Cap. IX
Pasó un largo tiempo hasta que los llantos del hombre disminuyeron. Ahora el lugar se hallaba reservado de ruido y solo se escuchaba las manecillas del reloj de la cocina. Yushiro se apartó lentamente de Nezuko. no la miraba, estaba apenado por tal espectáculo. Se limitó a limpiar sus ojos con el costado de su mano y seguido observó el piso de forma extraña, Nezuko dio dos pasos atrás, se cruzó de brazos sin saber qué decir y volteó a los lados de forma incómoda.
—Lo siento, Nezuko, no tuviste que haberme visto así.
—No tengo problema con eso...
—Deberías ir a descansar.
—¿Y usted? No lo puedo dejar aquí, mire, está hecho un desastre con la pintura que se le cayó, hace frío y...
El joven levantó la mirada grandilocuente, mantenía los ojos cristalinos por haber llorado y Nezuko enajenada no pudo concluir su oración. Le alteraba el corazón de una manera adusta cuando lo miraba y hacía los más mínimos gestos, así sea un simple parpadeo. Entre más lo observa, más se asegura de su atracción por conocerlo.
—Ve a dormir —menciona Yushiro mientras se levanta.
—¿Qué hay de usted...?
—Veré qué hacer, no puedo dormir.
—Disculpe, ¿le puedo ayudar con eso?
El de iris lavanda volteó a verla acaecido, le sorprendía esa propuesta.
—¿Cómo piensas hacerlo?
—Usted dígame.
El médico giró el rostro con molestia.
—¿Platicar un poco le ayudaría?
—No.
—¿Quiere algo de comer?
—No, tampoco.
—Pero se quedará solo...
La observó detenidamente, ella parecía angustiada, sus cejas yacían un poco juntas y sus ojos enrojecidos del sueño parecían suplicarle más tiempo. La conmoción que le llenaba el pecho era extrañamente sana.
No recordaba cuando fue la última vez desde que alguien se preocupó porque se quedara solo. Solo Tamayo hacía eso.
—Déjeme acompañarlo...
—De verdad eres molesta. ¿Te lo han dicho? Hablas demasiado sin decir nada importante. No entiendo por qué sigues aquí.
La Kamado deshizo su gesto preocupado y se tomó las manos avergonzada. Él tenía razón, ya no existían más motivos para seguir ahí, pero no le daban indicaciones de irse.
—Si necesita algo estaré en la habitación.
—N-nezuko...
—No volveré a entrometerme en sus asuntos.
La Kamado le esbozó una sutil sonrisa forzada, intentando no verse afectada, y prosiguió a subir las escaleras hasta su habitación. El joven negó repentinamente la cabeza, soltando un suspiró exagerado mientras caminaba nuevamente a su estudio, cerró la puerta y seguido se sentó en su banco sin hacer nada, pasaron minutos y seguía igual.
—¿Por qué le dije eso? ¡Soy estúpido!
Esa mujer le causa emociones que le desconciertan, sus gestos tontos y sus expresiones inmaduras no le agradan, así como la manera tan certera con la que se preocupa por él. Le gusta sentir su compañía, pero le molesta al mismo tiempo. Era una sensación extraña que le gustaba por segundos.
Mientras tanto, la Kamado en su habitación no paraba de llorar, preguntándose una y otra vez ¿Por qué lloraba por ese hombre que la despreciaba tanto? El pecho le quitaba el aire, sentía pesado el cuerpo y no paraba de temblar.
Sentada en la cama se limpió las lágrimas, aguantando no hacer mucho ruido, se sentía una molestia en ese lugar.
Yushiro después de pensar, volvió a lo suyo, trazó el pincel por todo el lienzo, su mente divaga por todo menos en lo que hace.
—¡Soy tan idiota!
Se tomó los cabellos frustrado, con una expresión molesta o tal vez arrepentida. ¿Podría soportar la soledad y la incertidumbre ahora que la verdad parece tan cercana? No lo tenía claro, se encontraba confundido, solo, y necesitaba más pistas para aclarar sus sentimientos esparcidos.
Miró rápidamente a su alrededor, dejó a un lado su paleta de color, el trapo, pinceles y abrió la puerta para ir en busca de la Kamado. Tenía que hablar con ella, todo lo que dijo no era cierto.
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