9
Hasta el martes al salir de clase todo había ido bastante bien. Pero Olimpia seguía pensando que lo mejor era hablar con Diana. No le parecía bien dejar el tema de su viaje tal cual estaba, después de que su hermana se enterase a través de Oliver, en un bar lleno de gente y después de tomar algunas cervezas, que al terminar el verano ella se marcharía a Londres. Así que al salir de clase y mientras ambas hermanas se acercaban a la parada del bis, Olimpia se armó de valor e invió a su hermana a comer en el Whelan's Rest, la cafetería-restaurante de los padres de Anne. Ambas adoraban ese aire retro y familiar que se respiraba allí, y sería la mejor forma de estar tranquilas.
Mientras el bus que las llevaba a la cafetería hacía sus paradas, Olimpia miraba de reojo a su hermana y pensaba qué decirle y, lo más difícil, cómo decirlo. Mientras, Didi se entretenía mirando su BlackBerry.
Una vez llegaron y eligieron una de las mesas que daba a la ventana. Ofelia, la madre de Anne, una señora rechoncha y muy amable, con el pelo rizado y una sonrisa perfecta dibujada en un rostro lleno de pecas, le sirvió un café y un par de dulces a cada una.
─Aquí tenéis bellezas, un par de cafés con leche y un trozo de tarta de zanahoria casera para cada una, comed, vamos. Siempre creo que estáis muy delgadas, igual que mi Anne... pero bueno, ¿qué le vamos a hacer?
Sonrió a las hermanas; le regaló una caricia a Didi en el hombro y las dejó para seguir atendiendo a los clientes que iban llegando para su café de primera hora de la tarde.
─¿Y bien? ─los ojos de Diana la taladraban, y su tono de voz se mostraba hosco. Aquel no era un buen comienzo; Olimpia comenzó a sentir que terminaría discutiendo con ella, optó por quedarse en silencio unos segundos más, pero eso sólo pareció molestar más a Diana─. Olimpia, vamos... me has traído aquí para hablar, así que dime ¿qué te pasa?
Oli no sabía muy bien por dónde empezar, así que suspiró, le puso azúcar a su café, lo removió rápidamente y le dio un sorbo.
─Quería hablar contigo sobre mi beca.
─¿Qué le pasa a tu beca? Ya lo hemos hablado. Te he dicho que lo comprendo.
─No, te conozco Didi, te estás aguantando ─Oli la miró algo enfadada. Sabía que le estaba diciendo lo que quería oír, para no provocar una discusión. Pero Olimpia necesitaba hacer que Diana se desahogara, necesitaba sonsacarle todo lo que se estaba guardando dentro.
─Por favor, dime ¿qué piensas, qué sientes?
Didi suspiró.
─No tengo nada que decir... es tu vida, y la vives como quieres. No tengo que decirte cómo vivirla.
─Pero puedes decirme al menos qué opinas de qué me marche ─le dijo en un susurro a su hermana, mientras desviaba la mirada hacia su regazo. Hablar con su hermana siempre le resultaba fácil, pero en aquel momento, Olimpia sentía que llegar a nado hasta Londres era mucho más sencillo.
─¿Qué quieres que te diga? ─el tono de Diana mostraba ira contenida, Olimpia buscó sus ojos, pero éstos sólo le confirmaban lo que ya sabía desde un principio. Aquella conversación no terminaría bien.
─La verdad, lo que sientes, lo que piensas, no lo sé... ─se dejó caer sobre su asiento, esperando que su hermana hablara y se desahogara.
Se quedaron un buen rato calladas, se tomaron sus respectivos trozos de tarta y se terminaron los cafés. Sólo tardaron unos minutos, pero a ambas se les hicieron horas. Sólo silencio, nada había entre ellas. Un silencio incómodo y cortante. Ninguna estaba acostumbrada a ello y Olimpia era la más impaciente de las dos en cuanto a hablar se refería, así que, cansada de la falsa actitud comprensiva de su hermana, comenzó a hablar casi en un susurro.
─No creí que me fueran a dar ninguna beca. Sólo las solicité por ... no lo sé. Es decir, me gusta pintar y me siento bien, creo que soy buena, pero no creía que me concedieran nada ─se movió en su asiento y comenzó a buscar en su bolso; tras unos instantes de más silencio, sacó un papel arrugado y se lo entregó a su hermana. Ésta lo abrió y comenzó a leer en silencio, parando para mirar a Olimpia por encima del papel de vez en cuando─. Cuando la recibí, me sentí feliz, pero sólo por un instante, luego me entró el pánico y ahora siento que os estoy traicionando. Y sé que no es así. No os estoy traicionando por irme. ─Oli levantó la mirada y la fijó en los ojos verdes de su hermana─. Voy a irme, pase lo que pase. Pero no quiero irme sin que me escuches y me entiendas, por favor.
─¿Papá ya lo sabe?
─Sí, se lo dije el mismo día que la recibí. Está de acuerdo con mi decisión, aunque no le gusta. No creo que a mí me gustase la idea de que tú o papá os marchéis, pero la acepta. Y quiero que tú también la aceptes. No quiero que estés de acuerdo conmigo Didi, y tienes derecho a enfadarte por mi decisión, pero quiero que me escuches y comprendas lo que esta oportunidad significa para mí. Esto... ─agarró las manos de su hermana que aun sostenían la carta de admisión─. Esto es la oportunidad de mi vida, la oportunidad de salir de aquí y llegar lejos. Y voy a aceptarla.
El silencio volvió a llenar el aire que separaba a las chicas. Se miraban y las lágrimas comenzaban a aflorar en los ojos de Didi. Su respiración se agitaba y poco a poco, unos espasmos recorrieron su cuerpo dando paso al llanto.
─¿Ya está decidido? ─susurró mientras las lágrimas recorrían su rostro y caían sobre el papel arrugado que tenía entre las manos─. ¿No puedo cambiar tu decisión?
─No, no puedes cambiarla, voy a marcharme, pero quería que me escuchases, no quiero irme sabiendo que te guardas para ti lo que esto te hace sentir.
─¿Quieres saber lo que siento? ─Didi la miró con ira en sus ojos─. Te diré lo que siento Oli... Siento que eres una egoísta que no piensas nada más que en ti. Te vas a marchar y nos dejarás solos. Que nos abandonarás, igual que lo hizo mamá. No te importa cómo nos sintamos. Sólo te importa tus cuadros, tus pinturas y tú misma. Porque si te importasen mis sentimientos, al menos lo habrías hablado desde el principio, no me lo habrías ocultado ─Didi se puso en pie ─nos vas a dejar igual que nos dejó mamá.
─Didi, mamá estaba enferma, ella no nos dejó, no quiso hacerlo, simplemente se murió.
Diana cogió su bolso y miró con desprecio a su hermana.
─Tienes razón Oli, ella no quiso hacerlo, pero tú sí. Tú quieres dejarnos, para ti no importamos.
Didi se encaminó a la puerta, Olimpia la siguió. Agarrándola de la mano y consiguiendo frenarla una vez salieron del local.
─Didi por favor, yo no quiero dejaros. No os abandono, eso no es así.
─Pues no te marches, estudia aquí, en Jacksonville o en Atlanta ¿qué hay allí que no haya aquí? ─Olimpia veía la desesperación en los ojos de su hermana. Unos ojos que le rogaban que no se marchara.
─Didi, voy a marcharme quieras o no, esto es una oportunidad para mí y lo sabes.
Diana se dio media vuelta y salió corriendo. Olimpia la miraba mientras cruzaba la calle y giraba en dirección a la parada del autobús que la llevaría de vuelta a casa. Lo mejor era dejarla, que se relajara, y asimilara todo; hablaría de nuevo en casa con ella. Esa falsa comprensión que mostraba no era más que una fachada, un velo que Diana se había creado para cerrar sus ojos ante la realidad, no era la primera vez que lo hacía. Era su forma de escaparse de la realidad desde que su madre muriera. Pero Olimpia sabía que debía presionarla, debía hacerle ver lo que a su alrededor pasaba para que lo asimilara, para que lo entendiera y le hiciera frente. Además, pensaba cumplir su palabra, volvería.
Oli entró en la cafetería, recogió sus cosas y fue a pagar la cuenta.
─¿Estáis bien? he visto que Diana se ha marchado algo agitada ─preguntó la madre de Anne algo preocupada. La señora Ofelia siempre las había tratado como trataba a su hija. Se había convertido en una especie de madre; les daba consejos y las mimaba cuando iban a dormir a casa de su amiga. Pero Oli no estaba de humor para hablar con ella. Sólo quería llegar a su cuarto y tumbarse en la cama.
─Sí, sí, es sólo cosas de hermanas, a veces no nos ponemos de acuerdo y ya sabes lo sensible que es Didi, llora con cualquier cosa ─Oli le pagó lo que le debía─. Mejor me marcho a casa, saluda a Anne y a su esposo de mi parte ─dijo, pero antes de darse la vuelta, Ofelia le agarró una mano, y la miró como sólo una madre mira a una hija.
─Déjala estar, el tiempo todo lo cura. Y al final, el rio siempre fluye por su camino ─le dio un beso en la mejilla y se marchó para seguir trabajando.
***
Todo estaba recogido y ordenado en el taller, Daniel hacía una hora que se había marchado a casa y le había dejado, como siempre, la responsabilidad de cerrar el taller. Sin saber cómo, una chica morena se golpeaba contra su costado, cayendo esta de bruces al suelo. Travis la miró sorprendido, en la calle había suficiente luz, y por su tamaño era muy fácil verlo. Sin embargo, Olimpia se había tropezado de lleno con él mientras cerraba el portalón del taller. Al verla en el suelo tratando de levantarse, una sonrisa torcida se dibujó en la comisura de sus labios.
─¿Por qué no miras por dónde vas? ─gritó mientras se incorporaba, Travis le tendió una mano que la chica aceptó, pero al levantar la mirada y cruzarse con la de él, retiró la mano rápidamente. Aquello lo divirtió.
─No soy yo el que va mirando el suelo mientras anda ─respondió mientras observaba como ella desviaba aquellos ojos verdes hasta el suelo y seguía su camino ignorándolo. Travis tragó saliva, aquella chica no parecía ser la misma que había visto hacía sólo unas noches─. ¿Quieres que te lleve a casa? ─aquellas palabras salieron de su boca sin pensarlo. Olimpia se paró para girarse. Su mirada, aunque perdida en sus pensamientos, mostraban algo de desconcierto. Travis pudo intuír cómo la chica dudaba si aceptar o no su propuesta. Finalmente, y para alegría del motero, la chica asintió en silencio y se acercó sumisa a él.
─¿Qué te pasa?
Aquella muchacha que tenía delante, no estaba bien. Algo le había pasado, y aquel halo de tristeza que la envolvía hacía que algo en el pecho de Travis se removiera y deseara consolarla.
─Nada, estoy bien, ¿vas a llevarme o no? ─demandó moviendo enérgicamente la cabeza, seguramente para tratar de despejarse. Aunque al hablarle así, el motero sentía que la chica volvía a ser la de siempre; aun seguía sintiendo esa necesidad de cuidarla. Una idea estúpida se coló en su cabeza.
─Sí. Tranquilizate... tengo que cerrar el taller, y no he comido nada aun. Así que tendrás que esperar a que cene algo o marcharte sola ─Travis cerró el portalón del taller y colocó el cerrojo de seguridad, antes de acercarse a la Harley negra que tenía aparcada. De una de las alforjas sacó un casco negro con una calavera pintada a un lado que tendió a la chica─. Vamos, iremos a por una pizza y te llevaré a casa.
Llegaron a un Domino's Pizza que había en la calle mayor. El motero pidió un par de trozos de pizza para llevar y un par de cervezas. Tras ser servidos, llevó a Olimpia hasta uno de los bancos de la plaza principal, para sentarse y comenzar a devorar su cena. Tras dar cuenta de su cena, miró a la chica de arroba a abajo.
─¿Es que no piensas decir nada? ─preguntó mientras acercaba el botellín de cerveza a sus labios. Olimpia se encogió de hombros y le dio el resto que le sobró de pizza. Travis la miró a ella y luego al trozo de pizza que le ofrecía, apenas le había dado un par de bocados.
─¿No te la vas a comer? Vamos, apenas la has probado.
─No tengo hambre.
─¿Sabes? No muchas chicas pueden decir que las he invitado a cenar, así que cómete eso.
Una sonrisa traviesa asomó a los labios de Travis. No le mentía, no era de los que invitaban a cenar a ninguna chica. Pero aquella chica tenía algo a lo que él no podía resistirse. Tal vez sus ojos, o tal vez fuera la fragilidad que mostraba en esos momentos, lo que le impulsaba a desear cuidarla y consolarla. Olimpia volvió a ofrecerle el resto de su cena, y viendo que no habría manera de convencerla, éste la aceptó.
─¿Vas a llevarme ya a casa o también vas a querer irte de fiesta? Mañana tengo clases.
─Está bien, vamos ─asintió mientras se limpiaba las manos con una servilleta de papel. Había deseado dar un paseo aquella noche con ella por el parque. Pero tras aquello, resignado, acompañó a la muchacha hasta la Harley.
Las manos de Olimpia le rodeban la cintura y el calor que su cuerpo desprendía no pasó desapercibido para Travis. Podía sentir cómo el pecho de la chica se contraía y se relajaba con cada inspiración en su espalda, sus piernas apretadas contra las de él, y sus manos sobre su esternón. Travis levantó la mano izquierda del manillar para llevarla hasta una de las de la chica, pero antes de tocarla, a sólo unos centímetros, se lo pensó mejor, y abandonó la idea. Ya llegaría el momento, se dijo.
Al llegar a casa de la chica, Travis se quedó observándola en silencio. Olimpia se quitó el casco mirando a su alrededor. Su casa estaba a oscuras, y no parecía que hubiera nadie. El motero pensó que tal vez sus padres no habían llegado aún de trabajar. La chica le devolvió el casco bajo su mirada seria. Sin darle tiempo a nada, Olimpia se despidió con un simple gracias, giró sobre sus talones y salió corriendo al interior de su hogar.
El motero se quedó allí unos minutos, mirando la casa. Quería haberle dicho algo, pero la repentina marcha de la chica no lo había dejado. Algo le pasaba, no la conocía mucho, pero no parecía ser una chica callada. No después de lo que había pasado las dos veces que había salido con ella. Ya hablaría con ella, ahora que Max había conseguido ligarse a la hermana mayor, sería fácil encontrarla en el bar alguna que otra noche.
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