VIII: Una concubina.
—¡Serena!
La mencionada y Stefano se despertaron de golpe ante el grito de la duquesa y al notar el resplandor repentino de la mañana cuando esta abrió sin aviso las cortinas de la habitación.
»¿Qué se supone que estás haciendo?
Serena tomó la sábana para cubrirse el busto.
—Hmmm... ¿Dormir?
La mujer tomó a Serena del brazo y tiró de ella para separarla de Stefano y llevarla de regreso a su recamara. Serena sencillamente hizo lo que siempre hacia si se trataba de su madre: dejarse llevar, porque no importa cuantas veces intentase defender su punto de vista, su madre nunca la escucharía. Al menos no la descubrió su padre, eso hubiera sido mucho peor.
—Vístete, hablaremos de esto abajo —Ordenó— Y a ti —Le habló a Stefano que las siguió—, te quiero lejos de mi hija.
—Es un poco tarde para eso, ¿no cree usted?
La duquesa le dió una bofetada que más que dolerle hizo que soltara una carcajada.
—Muchachito insolente —Dijo para bajar al comedor.
—Ya la oíste —Le comentó Serena a Stefano.
—No veo la hora de irnos de aquí.
—Ni yo —Le dió un gentil beso y cerró la puerta para vestirse.
—¿Segura de que no te puedo ayudar?—Preguntó él al otro lado de la puerta.
—Dudo mucho que ayudarme sea lo que planeas.
Serena empezó a vestirse al mismo tiempo que se preparaba mentalmente para lo que le diría su madre abajo. Seguramente le daría un discurso moral estúpido, de sus favoritos. Disparates.
Terminó de vestirse y fue a encontrarse con su madre.
—Buenos días, niña Serena, su madre la espera para desayunar en el jardín.
—Gracias, Linda.
Serena se dirigió al jardín y vió a su madre sentada en una mesa pequeña. Se acercó y tomó asiento en la silla frente a ella sin decir nada y se dispuso a comer.
—Se dice buenos días, Serena —Murmuró la duquesa.
—Tú no lo dijiste cuando me tomaste del brazo y me llevaste de vuelta a mi cuarto como una salvaje, ¿por qué tendría que decirlo yo?
La mujer resopló.
—¿Y cómo no quieres que te trate como a una salvaje si estabas durmiendo con ese hombre sin ser su esposa? Dudo mucho que ese hombre quiera casarse contigo.
—Es que así estamos bien, Margaret. El amor no se mide con un papel que diga que debo amarlo y respetarlo hasta que la muerte nos separe porque se supone que eso lo sabe todo el mundo incluso sin el papel de por medio.
—O sea que prefieres ser su concubina —Soltó su madre con indignación.
Serena suspiró exasperada.
—De hecho sí. Si algún día me pide que me case con él, aceptaré sin dudarlo, pero no voy a imponerselo porque no necesito que ponga su firma en ningún lado para saber que me ama. Si pasa si bien, y si no también.
—Pensé que todo este tiempo lejos te había servido para recapacitar, pero veo que sigues siendo una...
—A ver, Margaret —La interrumpió golpeando la mesa—. Tú estás casada, hay un precioso anillo de matrimonio adornando tu dedo, ¿y de qué te ha servido? Al fin y al cabo ambas sabemos que papá ya ha estado con más de la mitad de las mujeres de servicio. Yo soy una concubina, ¿y sabes qué? Soy la única.
La duquesa abrió la boca para hablar, pero Serena no le dió tiempo, pues se levantó decidida a entrar en la casa para buscar a Stefano.
—¡Eres una malcriada insolente! ¡Vuelve aquí! No he terminado de hablar contigo.
—¡Pero yo contigo sí! —Siguió su camino y su madre comenzó a seguirla.
—Al marqués no le gustará este tipo de comportamiento —Murmuró más para ella, sin embargo Serena pudo escucharla.
—¡No me importa el marqués! ¡Entiéndelo! Stefano y yo nos iremos de aquí más pronto de lo que imaginas —Dijo entrando al fin en su cuarto.
Se recostó de la puerta y se deslizó hasta acabar en el piso mientras tomaba respiraciones profundas.
Hubiera preferido mil veces terminar en casa de los padres de Stefano, que seguramente la odiaban más de lo que su madre a Stefano.
Anhelaba poder irse pronto y que los padres de Stefano no estuvieran al tanto de la situación con su familia —que estaba en boca de todos—, no necesitaban más familias vengativas persiguiéndolos.
Cerró sus ojos y ahí en el suelo, volvió a quedarse dormida.
...
En otro lado de la mansión, mientras Serena dormía, Stefano se encontraba en el jardín practicando con su florete.
Escuchó a alguien aclararse la garganta y volteó en su dirección. El duque, Augusto Torrealba estaba de pie en la entrada del jardín y le hizo una seña para que se acercara.
Stefano arrugó el ceño, confundido, pero caminó hacia él.
—¿Qué ocurre, señor? —Preguntó con cautela.
—Tengo un par de asuntos que hablar con usted, señor Cortés, sígame.
Ambos hombres caminaron a lo largo del pasillo hasta llegar al despacho del duque.
»Tome asiento.
Stefano lo miró con desconfianza y sujetó con fuerza la empuñadura del florete.
»Tranquilo, no quiero pelear, solo deseo llegar a un acuerdo de beneficio mutuo.
Stefano bajó el florete y lo puso sobre el escritorio, dejando claro que no dudaría en atacar de ser necesario. Caminó hasta la silla y se sentó.
—¿Qué pasa, señor? —Preguntó impaciente.
—Así va la cosa, soy un hombre con mucho dinero, ¿lo sabes?
Él asintió.
—Entonces sabes que vivo por hacer crecer esa fortuna y a veces tengo que sacrificar otras cosas para asegurar lo mismo.
—No estoy entiendo a qué se refiere.
El hombre tomó una llave que colgaba de su cuello y la introdujo en la cerradura de una de las gavetas del escritorio, del que sacó una bolsita de tela llena de monedas.
—Aquí tengo cuatro mil primaveras, las suficientes como para que consigas tu propio buque y puedas seguir con tus aventuras.
Stefano volvió a mirarlo confundido, ¿el duque ayudándole?
—¿Cuál es el precio?
Augusto sonrió complacido.
—Que bueno que nos entendemos —Jugó con el saquito en su mano y habló—. Te daré este dinero, pero inmediatamente quiero que te vayas de Nuevo Verano y dejes a Serena en paz para que pueda casarse con el marqués.
Stefano sonrió con ironía y pasó su mano por su rostro.
—Eso no va a suceder, es todo lo que tengo para decir —Se levantó con intenciones de salir, pero la voz del duque lo detuvo.
—Piénsalo, Stefan. Tú no eres un hombre de hogar y Serena no es una mujer de mundo, ella solo se adaptó a lo que tú querías.
—No —Protestó.
—Sí. Tú jamás vas a poder darle todo lo que ella necesita, Eric sí. Podrá darle una casa, una familia, una posición. ¿Tú qué le darás? ¿Un buque y pescado? —Se rió.
El rostro de Stefano se descompuso. Lo había agarrado de su punto débil. Él no podría darle a Serena aquellos lujos con los que ella vivió. No podía pagarle una doncella, no podía comprarle una gran casa y no podía darle una gran posición social, todo lo que tenían sus padres era una gran cafetalera, pero era evidente que él no heredaría nada de aquello.
—Amor y libertad, eso puedo darle —Soltó con convicción.
—¿Y eso de qué va a servirle? Tú no estarías dispuesto a renunciar a tus aventuras por ella ¿o sí?
—Por Serena yo daría mi vida, espero que eso sea suficiente respuesta —Se levantó del asiento y tomó el florete para caminar hacia la puerta, pero regresó sobre sus pasos—. Y nada más para que sepa, Serena no se adaptó a mí, ella simplemente dió rienda suelta a su verdadero ser y me encanta, la amo y preferiría mil veces morirme ahogado que estar sin ella, así que agarre su dinero y busque a alguien más hambriento de dinero a quien chantajear porque conmigo no funciona. Que tenga linda tarde.
El duque volvió a reírse con ganas mientras seguía jugando con el saquito.
—Ay, Stefano, siempre tomando malas decisiones.
—Supongo que hay cosas que nunca cambiarán —Contestó saliendo del despacho.
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