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San

-¡Tierra a la vista!- Gritó el vigía desde el carajo del barco.

Saqué mis binoculares del abrigo y observé en la dirección que el chico apuntaba. Sonreí victorioso al contemplar el territorio fructífero y colorido a través de toda la niebla que nos rodeaba.

-¡Preparaos para atracar en cuanto lleguemos a la costa! ¡Sacad las armas y no bajéis la guardia!- Ordené a toda la tripulación.

Todos se pusieron en movimiento rápidamente, un relámpago seguido de un estruendoso trueno estalló en el cielo, la tormenta estaba a punto de ser desencadenada... Debí haber prestado más atención al mal tiempo que nos acompañaba, al mal augurio que estaba escrito en el agua.

La lluvia no tardó en caer de manera desbordante, así que mis piratas hicieron lo posible por acelerar el proceso de llegar a la playa de aquella isla desconocida para nosotros. Bajamos del barco, mojándonos por culpa del mar y de la lluvia incesante. No fue fácil el hecho de encargarse de llevar el barco hasta la costa debido a la poca visibilidad y la dificultad de movimiento que teníamos por culpa de la ropa mojada.

Aquella isla tenía por nombre Hanahaki y estaba protegida por una fuerza superior, la denominada diosa Hana, que cuidaba de sus escasos habitantes de la forma más sutil y traicionera, el amor. Porque todos saben del doble filo que este posee.

El silencio reinaba en la desolada playa. La tripulación se cubría con gruesos abrigos para protegerse del frío que calaba en los huesos por culpa de la humedad que proporcionaba el agua. Habíamos bajado ya del barco todo aquello necesario para poder establecernos en el territorio durante un tiempo.

-¿Capitán?- Dijo Hongjoong, el segundo al mando, esperando mis siguientes órdenes.

La vegetación empezaba unos cincuenta metros adentro y lo cubría absolutamente todo siendo incluso más difícil querer distinguir algo por culpa de la lluvia torrencial que nos caía encima.

-Vamos a refugiarnos en la primera línea de árboles y cuando amaine la tormenta organizaremos una expedición. Que nadie se adentre sin mi permiso, no sabemos si alguien habita aquí.- Respondí mientras empuñaba mi espada por puro instinto.

Hongjoong asintió y rápidamente se pusieron manos a la obra. Quizá fueron horas después cuando pudimos por fin cobijarnos bajo los enormes árboles, estos estaban adornados con flores de todo tipo y color que seguramente resaltaría más a la luz del sol.

Después de varias semanas navegando sin descanso habíamos logrado llegar a unas tierras desconocidas, todos estábamos hambrientos y apestábamos a pescado crudo pero aún así las sonrisas de victoria al poder pisar tierra firme no había quien nos las borrara del rostro.

Dejé que mis hombres dormitaran un poco mientras me dedicaba a vigilar el movimiento entre los árboles y en la playa. Fruncí el ceño al ver en la profundidad de la arboleda algo de movimiento, me acerqué un paso hacia este e intenté agudizar mi vista al notar sombras aparecer y desaparecer.

-San, deberías descansar.- Pronunció Hongjoong detrás de mí.

Intentando tranquilizar el incesante y veloz latido de mi corazón asentí, no iba a permitir que él supiera que me había asustado.

-Dile a Mingi que tome el relevo y que en cuanto el sol se vea en el horizonte me despierte... No estamos solos en esta isla, así que tendremos que enfrentarnos en batalla si no se rinden de buenas a primeras.

-Los hombres están preparados para lo que sea, no te preocupes por eso.- Respondió con voz segura.

Le di las gracias y fui a recostarme en un árbol, notando que la lluvia ya no era tan fuerte como antes. Cerré mis ojos y crucé mis brazos intentando reunir algo de calor corporal. No tardé mucho en caer rendido debido al cansancio que provocaba el mar.

-Capitán... Despierte, el sol ya ha salido y hemos escuchado algo moverse entre la maleza.- Susurró uno de los marineros mientras sacudía mi hombro.

Inmediatamente abrí los ojos y cogí mi espada mientras con la otra mano restregaba mis ojos quitándome el sueño de golpe.

-Gracias, Hangyul, llama a Mingi, a Hongjoong, a Seungwoo y a Wooseok, vosotros vendréis conmigo, los demás que estén alertas por si necesitamos refuerzos. Nos llevaremos al erudito también.- Dije mientras me ponía de pie y me sacudía un poco la arena del cuerpo.

-Seonghwa no está en condiciones, señor, hace días que no come y se encuentra débil, por mucho que lo traigamos con nosotros no va a colaborar.- Contestó él entre dientes.

Bufé algo frustrado por los problemas que me estaba trayendo el botín que habíamos conseguido en las Antillas, aquel erudito llamado Seonghwa sabía hablar todos los idiomas conocidos en los mares y tenía conocimiento de botánica y zoología. Nos lo llevamos como prisionero cuando saqueamos las islas del Caribe pero había decidido no colaborar desde entonces, tan solo nos miraba con desprecio y asco.

-Dile que como no colabore le sacaremos los ojos al igual que hicimos con su hijo.- Murmuré encolerizado.

-No creo que eso vaya a funcionar, San. Deberías calmarte, te noto muy nervioso.- Comentó Hongjoong que se acercaba a donde nos hallábamos.

Suspiré intentando tranquilizarme, pero el recuerdo de varios de mis hombres desangrándose en la cubierta de mi barco regresaron como destellos.

-Me da igual cómo hacerlo, traedlo.- Murmuré impaciente.

Tan solo se veía un resquicio del sol cuando nos adentramos en aquella arboleda lo más silenciosos que las ramas crujiendo bajo nuestros pies nos dejaban. El sudor, a pesar del frío que la lluvia había impregnado en nuestros huesos, resbalaba por nuestra piel como una segunda capa. Más adelante parecía haber un claro así que les pedí a los marineros que se detuvieran. Le hice señas a Hongjoong para que me acompañara, debíamos registrar el terreno antes de arriesgarnos a perder más tripulación.

El sonido de una flecha atravesando el aire y un ahogado grito de dolor nos dejó estáticos. Detrás de nosotros Wooseok se sostenía la pierna de la cual sobresalía una flecha y brotaba sangre.

-Por los siete mares, ¡Mingi encárgate de él!- Grité posicionándome delante de ellos dos por si venían más flechas.

Desenvainé mi espada y observé a los demás indicándoles que siguieran sin nosotros. Un menudo chico saltó de uno de los árboles con arco y flechas en mano, al parecer estaba solo. Iba a cargar la siguiente flecha de manera temblorosa pero no le di tiempo. Corrí hacia él al mismo tiempo que Mingi se iba con Wooseok en brazos. El muchacho me miró con ojos atemorizados cuando lo cogí de los hombros para impedir que siguiera con su intento de dañarme. Mi corazón se ablandó al contemplar el miedo en sus ojos, recordándome a otros inocentes que durante tanto tiempo me habían acompañado a donde fuera que viajase. El instinto y el sonido de ramas crujir tras de mí me hicieron girarme con el muchacho aún cogido de los hombros, haciendo que la flecha que al parecer estaba destinada para mí se clavara en su pequeño cuerpo.

Hangyul apareció detrás del arquero y le insertó su espada haciendo que de la boca de este brotara sangre de un rojo oscuro.

Tragué saliva e intenté mantener la compostura cuando el chico que aún estaba entre mis brazos se desplomó en el suelo, agonizando por la flecha que le había atravesado el pulmón.

Mi respiración se tornó más pesada mientras intentaba que la ira no me consumiera, era estúpido odiar a alguien por haber matado al pequeño muchacho de ojos tan parecidos a los de mi difunto hermano. Igualmente Hangyul ya se había encargado de que nunca más volviera a ver la luz del sol.

Un gorgoteo se oyó a mis pies regresándome a la realidad de que, de hecho, el isleño aún no había muerto. Recogí la espada que había dejado caer en el suelo y lo miré en silencio antes de atravesar su pecho para terminar con su sufrimiento.

Tardé dos minutos enteros en recuperarme antes de suspirar y desenterrar mi arma del cuerpo que yacía, ahora sí, muerto en el suelo.

-¡Hangyul! ¡Trae a los demás y diles que vengan armados!- Ordené poniéndome en pie.

Él asintió y en menos de lo que se iza una vela casi toda mi tripulación se hallaba al lado mío, caminando rumbo al claro que los árboles dejaban entrever.

La imagen nos dejó realmente impactados, era como si un cañonazo de colores hubiera caído en aquel paraje. El claro estaba regado con cientos de flores de todos colores, de distintos tipos y tamaños. Al otro lado del lugar estaban completamente desarmados y en absoluta quietud los isleños, observándonos impasibles. Al parecer no pensaban defenderse más de lo que ya lo habían hecho.

Hana les había otorgado a los isleños un método de defensa único, una enfermedad, que se transmitía a través del contacto con las flores.

Cómo el capitán que era avancé primero por aquel campo de flores. Decir que no detecté una pequeña sonrisa de parte del que parecía el cabecilla de la tribu sería mentir, pero no encontraba motivo alguno para que se sintiera contento. A su lado un chico que me miraba con odio hizo que me paralizara en medio de aquel claro. Todas mis emociones negativas parecieron esfumarse con tan solo hacer contacto visual con él; el odio, la ira, la sed de venganza y el rencor simplemente se fueron siendo sustituidos por un sentimiento sobrecogedor y asfixiante pero al mismo tiempo satisfactorio.

Hice una señal a mis hombres para que avanzaran y en poco tiempo los isleños estuvieron atados y amordazados, pero en ningún momento mi vista se separó del muchacho que parecía desprender odio y asco hacia mí.

-Que alguien me traiga a Seonghwa. - Balbuceé algo perdido antes de reaccionar.

Mis pies empezaron a andar hacia él y me situé delante suyo, agachándome para estar a su altura, ya que estaba sentado sujeto a un árbol. Le quité la cuerda que llevaba en la boca y aprecié su rostro a pesar de la mueca que tenía en este.

-¿Cómo te llamas?- Pregunté en vano, ya que no recibí respuesta y de igual modo, tampoco hablábamos el mismo idioma.

-Créeme, yo también lo odio.- Pronunció Seonghwa detrás de mí en un idioma desconocido.

El chico que me había dejado hipnotizado simplemente sonrió con suficiencia hacia él y después asintió.

-¿Qué le has dicho? Pregúntale cómo se llama.- Dije impaciente, quería saber cómo sonaba su voz, quería poder saber hablar su idioma.

-Le he dicho que no les haréis daño si colaboran.- Contestó en mi dirección antes de dirigirse al isleño.- Quiere saber cómo te llamas.

-Me llamo Wooyoung pero puedes decirle que seré su peor pesadilla.- La voz del chico era realmente delicada y caramelizada.

Seonghwa se quedó en silencio, lo miré esperando la traducción a lo que el chico había dicho pero simplemente me sonrió con desprecio.

-Mira, Seonghwa, no estoy de humor, dime qué te ha dicho.- Pronuncié intentando no volver a enfadarme.

-¿O sino qué? ¿Vas a volver a amenazarme con sacarme los ojos? ¿Vas a hacerme lo mismo que a mi pequeño Jisung?- Murmuró con veneno en su voz.

-¡Tu hijo mató a mi hermano! ¡Le quitó la vida estando delante de mí y sin yo poder hacer nada! Agradece que yo no lo maté, agradece que siga vivo porque de ser por mí tú yacerías con él en el fondo del Atlántico. Mi hermano era mi único cabo a tierra, mi única ancla y tu familia me lo arrebató, era todo lo que tenía y murió, llevándose mi cordura con él. No pretendas que eres el inocente en todo esto, no pretendas ser el único herido porque sabes que no es así. Nosotros no matamos por placer, matamos por deber y con cada muerte, un trozo de humanidad se desprende de nuestros cuerpos.- Contesté completamente exaltado, incapaz de callarme lo que a cada instante me perseguía.

-Se llama Wooyoung.- Dijo mirándome con su rostro bañado en lágrimas de frustración, ira y tristeza.

Asentí antes de ordenar a Mingi que se los llevara a mi tienda a los dos, los tendría allí a ambos hasta saber por qué se había instalado en mi pecho un ardor constante que parecía aumentar a cada segundo, con cada respiración, cada aliento desde que Wooyoung y yo habíamos hecho contacto visual.

Me abstuve de mirar al nativo de nuevo, sabiendo que si lo hacía la rabia desaparecería. No quería, no quería olvidar lo que la muerte de mi hermano causaba en mí, no quería olvidarlo a él, el que antes mantenía mi cordura con cada una de sus sonrisas. Aquella que perdí en cuanto las estrellas de sus ojos se apagaron por completo. El recuerdo de Hyeongjun seguía presente, la profunda herida que su pérdida había causado en mi corazón y en mi mente se hacía cada día más grande, me volvía loco y despiadado por momentos, no era yo, pero al mismo tiempo era exactamente en lo que me había convertido.

Dejando absolutamente todas las apariencias de lado salí corriendo de allí. Me faltaba el aire cuando llegué a la playa, pero no por el esfuerzo físico justamente. Las lágrimas no paraban de caer en la arena y en el agitada agua del mar. Abrí la boca intentando respirar pero el aire parecía negarse a entrar en mis pulmones. Apoyé mis manos en mis rodillas y empecé a toser desesperadamente, la ansiedad del no saber qué me estaba pasando más la sensación de ahogarme con absolutamente nada me estaban llevando al límite.

El agua se tiñó de rojo delante de mí y no me hubiera preocupado de no ser por los pequeños y sangrientos pétalos del color de una noche sin luna que flotaban en esta.

Tomé una bocanada de aire y retrocedí dos pasos asustado, eso no era normal, no era posible. Quise gritar por ayuda, quise que alguien viniera a ayudarme, quise que alguien me consolara en aquel momento, pero todo aquello era simplemente imposible. Debía ser fuerte, no podía decirle aquello a mis marineros porque se asustarían y era mi deber como capitán protegerlos. La garganta me dolía horrores y al tragar saliva, esta se mezcló con el ferroso sabor de mi sangre que seguí escupiendo y tosiendo durante los días siguientes.

Todo aquel que presentara una posible amenaza para el pueblo de Hana sería contagiado con la enfermedad del amor con tan solo aspirar el polen de las flores de la isla. El amor duele, el amor mata de la forma más bonita.

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Aquí está el primer capítulo del segundo libro de la saga Hanahaki. Espero que le deis tanto amor como a Say my name. Nos vemos pronto 😝 y no olvidéis comentar y vuestra 🌟 si os ha gustado.


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