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Capítulo 5


CAPÍTULO 5

Esa misma noche, Caroline y Michael cenaban en casa de los padres de este, se trataba de una lujosa mansión en el lado contrario de la de la muchacha, esta se hallaba junto al mar, y era mucho más grande que la de ella.

La velada estaba sucediendo tranquila y sosegada, la señora Jones siempre había sido de lo más agradable con ella, y aquella noche le hablaba sobre las virtudes de llevar el puesto de presidencia de una revista de tan alta categoría como era la suya. Mientras el señor Jones hablaba de política con su hijo.

En la mansión Hasting, Bárbara discutía acaloradamente con su madre...

- ¿por qué tengo que organizarlo yo? Caroline se ha llevado la mayor parte de la semana organizándolo ella. ¿cómo crees que se sentirá? – le espetaba la muchacha alterada, mientras su madre la miraba por encima del hombro y con total tranquilidad.

- Tu hermana estará ocupada con los preparativos de su boda – Decía la mujer con aquella melosa voz, que ponía a todo al que la oía impaciente.

- La boda no será hasta el año que viene. ¿Por qué no paras de controlarle la vida un poquito? ¿Le has preguntado alguna vez qué es lo que ella quiere? Porque puede que ella no quiera casarse con Michael.

- Tonterías, ¿por qué no iba a querer hacerlo? Terminarás los preparativos de la fiesta de selección y no hay más que hablar – Concluyó la mujer, abandonando el salón, sin que su hija pudiese hacer nada por detenerla.

- ¿Qué ocurre? ¿A qué venían esos gritos? – Preguntaba su esposo preocupado, haciendo que esta le mirase sobrecogida.

- Mi madre... Acabo de llegar y ya me está sacando de quicio, estoy harta de que siempre intente mangonear la vida de todo el que está a su alrededor. – Se quejaba la muchacha mientras caminaba hacia su habitación, sintiendo como su esposo le seguía preocupado.

- Amor, ya sabes como es. Tan sólo intenta sobrellevarla, hazlo al menos por tu padre.

- Es precisamente por él, por quién aun estoy aquí.

A la mañana siguiente, todo era caótico en la mansión, los mayordomos se movían de un lugar para otro preparando el nuevo evento que tendría lugar aquella noche, los sirvientes caminaban de aquí para allá moviendo mesas y obras de arte, mientras Bárbara mantenía la cabeza clara y tachaba todas las cosas de la lista que ya se habían hecho. Llevaba un traje pantalón de color canela y daba grandes zancadas por la sala de celebraciones, admirando las obras de arte que su padre quería en aquel evento y las que no.

- Yasmina – llamó la muchacha hacia una de las sirvientas que acababa de dejar un cuadro sobre uno de los estantes de la sala – Vuelve a llevarte ese cuadro, y trae el del caballo rebelde.

Volvió la mirada hacia el otro lado de la habitación admirando como la muchacha se iba, y se tocaba la nuca sofocada, aquel trabajo era más duro de lo que recordaba.

- ¿Cómo vas amor? – Preguntaba su esposo, mientras se acercaba a ella y masajeaba sus hombros para reconfortarla.

- Ahora, mucho mejor.

A las afueras de la mansión, un apuesto hombre con el pelo castaño y alborotado admiraba la casa, mientras los mayordomos preparaban el jardín para los coches de los futuros asistentes. Joseph se dirigió hacia ellos con aire decidido...

- Disculpe, ¿Quién es la persona que está al cargo? – Preguntaba el muchacho, admirando como el hombre guardaba las sillas de montar en inmenso armario exterior.

- La señorita Hasting no está – Respondía el hombre, admirando como uno de sus compañeros se llevaba al caballo a la cuadra. – Pero su hermana estará al cargo hoy.

- Estupendo. Puede decirle que quiero hablar con ella – Dijo mientras se acicalaba el cabello para estar presentable.

- Lo siento, pero sin una cita previa no puede recibirle. – Se disculpaba el hombre, dirigiéndose hacia la puerta de la casa, con un contradicho muchacho persiguiéndole.

- Pero... - Comenzó el muchacho preocupado de no poder conseguir su sueño.

- ¡Paulo! – Gritaba una muchacha saliendo al exterior, y encontrándose de lleno con el mayordomo. – Ah, estás aquí. Vuelve a sacar a los caballos, papá quiere que la fiesta esté ambientada en la época de los años veinte.

Ante aquella nueva revelación, el mayordomo la miró molesto y volvió al exterior para indicarle al resto de sus compañeros las nuevas instrucciones.

- Disculpe...- comenzó Joseph, haciendo que la muchacha lo mirara con desgana.

- Y... ¿Quién eres tú? – Preguntó sin ningún interés de conocer la respuesta. - ¿Eres el periodista? – continuó mientras arqueaba una ceja.

- ¿El periodista? – Preguntó sin comprender, pero entonces una idea vino a su cabeza, si se hacía pasar por periodista podría entrar en la fiesta, y bueno, ya después se encargaría de convencer al señor Hasting para que le diese una oportunidad, ahora lo importante era entrar en la fiesta, y aquella muchacha parecía estar poniéndoselo en bandeja. – Por supuesto, pero... he tenido un problema con mi documentación – Aseguró con total normalidad, admirando como la muchacha miraba hacia él con desgana – Los del aeropuerto han perdido mi maleta con mi acreditación y...

- No se preocupe, esta es su acreditación. – Dijo metiendo la mano en su bolsillo y sacando una pequeña reseña de colgante donde se apreciaba claramente las letras "Periodista informativo de Arte – Acreditación" – Y por favor... venga vestido de gala – añadió, negando con la cabeza, al ver el viejo vaquero y la gastada blusa que el joven llevaba.

- Por supuesto – Dijo agarrando la acreditación y sonriendo triunfante, admirando como la joven apuntaba algo en su cuaderno.

Joseph se dio la vuelta y caminó cabizbajo, leyendo la acreditación, tropezando entonces con un muchacho bien vestido y arreglado. Se disculpó, mientras se ponía bien la camisa y guardaba la acreditación en su bolsillo y prosiguió su camino.

- Disculpe – comenzó el joven que acababa de llegar hasta Bárbara, haciendo que esta le mirase con cara de pocos amigos. – Soy el periodista, he venido a recoger la acreditación. – Concluyó, haciendo que esta le mirase contrariada, pues sentía que quizás había cometido un error, si este era el periodista, ¿quién era el otro?

- Lo siento, pero sólo se permite un periodista en esta reunión – Aclaró tranquila, pues ella no iba a amargarse por aquel problema, si le había dado la acreditación a otro periodista, pues ya estaba hecho.

- Pero yo... - comenzó el hombre sin comprender a lo que se refería la preciosa señorita. Pero ella no tenía ganas ni tiempo de quedarse a hablar y discutir con aquel hombrecillo, así que volvió a entrar en la casa, sin darle tiempo a seguir quejándose.


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