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XIV: Un problema menos, un problema más.

Stefano pasó la noche en un pequeño motel cerca de la casa Torrealba. Había tenido una mala noche, lo ponía ansioso tener que dejar a su amada de buenas a primeras, sin siquiera haber podido despedirse bien, sin un abrazo, sin un beso de despedida; pero ya no había vuelta atrás. Tenía que seguir con el plan al pie de la letra, y eso haría, sería capaz de lo que fuera con tal de asegurarse la vida con ella. Por eso se hallaba frente a las puertas de la imponente mansión Cortés, dispuesto a mentirle a su padre para obtener las escrituras de la casa de vacaciones en Autumnville.

Sus familias no lo entendían, pero realmente a ninguno lo importaba.

Tocó la puerta y esperó a que el mayordomo abriera la puerta.

—Jóven Cortés, es un gusto verlo —Saludó.

—Gracias, Darius, igualmente —Contestó Stefano—. ¿Dónde se encuentra mi padre?

—Está en su despacho, ha dicho que no quiere que lo interrumpan.

—No te preocupes, no le quitaré mucho tiempo —Replicó en dirección al lugar.

Una vez arriba, se dirigió hasta el despacho de su padre y entró sin tocar.

—Nunca vas a aprender a tocar, ¿cierto? —Cuestionó sin despegar la vista de los papeles.

—Vengo a hablar contigo de algo importante.

—Si no vienes a aceptar mi propuesta de anoche, mejor no gastes saliva.

—Para tu suerte padre, sí, eso es justo lo que vine a hacer.

Su padre lo miró con extrañeza y bufó, sin embargo sonrió después.

—Sabía que tu dichoso amor por esa mujer no podía ser duradero.

Permíteme ponerlo en duda.

—Bueno, estamos hablando de una suma importante de dinero y de una gran propiedad.

—Y un matrimonio con Liliana Vega —Aclaró el mayor.

—Nunca tuve nada con Liliana.

—Ella asegura que sí.

—Fueron un par de besos de los que eventualmente me arrepentí.

—De cualquier manera eso es parte del trato, no puedo darte las escrituras hasta que hayas cumplido con todo.

—Papá, por lo que más quieras, no estoy listo para casarme.

—Stefano, tienes veinticuatro años.

—Eso no significa nada.

El señor Cortés suspiró.

—No entiendo porqué le das tantas vueltas al asunto, solo acepta y ya.

—No —Comenzaba a perder la paciencia.

—¡¿Por qué?!

—¡Porque no y ya!

Se dió la vuelta a la defensiva, temiendo haber sido demasiado obvio.

El señor Cortés volvió a suspirar, esta vez más profundamente que la anterior.

—No la vas a dejar, ¿verdad?

Stefano se dió la vuelta rendido.

—No puedo —Confesó.

Su padre se quitó los lentes y se presionó el puente de la nariz.

—Justo cuando pensé que podías superar esa fijación absurda.

—No es una fijación, papá, la amo, ¿por qué no pueden entenderme?

—Si tanto la amas, ¿por qué aún no te has casado con ella?

—Porque mi amor por ella no se puede medir con un papel, no es algo que yo pueda simplemente firmar y ya.

El viejo se estrujó la cara y el cabello con las manos, no entendía porqué su hijo estaba empecinado en continuar con algo que, según él, no tenía ni pies ni cabeza.

—De verdad no entiendo porqué tanto escándalo por esto —Reprochó.

—Tal vez tú no lo entiendas —Comenzó el jóven—, pero todo esto radica en que puedo vivir perfectamente sin Serena, pero no quiero hacerlo. Había sentido deseo hacia algunas chicas, incluyendo a Liliana, he besado otras pocas y te puedo asegurar que no he sentido ni la sombra de lo que siento por Serena antes.

Pareció pensarlo un momento, puesto que se quedó mirando un punto fijo en la nada, y justo cuando Stefano estaba por irse, habló:

—¿Tanto la amas?

—Más que a nadie, más que a nada —Contestó seguro.

El señor Cortés batió los labios, pero terminó sacando un sobre de su cajón, del que a su vez, sacó un documento que luego firmó para dárselo a su hijo.

—Toma.

Stefano miró el sobre confundido.

—No voy a casarme con Liliana —Reiteró.

—No te lo estoy dando para eso.

—No entiendo —Dijo, pero igual lo tomó—. ¿Por qué me estás dando esto?

—Porque al igual que tú, yo sé lo que es tener que afrontar una vida para la que no estás listo... O que simplemente nunca pediste —Dijo con pesar—. Si tanto amas a esa muchacha, llévala contigo, yo ya no te presionaré para que hagas algo que evidentemente no deseas.

Por primera vez, en el pecho del jóven se removió algo, por primera vez estaba sintiendo un poco de gratitud e incluso había algún vestigio de afecto hacia su padre.

Se acercó a él y por primera vez en muchos años, lo abrazó.

—Gracias —Susurró.

—No hay de qué —Le dió una palmada en la espalda—. Vete antes de que los duques se enteren de esta farsa.

Él jóven asintió y agradeciéndole de nuevo, abandonó el despacho y seguidamente la gran casa.

Una vez afuera, suspiró y emprendió su viaje hacia las afueras de Nuevo Verano, esperando con ansias la hora de reunirse con su amada.

...

Serena por su parte, se hallaba en su habitación, recogiendo las pocas cosas con las que llegó para luego irse.

Ya llevaba puesta su ropa y llevaba todo lo necesario para aguantar un trecho algo largo.

Estaba dispuesta a abandonar la casa cuando un alboroto la detuvo.

Varios guardias irrumpieron en la casa, revisando a diestra y siniestra todos los rincones de la misma.

Serena se asomó a la escalera y se encontró con los guardias revisando los rincones de la sala.

—¿Es usted Serena Torrealba? —Preguntó uno de ellos.

—Sí, soy yo, ¿algún problema?

Inmediatamente todos comenzaron a apuntarle con sus armas.

—Manos arriba.

Ella obedeció al instante, pero con desconcierto, no entendía que estaba sucediendo.

—¿Qué está ocurriendo? —Preguntó, pero no obtuvo respuesta.

Caminó rápido hasta su cuarto, pero los guardias la seguían de cerca, por lo que no pudo zafarse.

Uno de los guardias la tomó de las muñecas y la esposó.

—Díganos dónde lo escondió —Exigió uno de ellos.

—¿Esconder qué?

—Por favor, señorita, coopere.

—Es que no entiendo.

—Revisen todo —Le ordenó uno a los demás.

Rápidamente se pusieron manos a la obra revisando cada esquina del cuarto de Serena.

—Lo tengo —Anunció uno de ellos abriendo el cajón de la mesita, del que sacó el collar que le había entregado Evolet la noche anterior.

El guardia le enseñó el collar.

—¿Me puede explicar qué es esto?

—Un collar —Contestó, lo que le ganó un jalón de cabello del guardia que la tenía sujeta.

Dejó escapar un quejido.

—No te hagas la graciosa con nosotros, niña, podrás ser la hija de los duques, pero eso solo aumentará mi satisfacción al meterte en una celda.

—No sé qué quiere que le diga, ese collar me lo dió mi prima ayer.

—Deja de mentir —Siguió tironeando el guardia de su cabello.

—Le estoy diciendo la verdad.

—¡No! Este collar se lo robaste al marqués, admítelo.

—¡No! Yo... ¡Evolet! —La llamó al verla pasar por el pasillo.

La jóven volvió sobre sus pasos para adentrarse en la habitación de su prima.

»Evolet, explícale a estos hombres que tú me diste este collar —Pidió con la respiración agitada por el miedo.

Los duques llegaron detrás de ella y entraron a la escena.

—¿Qué está pasando aquí? —Preguntó Margaret.

—Evolet, diles —Pidió de nuevo Serena.

Y ante la mirada suplicante de su prima, Evolet esbozó una sonrisa malévola.

—Serena, ¿cómo pudiste hacer eso?

Y en ese momento, Serena de nuevo se arrepintió de haber confiado en su prima.

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