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Capítulo 4


CAPÍTULO 4

Aquella hermosa mañana, Caroline y Michael tomaban café juntos en un respetado y famoso restaurante de la ciudad, admirando como nuevos extranjeros llegaban a la ciudad. Sonrió, mientras daba un sorbo a su taza de café y miró hacia su prometido, admirando lo tremendamente apuesto que este se había puesto para ella.

- Iremos a la casa de mis padres esta noche, para la cena– comentaba el joven, admirando como su hermosa acompañante posaba la taza sobre la mesa y se limpiaba los labios tímidamente con la servilleta. – Caroline – la llamó, haciendo que esta levantase la mirada hacia él nuevamente – Estás preciosa.

Michael se sentía realmente agradecido de poder tener el inmenso honor de casarse con una mujer tan hermosa e inteligente como ella. La verdad era que él había estado enamorado de ella desde el instituto, pero ella nunca se había percatado de esto, aunque ya sabían que acabarían juntos, pues sus padres eran muy amigos y así lo habían decidido. Pero aún así, él siempre había esperado que ella se casase con él por amor, y no sólo porque tenía que hacerlo.

No muy lejos de ellos, en la acera de enfrente, un muchacho desayunaba alegremente en una pequeña cafetería, mientras leía el periódico con impaciencia, pues habían incrementado la seguridad en la casa del señor Hasting para evitar que se colasen pintores sin acreditación. Sacudió la cabeza, malhumorado, y lanzó el periódico sobre la mesa, mirando hacia el otro lado de la calle. En aquel momento su enfado se fue, pues acababa de vislumbrar a la criatura más preciosa que jamás hubiese visto. La muchacha reía distraída hacia el joven que le acompañaba, tenía el pelo rubio y ondulado, llevaba un hermoso vestido azul de flores, sus ojos eran de un azul intenso, y su sonrisa era perfecta, el joven había quedado anonado por aquella risa.

- ¿quiere un poco más de café? – Preguntaba la camarera con la cafetera en la mano, haciendo que este saliese de su imnotismo.

- Si, por favor – respondió mientras la muchacha le echaba el café en su taza, sonrió agradecido, para volver después su mirada hacia ella, pero ella ya no estaba, había desaparecido.

Caroline ponía la rebeca sobre sus hombros, mientras caminaba por la calle junto a su prometido. Al llegar al coche este la ayudó a introducirse en él y luego se introdujo el también por la parte del piloto, arrancando el coche después.

Candice paseaba con su esposo por un hermoso parque junto al puerto, admirando a unos pequeños niños correteando por el lugar. Ella llevaba una camiseta de mangas cortas de color azul marino y unos pantalones blancos de vestir, en sus pies unos tacones bajos de color blanco y sobre su hombro colgaba un caro bolso de Dolce&Gabana. Tenía su cabello suelto y ondulado, haciendo que los rayos de sol penetraran en él y se viese mucho más dorado que de costumbre. En sus orejas llevaba unos pendientes de aros y sonreía en aquel momento mientras miraba con ternura hacia aquellos niños.

Myung Wol llevaba una camisa blanca de lino corta, y un pantalón azul apagado, sus ojos de un marrón oscuro miraban con detenimiento hacia su esposa, mientras le dedicaba una sincera sonrisa. Bajo su nariz y su barbilla, una recortada barba de pocos días se apreciaba.

El hombre se acercó al oído de su esposa con sigilo mientras le susurraba algo...

- ¿quieres uno? – preguntó con su cautivadora voz, haciendo que su esposa se girase hacia él sonriente – Creo que ha llegado el momento de ser papas, me encantaría ser padre de una preciosa niña de ojos azules y cabellos rubios, sería el hombre más feliz del mundo al tener a una pequeña tan preciosa como tú. – Decía mientras besaba a su esposa en la mejilla, haciendo que esta le mirase enamorada.

- Eso es lo que me gusta de ti – Dijo, para luego sonreír de felicidad – Siempre eres capaz de decir lo oportuno en el momento justo, eres capaz de meterte en mi mente y adivinar lo que estoy pensando. – Ante aquellas palabras el joven sonrió, mientras abrazaba a su esposa entre sus brazos. – Te quiero. – Dijo esta, sintiendo como su esposo la abrazaba por detrás, la besaba en su cabello, y sujetaba sus manos cálidamente.

Bárbara llevaba un corto vestido suelto y escotado, su pelo estaba suelto y rizado, y miraba hacia su objetivo: los petirrojos que se hallaban en los árboles. Con la cámara en mano, hacía fotos, unas tras otra, sintiendo ese sentimiento que hacía mucho que no sentía en su profesión. Ella era fotógrafa, pero en los últimos años, había dejado de lado su profesión, para ayudar a su esposo en la decoración de interiores.

- Está haciendo un excelente trabajo, Señorita Smith – Bromeaba una voz justo detrás de ella, se trataba de su esposo Colins, que se dirigía a ella cautivado por sus curvas. – Estás realmente preciosa. – Dijo cuando llegó hasta ella – Creo que es una lástima que esta belleza esté aquí fuera, cuando podríamos estar arriba... Tu ya me entiendes. – se insinuaba el muchacho, haciendo que su esposa negase con la cabeza divertida.

- Colins, estamos en la casa de mis padres... haz el favor de comportarte...- le regañaba la mujer, mientras volvía a mirar a los petirrojos, pero ya se habían marchado volando, asustados por la llegada del muchacho – Ya estropeaste el ambiente.

- ¿Estropear? – Preguntó divertido, mientras ponía una extraña mueca en su cara, haciendo que la mujer volviese a negarle negando la cabeza, y sonriese.

- ¿Sabes por qué me casé contigo? – Preguntaba ella divertida, admirando como su esposo ponía los ojos en blanco, y le cogía una mano sutilmente – Porque eres el único que puede conseguir lo que ninguno ha logrado jamás.

- ¿Hacerte el amor de una forma que ni conocías? – Preguntaba divertido, haciendo que la joven le diese un manotazo de broma.

- No imbécil, ¡hacerme reír!

Joseph caminaba por el paseo con su inseparable cuaderno de dibujo, necesitaba descargar toda aquella frustración que sentía, y la única forma que conocía era dibujando. Se paró en seco frente al mar, admirando como las gaviotas nadaban y pescaban peces, abrió sigilosamente el cuaderno y comenzó a dibujar. A cada línea, a cada trazo, sentía que su desesperación, sus preocupaciones se esfumasen, quedando envuelto por aquel cálido sentimiento que lo embargaba. 

CONTINUARÁ...

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