraña combinación, una que no le desagradaba.
Mikey ensanchó su sonrisa. Se volteó con dirección a Emma y le sacó la lengua juguetón. Al final si tendrían dos nuevos hermanos.
Esa misma tarde, Uta había llevado a Celeste a tomar un baño. La ayudó a ponerse las ropas de Emma, le peinó sus largos cabellos en una trenza y, aunque la menor no dijera ni una palabra, ella la comprendió.
Ya de noche, Shinichiro llevó a Uta a su hogar porque no iba a dejarla irse sola. Parqueó su moto en el lugar exacto de la dirección y miró el viejo edificio de pequeños y desgastados apartamentos con un ceja alzada. Aquel lugar se caía a pedazos.
—Creo que me equivoqué.
—No lo hiciste —negó Uta, bajándose de la moto. Se quedó parada frente a él —. Aquí vivo.
—Pero, este lugar es horrible —sinceró él, frunciendo el ceño.
—Precisamente por eso el alquiler es tan barato —contestó ella, encogiéndose de hombros. Estaba poniéndose incómoda.
—Uta, aquí hay ratas —alegó, todavía más descontento con la idea de ella teniendo que pasar tan solo una hora en ese lugar.
—Es lo que me da para pagar si quiero comer en el mes.
—¿Qué piensan tus padres de que vivas en esa situación?
—¡No todos tenemos una familia feliz como tú! —espetó a la defensiva la joven. Rápidamente abrió sus ojos de par en par y se tapó la boca con una mano. Estaba siendo descortés nuevamente con Shinici cuando él solo estaba preocupado por ella—. Lo siento mucho.
Shinichiro se bajó de la moto y, sin decir una palabra, con la suya apartó la mano de Uta de su boca.
—Habla. Si te lo tragas todo, podrías reventar.
Uta hizo un puño con sus manos y agachó nuevamente su mirada. No tenía ganas de llorar pero, cuando pensaba en todo ese asunto, de alguna forma se sentía miserable.
—Mis padres tenían peleas desde que yo era niña. Se pasaban todo el tiempo discutiendo y peleándose. A veces llegaban a grandes extremos y, aunque en sus discusiones nunca me involucraron o me hicieron daño, si se lo hicieron mutuamente. Mi madre terminó en el hospital varias veces y papá pasó más de una noche en la cárcel. Al final volvían a caer en el mismo círculo vicioso, ella se recuperaba, quitaba los cargos y regresaban a vivir juntos solo para seguir discutiendo —relató, se soltó lentamente del agarre de Shinichiro y juntó sus manos frente a su regazo—. Todos los días era un drama distinto, una película de terror. Vivía con el miedo de que se mataran. Pronto pasé a ser algo secundario que solo existía como excusa para que ellos regresarán a estar juntos cada vez que decidían separarse. Odiaba con todas mis fuerzas vivir ahí, así que cuando cumplí dieciocho me fui de casa. A ellos por supuesto no les importaba, se amaban de una forma tan tóxica que eran felices solo con tenerse mutuamente.
—Uta eso es...
—Deja de perseguirme, Shinichiro. Destruyo todo lo que toco —soltó de repente, retrocediendo lentamente—. Pierdes tu tiempo conmigo.
—Yo no pienso eso —respondió seguro él, intentó acercarse.
Antes de que Shinichiro pudiera volver a tomar su mano, Uta se lanzó a correr rumbo a su departamento. No miró hacia atrás y empleó todas sus fuerzas en huir solo para que no la atrapara. Afortunadamente así había sido y, cuando cerró la puerta en sus espalda, sin saber la razón recordó a la pequeña Celeste, y se recordó a sí misma, no solo con sus padres, también con todas las parejas que irónicamente la había destruído aún más que su propia familia.
Lo peor era que, ahora que la vida le daba algo remotamente bueno como lo eran Shinichiro y Jin, ella ya no podía apreciarlos sin pensar que eventualmente acabarían hiriéndola.
Porque darle tu confianza a alguien es darle el poder suficiente para que te destruya de la peor manera.
Uta se dejó caer al suelo y comenzó a llorar.
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