¿Conocéis es movimiento que hace que la gente te mire cuando te peinas el cabello empapado con la mano para apartártelo de la cara? Así, lentamente... la gotas de lluvia resbalan por las manos, y despacio, trazan meandros en la piel...
Entonces suspiras y miras de reojo a los que te observan... Y el observador aparta la mirada con un leve sonrojo en los lóbulos de la orejas.

Pues eso estaba haciendo yo, pero el caracol que tenía a mi lado no se sonrojaba ni apartaba la mirada. Y sé que podía verme, porque sus tentáculos se movían de un lado para otro.

Pasaron 5 minutos en los que el caracol siguió haciendo eso, y yo me cansé de esperar alguna otra reacción. Siempre me canso de esperar, ya he esperado mucho.

Acerqué un dedo a sus ojos, como lo hacen los niños. Sólo que ellos lo hacen con una inocente maldad, pero yo lo hago con la intención de hacer sufrir a este molusco terrestre que ama tanto la lluvia como yo la odio.

No sé tanto sobre animales como debería esperarse de alguien como yo, pero sé que le dolió. Rápidamente se escondió en su concha. Ojalá yo tuviese una concha que me protegiese de la lluvia siempre, pero las conchas son frágiles y lo frágil perece.

Adiós caracol.

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No, no lo aplaste. No tengo la fuerza física necesaria para hacerlo.

Me volví rojizo, miré a mi al rededor buscando alguna amenaza...

¡Oh, mira, un pájaro! Ahora sí, adiós caracol. Y el pájaro lo atrapó al vuelo y se lo llevó lejos.

Y ahí me quedé sólo, una vez más, bajo una planta de dientes de león. Porque sí, era lo suficientemente pequeño como para que unas hojas de unos hierbajos me dieran un poco de refugio. Los días de lluvia me debilitaban y me volvía pequeño, muy pequeño.

Temo el día que me vuelva tan pequeño, que desaparezca.

Solía ser alguien poderoso en el pasado, tan radiante que no podían verme directamente. Pero ya nadie cree en mí.
Ahora soy sólo era una mota de luz, una chispa incandescente...

Olvidé presentarme: soy un fuego fatuo, me llamo Hor.