Las hojas de los árboles comenzaban a caer, el ambiente de la ciudad se mantenía algo fresco sin ser helado, la gente salía de sus casas a pasear por el parque o a charlar con sus amigos y familiares en un café.

Una figura menuda, de baja estatura y vestida en una gabardina blanca se movía entre la multitud. Si no la observabas con detalle era fácil que pasara desapercibida, no había nada en ella que llamase la atención a primera vista, pero si te dedicabas a observarla, examinándole cada detalle del rostro, podrías notar que no había ninguna expresión ni sentimiento profundo en sus ojos. Lily vagaba por la vida así, sin miedo o felicidad, quizás sólo un poco de resentimiento.

Ella se preguntaba constantemente qué había hecho para ser así, no porque no le agradara, sino porque creía que no era normal. Veía a su hermano mayor, Jaden, llorar por cualquier motivo y reír con aún más facilidad, a su padre molestarse con el vecino cada que dejaba los periódicos acumularse en el porche de su casa... ¿y ella? Lo último que había sentido era asco por esos niños que le pegaban a Jaden, luego asco por Jaden y finalmente calma.

Lily pensó en el pájaro muerto que ahora estaba encerrado en su patio trasero. Lo había matado en lo que ella llamaba un viaje de descubrimiento personal, pensando que quizás eso le provocaría algo. Lo único que había logrado causar en ella había sido un pequeño sentimiento, que si no le prestaba demasiada atención podría ignorar, de arrepentimiento, le había quitado la vida a algo en su egoísmo y no había sentido nada importante.

—Debería ir a terapia —pensó, mirando al cielo, mientras caminaba sin prisa.

Aunque quizás estaba exagerando, quizás solo bastaba con lo que había hecho hasta ese momento, intentar imitar lo que los demás hacían y no darle muchas vueltas a su situación.

Sí, quizás esa era la solución... ¡y ya la había encontrado! Lily sonrió, lo haría ciento de veces más, y saludó a una mujer con su hijo.

Ella era normal. No tenía ningún problema en lo absoluto.