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IV: Nuevo Verano.

Serena llevaba aproximadamente tres horas sentada en el carajo con uno de los hombres de Blake vigilándola. No quería ponerse de pie y encontrarse con la no grata imagen del puerto de Nuevo Verano, de donde se había escapado seis años atrás.

—Eh, niña, levántate —Le dijo el hombre.

—No —Respondió tratando de ocultar su temor.

Su corazón latió rápido al sentir cómo el barco dejaba de moverse.

—Tenemos que bajarnos.

—Yo de aquí no me bajo.

Se escuchó un resoplido por parte del pirata, que suspiró y alzó a Serena sobre sus hombros para bajarla de aquel lugar.

—¡Hey! Bájame —Serena se movió bruscamente, ocasionando que ambos rodaran por lo que quedaba de la red hasta el suelo del barco.

—Ya me harté —El pirata tronó sus nudillos con el fin de ir hasta Serena, pero Blake lo detuvo.

—Calma, fiera, déjamelo a mí —Amarró una soga a las muñecas de Serena y la apretó.

Comenzó a caminar con ella hacia el puerto.

Le hubiera gustado pasar desapercibida, pero la verdad era que todas las miradas estaban sobre ella; todos en el puerto la miraban y cuchicheaban a medida que ella daba un paso, y era obvio, nadie creería que la hija de los duques de Nuevo Verano, la que se fue de ese lugar con tan solo 18 años volvería seis años después y en ese estado.

Serena suspiró al ver de nuevo la gran mansión Torrealba. Tan altiva como siempre, con sus dos pisos y sus dos grandes fuentes en el jardín y la inmensa reja con el escudo familiar que la protegía.

Las rejas se abrieron y Blake hizo el amago de caminar, pero Serena se resistió al punto de sentir como la soga le quemaba las muñecas. Blake la empujó con fuerza hasta hacerla caer hacia adelante.

—Vamos, Serena, ya estamos aquí, de nada sirve que te resistas.

Esta vez dejó escapar un par de lágrimas, pero las secó antes de que Blake pudiera percatarse. No le iba a dar el gusto de verla vulnerable.

Blake tocó el timbre de la imponente mansión y esperó pacientemente a que se le abriera.

—Residencia Torrealba, ¿puedo ofrecerle algo? —Preguntó la mujer de servicio.

Miró a Blake y luego sus ojos se posaron en Serena con sorpresa mezclada con algo de... ¿Lástima? Sí, eso era lo que se veía en la mirada de aquella mujer de edad avanzada que tantas veces se había quedado con ella hasta que se durmiera, que había cepillado su cabello y la había ayudado a vestirse e hizo un poco más llevadera su solitaria adolescencia en aquella casa.

»Los señores están en el jardín —Dijo con la voz temblorosa.

Blake entró en la casa y fue hacia donde se le indicó.

Serena veía la casa como si estuviera perdida, pero la verdad sabía perfectamente donde estaba parada, recordaba con más nitidez de la que le gustaría el piso de mármol, el techo que parecía infinito de lo alto que estaba y todas las cosas exageradamente pomposas de las que sus padres la habían rodeado siempre. Pero algo había cambiado; en la esquina del final del pasillo, al lado del retrato de sus padres, ya no estaba el retrato de ella y el retrato familiar donde aparecía ella con sus padres y su prima Evolet, había sido reemplazado por uno donde solo estaba Evolet.

Terminaron de salir y Blake se acercó a los duques que estaban de espaldas a la puerta, sentados en una mesita.

—Excelencia, hoy les traigo una buena noticia, después de seis años de ardua búsqueda, he logrado mi cometido.

La duquesa se levantó como si no lo pudiera creer, su hija estaba ahí frente a ella; pero Serena no podía hacer más que mirarla con desprecio mientras veía como su padre le entregaba dos bolsitas llenas de monedas al corsario.

—Muchas gracias, Blake, sabíamos que después de todo, tus métodos serían eficaces.

—Siempre es bueno hacer tratos con usted, su excelencia, no vemos luego —Le entregó la soga al duque—. Tenga cuidado, si la suelta podría escaparse. Fue un placer conocerte, Serena, espero nos veamos pronto —Dijo acariciando su mejilla.

Serena se apartó de inmediato.

—Púdrete, miserable.

Blake solo soltó una sonora carcajada y siguió su camino hacia la salida.

Serena miró a sus padres con recelo antes de que el duque le sonriera para decir:

—Bienvenida a casa, pequeña.




—¿Cuándo llegaremos? —Preguntó Stefano por quinta vez en la tarde.

—Stefan, ya hoy no vamos a llegar, así que ya cálmate, lo más probable es que lleguemos mañana por la noche o en su defecto, el día después —Informó John.

—La ruta que tomaste es demasiado larga —Se quejó.

—La otra ruta es la que toman los piratas y cazarrecompensas para llegar más rápido y donde hay un pirata, hay un Blake Fitzgerald para detenerlo y de esa manera nunca encontraremos a Serena, ¿eso es lo que quieres?

Stefano suspiró y negó.

—Disculpa, estoy muy asustado en este momento, no sé donde esté, con quién ni para qué la buscaron.

—Stefan, es una mujer, si la ejecutan...

—Si la ejecutan yo me voy detrás de ella.

—Eso es un poco tonto.

Solían decirle eso a menudo, pero amaba a Serena como a nadie, estaría dispuesto a meter sus manos en el fuego por ella, en el sentido literal de la frase y de muchas cosas más solo por asegurarse de que ella estaría bien.

—Verás, John —Comenzó—. Cuando era un chiquillo inmaduro, este era mi sueño —Señaló el océano—, navegar en busca de nuevas aventuras y tener un destino nuevo en el qué despertar todos los días, sin compromisos, sin ataduras. Hasta que conocí a Serena, esa chica que trataba de ser una copia de su prima para enorgullecer a sus padres, pero que estaba tan llena de valor y bondad que me fue inevitable enamorarme de ella.

»Desde ese momento la quise conmigo en esto y no me importaba por encima de quien tendría que pasar para cumplirlo o a qué tendría que enfrentarme. Ella y yo estamos juntos en esto, es algo que compartimos casi desde entonces y es algo que disfruto hacer con ella, sin ella, todo esto pierde el sentido para mí.

John se quedó en silencio, él jamás había sentido algo así, quería a An, por supuesto, pero sabía que si algo le pasaba podría continuar con su vida tal y como si ella estuviera.

Stefano suspiró y frotó sus manos para conseguir algo de calor.

—Comienza a hacer frío, entra y descansa —Le dijo John—. Yo hago la guardia.

Él asintió en agradecimiento, había pasado unas noches realmente angustiantes.

»Stefan —Lo llamó antes de que entrara—. Trataré de que lleguemos los más pronto posible.

—No tienes idea de lo que eso significa para mí.

Entró al camarote y se recostó en la cama, durmiendose al instante.

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