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01 | No es mi lugar

El sol abandona Londres, mientras da paso a la oscuridad del cielo bañado por millones de estrellas. Justo en este lugar, contemplando por la ventana de la residencia de estudiantes, logro encontrar un poco de tranquilidad.

Lorie se halla tirada en su cama, leyendo un libro cuyo título soy incapaz de ver. Está muy concentrada, porque sus cejas se fruncen de vez en cuando. No quiero molestarla, con lo que sigo a lo mío: observando las estrellas mientras llenan el cielo. Supongo que por eso estudio Astronomía. Sólo que algunos días creo que tomé una decisión equivocada, me gusta esta carrera, pero no he logrado una conexión especial con ella. No estoy disfrutando al máximo de ella.

Por momentos, tengo la sensación de que este no es mi lugar.

Y eso me resulta frustrante.

Escucho un carraspeo que me empuja a apartar la vista de la ventana. Lorie se halla de pie, justo a mi lado, y me pregunto cómo se ha deslizado de la cama hasta aquí con tanta velocidad y sin que me haya percatado de ello. Es tan silenciosa como una serpiente, aunque ya estoy bastante acostumbrada.

—¿Qué pretendes encontrar?

No sé qué quiere decir con eso.

—No te pillo... —Sigo la dirección de sus ojos, y entonces comprendo su pregunta—. No lo sé. ¿Alguna vez has sentido que no encajabas en un sitio?

Lorie se sienta en el hueco libre del asiento que acompaña a la ventana. Durante los próximos minutos, ninguna se atreve a pronunciar nada. No me molesta el silencio, pero tengo mucha curiosidad por saber su respuesta. Fija su mirada a lo lejos, como si tratara de encontrar algo en las estrellas. Tal vez no soy la única que llena sus vacíos contemplando la cúpula celeste.

—Todos nos hemos sentido así en algún momento de nuestra vida. Es inevitable.

Asiento. Tiene razón. Cuesta controlar ciertos pensamientos y deshacerse de ellos. Sólo que no creo que se trate de algo puntual. Llevo dos años fuera de casa y ya estoy deseando volver. No tendría que ser así. De nuevo, siento un nudo en el pecho. Lorie se da cuenta y me toma la mano. Agradezco tenerla como amiga.

—Tranquila, Siena. Estos sentimientos son pasajeros. Enfócate en algo que te aporte felicidad para evadirte cuando tu mundo se venga abajo.

Pienso y doy con algo: «Escribe, Ly». La voz de Nina se cuela en mi cabeza y por un segundo creo que he viajado un par de años atrás. La echo de menos. Ella es otra de las razones por las que me cuesta estar lejos de Moonlight. Mi abuela es un pilar fundamental en mi vida y no poder abrazarla cuando quiero... Es un horror.

Aunque, por otro lado, sé que Lorie tiene razón. No puedo pasarme el tiempo que me queda en la universidad, pensando en mi vuelta a casa. Escribir quizá sea mi mejor opción para mantener la mente despejada.

—Me gustaría ser como tú, ¿sabes? —Lorie alza la ceja, esperando que sea un poco más precisa—. Te resulta muy fácil relacionarte con la gente... No sé, yo creo que espanto a las personas que me rodean.

Si no la conociera, su risa me dolería. Me cuesta no sentirme de esa forma. Algo que admiro de mi amiga es su capacidad de entablar una relación con otra persona. Ojalá fuera tan extrovertida como ella, y no me pasara la mayor parte del tiempo sumida en mis pensamientos. Quizá la gente no huiría de mi lado. Mis últimos cumpleaños han sido una completa mierda. Una videollamada con mi familia, otra con Margaret y una sesión de películas con Lorie.

Ahora que me paro a pensarlo, me parece triste.

—A mí también me gustaría ser como tú.

Su confesión me sorprende.

—¿Cómo yo?

Asiente.

—Eres una persona organizada —Aparta los ojos de mí, y los fija en su zona de la habitación—. ¿Has visto mi cama? ¡Es un completo desastre!

Mis ojos hacen el mismo recorrido que los suyos. Aguanto una carcajada cuando observo el caos ante mí. El libro que estaba leyendo, yace tirado sobre la colcha arrugada. Y su mesilla... Cualquiera diría que un huracán ha pasado justo por ella. Su escritorio es digno de estudio. Varios papeles se amontonan sin ningún orden. El estuche de sus pinturas está abierto y estas, todas desparramadas por la mesa.

¡Y eso que las clases comienzan en un par de días!

—En relación a tu orden no te envidio. Lo siento, Lorie.

Ella sonríe. Mi humor ha mejorado un poco. A veces me olvido de mi desastre para relacionarme con la gente, porque Lorie me aporta demasiado, que, por un momento, me cuesta pensar que vaya a encontrar otra persona con la que congenie tan bien. Tuve mucha suerte al toparme con ella. Además, a parte de ir a la misma clase, también compartimos habitación en la residencia.

Se levanta y vuelve hacia la cama. Echo un leve vistazo al cielo estrellado e imito sus movimientos. Me tiro sobre mi cama y fijo la cabeza en la pared. Una pintura de una luna envolviendo a un sol, adorna el tabique blanco. Me encanta ese dibujo. Lo compré antes de venir a Londres, un día que Nina y yo fuimos a una tienda vintage en el centro de Moonlight. Semanas después, mientras daba un paseo con Margaret, me topé con un colgante que tenía el mismo símbolo.

Desde aquel día se ha convertido en mi amuleto de la suerte.

Si eso de la suerte existe.

—¿Qué crees que nos deparará este nuevo año? —pregunta Lorie.

Mis ojos no abandonan en ningún momento la pintura. Junto con el asiento de la ventana, este es mi otro lugar favorito de la habitación. No es muy grande, tan sólo las dos camas, un par de escritorios para cada una, además de los armarios. La ventaja es que tenemos un cuarto de baño sin necesidad de compartirlo con otros residentes. Doy gracias por ello, porque sería un coñazo salir de tu cuarto para acudir al baño común.

—Ojalá que algo bueno.

—Espero no tener otro señor Morris como profesor.

Lorie se incorpora y coloca los codos sobre la cama, apoyando la cabeza en sus manos. Me giro y me tumbo de lado. Una carcajada escapa de mi boca. Mi mente viaja al año pasado y a la clase de «Electricidad y magnetismo». Un hombre de baja estatura, algo rechoncho y con el pelo canoso entra en el aula. Sus gafas colgando de su cuello no es lo que llama su atención, sino su bigote al estilo de Hércules Poirot.

Era peculiar, pero también muy exigente. Aún recuerdo el primer examen de esa asignatura. Fue un completo desastre, apenas aprobaron cinco personas. El resto nos regocijábamos en nuestra desgracia entre risas cuando vimos las notas. Lorie y yo nos pasamos un montón de horas en la biblioteca para lograr el aprobado al final del curso.

Al menos eso ya forma parte del pasado.

—Las tardes en la biblioteca se hicieron muy duras —suspiro.

Lorie asiente, dándome la razón. A ella le costó un poco más aprobarla. En un junio se quedó por los pelos, menos mal que en julio tuvo suerte. Otro señor Morris para el próximo curso, significaría sufrimiento asegurado.

—Me gustaba la asignatura —admite—, sólo que su manera de explicar...

Noto como se me duerme el brazo por la posición de mi cuerpo y me vuelvo a tumbar boca arriba. El dibujo de la luna y el sol aparece en mi campo de visión y me saca una sonrisa. Hablar sobre mi tercer año en la universidad, me genera una mezcla de sentimientos. Por un lado, tengo ganas de ver lo que me depara, pero por otro, me encuentro aterrada. Volver a clase implica tener contacto con mis compañeros...

Esta habitación es mi zona segura.

Londres recibe al lunes de principios de septiembre, con un día cubierto por nubes. El sol se deja entrever por alguna de ellas, aunque no hay previsión de lluvia. Lorie ha aprovechado el madrugón para colocar un poco su escritorio. La visión de él ya no aparenta el desastre que precede a un huracán. El reloj del móvil marca las siete y media. Queda tiempo para la primera hora de clase.

Lorie se asoma por la puerta del baño. Su pelo está mojado y algo alborotado. El cepillo en su mano derecha me indica que tiene pensado hacerse dos trenzas. Desde que la conozco, asumí que es su peinado favorito.

—¿Quieres que pillemos un café antes de ir a la uni?

Tomo la agenda de mi escritorio y la guardo en la mochila.

—Por mí guay. Lo necesito para sobrellevar el día.

Asiente y vuelve a su tarea de peinarse. Lorie y yo somos unas fans absolutas del café. En la universidad venden un café con sabor vainilla riquísimo, y no es nada caro. Pero desde que descubrimos una cafetería, justo un par de calles antes, preferimos tomarlo ahí. El precio tampoco varía una barbaridad y siempre nos ponen una pequeña magdalena de acompañamiento.

Esa cafetería es mi segundo lugar favorito de Londres.

—Ojalá nos topemos este año con algún tío bueno en clase —escucho la voz de Lorie proveniente del cuarto de baño.

Niego con la cabeza, aunque ella no puede verme. El amor no entra en mis planes. Pero sé muy bien por qué ha dicho eso. En nuestra universidad, a partir del tercer curso pueden venir estudiantes de Erasmus.

—Concéntrate en estudiar, Lorie.

—¡Aburrida! —exclama.

Prefiero ser aburrida antes que poner mi corazón en peligro.

Cuando estaba en el instituto, me gustaba un chico. Nuestra relación cada día se volvía más profunda, y un día le confesé que sentía algo por él. Me quedé a cuadros al ver su cara. Supe que lo había malinterpretado todo. Por sus gestos, comprendí que no buscaba una relación estable. Recuerdo que me pasé las dos noches siguientes llorando, en mi cuarto y tratando de que mis padres no se dieran cuenta.

Quizá el problema es que soy muy emocional.

—Un polvo no pone en riesgo nada, Siena. No es amor. No hay ese tipo de sentimientos que temes —Su voz ya no suena tan lejana. Lorie aparece en la habitación, ahora ya con las trenzas hechas—. Hay un dicho: «Follar ayuda a estudiar».

Hago memoria y no recuerdo haber escuchado eso en ningún sitio.

—¿Quién dice eso?

Se inclina hacia adelante, haciendo una reverencia.

—Lorie, la reina de los consejos.

Las dos estallamos en carcajadas. A veces me sorprende que esta chica pueda ser amiga mía, somos tan diferentes... Supongo que ahí reside el secreto de una buena amistad: dos personas distintas capaces de complementarse. Lorie me aporta la locura que le falta a mi vida, y yo, le hago mantener los pies en la tierra.

—Me sorprende que la gente no huya de ti —niego con la cabeza.

Ante todo pronóstico, el carisma de Lorie atrae a las personas. Por eso me aterra volver a la universidad. Ya no estamos en verano, ni somos nosotras dos. Aunque tal vez debo hacerle caso, a lo mejor este año tengo que cambiar el chip. Sólo quedan dos años para marcharme de Londres y puede que cuando esté en Moonlight, eche de menos los momentos que no viví aquí.

Después de colgarme la mochila del hombro, y esperar a Lorie en la puerta de la habitación, las dos emprendemos el camino a la universidad. No está muy lejos, quizá quince minutos andando, o veinte. En invierno se hace un poco más duro, sobre todo en los días de lluvia, pero esto acostumbrada a este clima. Además, sin duda lo prefiero mil veces ante el verano. ¡Qué infierno! Es como estar metida en una olla.

—¡Siena! —me llama Lorie, trayéndome de vuelta a la realidad. Me he quedado contemplando el escaparate de una librería.

—Sí... Lo siento —digo, a la vez que echo a andar. Ella se encuentra ya en la puerta de la cafetería.

El local nos recibe con un agradable olor a café y me encanta. Arrugo la nariz cuando veo más gente de la normal. Se ha corrido la voz y cada vez vienen más personas. Sobre todo, estudiantes. El primer año a esta hora, apenas teníamos que hacer colar para pedir lo que fuera, en cambio ahora, cinco personas se hallan delante de nosotras. Lorie me golpea el brazo. Su mirada está fija en un chico de la fila. Dos puestos por delante.

—¿Crees que vendrá a nuestra clase? —pregunta cerca de mi oído.

No hemos llegado a la universidad, y ya está pensando en chicos. Le advierto con la mirada que sea un poco más discreta. Esa característica es otra cosa más que me diferencia de Lorie, ella adora estar en primera línea, yo prefiero mantenerme al margen y llamar la atención lo menos posible.

—Yo que sé —susurro—, pero tampoco me importa.

Lorie emite un sonido de aprobación, mientras recorre al chico de arriba abajo. Este parece notar que le observan, porque voltea la cabeza. Yo centro la vista en un cartel que anuncia los cafés que ofertan, pero mi amiga no se siente intimidada y no aparta la mirada. Qué vergüenza.

En mi mente se suceden diferentes nombres de café, y variedades de dulces. Tengo la tentación de posar los ojos en el chico de la cafetería y conocer su apariencia, pero me resisto. Segundos después, noto como Lorie me anima a avanzar en la fila. Su cara muestra una sonrisa, y no me molesto en ocultar la curiosidad latente cuando formulo la siguiente pregunta:

—¿Era guapo?

Lorie se echa a reír. Al principio en un volumen bajo, pero al sentir que miradas curiosas se posan en nosotras, la obligo a disminuir el tono. El día acaba de empezar y ya estamos montando el espectáculo.

Concéntrate en estudiar, Lorie —repite las mismas palabras que pronuncié en la habitación de nuestra residencia. Ruedo los ojos y entonces añade—: Sus ojos son bonitos. Verdes, como a ti te gustan.

Eso último lo ha dicho más alto de lo normal, y se me calientan las mejillas cuando me pellizca el brazo para que gire la cabeza a mi derecha. De refilón, porque está abandonando la cafetería, vislumbro una sonrisa en el rostro del chico de los ojos verdes, en señal de haber oído nuestra conversación.

«Ojalá no venga a nuestra universidad» son las palabras que repito en mi cabeza mientras Lorie y yo vamos camino a clase.

¡Hola!

Qué ganas tenía de empezar a publicar esta novela. Como habréis visto, el capítulo ha sido más largo de lo normal y es algo que me he propuesto para esta historia.

¿Os ha gustado?

¿Qué impresión recibís de Lorie? A mí me recuerda un poco a Margaret, pero más loca. Creo que ella y Siena encajan bien porque son diferentes. Además, van a darnos momentos muy divertidos 😏

¿Y el chico de la cafetería?

Nos leemos pronto con más 💙


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