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Prólogo

Stefano se hallaba en la cubierta de su barco, observando el horizonte, a la espera de que el vigía gritara «tierra a la vista».

—¿Está usted melancólico el día de hoy, capitán? —Le preguntó Serena.

Serena era su mano derecha y, según él, el amor de su vida. No era muy aceptada en la tripulación puesto que nadie consentía su relación con el capitán, a pesar de que estaban juntos desde antes de que dicha tripulación se formara. El amor te vuelve vulnerable y débil, decían todos; que bueno que no les pedí permiso, era lo que Stefano siempre respondía.

Stefano negó con la cabeza en respuesta a la pregunta de Serena.

—Simplemente no dormí bien anoche.

—¡Capitán! —Exclamó el vigía abandonando su puesto— He visto otro barco —Le pasó el catalejo.

Stefano miró por la lente y efectivamente se podía ver un barco a lo lejos.

—Tardaremos días en toparnos con ellos si es que ninguno cambia de rumbo.

—De todos modos deberíamos prepararnos para cualquier cosa.

Stefano lo meditó unos minutos y volteó a ver a Serena buscando su aprobación, ella asintió.

—Tengan todo preparado.

—Magnífico. Primero debemos tener un nombre.

—¿Un nombre para qué?

—Para la tripulación, podríamos ser Los Piratas del Caribe.

—Ese nombre no tiene sentido —Dijo Serena.

—¿Por qué, Duquesita? —Preguntó haciendo burla del apodo que le tenía Stefano.

—Porque ni siquiera estamos en el mar Caribe y porque solo atacamos barcos que consideramos enemigos.

—Vaya, Serena, eres muy inteligente —Hizo una reverencia sarcástica y metió su mano discretamente en su bolsillo para sacar un puñal e intentar encajarselo a Serena, pero Stefano lo interceptó con su espada.

—Intenta tocarla otra vez y te cortaré las manos —Advirtió—. Es una promesa.

—Vamos, Stefan, es solo una mujer —Espetó Edgar tironeando a Serena del cabello.

Stefano se volteó al oír el quejido de Serena, con fuerza apoyó la mano de Edgar en la mesa y con el mismo puñal con el que este le apuntó segundo atrás se la cortó.

—Cúralo —Le ordenó a Elena—. Vas a necesitar esto —Sacó un garfio del bolso que siempre llevaba—. ¿Alguien más va a querer uno? ¿O prefieren una para de palo?

Los tripulantes se quedaron mirando a Stefano con cautela, todos sabían que cuando se molestaba era mejor no hablar y mucho menos cuando se veía así de imperturbable.

»Al próximo que intente algo contra ella lo haré caminar por el tablón, ¿entendido?

—Sí, capitán —Respondieron al unísono.

Serena sonrió con suficiencia porque, aunque podía defenderse sola, le gustaba cuando Stefano lo hacía.

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