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XVI: Sin miedo a nada.

Stefano galopó a toda velocidad junto a Antonio para llegar a la comisaría de Nuevo Verano lo más pronto que pudiera llegar, que fue a las 5:00 de la mañana aproximadamente. Detuvo bruscamente el andar del animal y lo amarró velozmente para entrar en el recinto.

—Quiero ver a Serena —Dijo en cuanto entró.

—El horario de visitas aún no inicia —Respondió un guardia con cautela.

Desde que Stefano era un jóven, todos habían sabido que si no querían desatar su parte despiadada no debían lastimar a Serena de ninguna manera.

—No te pregunté, quiero verla.

El guardia intentó mantener la calma. Stefano pudo darse cuenta que se trataba de un principiante, por lo que lo miró fijamente y cuadró sus hombros de manera imponente, pareciendo más alto de lo que en realidad era.

El hombre tragó duro.

—Está en la celda de castigo, al final del pasillo.

—Ah, y de paso la metiste en la celda de castigo.

Stefano notó que el tipo estaba empezando a sudar.

—Y-Yo no he sido, señor, yo solo soy el encargado de hacer guardia.

Stefano caminó a su alrededor para intimidarlo aún más.

—Dime, ¿estás tu solo aquí?

—Mi compañero está en la parte de atrás —Contestó de inmediato.

Stefano sopesó sus oportunidades y finalmente asintió.

—De acuerdo, así va la cosa —Habló al fin—. Me vas a llevar con Serena y no dirás nada de esto a nadie ¿Sí?

El hombre asintió lentamente.

»Antonio, has guardia —Le ordenó Stefano.

—¿Que yo qué?

—Shhhh —Lo silenció.

El guardia lo condujo por el pasillo de las celdas hacia la celda de castigo.

—Aquí es —Indicó.

—¿Y qué estás esperando? Abre la puerta.

El jóven se sacó un manojo de llaves del bolsillo y con las manos temblorosas abrió la puerta de la celda.

—¿Serena? —Preguntó él al entrar.

La encontró tirada en el suelo, con su vestido rasgado y sucio, al igual que su cara.

»Serena —La movió un poco para despertarla.

La mujer se levantó con sobresalto, pero se alivió al hallarse en los brazos de Stefano.

—Stefan —Musitó con alivio—. Viniste.

—Nunca te dejaría, Duquesita.

Ella lo envolvió con sus brazos en un cálido abrazo para luego depositar un beso en la comisura de sus labios.

—Rápido, debemos salir de aquí —Ambos se pusieron de pie.

Serena trastabilleó un par de veces debido al calambre en sus piernas por la posición en la que se quedó dormida.

—¡Señor Stefan! ¡Viene alguien! —Anunció Antonio en un volumen moderado como para que Stefan lo oyera.

—Tenemos que irnos —Urgió Serena.

Stefano recorrió el vestíbulo buscando una salida alternativa. Su vista reparó en una ventana a medio abrir que aparentemente se hallaba atorada.

—Tienes que irte —Corrigió él—. Quítate el vestido.

Ella asintió y obedeció sin chistar; él se quitó su gabardina y se la puso para cubrirla.

»Llévala contigo, Antonio, a un lugar donde no los encuentren.

Antonio asintió saliendo con un poco de esfuerzo por la ventana, Serena por otro lado salió con un poco más de facilidad.

—¿Y tú? —Preguntó con la palma de su mano pegada al vidrio.

—Yo iré a buscarte luego.

—No me quiero ir sin ti —Sus ojos se cristalizaron.

—Mi amor, tienes que irte, ¿bien? Yo iré luego por ti.

—¿Pero a dónde?

—Antonio te llevará, no temas. Estaremos juntos, Serena, lo prometo. Pasa por la posada a recoger mis cosas y llévatela a este lugar —Le entregó las escrituras de la casa de Autumnville a Antonio.

Serena asintió mientras dejaba sus lágrimas correr y subió al caballo con Antonio para emprender galope.

Stefano volvió sobre sus pasos para volver al pasillo de la celda de castigo.

—Permíteme —Le quitó las llaves al guardia y sacó la de la celda, metiéndosela en el bolsillo—. Ni una palabra de esto a nadie.

Le entregó las llaves sobrantes y cerró la puerta de la celda.

»Tranquilo, estoy seguro que te ascenderán por haber atrapado al ladrón más buscado —Consoló de manera burlesca al intimidado guardia.

Terminó de amanecer en una radiante y calurosa mañana, todos los guardias se incorporaban a sus puestos de trabajo.

—¿Qué tal todo con la prisionera, Rosario? —Preguntó el comisario al entrar, pero su compañero no se hallaba por ninguna parte— ¿Rosario?

El guardia intrigado por la ausencia de su compañero, se dirigió a revisar él mismo a la prisionera. Caminó hacia la celda de castigo y la abrió, revelando la imagen de un Stefano Cortés que sonreía socarronamente.

—¿Qué tal todo? —Preguntó este.

—¿Qué demonios hace usted aquí? ¿Dónde está la prisionera Torrealba?

—En un lugar más adecuado para ella que este.

—Este es el lugar adecuado para los ladrones.

—Ella no es una ladrona —Dijo a la defensiva, pero manteniendo la calma.

—Y por lo visto tú sí, ya que estás aquí tan cómodo.

—Puede ser —Se puso de pie, lo que hizo que el guardia sacara su florete y se pusiera alerta—. Hey, tranquilo, no tengo ánimos para pelear.

—¿Dónde está Rosario?

—Seguramente en su casa, no le hice nada malo, soy un caballero.

—Tú tienes de caballero lo que yo tengo de noble.

—Exactamente, capitán —Aceptó sacando su florete de igual forma—. Nada.

Comenzó a arremeter contra él sin piedad alguna, cada estocada era rápida y certera, el capitán trataba de seguirle el paso, pero los movimientos de Stefano eran ágiles y precisos.

Con una maniobra, Stefano tiró el florete de su rival lejos, para salir corriendo del lugar.

—¡Guardias! ¡A él! —Ordenó el capitán yendo por su florete.

Stefano corrió esquivando guardias y obstáculos hasta que logró salir de la comandancia y subirse en su caballo para emprender galope hacia su nueva casa en Autumnville.


Estaba por anochecer y Serena y Antonio se hallaban empacando todo para irse a la nueva propiedad de Stefano, donde se encontrarían.

—Muchas gracias, Antonio —Agradeció Serena mientras subía al caballo.

—No hay de qué.

—Te compensaré por haberte metido en este lío.

—No hace falta, solo hice por ayudar.

—De igual forma, tendrás una recompensa.

Una vez que ambos estuvieron sobre el caballo comenzaron a galopar rumbo a Autumnville, donde los esperaría una nueva vida sin ajetreos... O eso se esperaba.

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