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Capítulo 4

Las clases habían concluido. Uta tenía un poco de tiempo extra para llegar al trabajo. Había recogido sus cosas con calma y, dispuesta, se dirigió a los pasillos de la universidad. Mientras revisaba sus notas de clases sintió como alguien le tocaba el hombro. Al voltearse descubrió a Jin sonriéndole de lado a lado.

La albina tan solo le sonrió de lado a lado y, sin esperar una invitación, se colocó junto a Uta. Sacó su cámara para mostrarle a su mentora las fotos que había tomado el día anterior y, sin darse cuenta, ya estaban teniendo una amena conversación.

Uta había accedido sin palabras a asesorar a Jin. Jin encontró en Uta un modelo a seguir, alguien a quien admirar, una meta y ya de paso, la amiga que siempre quiso.

En unos pocos minutos ya habían llegado a la puerta principal.

Un suspiro se le escapó de los labios a Uta al contemplar al mismo chico de siempre, en la misma posición, con el mismo ramo de rosas blancas. Shinichiro había estado yendo toda la semana a esperarla al final de las clases, y no importaba cuántas veces fuera rechazado, ahí estaba el día después. Uta jamás había conocido a alguien tan persistente.

Jin esbozó una sonrisa al ver a su amigo. Todavía no podía creer que Shinichiro no se hubiera rendido con Uta. De algún modo la hacía feliz, cada vez estaba más convencida de que encontrarían la felicidad mutuamente. En un intento desesperado porque la rubia le diera una oportunidad, la albina le dió un pequeño empujón en la espalda, el cual llevó a Uta a quedar a tan solo unos pasos de su enamorado.

La protagonista se volteó a replicar algo, pero al vislumbrar la sonrisa sincera y tranquilizadora de Jin no pudo hacerlo.

—¿Hoy sí podemos dar una vuelta? —inquirió Shinichiro, sacando de su ensemismado estado a Uta. Cuando la mujer lo miró, él le extendió el ramo de flores. No le importaba ser rechazado en frente de tanta gente, seguiría intentándolo hasta que la chica lo aceptara, a las flores y a él.

La joven protagonista dejó escapar otro suspiro. Con una mano sostuvo su bolsa y con la otra se rascó el cuello, avergonzada. Lo lamentaba tanto por el azabache. Le dejaba un mal sabor de boca cada vez que alguno de sus rechazos le apagaban ese maravilloso brillo que había en sus oscuros orbes.

—Tengo trabajo. Lo siento —justificó, con un semblante triste. Le costó mirarlo a los ojos. Para variar, hoy sus palabras no habían borrado la sonrisa de Shinichiro.

—Oh, vamos. Solo será un rato. ¿No puedes faltar?

Uta se mordió el labio inferior—. Mi alquiler depende de ese trabajo. No puedo darme el lujo de estar ausente ni una hora.

—¿Tú alquiler? —inquirió el azabache, frunciendo el ceño.

Uta se regañó internamente por hablar de más. Su posición social y condiciones económicas no eran un secreto ni nada de lo que ella debiera apenarse, pero tampoco eran algo para gritar a los cuatro vientos.

—Trabajo para pagar mis gastos —sinceró, encogiéndose de hombros—. Así que si estuviéramos saliendo no tendríamos casi tiempo para vernos. Otro punto negativo de salir conmigo. Regresa a casa, Shinichiro.

Tras aquella sugerencia, el aludido colocó el ramo de flores sobre el asiento de su moto y se llevó una mano a la barbilla, mostrándose pensativo. Sabía que detrás de esa explicación simple existía una mucho más compleja. ¿Problemas económicos o familiares? Desgraciadamente para Uta, aquello, en vez de ahuyentarlo, había despertado aún más su interés. Finalmente abrió sus ojos y elevó las comisuras de sus labios a su máximo esplendor.

—No es que yo sea un acosador, pero estoy seguro de que tu turno no comienza hasta las seis. A pensas son las cuatro. Podemos dar una vuelta y yo prometo llevarte a tiempo al trabajo —ofreció, sin vacilación alguna.

—Shinichiro...

—Vamos, Uta. Me has dado el plantón toda esta semana. ¿No te doy ni un poco de lástima? Todos ven como me rechazas cada día. Solo será un rato, no pasará nada que no quieras que pase. Solo por hoy.

La protagonista se volteó en la búsqueda de la ayuda de Jin, pero la albina ya no se encontraba presente, había desaparecido. Volteó a ver nuevamente a Shinichiro. De algún modo esa sonrisa, esa mirada, la esperanza en sus ojos... Ella no quería quebrarla cómo tantas veces la quebraron a ella.

—Bien, pero en una hora y media debo estar en mi puesto de trabajo —condicionó, resignada. Después de decirlo inmediatamente quiso arrepentirse, pero ya era demasiado tarde. Presenció algo en el semblante de Shinichiro que hace mucho ella creía que no existía, ilusión.

Shinichiro sonrió de medio lado complacido. No podía creer que lo hubiera logrado. Por un momento no supo dónde estaba. Se sentía en las nubes. Perdió la consciencia y solamente se concentró en mirar las embiagradoras esmeraldas de Uta.

Después de unos segundos en el cielo, Shinichiro bajó a la tierra y asintió complacido. La llevaría al trabajo antes del lapso del tiempo, ya compartir unos minutos con ella le parecía lo suficientemente egoísta. Se colocó el casco y se montó en la moto, luego le extendió el casco extra a su compañera.

—¿A dónde vas? —cuestionó Uta, negándose a subir cuando Shinichiro le hizo una señal con su mentón para que lo hiciera. Se cruzó de brazos—. Ya te dije que no montaré en esa máquina para matar. Caminaremos.

—Uta, nunca sabrás que no te gusta si no lo pruebas —dijo el varón en respuesta, sin borrar su sonrisa—. No te va a pasar nada si vas conmigo.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque siempre te protegeré. No haría nada que te pusiera en peligro.

Tras escuchar aquella afirmación, Uta sintió sus mejillas arder. Sus orbes se abrieron de par en par y su rostro se puso tan caliente que tuvo que llevar ambas manos a su cara. Cada palabra estaba impreganada de tanta sinceridad que la abrumó. Podía ver en aquella expresión tranquila que Shinichiro no había dicho nada que no pudiera cumplir.

Por un segundo miró a los dos lados. Tomó una calada de aire y se mordió el labio inferior. Con la vista gacha, incapaz de poder sostenerle la mirada a Shinichiro, Uta sacó de arriba del asiento el ramo de flores, lo llevó hasta una de las rejas del edificio y lo colocó sobre un quiso. Luego caminó en silencio y tomó lugar detrás del azabache.

Se puso impaciente y nerviosa. Fue obligada a alzar la vista cuando sintió como Shinichiro comenzaba a moverse frente a ella. Lo divisó quitarse su chaqueta y extendérsela por encima del hombro. Uta no supo muy bien cuál era el objetivo del chico hasta que él la miró de solsayo. Solo entonces tomó la chaqueta y se la colocó. Era cálida, de cuero. Olía exquisito.

Shinichiro dejó escapar una risita al contemplar a la chica bastante perdida. Se atrevió a agarrar una de las manos de Uta, la guío hasta su cintura y la obligó a rodearlo, luego hizo lo mismo con la otra mano. La sintió tensa, pero eso solo lo puso feliz, significaba que sí tenía algún efecto sobre ella. Entonces echó a andar la moto.

La brisa rozó el rostro de Uta, dándole una sensación de frío. Ahora comprendía por qué Shinichiro usaba esas chaquetas. Pensó que tendría miedo, pero la vista pasante de la ciudad, el viento que la despeinaba, la cálida sensación del cuerpo al que estaba abrazada... Todo hizo que Uta concluyera que había estado equivocada respecto a la moto.

Shinichiro la llevó al parque central de Tokyo, uno que estaba a algunos kilómetros de dónde se encontraban anteriormente, pero era bastante cercano al local de Uta. Aparcó la moto y la ayudó a levantarse. No le quitó la chaqueta, ni le soltó la mano. Caminó con ella a la par por todo el lugar, justo como si fueran una pareja.

Entonces llegaron a un pequeño lago del lugar. El color naranja se reflejaba en el agua provocando ondas increíblemente hermosas. Estaba atardesiendo, pero la gente todavía estaba por ahí, dándole de comer a los ganzos y cisnes. Era un lugar agradable con unas increíbles vistas. Por los alrededores también habían algunos niños jugando con sus mascotas, y más allá parejas sentadas sobre los bancos que rodeaban el estanque.

Ellos se encontraban de pie, a la orilla del agua, mirando las vistas.

—Es un lugar muy relajante —confesó Uta, encogiéndose de hombros. Volteó a ver a Shinichiro y descubrió que él había estado mirándola todo el tiempo—. Hacía años que no pasaba por aquí.

—¿Por qué? Digo, es el parque más importante de Tokyo. Es raro que no hayas estado aquí en años.

Uta sonrió, apretando las azas de su bolso. Recordó cómo de niña solía ir a ese lugar bastante a menudo y, cómo con el paso de los años lo fue abandonando.

—No he tenido tiempo. Entre mis estudios y mi trabajo, ha sido casi imposible para mí vacacionar. Y, bueno, las parejas que he tenido nunca han sido de venir a parques infantiles. Ellos preferían restaurantes y fiestas —confesó, volviendo a volcar su vista sobre el lago. Los cisnes sobre el agua eran algo digno de admirar—. Supongo que hacía mucho tiempo no tenía un momento de tanta paz y silencio.

—Bueno, si aceptas salir conmigo, te traeré todos los días aquí —aseguró el varón, esbozando una sonrisa ladina.

—Todos los días es un gran compromiso —tuvo que comentar entre risillas Uta.

—Todo lo que quiero contigo son grandes compromisos —sentenció sin dudarlo Shinichiro.

Uta sintió sus mejillas arder nuevamente. Miró sus pies y trató de controlar los latidos acelerados que le habían provocado aquella frase. Jamás había escuchado nada igual.

—¿Por qué? Ni siquiera me conoces. Odio que los hombres solo vean el envoltorio del paquete. No puedes enamorarte de mi físico. Se supone que tienes que amarme a mí. Nunca habíamos hablado. No me conoces —espetó, sin darse cuenta.

Cuando concluyó, Uta se percató de lo grosera que había sonado. Ella juraba que no había sido su intención tratar a alguien tan dulce así, pero un pitido en su cabeza le bloqueó los pensamientos.

—Bueno, estamos hablando ahora. Y me gusta lo que escucho —siseó Shinichiro, llevando una mano a la barbilla de Uta. La obligó a mirarlo, luego se colocó al frente de la chica. Metió una mano en los bolsillos de su chaqueta de cuero, la misma que traía Uta, sin importarle lo cerca que estaban y lo incómoda que debía estar la rubia. Le agradaba verla sonrojada, a la espera impaciente de saber qué estaba a punto de ocurrir. Pero sobre todo le encantaba escuchar sus fuertes latidos—. No te conozco, pero precisamente por eso quiero conocerte. Quiero saber todo de tí. Quiero saber cómo fue tu vida antes de conocerme y quiero que descubramos juntos como será después de conocernos.

Uta abrió sus ojos como platos cuando la dulce mano de Shinichiro le puso un mechón detrás de la oreja, solo para colocar en ese lugar una rosa blanca que había guardado en el bolsillo de su chaqueta previamente. Estaba un poco arrugada y le faltaban algunos pétalos. Era increíble que ella no hubiera notado que estaba allí antes.

—Incluso si ahora mismo no confías en mí o mis palabras. Uta, recuérdalo... —Shinichiro se inclinó para que su rostro quedara a la altura del de Uta. La vislumbró con aquella flor y quedó contento con el resultado. Era la cosa más hermosa que jamás hubiese visto. Dibujó una sonrisa tranquila de ojos cerrados y se guardó las manos en los bolsillos de su pantalón—. Un hombre sabe cuando ama a una mujer desde el momento en que la ve.

Uta tocó con la yema de sus dedos la rosa y miró a Shinichiro. Una cálida y misteriosa sensación la envolvió. Examinó sus palabras una por una, eran tan profundas que la asustaban. La asustaba que él tuviera razón.

Y aún a pesar de su temor, contemplando esa sonrisa y tocando las débiles pétalos de la flor, Uta no pudo evitar sonreír por inercia.

Una de las tantas murallas que había construido alrededor de su corazón se derrumbó ese día.


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