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XVII: El nuevo desastre.

Todo era un caos en la comisaría, había guardias por doquier y Stefano, por muy bueno que fuera con el florete, ellos le ganaban el número, por lo que poco a poco su energía se agotaba, pero aún así siguió peleando con la misma intensidad de siempre; sin embargo cuando creyó que ya tenía ganada la batalla un guardia se precipitó por su espalda, logrando inmovilizarlo y llevarlo de vuelta a la celda. Por lo que nuevamente se encontraba en aquel lugar, con la diferencia de que lo ataron a una silla, lo amordazaron y dos guardias se encontraban vigilándolo.

Se escucharon pasos a lo largo del pasillo y poco después apareció en su campo de visión el Augusto Torrealba, el duque de Nuevo Verano. Los guardias le abrieron la reja de la celda y él entró, con su típico caminar seguro y su aire de arrogancia.

Se acercó a Stefano y le quitó la mordaza.

—Pero qué tenemos aquí —Se burló—. ¿No se supone que te irías lejos?

—¿Cuándo has visto que yo haya seguido órdenes, Augusto?

—No lo sé, te di una buena cantidad.

—Ni por todo el dinero del mundo te obedecería —Soltó con desdén.

—Siempre has sido un mocoso insolente.

—Pero más honrado que tú.

El duque le dió una sonora bofetada, a lo que Stefano respondió con una carcajada aún más ruidosa.

»Eres patético.

—¿Dónde está Serena?

—¿Quién?

Otra bofetada, otra carcajada.

—No estoy de humor para tus jueguitos estúpidos.

—Es una pena.

Augusto tomó los brazos de la silla y la sacudió con fuerza a medida que hablaba.

—¿Dónde está Serena? ¡¿Contesta?!

—Podría estar en cualquier parte —Se encogió de hombros con tranquilidad.

—¡Basta! —Volvió a hacer el amago de golpearlo, pero una voz lo detuvo.

—Deja en paz a mi hijo, Torrealba.

Alberto Cortés estaba parado en la entrada, más detrás de él se acercaba un guardia.

—Lo siento, señor —Le dijo a uno de los que vigilaba a Stefano—. No he podido detenerlo.

—Disculpe, señor Cortés —Dijo este—, pero debe retirarse, esto es un...

—Una arbitrariedad, sí, lo sé. Solo necesito unos minutos para hablar a solas con el duque, ¿vienes?

—No veo porqué lo haría.

—Es algo que te compete.

El duque suspiró y no le quedó de otra que seguir a Alberto hacia el recibidor.

—¿Qué quieres? —Cuestionó con impaciencia.

—Quiero pares todo esto. Quiero que liberes a Stefano y lo dejes irse a donde sea que quiera con Serena.

—Eso no sucederá —El duque se iba a dar la vuelta, pero la voz de Alberto nuevamente lo detuvo.

—No he terminado.

—¿Qué quieres?

—Quiero que dejes a Serena y Stefano o voy a dar la orden a mis trabajadores de que dejen de producir y distribuir el café.

El duque lo miró sin creerlo. La producción del café era básicamente lo que mantenía económicamente a Nuevo Verano. No tenían reservas de petróleo, no tenían minas de oro o de diamantes, solo café.

—No lo harías.

—¿Qué te apuestas?

Augusto no quería ceder ante Alberto, pero de solo pensar en qué podría acabar aquello sabía que perdería. No podía llegar con el rey y decirle que Alberto decidió dejar de producir porque sí, pues obligatoriamente tendría que darle un motivo o buscar a alguien más que quisiera producirlo y ambas tareas le resultaban más que fastidiosas. Solo quería sentarse en su costos sillón a derrochar su creciente fortuna y acostarse con una mujer distinta cada noche, ¿acaso era mucho pedir?

Augusto sin dar respuesta se encaminó de vuelta a la celda, dándole a los guardias la orden de liberarlo y pagando una buena cantidad para pedir discreción sobre los acontecimientos sucedidos, para luego salir de allí.

—Esto no va a quedarse así —Amenazó a Alberto.

Más atrás salió Stefano, quien ya no estaba acompañado por guardias y abrazó a su padre en agradecimiento.

—Gracias, no me va alcanzar la vida para agradecerte.

—No tienes nada que agradecer, eres mi hijo, no me debes nada.

Ambos se miraron y sonrieron.

—Suficiente, ya vete, Serena ha de estar preocupada por ti.

Stefano asintió y salió corriendo en busca de su caballo para galopar hacia Autumnville, donde su amada Serena lo esperaba.

...

La primera vez que pisó la gran casa sintió algo de paz. Amaba salir de aventura con Stefano, tener un destino nuevo cada día y cero responsabilidades, pero extrañaba la sensación de tener algo seguro, un lugar al cuál llegar sin sentir miedo de que una tripulación de piratas furiosos te ataque o el miedo perenne de morir a manos de los corsarios.

Antonio se quedó con ella mientras esperaba a Stefano.

Serena se veía agotada y triste, casi no dormía y cada tanto se asomaba a la puerta como si esperara divisar a su amado en el horizonte.

—Tal vez hoy ya llegue, Serena, cálmate —Le dijo al verla buscando algo con la mirada mientras desayunaban en el jardín.

—Ha pasado mucho tiempo.

—Han pasado tres días, el viaje hasta aquí es largo, nosotros tardamos como un día y medio y eso que no nos detuvimos a dormir sino hasta que no nos quedó opción.

—¿Y si le pasó algo?

—Es Stefano Cortés, ¿qué podría pasarle?

—No lo sé, podría... —Sus palabras se vieron interrumpidas por el sonido de la puerta.

Antonio se iba a poner de pie para abrir, pero Serena se lo impidió.

—Yo voy.

Antonio siguió comiendo sin apuros mientras que Serena se dirigía a abrir la puerta.

—Residencia Cortés, ¿en qué puedo...? —Su pregunta quedó al aire al ver de quién se trataba.

Inmediatamente se lanzó a abrazarlo.

—Por lo visto me extrañaste mucho, Duquesita.

—No tienes idea —Dijo para besarlo.

Stefano entró en la casa y se sentó en un sillón mientras veía a Serena correr eufórica hacia el jardín para decirle a Antonio.

—¡Por fin, volviste! —Lo saludó.

—Así es —Le devolvió el saludo—. Muchas gracias por cuidar a mi amada, lamento que hayamos desestabilizado tu vida de esta manera.

—No te preocupes, en Nuevo Verano no es como que tenga nada interesante que hacer; no tengo esposa, ni hijos y mis padres murieron hace unos años, así que somos Jerry y yo contra el mundo —Mencionó refiriéndose a su cabello—. Bueno, creo que aquí nos despedimos, debo volver a casa.

—¿En serio debes irte? Eres lo más cercano que he tenido a un amigo.

—Awww, eres tan cursi —Se burló—. Pero sí, no tengo donde quedarme aquí.

—Esta casa tiene muchos cuartos, puedes quedarte hasta que encuentres algo y puedo mandar a traer tus cosas.

—¿Yo? ¿Vivir en esta casota hasta que pueda tener mi propia casota? ¡Pero claro que sí!

Stefano lo envolvió en un abrazo.

—Bien, así podremos decirle al bebé que eres quien salvó a su madre y a su padre.

Stefano se separó de Antonio y miró a Serena con curiosidad.

—¿A quién?

—B-Bueno, sé que dijiste que nada de hijos aún y que técnicamente acabamos de obtener la casa, pero igual y no estoy segura es solo que, ya sabes, malestar y náuseas, y hambre, y más náuseas y sueño y...

Stefano la silenció dándole un beso corto.

—Yo lo quiero todo contigo. Hoy, mañana, pasado. Todo, pero contigo.

Serena le sonrió con un par de lágrimas en sus ojos.

Así empezaba su nueva vida, no más conflictos familiares, no más batallas, no más incertidumbre. Solo amor y libertad, lo que siempre habían querido.

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