Epílogo.
Cuatro años después...
—Mami, déjame ir al puerto con papá —Preguntó la pequeña Siara por quinta vez en el día.
—Ya dije que no, Siara.
—¿Por qué no? El tío Antonio va para allá y puede llevarme.
—El tío Antonio ya tiene un niño pequeño del cual estar pendiente.
—Pero mamá...
—Dices un pero más y te vas a tu habitación —Respondió Serena sin despegar la vista del libro que leía.
Siara siempre había sido muy perseverante desde que era un bebé.
Su única diversión era ir al puerto con su padre y navegar, en Autumnville había muchos chicos de su edad, pero para su mala suerte no se le daba bien hacer amigos, y no precisamente porque no fuera amigable. La pequeña Siara siempre hacía un esfuerzo máximo por ser agradable para todos, pero no lograba hacer amigos por alguna razón que desconocía.
—Estoy aburrida —Se volvió a quejar.
—Eva viene dentro de un rato, podrás jugar con Oliver.
Oliver era el pequeño de dos años de Antonio.
La pequeña resopló y se sentó en el suelo, a los pies del escritorio donde escribía su madre.
—Mami... —Tanteó.
—¿Sí, pequeña? —Respondió sin apartar la vista de lo que hacía.
—¿Me cuentas un cuento?
—¿A esta hora? —Se extrañó.
Su hija solía pedir los cuentos a la hora de dormir.
La niña asintió y ella la subió a su regazo.
—¿Qué cuento quieres que te cuente?
Siara se quedó en silencio y pareció pensarlo unos momentos.
—Quiero que me cuentes cómo se enamoraron tú y papá —Habló con entusiasmo.
—Bueno, eso es una larga historia que...
—Que tenemos toda una vida para contarle —Serena se volteó al escuchar esa voz detrás de sí.
—Stefan, pensé que aún estarías en el puerto.
—Quise llegar temprano hoy —Dió pasos hacia ella y se agachó para dejar un beso en la frente de su mujer—. ¿Cómo está mi pequeña? —Preguntó alzándola en sus brazos.
La pequeña Siara rió.
—Le pregunté a mami cómo se enamoraron.
—¿Ah, sí? ¿y ya te respondió?
La niña negó.
»Bueno, deja que te contemos juntos.
Stefano tomó asiento al lado de Serena y juntos comenzaron a contarle la apasionante historia a la pequeña que no dejaba de hacer preguntas y mostrar entusiasmo hasta que se quedó dormida.
—Hay que llevarla al cuarto.
Stefano asintió cargándola y seguido por Serena llevó a la pequeña al cuarto. La dejaron en la cama y la arroparon con la sábana, dándole un beso en la frente cada uno.
Salieron en silencio del cuarto y cerraron cuidadosamente la puerta.
—Es una lástima que se haya quedado dormida antes de que llegara Eva —Musitó Serena.
—Así es, pero eso significa que tenemos más tiempo para nosotros —la miró con picardía.
—¿Qué quieres hacer? —Respondió ella de la misma forma.
—Hmmm... Te reto a un duelo, si ganas te beso, si gano me besas, ¿va?
—Me parece bien.
Ambos salieron corriendo hacia el jardín trasero de la casa.
No se podían sentir más felices que en ese momento, nada nunca sería igual a partir de ahí. Ambos tenían lo que habían soñado. Sin ataduras y sin miedos de por medio; porque amar no es estar atado, es querer compartir tu libertad con otra persona. Y eso sería lo que harían.
Fin.
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