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VI: el ladrón y la casquivana

Eran aproximadamente las seis de la mañana. Stefano sentía euforia al ver el puerto de Nuevo Verano casa vez más cerca.

Estaba casi igual que como lo recordaba, con la única diferencia de que ahora había más negocios que antes. Sentía que el alma le volvía al cuerpo cuando puso el primer pie fuera del barco al desembarcar, no porque estuviera en ese lugar, sino porque cada paso que daba en él, lo acercaba más a Serena.

—Piratas, prepárense, que comience el saqueo.

—¿Tan temprano? —Cuestionó Stefano.

—Al que madruga, Dios lo ayuda. Tú ve por Serena, nosotros estaremos algo ocupados.

Stefano emprendió su camino hacia la gran mansión Torrealba. Podía sentir los ojos de todos en él. No era para menos, el chico problemático de Nuevo Verano, Stefano Cortés, había vuelto a casa.

Caminaba tan altivo como siempre, como si fuera dueño del mundo, emanaba una seguridad casi desagradable, con la misma determinación reflejada en su oscura mirada.

Cuando llegó a la mansión, trepó el muro y tocó la puerta en espera de que alguien abriera.

—Muy buenas, tardes, señor, la duque...

—Con permiso —La hizo delicadamente a un lado y entró en la mansión— ¡Serena! —Gritó.

—Señor, me temo que...

—¡Serena, vámonos! —Gritó mientras subía las escaleras.

—La niña Serena no está.

—¿Dónde está?

—Ella... Salió de paseo con el jóven Eric y los duques.

—¿Con quién?

—Señor, tengo que pedirle que se vaya por favor.

—Claro, disculpe. No quise causarle molestias.

Hizo una reverencia y se fue. No se había rendido, buscaría a Serena hasta en el último rincón de Nuevo Verano y la llevaría consigo de nuevo.

Caminó por todos los rincones que cualquier persona de la alta sociedad visitaría, sin resultado alguno, pero no sé rendiría, aunque eso significara perder la oportunidad de escapar de aquel lugar que solo le traía malos recuerdos.

Regresaba al puerto para informarle a John que se quedaría en Nuevo Verano cuando lo vió. Era el carruaje de los duques; seguro estaban ahí con Serena. Aceleró su paso hasta terminar corriendo detrás del vehículo.

—¡Serena! —Gritó sin respuesta— ¡Serena! ¿estás ahí?

Serena se hallaba sentada en el interior del carruaje, escuchando aburrida la conversación que tenía Eric con sus padres, pero sin darle demasiada importancia.

—¡Serena!

Se enderezó en su asiento al oír aquello.

—¿Qué pasa, querida? —Le preguntó Eric.

—¿Escucharon eso?

—¿El qué?

Le hizo una seña para que hiciera silencio y escuchara.

—¡Serena, sal!

—¡Es Stefano! —Se levantó de su asiento y se asomó a la ventana— Aquí estoy, mi amor.

Stefano corrió con más fuerza y logró subirse a las escaleritas de la carroza.

—¿Me extrañaste?

—Sabía que vendrías.

—Serena, ya siéntate —El duque la tomó del brazo y sacudió a Stefano que salió rodando al suelo.

Serena le dió un manotón y sin pensarlo dos veces abrió la puerta del carruaje y saltó lo más rápido que le permitió su vestido, porque sí, la obligaron a ponerse uno.

—¡Stefan! —Lo llamó.

Él como pudo se levantó y corrió hacia ella. La tomó en sus brazos y dejó un beso en su frente.

—Nos están esperando, tenemos que irnos —Dijo él al ver el grupo de guardias que se acercaban detrás de ellos.

Corrieron tan rápido como pudieron, rebasando al carruaje de los duques que pedían frenéticamente al chófer que acelerara, mientras llamaban a Serena.

—¿Quiénes son ellos? —Preguntó al ver el montón de piratas saqueando el puerto.

—Te lo explico luego solo ve más rápido.

—Voy lo más rápido que puedo —Tratando de ir más rápido trastabilleó con uno de sus zapatos y cayó al suelo— ¡Stefan!

Él volteó para devolverse y ayudarla a levantarse, pero los guardias fueron más rápido. Los guardias pensaron que ellos dos eran parte de todo aquel revuelo, y en teoría sí lo eran.

Stefano sacó su florete y comenzó a luchar con los guardias, mientras Serena hacía su máximo esfuerzo por liberarse, pero aquel vestido no le daba mucha libertad de movimiento.

—¡Stefan, sube rápido al barco! —Gritó John.

Él miró hacia John que se encontraba ajustando todo para irse y luego hacia a Serena que intentaba zafarse de la cantidad de guardias que la rodeaban y a su vez él peleaba contra tres para tratar de acercarse a esa zona.

—¡Vayanse ustedes! ¡Yo no me puedo ir sin ella!

John asintió haciendo un gesto de despedida y desembarcó al tiempo que Stefano guardaba el florete y alzaba las manos, rindiéndose ante los guardias, que junto con Serena lo llevaron al calabozo.

...

La duquesa caminaba por los pasillos de la comisaría buscando a su hija, iba acompañada de su sobrina Evolet, que obviamente no quería perder la oportunidad de humillar a su prima en cualquier sentido y muy en el fondo... De ver a Stefano.

Dentro de una de las celdas estaba Serena de pie frente a los barrotes y en la celda siguiente estaba Stefano sentado en el piso, observándola.

—Tenía mucho tiempo sin verte con uno de esos —Dijo refiriéndose al vestido.

—Lo sé. Me veo ridícula, ¿verdad? —Preguntó haciendo varias poses.

—Te ves hermosa con cualquier cosa —Halagó.

—Señorita —Le habló un guardia—, vinieron por usted.

Serena se dió la vuelta para ver entrar a su madre por el pasillo.

—Siempre cometo el error de creer que ya no puedes manchar más el apellido Torrealba, pero siempre te superas y encuentras otra manera de hacerlo —Reprendió.

—Y sin embargo siempre vienes a buscarme.

La vió arrugar un poco el ceño, la había hecho enojar, pero no lo demostraría por nada del mundo. La duquesa sacó de su bolsito un par de billetes.

—La fianza —El oficial aceptó los billetes y abrió la celda de Serena.

Ella dió unos pasos para salir, pero se detuvo a mitad de camino.

—¿Pagaste también la de Stefano?

—Pero por supuesto que no.

Serena retrocedió los pasos que había dado y volvió a cerrar la celda.

—Entonces no me iré.

—Serena, él también tiene familia, cuando se enteren de que está aquí, ellos pagarán su fianza.

—Entonces esperaré —Se cruzó de brazos.

La duquesa entornó los ojos y buscó más dinero en su bolsito y se lo entregó al oficial.

—La de Stefano Cortés —Le dijo y este asintió para abrir la celda de ambos individuos—. Eres tan caprichosa.

—Tú me hiciste así.

Serena se abalanzó sobre Stefano en cuanto salió de su celda para abrazarlo.

—Lo siento, todo fue mi culpa —Se disculpó.

—No fue tu culpa, la situación se escapó de nuestras manos.

—Ya déjense de estupideces y caminen.

Los tres caminaron hasta el final del pasillo donde vieron a Evolet y al señor Augusto esperándolos.

—Así que te has traído al ladrón y a la casquivana.

—También me alegro de verlo, señor Torrealba —Le respondió el aludido con su habitual cinismo.

Salieron de la comisaría y fueron en el carruaje hacia la mansión Torrealba.

—Stefano puede dormir en la habitación de huéspedes al lado de la de Evolet por hoy —Dijo la duquesa.

—Stefano va a dormir conmigo, gracias.

—Hay que ser sinvergüenza —Susurró Evolet.

—Tendrán que dormir en el establo entonces —Se burló el duque.

—Esta bien para mí —Respondió su hija con una sonrisa mientras sujetaba la mano de Stefano.

Esa sería una larga noche.

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